Por José
Natanson
A pesar del precario respiro
conseguido ayer, la tormenta financiera fue, otra vez, el eje de las conversaciones
del Gobierno. En diálogo con Página/12, un ministro que
se viene ocupando del tema trazó dos perspectivas posibles de desenlace.
En la optimista, las señales de respaldo internacional frenan la
ofensiva especulativa, y se convierten en el punto de partida para una
recuperación. En la pesimista, el respaldo no alcanza y la Argentina
debe apelar a nuevos créditos y ayuda financiera para evitar la
debacle.
Hasta que no se estabilice la situación económica
estamos paralizados, admitía ayer un funcionario, que justificaba
así la decisión de Fernando de la Rúa de convocar
a una reunión de Gabinete fuera de agenda para analizar exclusivamente
el panorama económico. Una vez que concluyó, el jefe de
Gabinete, Chrystian Colombo, explicó que conversaron sobre la aplicación
de los recortes en los diferentes ministerios. En cuanto a la ayuda internacional,
que el Gobierno había presentado el miércoles como la salvación
para todos sus males, Colombo intentó bajarle el perfil: no
se solicitó una ayuda de fondos, sino la presencia de funcionarios
para explicarles las medidas de déficit cero, señaló
el jefe de Gabinete.
Más allá de la jornada de ayer, es evidente que el Gobierno
vive preocupado por los indicadores financieros, que los funcionarios
consultan cada dos minutos como si se tratara de la temperatura. Consultado
por este diario, un ministro que sigue de cerca la situación económica
trazó dos posibles escenarios:
Escenario optimista: el sorpresivo
llamado de George W. Bush a De la Rúa, en el que ratificó
que los Estados Unidos no dejarán caer a la Argentina, y en la
llegada del subsecretario del Tesoro, John Taylor, marcan un cambio del
panorama internacional. Hasta el momento había dudas sobre
el respaldo de Estados Unidos, sobre todo desde que Bush ganó la
presidencia, explicaba el funcionario, en referencia al cambio de
la administración demócrata por la republicana. Pero
en estos días se asustaron en serio y por eso definieron claramente
el apoyo, agregaba.
El cálculo, entonces, es que el respaldo de los Estados Unidos
y los eventuales adelantos de fondos por parte del FMI detendrán
la ola especulativa, estabilizarían el panorama financiero y sumadas
a la política de déficit cero permitirían recrear
cierta confianza, por lo que el Gobierno no tendría que pedir nuevos
créditos hasta fin de año. Es, en realidad, una clásica
apuesta de largo plazo a la ortodoxia del círculo virtuoso: equilibrio
fiscal-confianza-inversión-trabajo. Nos guste o no, es el
camino que elegimos. Ahora esperemos que de resultado, comentaba
una fuente de la Rosada.
Escenario pesimista: aunque
ninguno se anima a hacer pronósticos públicamente, en voz
baja un importante funcionario reconocía que las cosas quizás
no salen como está previsto: la ofensiva especulativa contra la
Argentina persiste, las variables económicas siguen a los tumbos;
el clima de incertidumbre y la sensación de colapso inminente no
ceden. En este contexto, la recaudación volvería a caer,
por lo que el Gobierno debería apelar a un recorte de salarios
y jubilaciones socialmente inaplicable.
La reprogramación de la deuda no es una solución:
es un default que es muy difícil de concretar de manera ordenada,
explicaban en la Rosada. Y mencionaban otro camino: Estaríamos
muy cerca de la cesación de pagos, pero todavía tendríamos
chances de evitarla. Habría que buscar un esquema de apoyo financiero
más amplio, todavía tendríamos tramos de préstamos,
capítulos en la agenda de salvataje a los que podríamos
recurrir. Claro, siempre y cuando continúe la decisión internacional
de respaldar a la Argentina, agregaba.
Según decía, la privatización de los activos que
aún tiene el Estado -hipótesis defendida por algunos economistas
no sería ninguna solución.Lo único importante
que queda es el Banco Nación. Pero como están las cosas
habría que negociar desde una situación de mucha debilidad
y se podría sacar muy poco. Dos mil millones, con suerte: no alcanza
ni para pagar un mes de intereses. No: la solución es seguir pidiendo
ayuda financiera, concluía.
OPINION
Por Sergio Berensztein *
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Una decisión de Estados
Unidos
Quedan pocas dudas sobre el rumbo que tomaría la administración
Bush si se agravara la situación del país. Para ese
gobierno como para una parte de la comunidad financiera internacional,
la suerte de la Argentina está echada. Estas circunstancias
permiten reflexionar acerca de dos cuestiones fundamentales para
nuestro futuro: la política exterior de la administración
Bush y las relaciones bilaterales entre Argentina y los Estados
Unidos.
Se suponía que George W. Bush, consciente de sus notables
limitaciones en política exterior, había armado un
dream team de expertos y veteranos en la materia, muchos de los
cuales habían trabajado para su padre. Este equipo no logró,
sin embargo, definir un esquema de política homogénea
que lograra la aprobación de los ciudadanos americanos. Tampoco
evitaron recurrentes roces y conflictos con aliados y con potenciales
enemigos. En estos primeros siete meses de gestión, la política
exterior estuvo caracterizada por el aislacionismo y el predominio
de lobbies poderosos, como la industria de la defensa, y de sectores
ultraconservadores del Partido Republicano.
De la eventual decisión de no ayudar a la Argentina surgen
dos preguntas fundamentales: ¿qué opina Wall Street
al respecto? ¿Por qué México recibió
apoyo en la crisis del Tequila mientras Argentina se desbarranca
sin contención alguna? El mercado financiero americano, como
el local, no es homogéneo. Hay algunos actores que efectivamente
apostaron al default argentino, otros se mantienen a la expectativa
y todavía queda un sector que no perdió esperanzas
de que se evite el mal mayor.
Argentina representa un 24 por ciento del mercado de títulos
de países emergentes y su caída impactaría
sin duda en otros papeles. El contagio puede limitarse (por eso
Brasil negoció un paquete preventivo de 20 mil millones de
dólares), pero sería inevitable. Sin embargo, desde
1995 a la fecha se sucedieron varias crisis (la asiática,
la rusa, la brasileña) y hoy los agentes tienen mayor capacidad
para descontar sus efectos y desarrollar estrategias preventivas.
Tampoco el mapa político americano es el mismo. Hasta ahora,
los halcones de la administración Bush han predominado y
desoído los reclamos de los moderados, incluyendo algunos
de Wall Street. Estos sectores aislacionistas eran justamente los
que controlaban la Cámara de Representantes a comienzos de
1995, cuando Clinton intentaba rescatar a México de la debacle.
La bancada republicana liderada por Newt Gringich se opuso tozudamente
a liberar los fondos necesarios. Incluso muchos demócratas
progresistas y anti NAFTA se oponían a ayudar
a un régimen corrupto como el del PRI.
Sin embargo, Clinton resolvió mediante un Executive order
(similar a los decretos de necesidad y urgencia) usar fondos de
pensión de empleados federales, que fueron garantizados con
ingresos por exportaciones de la petrolera estatal Pemex. El FMI
puso su parte y así México evitó el colapso.
Es decir que los contribuyentes norteamericanos no pusieron ni un
centavo. Fue una decisión del presidente frente a un Congreso
adverso para ayudar al principal socio estratégico regional.
Un actor clave de este proceso fue Robert Rubin, por entonces secretario
del Tesoro, que había sido previamente el CEO de Goldman
Sach. Es que Clinton lideró una coalición demócrata
muy moderada y pragmática, integrada por hombres de las finanzas
y de la nueva economía que pertenecían
como él a la generación de los baby boomers. La crisis
del Tequila representó una oportunidad extraordinaria para
que estos nuevos demócratas demostraran su compromiso
con sus aliados de las finanzas. Se había necesitado un Nixon
para ir a China. Ahora se necesitaba un Clinton para salvar a Wall
Street. Ya poco queda de ese mundo optimista y globalizado de seis
años atrás, incluyendo las ingenuas ilusiones de ayuda
y cooperación que suponían las relaciones carnales.
* Profesor del Departamento de Ciencia Política y Gobierno.
Universidad Torcuato Di Tella.
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