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GAVRI BARGUIL, DIRIGENTE DEL MOVIMIENTO KIBUTZIANO ISRAELI Y EX SECRETARIO GENERAL DE PAZ AHORA
“Estamos en una trampa montada por ambos lados”

Es el secretario general del movimiento que agrupa a los kibutz de Israel y tuvo ese mismo cargo en Paz Ahora. Según él, los acuerdos de paz son irreversibles, pese a la difícil situación actual. La cuestión es cuántos palestinos e israelíes seguirán muriendo hasta alcanzar un acuerdo definitivo.

Por Luis Bruschtein

–Pareciera que la situación de violencia entre Israel y los palestinos ha llegado a un punto sin retorno...
–No es así; todos sabemos que en algún momento las dos partes deberán volver a sentarse para llegar a acuerdos de paz. Porque los acuerdos de Oslo entre Yehuda Barak y Yasser Arafat son estructurales, sentaron bases de las que no hay retorno; hoy israelíes y palestinos somos vecinos. Ya no se trata de que de un lado se niega la existencia del Estado de Israel y del otro se niega el derecho de los palestinos a su propio Estado. Hoy somos pueblos vecinos que han aceptado la existencia del otro y no se puede volver atrás de ese punto tan importante. Lo que sucede es que en este momento la opinión pública israelí está muy sensibilizada por los atentados terroristas, por un lado. Y del lado palestino, no ven que en el gobierno israelí haya una decisión de paz. El gobierno de Ariel Sharon no tiene una política, una estrategia para la paz, se sienta a negociar, pero no tiene objetivos estratégicos concretos. Y entonces los palestinos también se resisten a hacer concesiones. La política de paz es una política de concesiones de ambos lados. Y, más allá de la coyuntura, no hay otra alternativa para dos pueblos que son vecinos.
–¿Cuáles son las concesiones pendientes entonces, porque lo que apareció como fracaso en las negociaciones fue la negativa al retorno de los refugiados palestinos a Israel?
–Yo creo que eso fue la excusa, porque en general no estaban cerradas las conversaciones sobre ningún punto. Pero los tiempos políticos tanto de Arafat como los de Barak eran distintos a los tiempos del proceso de paz. Cuando se reunieron en octubre en Camp David, Barak, Arafat y Bill Clinton prácticamente habían llegado a un acuerdo. Pero era una semana antes de las elecciones en Israel. Barak había hecho las concesiones más importantes que ningún líder israelí hizo en la historia del conflicto de Medio Oriente y necesitaba tener algún resultado antes de las elecciones. A su vez, en ese tironeo, Arafat salió de Camp David con la sensación de que para la imagen pública había sido muy presionado por Clinton y Barak. Entonces, y yo creo que ahí se equivocó, alentó durante esa semana las manifestaciones palestinas donde se produjeron hechos de violencia. En plenas elecciones, la opinión pública israelí, que había apoyado las negociaciones de paz, al ver que frente a las concesiones que se hacían, la respuesta era la violencia por parte de los palestinos, optó por una figura más dura. Así Barak perdió ante Ariel Sharon y Arafat perdió un serio interlocutor para la paz del lado israelí. Ese fue un problema. Pero en las conversaciones generales, además del retorno de los palestinos, había otro punto difícil que era la negativa de la parte palestina a firmar el cese de fuego definitivo.
–¿Cuál será el destino político de Barak?
–Es muy difícil saberlo. Le va a ser muy difícil retornar a la vida política porque, a diferencia de Netanyahu, éste perdió elecciones, pero tiene un fuerte apoyo dentro de su partido. En cambio Barak nunca logró construirse un apoyo real dentro de su propio partido. Fue electo en el ‘99 con la esperanza de que le ganara a Netanyahu, pero incluso cuando ya era primer ministro no logró articular un foco de poder dentro del partido.
–Da la impresión de que la opinión pública israelí ya no tiene confianza en la negociación pacífica.
–Yo creo que es cierto que en ese momento, en octubre, hubo un quiebre en la esperanza de paz entre la gente y no sé cómo se podrá revertir esa situación. Sobre todo en este momento, cuando se producen atentados terroristas masivos a la población civil como el de la discoteca en Tel Aviv.
–¿Yasser Arafat tiene control sobre toda la población, sobre la Intifada?
–Sí, por supuesto, pero uno puede ordenar de un día para el otro a la gente que salga a protestar y muy distinto es después decirle a la gente que vuelva a su casa. No se da de un día para el otro porque además está la influencia de los grupos más extremistas, como Hamas, que crecen en momentos de enfrentamiento y lo radicalizan. Yo creo que Arafat se equivocó en ese momento y de alguna manera fue responsable de que Sharon ganara las elecciones.
–¿Arafat tiene control sobre la gente de Hamas también?
–Sí, desde el punto de vista de que puede reprimirlos, tiene fuerza para hacerlo. La gran mayoría del pueblo palestino no es integrista. Pero reprimir a Hamas tiene para él un costo político. El gobierno de Sharon dice que no se sentará a negociar mientras sigan los atentados terroristas. Arafat podría pararlos, si los reprime, pero eso tendría un costo político para él. Y no está dispuesto a pagarlo, mientras del lado de Sharon no haya una propuesta, una estrategia seria de paz. A lo largo de todo el proceso de paz se veía que mientras el proceso avanzaba, Hamas se debilitaba, cuando el proceso de paz se detenía, Hamas se fortalecía.
–¿Cómo fue la reacción del pueblo palestino a partir de la situación que se creó con las negociaciones de paz?
–Una de las cosas trágicas en esta crisis es que ninguno de los dos pueblos ve realmente al otro, no se perciben, no tienen una idea del otro. Nosotros, los que militamos en las fuerzas pacifistas, estamos dedicados a la paz y vemos realmente lo difícil que es la situación. El israelí común nunca viaja a los territorios ocupados, no sabe lo que pasa realmente, fuera de lo que dicen los medios. Al israelí común le interesa el estado de seguridad dentro de Israel, que es su situación de seguridad, y no exactamente qué es lo que les pasa a los palestinos.
–Los medios presentan una situación de mucho antagonismo entre ambos pueblos...
–Es cierto, porque en realidad en este momento hay un ambiente de guerra y en estas situaciones, cada sociedad tiende a cerrarse en sí misma y no está dispuesta a ver que también parte de la crisis es el dolor de los otros.
–¿Cuál es la situación actual del Movimiento Paz ahora?
–La situación es más difícil, porque en épocas de actos de terrorismo tan duros dentro de Israel es muy difícil convencer a la opinión pública sobre la necesidad del proceso de paz. En Israel quedó una sensación de fracaso después de las negociaciones de Camp David y de que la culpa completa de este fracaso la tenía Arafat a pesar de que hoy sabemos que no es así.
–Algunos sectores de Israel hablan de la necesidad de encontrar nuevos interlocutores en el lado palestino.
–Es una exageración poco feliz y es parte de la sensación que tiene un sector de los dirigentes de Israel que se manejan como si fueran amos o patrones que pudieran elegir a los interlocutores del otro lado. Siempre dijimos, y el pueblo de Israel lo aceptó, que nosotros no podemos fijar quiénes son los líderes, los interlocutores palestinos. Tenemos que hablar con quienes sean líderes reconocidos por los palestinos. Y además, la historia nos demuestra que no siempre un nuevo liderazgo es mejor para negociar.
–Estas versiones de búsqueda de nuevos interlocutores dan la sensación al mismo tiempo de que, en realidad, no hay otros dirigentes con la misma representatividad.
–Arafat sigue siendo el líder indiscutido del pueblo palestino y no hay nadie hoy en la región y en el mundo que sepa a ciencia cierta qué es lo que podría ocurrir en Medio Oriente cuando Arafat no esté. Quizás haya incluso un período largo sin liderazgo claro y por lo tanto tampoco haya un interlocutor con quien negociar. Los grupos extremistas de ambas partesquizás se alegren por esta situación. Y para los dos pueblos esto podría ser una tragedia. Justamente por eso en la actualidad hay que aprovechar que Arafat tiene la capacidad de tomar decisiones y tratar de terminar el conflicto.
–¿De qué manera inciden los otros gobiernos árabes en este proceso?
–Hoy pueden tener un rol positivo. Los estados árabes necesitan la estabilidad tanto como el Estado de Israel. Porque la falta de estabilidad puede permitir el surgimiento, o fortalecer a los movimientos fundamentalistas y eso puede ser para ellos tan peligroso como la no paz en Israel.
–Muchos de esos conflictos internos de los países árabes antes se derivaban hacia el conflicto palestino-israelí.
–No necesariamente, este conflicto es el corazón del conflicto general en Medio Oriente y los Estados árabes entienden también que mientras no se solucione el conflicto palestino-israelí, ellos tampoco pueden permitirse vivir en una paz plena con Israel. Hay muchísimos refugiados que viven en esos estados vecinos. Si no se solidarizan con ellos, pueden tener costos políticos internos en esos países.
–¿Y la situación con Siria en el Golán?
–En realidad no cambió nada desde la época de Barak. Desde Itzhak Rabin en adelante todos los ministros de Relaciones Exteriores israelíes ofrecieron al presidente Hafez Assad una paz completa, como se le dice, a cambio del retiro del Golán. Barak y Assad estuvieron muy cerca de firmar un acuerdo y fue realmente una lástima que no llegaran a hacerlo. El actual presidente de Siria es un hombre joven que todavía no tiene la suficiente fuerza, la suficiente capacidad de decisión. Y por el otro lado hay un primer ministro de derecha en Israel que no necesariamente está dispuesto a hacer concesiones. Pero el tema de la paz entre Israel y Siria es solamente una cuestión de tiempo y ya está marcado el precio: el retiro completo del Golán. Hasta hace algunos años había una corriente muy fuerte en la opinión pública israelí que se oponía al retiro de las tropas del Golán. Una de las cosas positivas que pasaron en la época de Rabin y de Barak fue que la gente se educó hacia la posibilidad de concesiones territoriales significativas en el Golán y aumentó la disposición positiva de la gente en ese caso.
–¿Según su visión, la llave para retomar las conversaciones de paz estaría en manos de Arafat, en el sentido de que cambie su actitud?
–Estamos ante una trampa montada por ambos lados, ése es el problema trágico. Si Arafat quisiera actuar de manera inteligente, tendría que callarse dos o tres semanas, dos o tres semanas de silencio absoluto. De esa manera obligaría al gobierno israelí a retornar a la mesa de negociaciones, demostrando que él puede cesar la violencia. En la situación actual, a Arafat le es muy difícil llegar al cese de la violencia. Por el otro lado, el Estado de Israel no está dispuesto de ninguna manera a retornar a la mesa de negociaciones si no hay un cese de la violencia. Esto les da a los grupos fundamentalistas, a los grupos terroristas, la llave del proceso de paz. Ellos pueden abrir y cerrar el proceso según su conveniencia.
–¿En ese cuadro de situación, cuál es la función que cumple el movimiento pacifista israelí?
–El rol central de los movimientos pacifistas en Israel es hacer todo lo que esté a nuestro alcance para evitar una guerra. Es algo posible. Y además seguimos llamando incansablemente al retorno de las negociaciones de paz, porque sabemos que finalmente habrá que retomarlas. La pregunta que hay que responder es entonces: cuántos miles de vidas más vamos a perder en el camino.
–¿Cómo es exactamente la discusión alrededor del retorno de los refugiados palestinos a Israel, que fue uno de los temas más difíciles en las negociaciones de paz?
–Hay que entender las raíces de los acuerdos de paz y verlos en su contexto histórico. Siempre dijimos que la paz es una paz de concesiones. Nosotros, como Israel, concedemos, dejamos a un lado la idea de la Gran Israel, de la Israel con los territorios ocupados, y estamos dispuestos a volver a las líneas de cese del fuego del ‘67, y repartirnos la ciudad de Jerusalén. La derecha israelí siempre preguntó cómo concedemos tanto por la paz y los palestinos no conceden nada. Renunciar al derecho al retorno, ésa es la concesión principal, dolorosa, del pueblo palestino. La implementación del retorno de los refugiados palestinos directamente cancelaría la posibilidad de que Israel siga siendo el Estado judío. Se está hablando de cuatro millones de palestinos. Actualmente hay cinco millones de judíos y un millón de árabes ciudadanos del Estado de Israel. Si regresaran todos, a los lugares donde vivieron, a las tierras y casas donde vivieron hace más de 50 años sería la disolución del Estado judío. Sabemos que es difícil y hasta doloroso, pero hay que entender que ésa es justamente la concesión histórica que permitiría firmar el tratado de paz.
–¿Cuál sería entonces la situación de esos refugiados?
–El Estado de Israel tiene que reconocer el dolor de los refugiados y junto con el concilio internacional y de los estados árabes, dar una solución a los refugiados. Que puedan retornar a un Estado Palestino, o reubicarlos en los Estados Arabes o en otros países occidentales que estén dispuestos a recibirlos. Hay que entender que sobre este tema hay un consenso casi absoluto en Israel, inclusive en Paz Ahora. Quien lucha hoy en nombre del derecho al retorno de los palestinos está afirmando que vamos a seguir luchando por el resto de las generaciones. En las conversaciones que tenemos con los palestinos desde hace años, sus dirigentes lo aceptan. El examen de conciencia, el punto más difícil para Arafat, es pararse frente a su pueblo y decirlo claramente.
–¿Qué tipo de actividades está realizando ahora el movimiento pacifista por lo menos para mantener vivo el espíritu de las negociaciones?
–El tema central para la gente de paz en Israel es continuar el llamamiento al cese de la violencia y el regreso a las negociaciones porque sabemos que vamos a retornar. Luego de Camp David, todos saben cómo va a ser el acuerdo de paz. El esfuerzo principal es reducir las víctimas posibles frente al posible costo que va a tener este proceso. En este momento se está difundiendo un llamamiento conjunto de personalidades palestinas, incluso ministros de Arafat e importantes dirigentes e intelectuales, con personalidades israelíes. Las ideas centrales son más o menos: “Basta de derramamiento de sangre”, “basta de ocupación”, “sí a las negociaciones”, “sí a la paz”.
–La Intifada fue un movimiento popular, no terrorista, y contrastó de alguna manera con la sensación que hubo en algún momento de que podían llegar a una convivencia pacífica entre israelíes y palestinos...
–Justamente lo trágico de lo que ocurrió desde octubre es que hubo una ruptura entre gente que estaba acostumbrada a dialogar, que tenía confianza para hacerlo y justamente entre esa gente hay un quiebre, una ruptura. Y otra de las situaciones trágicas es que los palestinos están convencidos de que Israel es responsable por la violencia y los israelíes están igualmente convencidos de que los responsables son los palestinos. De todas maneras, a pesar de la crisis, el diálogo con el liderazgo palestino no se cortó nunca aunque no se haga público por la gran sensibilidad de ambos pueblos a partir de esta situación de enfrentamiento.

¿POR QUE GAVRI BARGUIL?

Por L. B.

Un problema entre vecinos

Parece un designio bíblico inapelable que israelíes y palestinos estuvieran condenados a vivir juntos y a desangrarse por toda la eternidad. Y no resulta lógico, como resultan incomprensibles los odios interétnicos que con tanta ferocidad se desataron en la ex Yugoslavia entre antiguos vecinos que hasta poco antes compartían barrios, escuelas y gobiernos.
Hasta antes de los acuerdos de Oslo, los palestinos no aceptaban la existencia del Estado de Israel y los israelíes no aceptaban el derecho de los palestinos a tener su propio Estado. Lo cual era ilógico por ambos lados. Como tener un adversario y al mismo tiempo negar que existe. Estos acuerdos, que fueron tan importantes, tan decisivos para la vida de ambos pueblos, lo único que hicieron, simplemente, fue incorporar la realidad a los planteos de ambos lados enturbiados por la ofuscación, fue como decir: “señor, su adversario existe”. De esta manera, ambos lados enriquecieron sus argumentos.
Una vez que se reconoce la realidad, es imposible volver a borrarla, que es lo que dice, de alguna manera, Gavri Barguil, una figura destacada del movimiento pacifista israelí. Barguil afirma que las negociaciones fracasaron porque los tiempos del proceso de paz resultaron distintos a los tiempos políticos. Su visión es que una semana antes de las elecciones en Israel el líder palestino Yasser Arafat quiso fortalecer su posición en las negociaciones promoviendo movilizaciones de protesta que desembocaron en hechos de violencia. Entonces la reacción llegó esta vez por el lado de la opinión pública israelí que se endureció contra las acciones palestinas y votó a Ariel Sharon, un líder del ala conservadora más dura. Entonces apareció Hamas con atentados masivos contra la población civil israelí. Entonces el gobierno israelí promovió incursiones en territorio palestino para matar a dirigentes de Hamas. Es una versión esquemática del planteo de Barguil y seguramente los dirigentes palestinos tendrán otra visión, pero el rápido ascenso en la escalada de violencia es un hecho.
Y ahora Arafat sorprende otra vez a sus adversarios con un pedido de cese del fuego con observadores internacionales, pero ya no tiene interlocutor en el lado israelí, gobernado por su ala dura. A esta altura, ni Israel podrá invadir por tiempo indefinido los territorios palestinos ni los palestinos podrán borrar a Israel del mapa. Ya no tiene sentido la guerra en los términos que se dio originalmente y la violencia simplemente agrega costos dolorosos e innecesarios a una paz que llegará necesariamente.

 

 

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