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PIERRE CARDIN COMPRO LA ULTIMA RESIDENCIA DEL MARQUES
El sadismo se puso de moda

El célebre modisto pagó apenas 132 mil dólares por el castillo de Lacoste, y lo está restaurando para una serie de actividades culturales que incluye conciertos, un certamen literario y unas enigmáticas �Fiestas Sadianas�.

El modisto francés adquirió
el castillo, casi en ruinas, por apenas un millón de francos.

Por Rafael Conte
desde París

La compra por parte del modista Pierre Cardin de las ruinas del castillo de Lacoste despertó expectativas no tanto por su nombre, que evoca la de la marca de las chombas con el cocodrilo en la tetilla izquierda, sino por el de quien fue su último propietario cuando la residencia todavía era habitable, a fines del siglo XVIII: Donatien Alphonse François, conde de Sade, más conocido por su nombre de pluma de Marqués de Sade.
Lacoste es un pueblito de 417 habitantes situado en la falda de las montañas de Luberon, entre la Vaucluse y la Provenza, que dormita bajo la sombra de las ruinas del castillo que tan siniestra celebridad adquirió en manos de aquel maléfico señor: Sade fue su dueño desde que su padre se lo otorgó como dote por su matrimonio, lo habitó de cuando en cuando y lo hizo escenario de sus fiestas, de sus orgías y desenfrenos, de sus representaciones de teatro aficionado, de sus momentos felices o crueles e incluso de refugio contra la persecución de la justicia.
Así las cosas, se fue convirtiendo con el paso del tiempo en escenario de múltiples leyendas de todo tipo. Algunos campesinos protestaron ante él en vida del marqués por el secuestro de sus hijas, la policía lo registró a fondo cuando el marqués fue encarcelado definitivamente en busca de huellas de sus hipotéticas orgías, y hasta se desecó un estanque cercano donde se suponía que podía haber restos humanos de pretendidas sesiones de tortura y asesinato. Pena perdida, pues ya está fehacientemente demostrado que los mayores delitos del marqués sólo estuvieron en su imaginación literaria. Salvo, claro, los abusos cometidos contra Rose Keller y haber drogado a cuatro prostitutas, lo que, según su biógrafo Jean Jacques Pauvert, hoy sólo le hubiera costado una multa y dos o tres años de cárcel. Su fama de libertino, la persecución de una suegra implacable y sobre todo su pensamiento lo llevaron a ser condenado en rebeldía a muerte por un tribunal provincial y a ser encerrado el final por designio real. De allí lo sacó la Revolución de 1789, que le proporcionó diez años de libertad durante los cuales publicó la mayor parte de su obra, lo que le volvió a llevar a la cárcel final de Charenton, donde falleció. Durante la citada revolución, los campesinos destruyeron las almenas y la parte superior del castillo, que el marqués tuvo que malvender cuando ya estaba arruinado; nadie lo restauró, se derrumbaron casi todos las techumbres y cubiertas y se fue deteriorando hasta la ruina casi final.
Las ruinas pertenecían a un profesor de inglés, André Bouer, quien intentó repararlo con la ayuda de jóvenes estudiantes y voluntarios de todo el mundo. Ahora, su viuda lo vendió a Pierre Cardin por un millón de francos (algo más de 132 mil dólares), quien se dispone a restaurarlo y lo está convirtiendo en un centro cultural. Para comenzar el proceso, organizó unas Fiestas Sadianas, conciertos como Tristán e Isolda y un premio literario, mientras el pueblo empieza a levantar cabeza: ya hay un comercio (“Sade retro”), restaurantes, recetas (ensalada Sade, champaña y vino del Marqués de Sade y otras lindezas por el estilo).
Mientras tanto, el último heredero de la dinastía, el conde Xavier de Sade (79 años, 5 hijos, 25 nietos), reconoció y explota una filiación que sus ancestros habían ocultado: abrió sus archivos a historiadores e investigadores y registró su nombre como marca propia. Ganó todos los juicios y hasta consiguió que la célebre obra de Peter Weiss Marat–Sade se llame ahora Marat–X, porque –dice– “ambos personajes nunca llegaron a conocerse”. Sade no se vende mucho, aunque 35 mil ejemplares de cada uno de sus tres volúmenes en La Pléyade no poco, y la familia cobra derechos de todo lo que utilice el nombre, como perfumes, cosméticos y ropa, aunque no la ropa interior femenina: para eso, al menos por ahora, todavía no dieron permiso.

 

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