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CENTENARIO DE LOUIS ARMSTRONG
El papá del jazz cumple 100 años

El 4 de agosto de 1901, Louis Armstrong nació es Nueva Orleans. Un siglo después, el aeropuerto de esa ciudad fue bautizado con su nombre. Esa distancia marca el recorrido de un hombre (y de un género musical) que empezó en las plazas y prostíbulos y terminó en las salas de concierto.

Por Diego Fischerman

La historia de Louis Armstrong es, a la vez, varias historias. La del muchacho pobre y autodidacta del Sur Profundo de los Estados Unidos. La del excéntrico que murió, siendo millonario, en la misma casa humilde de Queens que ocupó al llegar a Nueva York en los años 30. La del trompetista capaz de atacar un sobreagudo en pianísimo. La del músico capaz de aprenderse de memoria un solo que le gustaba y repetirlo noche tras noche como si fuera improvisado. La del hábil empresario que no realizó un sólo movimiento que no estuviera calculado al detalle y la del negro que, haciendo de negro, se hizo dueño del mercado laboral de los blancos.
Su historia puede medirse, también, en la distancia que media entre el callejón Jane Alley, entre Perdido y Poydras St., y el aeropuerto bautizado desde hoy como “Louis Armstrong Airport”. El 4 de agosto de 1901, Satchmo nació allí, en Nueva Orleans, en el estado de Louisiana. Dijo que había sido el 4 de julio de 1900. El cambio de un día y un mes le permitió jugar, durante toda la vida, a que su cumpleaños era el Día de la Independencia y a que su edad era la del siglo XX. El malentendido hizo que hace 396 días el correo estadounidense sacara una estampilla con la leyenda “Satchmo 2000” y que la orquesta oficial del jazz que dirige Wynton Marsalis en el Lincoln Center presentara en Nueva Jersey –fuera de tiempo pero con fidelidad a las fechas redondas– un concierto conmemorativo junto al ya anciano Arvel Jazz, contrabajista de Armstrong durante 25 años. Hoy es, sin embargo –y tal como indica su partida de nacimiento–, el verdadero centenario de la primera gran estrella pop de la historia. Del que empezó siendo la sombra de King Oliver, se convirtió luego en El Rey del Jazz, fue más popular que cualquier otro músico a través de mucho más tiempo que cualquiera de ellos, compitió en los rankings primero con Al Jolson, luego con Frank Sinatra, desplazó alguna vez a los Beatles con el single “Hello Dolly” y terminó siendo un éxito en la MTV de los ‘90 cuando, en la música de la película Good Morning Vietnam, volvió a sonar el hit que había grabado en 1967, cuatro años antes de morir: “What A Wonderful World”.
Lo cierto es que la edad de Armstrong es la edad del jazz, o, por lo menos, del jazz grabado en disco. Y el proceso que él ejemplificó como nadie es el del gran fenómeno del siglo XX: la conformación de géneros cultos a partir de tradiciones populares. O, dicho de otra manera, músicas que empezaron siendo rituales, funcionales y colectivas y se convirtieran en abstractas. Baile, canto y ritmo improvisado sobre tablas de lavar que se transformaron, a partir de la explosión de los medios masivos de comunicación, en algunas personas que escuchaban –en vivo o a través de nuevas invenciones como el disco y la radio– a otras personas que tocaban. O el tránsito de las calles y las plazas, de los funerales, los casamientos y los prostíbulos de la calle roja, a los bailes y los clubes primero y, después, a las salas de concierto.
Algunos dicen que Jazz viene de iase, la versión creole del francés jase (charlar, parlotear). Otros, que la raíz está en el mandinga jasi (“exagerar” o, en el argot del blues, “calentar”, “excitar” o, directamente, “coger”). En el origen estaban esos cantos de blancos hechos a su manera por los negros, esos himnos cristianos y marchas militares convertidos en la Congo Square de Nueva Orleans en parte del vudú. Lo que sucedió después fue, ni más ni menos que lo que Armstrong, burlón, se negó a explicar cuando le preguntaron qué era el jazz: “Si usted necesita preguntarlo, lo único que puedo decirle es que nunca va a entenderlo”. Sin embargo, gran parte de lo que podría ser una de las respuestas posibles ya está inscripto en las grabaciones que Louis Armstrong realizó el 14 de junio de 1925 junto a Fred Longshaw alternando entre el piano y un órgano de tubos y la gran cantante de blues Bessie Smith. La imitación entre la voz de Bessie y la corneta de Louis (ese era el instrumento que tocaba en ese entonces) explicitaba mucho de lo que constituye la esencia delgénero. Las preguntas y respuestas, desde ya, pero, sobre todo, la cuestión del color tímbrico. En el jazz los instrumentos imitan a la voz y la voz en el jazz (La nasalidad y cierta suciedad del timbre) es africana. Que haya sido Nueva Orleans el lugar donde esta nueva música hizo eclosión, no significa que allí hubiera nacido. El compositor de blues William Christopher Handy, a quien Satchmo homenajeó en uno de sus discos más importantes, contaba que alrededor de 1905, en Memphis, sonaba una música muy parecida a la de Nueva Orleans y que “todas las bandas de circo sonaban de ese modo; toda la región del Mississippi estaba llena de lo mismo, sin que nadie supiera lo que pasaba en otro lado. Yo me enteré de la música de Nueva Orleans recién en 1917”. El primer gran centro industrial que tomó a esa nueva música fue Chicago. Allí grabó Armstrong sus primeros discos, con sus legendarios Hot Fives y Hot Seven, y, más tarde, llegó la conquista de Nueva York y, con ella, de un repertorio menos jazzístico y de una celebridad inédita para un músico negro.
El vibrato característico (rápido y amplísimo) del final de sus notas siguió estando hasta el final. La imaginación para tocar con sencillez notas poco previsibles y para derivar la melodía hacia territorios sorprendentes, también. Algunos no dejaron de criticarle, ya en los 60 y 70, que en el centro de un paisaje donde los negros se radicalizaban (y la mayoría de los músicos de jazz tomaban partido) él siguiera sonriendo con su boca inmensa y blanquísima y le cantara a “un mundo maravilloso”. Algunos no quisieron perdonarle que siguiera rindiendo culto al jazz de principio de siglo XX y que ninguna de las evoluciones posteriores del género le hubiera hecho mella. En un sentido, como Ellington, Louis Armstrong, un músico absolutamente atípico y poco repreentativo de los estilos dominantes del género fue, sin embargo, uno de sus exponentes más perfectos.

 

Los mejores discos

Louis Armstrong empezó siendo un músico de jazz y se convirtió en otra cosa.
Sus discos representan a la perfección todos los vaivenes de su carrera. La frontera se sitúa, tempranamente, a comienzos de los ‘30, cuando en su repertorio empiezan a entrar cada vez más canciones del Tin Pan Alley (la calle donde estaban los estudios de los autores que proveían a la industria de las comedias musicales). Es falso, sin embargo, que todo lo posterior sea malo y, mucho menos, que aún como artista pop Satchmo no haya sido un grande. Basta, para comprobarlo, la meliflua “What A Wonderful World”, convertida por él, en 1967, en una obra maestra.
De la primera época resultan indispensables sus grabaciones con la cantante de blues Bessie Smith (incluidas en el volumen Bessie Smith 19241925 de la serie The Chronological del sello Classics) y, desde ya, los registros originales para el sello Okeh con los Hot Five y los Hot Seven (agrupados en el álbum de 4 CD The Complete Hot Five and Hot Seven Recordings, publicado por Sony. Los volúmenes 5 (Louis in New York), 6 (St. Louis Blues) y 7 (You’re Driving Me Crazy) de la serie cronológica editada por Sony marcan la transición del músico local y de las grabaciones de Chicago a la conquista de Nueva York y a la fama nacional e internacional. Grandes Exitos (RCA Victor) selecciona registros de los 30, los 40 (“Sugar”, una de sus tantas versiones de “Ain’t Misbehavin”, “Rockin’ Chair”) y hasta una conmovedora interpretación de la hermosísima balada “My One and Only Love”, grabada en 1970, un año antes de su muerte. All Time Greatest Hits, del sello Universal, toma al Armstrong más pop (incluyendo “What A Wonderful World”, “Hello Dolly” y una bizarra “Kiss of Fire”, que es una adaptación del tango “El Choclo”).
A pesar de los fundamentalistas que aseguran que de Armstrong sólo interesan sus Hot Five y Hot Seven, en los 50 y 60 Satchmo grabó varios discos memorables, empezando por sus homenajes a W. C. Handy (Louis Armstrong Plays W. C. Handy, de 1954) y a Fats Waller (Satch Plays Fats, de 1956), ambos reeditados recientemente por Sony con excelente remasterización y abundantes bonus tracks. Los tres discos junto a Ella Fitzgerald (Ella & Louis, Ella & Louis Again y Porgy & Bess, agrupados en el álbum The Complete Ella Fitzgerald and Louis Armstrong, del sello Verve) son de 1957, Louis Armstrong Meets Oscar Peterson (Verve) es del mismo año y las legendarias grabaciones para el sello Roulette junto a Duke Ellington son de 1961 (reeditadas por EMI en un álbum doble que incluye tomas alternativas).

 

frases

”Si usted necesita preguntar qué es el jazz, lo único que puedo decirle es que jamás lo entendería” (Louis Armstrong).

”El jazz no es una música; es una forma de tocarla” (Louis Armstrong).

”Si Jesús fuera negro y participara de demostraciones, también le pegarían a él” (Louis Armstrong, el 22 de abril de 1965, acerca de la represión de manifestaciones de negros en Alabama).

”Si un tipo tiene swing y puede tocar una melodía, eso es lo que cuenta. Una buena idea es mejor que el mejor de los solos de jazz” (Louis Armstrong).

”En el comienzo de ‘West End Blues’ está contenida toda la historia del jazz: blues, lirimo, los comienzos del Be-Bop. Todo lo que vendría después empieza con él” (Nicholas Payton, trompetista).

”Si se piensa en los días en que Armstrong empezó, ellos no tenían la menor idea de teoría. No había nadie que les enseñara armonía o composición. Satchmo lo tenía que inventar todo desde sus sensaciones. Por ejemplo, si tenía que tocar un blues no sabía la teoría. Sólo tenía unas notas que él llamaba ‘blue notes’: la tónica, la tercera menor, la quinta disminuida. Y sabía que si las tocaba a lo largo de un blues, con una cierta base rítmica, nada podía salir mal” (Clark Terry, trompetista de Duke Ellington, entre otros).

”Tal vez nunca me hubiera fijado en la manera de tocar de Louis si no fuera porque King Oliver me dijo que Louis podía tocar mejor que él, pero que, desde que estaba en la banda, jamás lo había hecho para no destronarlo y permitir que siguiera siendo El Rey” (Lil Hardin, primera esposa de Armstrong y pianista de sus primeros grupos).

”Escuchen el dúo entre Louis Armstrong y Earl Hines (‘Weather Bird’, 1928). Unos pocos años antes lo habían hecho Jelly Roll Morton y King Oliver. Si se oyen las grabaciones una junto a la otra, son el día y la noche” (John Faddis, trompetista).

”Estudié durante años, hora tras hora, la introducción de ‘West End Blues’. Nunca logré que me saliera igual a la de Louis Armstrong” (Wynton Marsalis, trompetista).

“Una cosa digna de tenerse en cuenta es que además de la inmensa montaña de aplausos que caen sobre Louis apenas ha terminado su coro, el mismo Louis se apresura a mostrarse visiblemente encantado de sí mismo, se ríe con su grandísima dentadura, agita el pañuelo y va y viene por el escenario, cambiando frases de contento con sus músicos y en un todo satisfecho con lo que está pasando...” (Julio Cortázar, en La vuelta al día en ochenta mundos.)

 

OPINION
Por Carlos Polimeni

Dale alegría a mi corazón

Un amigo de mi padre pasó cierta vez como una exhalación por nuestra casa de Mendoza: se iba del país por un tiempo, a fines de los 60, y debía dejar a buen resguardo un tesoro. Sabía que en aquel lugar, que era al respecto un templo pagano, aquel tesoro estaría a buen resguardo, hasta su regreso. Lo que H.L. dejó aquella mañana de sábado en la casa de la calle Juan José Paso, en Dorrego, no tenía precio posible: era una colección de 981 discos longplay de jazz. Ni uno más, ni un menos. Los discos estaban numerados, y esa numeración obedecía a un orden cronológico. Como en esa casa si algo había, además de personas y libros, era discos, se les habilitó un estante especial. H.L. jamás volvió a buscar su tesoro. Cuando el niño que yo era preguntó por su vida, la primera vez le contestaron que vivía en Brasil. A la segunda oportunidad, que se había casado, y era difícil que volviese. Años después, la respuesta fue que había muerto en un accidente de auto. Nunca nadie más se presentó a reclamar el tesoro, que así quedó anexado a esa discoteca llena de misterios y sorpresas.
Mi padre, que amaba a John Coltrane y Charlie Parker, a Joao Gilberto y Astor Piazzolla, odiaba a Louis Armstrong, al que acusaba, en los años de Malcolm X, Angela Davis y el Black Power, de ser un negro bueno y dócil, que encantaba a los reaccionarios. Al niño que yo era, ese discurso lo impresionaba un poco: debía ser muy malo gustarle a los reaccionarios, señores a los que no conocía en persona pero intuía despreciables. De todas maneras, ser niño es ser curioso, y un día me arriesgué al territorio prohibido: puse en el combinado Philips, que habíamos estrenado con un disco de Osvaldo Pugliese, un disco de Armstrong. Llevaba varias semanas estudiando la historia del jazz en el orden cronológico que proponían los 981 discos de H.L., de Bix a Coltrane, de una increíble primera grabación de “Caravana” por Duke Ellington a unos opus indescifrables de Mingus. Me gustó Armstrong, me gustó mucho, pero lo dije poco.
Un día de julio de 1971 Armstrong se murió, y me descubrí emocionado por la ceremonia, que vi en la enorme televisión en blanco y negro del dormitorio de mis abuelos. Mi madre había muerto en un accidente poco antes, y una tristeza enorme, de la que nadie hablaba, flotaba en aquella casa. A mi abuelo, que era bandoneonista, sí le gustaba Armstrong, porque le gustaban los negros buenos, y no entendía nada del mundo que vino después de los 50. No entendía a Los Beatles, por ejemplo. Me impresionó, en el velorio televisado, una jam sesion, en la que docenas de jazzmen lo despedían tocando. Luego, hasta el ‘76, vi varias veces, en las largas tardes de los sábados en invierno, películas de Armstrong que daban por televisión. A lo mejor era siempre la misma –como cuando en las Semanas Santas daban Los l0 mandamientos– pero a mí me parecían diferentes, porque veía de a pedazos, esperando las partes en que cantaba. Sí, porque cuando Armstrong cantaba yo sentía que eso debía ser la felicidad.
Sin embargo, hay en mí algo que todavía se resiste a Armstrong. Hasta que suenan sus discos. Cuando suenan sus discos, enfatizo, cuando el inventor del scat canta, una oleada de alegría me da vueltas por el alma. Si canta con Ella Fitzgerald, la alegría es doble. Si quiero un trompetista, pongo a Miles Davis o a Chet Baker, a esta altura. Ahora, que conozco la vida de Louis (la historia del padre que lo abandonó, la madre prostituta, los años en el reformatorio, el encierro por fumar marihuana, su estigma de negro en un país racista) entiendo el valor político que tenía su estrategia, la mentira de su nacimiento el 4 de julio de 1900, el papel que se había jurado cumplir. No era un negro bueno. Acaso sabía, había comprendido, intuía que la alegría nunca es reaccionaria.

 

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