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La Santa Alianza contra Star Wars

 

El norcoreano Kim Jong-Il, último líder stalinista del planeta, firmó en Moscú una declaración contra el escudo antimisiles.

 

La consolidación de un eje Moscú-Pekín-Pyongyang es uno de los objetivos diplomáticos declarados de la Rusia de Vladimir Putin. En la primera cumbre a que asiste fuera de su patria o de China, Kim Jong-Il dio a entender ayer en Moscú que también era uno de los suyos. Una declaración conjunta ruso-norcoreana dejó sentada la defensa de los dos países del tratado antimisiles balísticos (ABM) de 1972. El mismo texto hace guiños conciliadores hacia Washington, como para demostrar que el Estado “paria” (Corea del Norte a ojos estadounidenses) no requiere de una iniciativa como la defensa nacional antimisiles (NMD), conocida como “Guerra de las Galaxias”. A la mayoría de los rusos la llegada de líder norcoreano después de diez días de viaje secreto en un tren ultrablindado hizo recordar no sólo los años de la Guerra Fría, sino también los del stalinismo.
En el Kremlin, Kim declaró a Putin que su país no hará más pruebas misilísticas hasta 2003. Es su primer compromiso en este sentido desde que George W. Bush fue elegido presidente el año pasado. En la declaración conjunta, las dos partes enfatizaron la inviolabilidad del tratado ABM. La declaración es oportuna: una misión rusa explorará hoy en Washington los planes de reducción de los arsenales atómicos estratégicos, que Bush procuró vincular con el Star Wars en una declaración que hizo a Putin en Génova tras la cumbre del G-8.
Putin calculó que la visita de Kim podía fortalecer su posición en las conversaciones sobre armas con Estados Unidos, ya que le permitiría presentarse a sí mismo como un mediador al servicio de la unificación de las dos Coreas, Norte y Sur. Al mismo tiempo, buscó mejorar el comercio bilateral. Kim Jong-Il compró unos 450 millones de dólares en armas. Un año después de la visita pionera de Putin a Pyongyang y 14 meses después de la primera cumbre intercoreana, se cree que Putin le insistió a Kim para que viaje este año hacia Seúl a una segunda cumbre. En la declaración conjunta, los rusos habían complacido la sensibilidad norcoreana al manifestar “comprensión” a su demanda de que se retiren las tropas norteamericanas de la entera península.
El dirigente norcoreano visitó ayer el centro de control de vuelos espaciales cerca de Moscú –donde el sábado se había reunido con el presidente Vladimir Putin en un ambiente muy soviético– antes de tomar su tren blindado rumbo a San Petersburgo. Antes, había visitado una réplica tamaño natural de la estación Mir. Como viene sucediendo desde el comienzo de su viaje a Rusia, el pasado 26 de julio, Kim exigió medidas de seguridad draconianas y rechazó cualquier contacto con la prensa a excepción de la norcoreana, dejando solamente a la televisión rusa filmar algunos momentos del día.
El último dirigente stalinista del planeta llegó el viernes por la noche a Moscú en un tren blindado procedente de Pyongyang tras atravesar en nueve días toda Rusia desde el Extremo Oriente, lo que equivale a unos 9000 km. Su visita fue recibida por los rusos como un retroceso de medio siglo que les mostró “a qué se parecía su país hace apenas unos años”, según un periodista de la cadena de televisión NTV. Esta tesis fue retomada por el diario Izvestia que ve en Corea del Norte al “último monumento vivo del stalinismo”, un espejo que refleja a Rusia “en una vida anterior”.
Mientras Izvestia veía en Kim Jong-Il el “espectro del comunismo”, Mijail Gorbachov, el último dirigente de la URSS, criticó las medidas excesivas adoptadas para recibir al líder norcoreano. Medidas que, según él, “sólo habían sido tomadas en tiempos de Stalin”. “Creo que incluso el presidente Putin se encontró en una posición embarazosa”, estimó Gorbachov horas antes de que el presidente ruso ofreciese una cena en el Kremlin en honor a Kim, uno de los dirigentes más aislados del planeta.

 

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