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TEATRO ABIERTO, UN MOVIMIENTO QUE DESAFIO A LA MORDAZA DE LA DICTADURA
“Para mirarnos a la cara sin vergüenza”

Esta es la historia de la epopeya teatral que hace veinte años se atrevía a enfrentar las listas negras y la censura, para convertir al escenario en un espacio de resistencia ética y política contra la barbarie militar.

Marta Bianchi, Pepe Soriano, Virgina Lago, Carlos Gorostiza, Jorge Petraglia y Roberto Cossa.

Por Hilda Cabrera

La rebeldía del teatro argentino no nació con Teatro Abierto 1981, pero dada la singularidad e importancia de este movimiento en el contexto de la dictadura militar se convirtió en epopeya y bastión de resistencia creativa para sus protagonistas: autores, directores, intérpretes, escenógrafos, músicos y técnicos. Este movimiento, que en principio surgió del agravio de los autores ante la indiferencia y el menosprecio de sus obras por parte de quienes dirigían los teatros oficiales y la universidad (la cátedra de Teatro Argentino Contemporáneo había sido eliminada), estuvo integrado por artistas que manifestaron su rechazo a la mordaza social, básicamente a través de su trabajo personal y, a veces, conformando grupos. Pero siempre habían existido en el teatro argentino quienes expresaran la realidad, de modo directo o metafórico, y esto más allá de los conflictos que suele generar la pregunta de si el teatro debe o no retratar puntualmente su entorno. Entre las más cercanas al fenómeno T.A. 81, obras relevantes como Visita (1975) y Marathon (1980), de Ricardo Monti, o El señor Galíndez (1973) o Telarañas (1976), de Eduardo Pavlovsky, describieron con diferente mirada y estilo un estado de cosas, como en otro plano lo hicieron Paco Urondo en Archivo general de Indias (1972) y Osvaldo Dragún en Historias con cárcel (1972).
El mismo año en que comenzó a gestarse Teatro Abierto (a fines de 1980), los medios de comunicación masiva mantenían al día sus listas negras. Prohibidos y sospechosos debían emigrar o escribir bajo otro nombre. Era el caso de algunos autores y guionistas. La búsqueda de una estrategia para expresarse en conjunto surgió de una serie de reuniones realizadas en la confitería de la Sociedad de Autores de la Argentina (Argentores). Allí, en noviembre de 1980, Dragún aportaba empuje e ideas junto a los colegas fundadores del movimiento. Entre otros muchos Roberto Cossa, Carlos Somigliana, Elio Gallípoli, Carlos Gorostiza, Máximo Soto, Ricardo Monti, Oscar Viale y Jorge García Alonso. Griselda Gambaro había regresado de Barcelona y tenía una pieza breve, Decir sí, que fue aceptada. Debían seleccionarse 21 obras de diferentes autores.
En un primer momento sólo se contaba con cinco directores para el ciclo. Cuando se divulgó el proyecto se postularon 36. Después aparecieron músicos, escenógrafos y técnicos. En cuanto al dinero, hubo aportes varios, además del que provino de la venta de abonos. El libretista Abel Santa Cruz, entonces en la comisión de Argentores, entregó un cheque. El anuncio a la prensa lo hizo Dragún junto a otros pioneros, el 12 de mayo de 1981. En julio comenzó la venta de abonos y el 28 de ese mes tuvo lugar el acto inaugural con la lectura de un texto de Somigliana. El encargado de dar a conocer el manifiesto fue el actor Jorge Rivera López, entonces presidente de la Asociación Argentina de Actores. Se iniciaba así una etapa de reafirmación de la existencia del teatro argentino, del derecho a opinar sin ataduras y del propósito de mantenerse unidos a pesar de la diversidad de opiniones y caracteres. Se decidió que las funciones comenzarían a las 18 para dar oportunidad a que los protagonistas del proyecto, que trabajaban gratuitamente, pudieran cumplir con sus otras tareas. Las primeras muestras se iniciaron el 28 de julio y culminaron el 5 de agosto. El escenario era el Teatro del Picadero, donde se vieron Decir sí, de Gambaro; El que me toca es un chancho, de Alberto Drago, y El nuevo mundo, de Somigliana. Después, el desastre de la madrugada del 6 de agosto: un incendio intencional, nunca aclarado. Pero el hecho le dio un cariz más político a lo que hasta entonces era ante todo un acto de resistencia ético-cultural. Se imponía rearmarse.
Frente al Picadero destruido se reunieron técnicos y artistas: Dragún, Cossa, Somigliana, Gorostiza, el actor Alberto Segado, los directores Antonio Mónaco, Omar Grasso y muchos más. Hubo asamblea en el salón de Argentores y una conferencia de prensa en el Teatro Lasalle. El ciclodebía continuar. Hubo adhesiones, entre otras del escritor Ernesto Sabato, de Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz, y de Jorge Luis Borges, a través de un telegrama. Los dueños de salas comerciales ofrecieron espacios. El mismo Dragún recordó en un artículo la buena predisposición de Alejandro Romay y Carlos A. Petit. Entre los ofertados se optó por el Tabarís, destinado por la noche al género revisteril. La etapa en la sala de la avenida Corrientes se inició el 18 de agosto y concluyó el 21 de setiembre. Las 20 obras ofrecidas (Antes de entrar dejen salir, de Viale, no pudo presentarse por complicaciones de orden técnico) fueron expresión de libertad, aun cuando no se refirieran de modo directo a la realidad política. Era evidente que, mostradas en un contexto represivo, adquirían un tono contestatario inusual. Con la sensibilidad a flor de piel, artistas y público se convirtieron en protagonistas de un fenómeno entonces único en su género. Las obras fueron compiladas y editadas en un libro que se vendió rápidamente. En esa edición el orden en que se encuentran las obras no guarda relación con sus fechas de estreno sino con el apellido de los autores.
Teatro Abierto no terminó en el 81, como tampoco dejaron de crearse ni estrenarse obras fuera del ciclo. Hubo otra programación para 1982, ofrecida en el desaparecido Odeón y el Margarita Xirgu, y una más para 1983, cuando se quemó un muñeco que simbolizaba la censura, en el parque Lezama. Pero el empuje del 81 se había debilitado. Restablecida la democracia, Teatro Abierto dejó de existir. Algunos de sus protagonistas, los autores Carlos Gorostiza y Pacho O’Donnell, y el actor Luis Brandoni, ocupaban importantes cargos en el gobierno radical. Si bien se iniciaron algunos intentos de reanimación en 1985, nunca más se recuperó aquel entusiasmo colectivo. Por entonces se imponían otros modelos de actuación y producción, y el teatro se enlazaba a la realidad de manera más metafórica. Varias de las piezas presentadas en los tres primeros ciclos perduraron y se convirtieron en material de repertorio de grupos jóvenes, y de estudio, dentro y fuera de la Argentina.
Teatro Abierto fue una apuesta de la imaginación y una reafirmación de valores, como los de la libertad y la diversidad de opiniones y estéticas. Aquel celebrado intento de dar cuenta de su existencia y crear un canal de comunicación y complicidad sigue vigente, más allá de si hoy les importa o no a los teatristas trascender su ámbito, explosión que logró últimamente el ciclo Teatro x por la Identidad, al cual apoyaron no pocos integrantes de Teatro Abierto. Tal vez porque éste dejó una marca. Como decía el pionero Dragún sobre el movimiento concretado en el 81, porque “el objetivo profundo fue volver a mirarnos a la cara, sin vergüenza”.

* Mañana a las 12 en el Teatro del Picadero se colocará una placa conmemorativa y a partir de las 21 se realizará una fiesta escénica para celebrar la reapertura de la sala donde nació Teatro Abierto.

 

La pasión, ante todo

Por Elio Gallipoli
Recuerdo las reuniones previas al ciclo. Chacho (Osvaldo Dragún) tenía una capacidad superlativa para enlazar todas las parcialidades, aun las más tironeadas. En los homenajes a Teatro Abierto veo que hay dos o tres slogans que se reiteran y preguntas como por qué lo hicimos. Creo que fue ante todo un acto creativo. Es cierto que por el contexto fue una oposición a la dictadura, pero también una oposición a la incapacidad de gobernar. En 1981 la represión no era la misma de los años anteriores, y los militares estaban dejando en claro que, a pesar de su poder y de la sangría que habían producido, eran además incapaces para gobernar. En ese clima, lo que demostró la gente vinculada al teatro fue una gran capacidad de gestión y amplitud de pensamiento. Cuando hubo que elegir un nombre se empezaron a tirar palabras sueltas. Hasta que alguien dijo abierto y otro teatro. Después de un silencio, salió teatro abierto, pero otro reparó que existía Open Theatre. Creo que fue Chacho quien dijo que eso estaba escrito al revés, y después de comunicarlo a los demás fue aprobado. En los años siguientes, Teatro Abierto se fue diluyendo. Predominaron las ideologías, los agrupamientos... Siempre hubo tironeos. Nunca fue una cosa idílica, pero la pasión estaba en primer plano. La capacidad de gestión de gente que apenas ha trascendido fue impresionante. Tuvimos un ecónomo increíble (Víctor Watnik). Nunca se produjeron conflictos con el tema del dinero. Esa capacidad es algo que no terminamos de aprender. Me inquieta que no podamos generar una gestión cultural equivalente, tanto en economía como en proyección, a la de aquel movimiento. El miedo era entonces a la represión, y hoy es a la incapacidad de gestión. Si en medio del desbarajuste en que estamos viviendo existiera un aparato cultural sólido, podríamos contrarrestar tantos males.

 

Alzar la voz y decir “no”

Por Griselda Gambaro
Me fui de la Argentina en julio del 77 y volví de España a fines del 80. Me preguntaron si podía colaborar y presenté una obra corta, Decir sí, que dirigió y actuó Jorge Petraglia. El hacía el papel de Hombre y Leal Rey, el de Peluquero. Creo que ésta fue después una de mis obras más representadas. Es sencilla y eficaz en su humor. Petraglia mostraba una comicidad especial, muy refinada, y la máscara de Rey, que después se trasladó a Costa Rica y murió allí, era tremendamente expresiva. Tenía unos ojos grandes que provocaban en quien los miraba una especie de terror oculto. La obra se ajustaba ideológicamente a ese no que necesitábamos decirle a la dictadura. Yo no percibí temor en los que trabajábamos allí ni en el público. Sentíamos sí aprensión, algo parecido a lo que nos sucedía mientras ensayábamos La malasangre, con Laura Yusem. No podíamos olvidar que estábamos bajo una dictadura. Pero el hecho de participar de un proyecto común nos hacía fuertes. Había mucha furia contenida, mucho deseo de echar a todos esos seres aberrantes de la dictadura. La importancia de estas movilizaciones es que permiten cobrarse deudas pendientes. Deudas que hoy se relacionan con los derechos humanos, que no son solamente los vinculados con los desaparecidos y con los niños robados, sino también a la falta de oportunidades de acceder a la salud, la alimentación, el estudio. Creo que el teatro no puede separarse de la sociedad, que es la que le dio origen. Hoy el teatro está oprimido, como la sociedad, por todo lo que se le quita, y, como ella, resistiendo con bastante vitalidad. A mí, que estoy desde hace mucho tiempo en el mundo del teatro, me asombra y conmueve la obstinación que hay en nuestra gente por crear cultura. Lo agradezco, porque mientras lo demás se desmorona ese afán nos mantiene vivos.

 

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