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ESCENARIOS DEL GOBIERNO TRAS EL APOYO AMERICANO
Al menos sirve para pedir más

En la Rosada imaginan dos hipótesis a partir del respaldo
de Washington: el optimista y remanido del círculo virtuoso;
y el pesimista en el que se debería seguir pidiendo ayuda adicional.

En la sorpresiva reunión de gabinete sólo hubo un tema.

Por José Natanson

A pesar del precario respiro conseguido ayer, la tormenta financiera fue, otra vez, el eje de las conversaciones del Gobierno. En diálogo con Página/12, un ministro que se viene ocupando del tema trazó dos perspectivas posibles de desenlace. En la optimista, las señales de respaldo internacional frenan la ofensiva especulativa, y se convierten en el punto de partida para una recuperación. En la pesimista, el respaldo no alcanza y la Argentina debe apelar a nuevos créditos y ayuda financiera para evitar la debacle.
“Hasta que no se estabilice la situación económica estamos paralizados”, admitía ayer un funcionario, que justificaba así la decisión de Fernando de la Rúa de convocar a una reunión de Gabinete fuera de agenda para analizar exclusivamente el panorama económico. Una vez que concluyó, el jefe de Gabinete, Chrystian Colombo, explicó que conversaron sobre la aplicación de los recortes en los diferentes ministerios. En cuanto a la ayuda internacional, que el Gobierno había presentado el miércoles como la salvación para todos sus males, Colombo intentó bajarle el perfil: “no se solicitó una ayuda de fondos, sino la presencia de funcionarios para explicarles las medidas de déficit cero”, señaló el jefe de Gabinete.
Más allá de la jornada de ayer, es evidente que el Gobierno vive preocupado por los indicadores financieros, que los funcionarios consultan cada dos minutos como si se tratara de la temperatura. Consultado por este diario, un ministro que sigue de cerca la situación económica trazó dos posibles escenarios:
Escenario optimista: el sorpresivo llamado de George W. Bush a De la Rúa, en el que ratificó que los Estados Unidos no dejarán caer a la Argentina, y en la llegada del subsecretario del Tesoro, John Taylor, marcan un cambio del panorama internacional. “Hasta el momento había dudas sobre el respaldo de Estados Unidos, sobre todo desde que Bush ganó la presidencia”, explicaba el funcionario, en referencia al cambio de la administración demócrata por la republicana. “Pero en estos días se asustaron en serio y por eso definieron claramente el apoyo”, agregaba.
El cálculo, entonces, es que el respaldo de los Estados Unidos y los eventuales adelantos de fondos por parte del FMI detendrán la ola especulativa, estabilizarían el panorama financiero y –sumadas a la política de déficit cero– permitirían recrear cierta confianza, por lo que el Gobierno no tendría que pedir nuevos créditos hasta fin de año. Es, en realidad, una clásica apuesta de largo plazo a la ortodoxia del círculo virtuoso: equilibrio fiscal-confianza-inversión-trabajo. “Nos guste o no, es el camino que elegimos. Ahora esperemos que de resultado”, comentaba una fuente de la Rosada.
Escenario pesimista: aunque ninguno se anima a hacer pronósticos públicamente, en voz baja un importante funcionario reconocía que las cosas quizás no salen como está previsto: la ofensiva especulativa contra la Argentina persiste, las variables económicas siguen a los tumbos; el clima de incertidumbre y la sensación de colapso inminente no ceden. En este contexto, la recaudación volvería a caer, por lo que el Gobierno debería apelar a un recorte de salarios y jubilaciones socialmente inaplicable.
“La reprogramación de la deuda no es una solución: es un default que es muy difícil de concretar de manera ordenada”, explicaban en la Rosada. Y mencionaban otro camino: “Estaríamos muy cerca de la cesación de pagos, pero todavía tendríamos chances de evitarla. Habría que buscar un esquema de apoyo financiero más amplio, todavía tendríamos tramos de préstamos, capítulos en la agenda de salvataje a los que podríamos recurrir. Claro, siempre y cuando continúe la decisión internacional de respaldar a la Argentina”, agregaba.
Según decía, la privatización de los activos que aún tiene el Estado -hipótesis defendida por algunos economistas– no sería ninguna solución.”Lo único importante que queda es el Banco Nación. Pero como están las cosas habría que negociar desde una situación de mucha debilidad y se podría sacar muy poco. Dos mil millones, con suerte: no alcanza ni para pagar un mes de intereses. No: la solución es seguir pidiendo ayuda financiera”, concluía.

 

OPINION
Por Sergio Berensztein *

Una decisión de Estados Unidos

Quedan pocas dudas sobre el rumbo que tomaría la administración Bush si se agravara la situación del país. Para ese gobierno como para una parte de la comunidad financiera internacional, la suerte de la Argentina está echada. Estas circunstancias permiten reflexionar acerca de dos cuestiones fundamentales para nuestro futuro: la política exterior de la administración Bush y las relaciones bilaterales entre Argentina y los Estados Unidos.
Se suponía que George W. Bush, consciente de sus notables limitaciones en política exterior, había armado un dream team de expertos y veteranos en la materia, muchos de los cuales habían trabajado para su padre. Este equipo no logró, sin embargo, definir un esquema de política homogénea que lograra la aprobación de los ciudadanos americanos. Tampoco evitaron recurrentes roces y conflictos con aliados y con potenciales enemigos. En estos primeros siete meses de gestión, la política exterior estuvo caracterizada por el aislacionismo y el predominio de lobbies poderosos, como la industria de la defensa, y de sectores ultraconservadores del Partido Republicano.
De la eventual decisión de no ayudar a la Argentina surgen dos preguntas fundamentales: ¿qué opina Wall Street al respecto? ¿Por qué México recibió apoyo en la crisis del Tequila mientras Argentina se desbarranca sin contención alguna? El mercado financiero americano, como el local, no es homogéneo. Hay algunos actores que efectivamente apostaron al default argentino, otros se mantienen a la expectativa y todavía queda un sector que no perdió esperanzas de que se evite el mal mayor.
Argentina representa un 24 por ciento del mercado de títulos de países emergentes y su caída impactaría sin duda en otros papeles. El contagio puede limitarse (por eso Brasil negoció un paquete preventivo de 20 mil millones de dólares), pero sería inevitable. Sin embargo, desde 1995 a la fecha se sucedieron varias crisis (la asiática, la rusa, la brasileña) y hoy los agentes tienen mayor capacidad para descontar sus efectos y desarrollar estrategias preventivas.
Tampoco el mapa político americano es el mismo. Hasta ahora, los halcones de la administración Bush han predominado y desoído los reclamos de los moderados, incluyendo algunos de Wall Street. Estos sectores aislacionistas eran justamente los que controlaban la Cámara de Representantes a comienzos de 1995, cuando Clinton intentaba rescatar a México de la debacle. La bancada republicana liderada por Newt Gringich se opuso tozudamente a liberar los fondos necesarios. Incluso muchos demócratas progresistas y “anti NAFTA” se oponían a ayudar a un régimen corrupto como el del PRI.
Sin embargo, Clinton resolvió mediante un Executive order (similar a los decretos de necesidad y urgencia) usar fondos de pensión de empleados federales, que fueron garantizados con ingresos por exportaciones de la petrolera estatal Pemex. El FMI puso su parte y así México evitó el colapso. Es decir que los contribuyentes norteamericanos no pusieron ni un centavo. Fue una decisión del presidente frente a un Congreso adverso para ayudar al principal socio estratégico regional.
Un actor clave de este proceso fue Robert Rubin, por entonces secretario del Tesoro, que había sido previamente el CEO de Goldman Sach. Es que Clinton lideró una coalición demócrata muy moderada y pragmática, integrada por hombres de las finanzas y de la “nueva economía” que pertenecían como él a la generación de los baby boomers. La crisis del Tequila representó una oportunidad extraordinaria para que estos “nuevos demócratas” demostraran su compromiso con sus aliados de las finanzas. Se había necesitado un Nixon para ir a China. Ahora se necesitaba un Clinton para salvar a Wall Street. Ya poco queda de ese mundo optimista y globalizado de seis años atrás, incluyendo las ingenuas ilusiones de ayuda y cooperación que suponían las relaciones carnales.

* Profesor del Departamento de Ciencia Política y Gobierno. Universidad Torcuato Di Tella.

 

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