Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


4000 CHICAS SE PRESENTARON AL CASTING DE “POPSTAR”
El día de las estrellitas

El nuevo reality show que promete
crear nuevas estrellas y descubrir talentos convocó a miles de adolescentes vestidas para matar. Fue un día de sueños, bronca con las rubias, tops diminutos, cantos, mochilitas de plástico y sentirse discriminadas por no ser Barbies.

El casting fue en el estadio de Ferro, sin mamás y con pasitos organizados por un coreógrafo de Los Susanos.

Por Marta Dillon

Al amanecer, los taquitos hacían resonar su eco sobre las baldosas de la calle Avellaneda. Erguidas, como ensayando un paso de modelo aprendido en el comedor con dos libros en la cabeza, Victoria y Patricia, de Caseros, iban en busca de su destino. Alternativamente, una tomaba el brazo de la otra, mezclando la emoción con la necesidad de equilibrio; en las palmas, las uñas dejaban un rastro de medialunas rojas. “Es que no aguanto, no aguanto, no lo puedo creer”, decían y se pegaban, se tropezaban y se apuraban. La oportunidad estaba allí, a metros de su ansiedad. Hacía más de una semana que las dos adolescentes se preparaban para ese momento, el casting de “Popstars”, el nuevo reality show destinado a fabricar estrellas. Lástima que los sueños no resistieron el mediodía. Cuando ya se habían formado las siete cuadras de cola, los atuendos que en Caseros habían deslumbrado al barrio eran iguales a miles, y miles, de otros.
“Me emocioné cuando llegaba, pero había un par de modelitos que seguro quedan, siempre pasa lo mismo, todos quieren a las rubias 90-60-90, ¿no ves cómo las filman las cámaras? A ellas les hacen todos los reportajes”. Por eso Victoria agradece y agradece. “¿En serio me van a sacar una foto? A lo mejor se fijan en eso también ¿vos qué opinás?” Los ojos le brillan detrás de los lentes azules, dice que sabe que no, que no le va a tocar, pero por ahí, en una de esas, alguien entiende de sus ganas de cantar, de esa “como una necesidad” de ser famosa desde chiquita. Puede ser cantando, o bailando, o actuando, puede ser incluso la fugacidad de un reportaje. No importa, lo necesario es que sus deseos se expandan, sean conocidos por otra gente como ella, anónima, pero mucha. Victoria y Patricia son dos de más de cuatro mil adolescentes que depositaron sus ilusiones en una bolsa de plástico, dentro de una urna, a cambio de un número. Un casete con su voz y una foto que se tomaron una a la otra, con el pelo tapándoles media cara y la boca entreabierta, invitando a placeres que todavía no conocen.
Un murmullo salpicado de grititos agudos recorría como una corriente eléctrica la cola frente al estadio de Ferro. Al paso de las cámaras de los programas de chismes, las poses y los mohínes se abrían y esponjaban como colas de pavo real. Alguna audaz se atrevía a dar dos pasos de baile, otra quedaba en trance, cerraba los ojos y cantaba a quien se lo pidiera la canción de Cristina Aguilera que había elegido para concursar. De las mochilitas de plástico transparente salían espejitos mudos a los que se interrogaba insistentemente: ¿se vería el grano en la frente? ¿es mejor con anteojos o sin anteojos?
“A mí no me importa si no gano, seguro que no gano, pero tenía que venir, porque cuando te estás por morir te acordás, no hice esto, no hice aquello”. ¿Cómo es que Noelia, a los 17, piensa en el momento de la muerte? “Ya sé que tengo la autoestima baja, pero no sé, lo pienso, porque el tiempo pasa y es feo que te queden tantas cosas en el corazón que nadie más va a conocer”. Ella necesita darse a los demás, dice, y por eso se juntó con tres amigas inseparables, divinas, que acaba de conocer hace apenas una hora. “Pero te juro que es como si hubiéramos nacido juntas, ¡coincidimos en todo! Y además nos une Ricky”. Martin, obviamente, ni hace falta decir el apellido. Noelia y sus amigas están pensando alternativas, si no las llaman van a formar su propia banda, qué importa si cantan mal. “Si lo hacés porque te sale del alma, alguien te va a escuchar”.
“Para ella es un sueño, y para mí también, ya está anotada en el sindicato de actores y a veces la llaman. Salió en Chiquititas bailando y tomó la comunión en Amigovios, le dieron el vestido, todo.” Cristina Ponce, de Paso del Rey, mira a su hija y le acomoda en la mochila sus propias ansiedades. La nena tiene 16 y en sus ojos celestes destella la esperanza para toda una familia. Tías, primos, abuelas y hermanos le desearon suerte y prendieron velas para hechizar las ondas de su pelo oxigenado. En la puerta del estadio madre e hija se despiden: los familiares gozarán un rato de la tribuna. Cuando el verdadero show empieceserán expulsados a la calle, donde apretarán pañuelos hasta saber si ese fue un día de suerte.
En una hora y media todas las candidatas están en la cancha. Ya dejaron sus casetes, ya tienen su número. Ese es su distintivo en la multitud, por esas cifras los productores las van a reconocer y las chicas tienen que exhibirlo con la esperanza de que alguien lo anote en una planilla. Eso querría decir que algo les vieron, que hay otra chance, que el teléfono va a sonar. En el escenario una vocalista –Magalí Bachor– hace covers de Britney Spears, Natalia Oreiro o Cristina Aguilera y un coreógrafo -Marcelo, de los Susanos– guía los pasos. la idea es que las chicas los sigan desde el llano y ellas superan las expectativas, se desgañitan porque su voz se escuche entre miles, le piden atención a las cámaras moviéndose como medusas en un mar de hebillitas de colores.
“El punto es ser original, no copiar a las artistas, digo yo, bah, a lo mejor eligen a la que era igual a Cristina Aguilera. Tenías que mostrarte toda, lucirte”. Eso es lo que hizo Paola, pero sin suerte según ella. “Te das cuenta, las cámaras van cuando ven una línea así finita”, dice y se señala las nalgas. ¿Qué quiere decir eso? “Es la tanga, mami, si te ven de cabaret, te filman”. Tiene 16, es de Sarandí y luce un peinado con diez mechones en la coronilla atados con florcitas de plástico de colores. “¿Puedo mandar un saludo?” pregunta como si estuviera saliendo al aire en algún programa de radio. “Para mi mamá, que la amo”.
Desde que la prensa y los familiares fueron expulsados del estadio, las chicas quedaron solas, cada una con sus habilidades, con lo que aprendieron en los actos del colegio, en las escuelas de canto y de danza que la mayoría declara. Las que se sentían más aptas para la sobrevivencia no hablaron con nadie, se contorsionaron, tiraron besos, se prestaron para la campaña de un desodorante que auspicia el futuro programa y que fotografiaba a las niñas con el producto en los lugares más insólitos. Y salieron sudadas y felices, solas, porque así se las ve mejor. “Creo que hoy tuve suerte, no sabés: toda la pantalla con mi imagen, yo y una morocha, es que mirá cómo estaba”. Soledad se levanta el buzo que la madre acaba de lograr que se ponga y muestra un top de cuerina que apenas le tapa los pechos. “¡No me lo quiero poner! ma ¿me dejás?”, el buzo, finalmente, terminará atado en el cuello, pero el top recupera su dimensión original tapándole hasta el ombligo.
La amistad surge como hongos después de la lluvia entre las que se reconocen de la misma tribu urbana, entre las chicas y también entre las madres que confiesan una intimidad que les da la expectativa de ver a sus hijas rodeadas de fans. Paola y Paula, de 17, se amaron a primera vista a pesar de ser una de Boulogne y otra de Belgrano. “Yo intento ser hard core tirando a alternativa”, dice una. “Yo soy más alterna”, dice la otra. Igual, el estilo es sólo para la ropa, la música que les gusta es la misma que prefiere el 90 por ciento de las candidatas, música pop, hecha por productores que modelan a su gusto a los intérpretes, así como quieren ser modeladas ellas por la magia de la televisión y una empresa discográfica -BMG– que promete un contrato para las felices ganadoras. Paola y Paula dicen que eligen la ropa según “cómo estén de cuerpo”. Si tienen que ponerse una remera cortita toman sólo agua un día antes y hacen gimnasia. “Trato de comer muchos vegetales y pocos hidratos de carbono que son los que te hinchan. Yo lo se porque me informo y también por influencia de mi mamá”, dice Paola, que confiesa desórdenes alimenticios ya superados.
“A mí me molesta que se fijen siempre en las rubias, no tendrían que hacer eso. Yo no me considero espectacular pero en mi estilo, qué se yo, no estoy mal”. La cara redonda como una luna llena y una sonrisa más blanca por el contraste, Erica se va caminando despacio. Ya no soporta los tacos demasiado altos que eligió para el casting, con una amiga que encontró en la cancha y con la que ya planea una noche de disco, sueña que esos chicos que salen del club y aplauden a todas las que pasan sean undía sus fans. “Son sueños, pero a mí me hacen feliz”, dice y se sienta en la vereda para descansar por un instante sus pies hinchados.

 

Ser “una muñequita”

“Me fue bien, pero también lloré porque me doy cuenta que para la industria discográfica hay que congelar los sentimientos, sino a los productores les choca.” Silvia lo aprendió en una tarde. Llegó feliz al casting con una canción que compuso para todas las chicas que están enamoradas de cantantes. Ella lo estuvo: durante siete años sin interrupciones amó a Christian Castro “con locura”. Ahora lo abandonó por Pablo, un chico más al alcance de su mano, que no sabe nada de ese amor que a Silvia la hace morder la almohada por las noches. “Yo quiero ser algo más que una muñequita que canta y baila, pero acá no se valora la creación. Me di cuenta por la forma en que me miraron cuando les canté mi canción, no se dan cuenta que todas nosotras somos ángeles de cristal y que tenemos un tiempo corto para esto. Yo ahora tengo 23, pero voy a cumplir 24, 25, a los 28 ya no me van a querer”. A pesar de que la productora de Gustavo Yankelevich, responsable del programa que se emitirá desde septiembre por Azul TV, aseguró que no buscaban chicas perfectas, quienes salían del estadio de Ferro se quejaban de haber sido ignoradas por no parecerse a la muñeca Barbie. “No se si van a reír de mí o me van a dejar en un archivo, como quedan tantos talentos, porque en eso nadie se fija. Yo vine con ilusiones, pero me voy con dolor. ¿Esto va a salir? Porque a lo mejor es la primera nota de mi carrera”. Las ilusiones, para Silvia, es lo último que se pierde.

 

PRINCIPAL