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Bajo fuego verbal (y del verdadero)

Mientras redoblaba sus
ataques militares a las FARC, el ejército colombiano denunció un gigantesco plan en su contra.

Una formación de las
FARC en el sur del país.
La guerrilla no contestó las informaciones del ejército.

El ejército colombiano está redoblando su ofensiva contra la guerrilla de las FARC y, de paso, contra el desfalleciente proceso de paz que encabeza el presidente Andrés Pastrana en su último año de mandato. Ayer, mientras la Fiscalía General ordenaba la prisión sin beneficio de excarcelación para los tres miembros del IRA acusados de colaborar con la guerrilla, el alto mando militar denunció que las FARC, que habrían sufrido decenas de bajas en la última semana a manos del ejército, planeaban matar en los próximos tres años a 500 soldados, secuestrar a 200 y destruir con explosivos varias unidades militares destacadas en zonas cocaleras.
Según ese informe, las tropas que combaten contra más de 2000 insurgentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC, marxistas, de 16.500 efectivos) en una vasta región selvática y cocalera del sureste del país hallaron ese plan guerrillero en los documentos incautados al jefe rebelde Octavio Salamanca (alias “Urías Cuéllar”), abatido el domingo pasado. “Urías Cuéllar” –líder de la columna ‘Juan José Rondón’, una de las unidades especiales de combate de las FARC– se había reunido recientemente con el número dos y jefe militar del grupo marxista, Jorge Briceño (alias ‘Mono Jojoy’), para trazar el plan de ataque contra los militares.
“A los militares hay que hacerlos llorar otra vez, lo que no se pueda dar de baja hay que secuestrarlo; esa es la orden”, le habría dicho Briceño a Salamanca, de acuerdo con el documento decomisado por los militares en la zona de las operaciones. Las FARC han secuestrado en los últimos cinco años a más de 700 militares y policías en incursiones perpetradas en diversas regiones del país. Trescientos sesenta y tres de esos efectivos fueron liberados en junio pasado en la zona desmilitarizada de 42.000 km2 del sur del país, escenario del diálogo de paz con el gobierno y bajo control rebelde desde noviembre de 1998.
La ofensiva contra las FARC, que se intensificó el jueves pasado tras la promulgación por el Gobierno de una ley que otorga facultades judiciales y facilita la operación del ejército, arroja un saldo de al menos 30 rebeldes y tres militares muertos, según un comunicado castrense. No obstante, otras fuentes del ejército señalaron que los insurgentes abatidos serían unos cien, aunque no han mostrado los cadáveres a la prensa. La comandancia de las FARC no se ha pronunciado sobre la denuncia de los militares ni sobre el número de bajas que estos dicen haberle causado. La operación contraguerrillera se concentra en los cocaleros departamentos de Meta, Guaviare, Guanía y Vichada (sureste), donde también han sido destruidos cuatro campamentos guerrilleros y 41 laboratorios para procesar cocaína, según los militares.
Viniendo del ejército colombiano, sin embargo, todas estas versiones deben ser tomadas con pinzas. Desde la concesión de la zona desmilitarizada a las FARC, los militares no han perdido oportunidad de criticar la medida y sus consecuencias, críticas que subieron en virulencia a medida que el proceso de paz impulsado por Pastrana fallaba en conseguir los resultados deseados. De hecho, se piensa que la presión militar fue decisiva en la abrupta y reciente ruptura por Pastrana de las negociaciones con las guerrillas del Ejército de Liberación Nacional (guevarista), que buscaba una zona de despeje de menor tamaño, y en el norte del país, para abrir negociaciones.
En ese momento, Pastrana acusó a las guerrillas de descarrilar el proceso sumando demandas de último momento, pero el ELN replicó que las acusaciones eran falsas. Ahora, la andanada de denuncias contra las FARC coincide con otro endurecimiento, aunque Pastrana insistió ayer que el proceso de paz seguía vivo.

 


 

Nicaragua en empate técnico

Los comicios presidenciales nicaragüenses del próximo 4 de noviembre prometen ser muy reñidos, a la luz de los resultados de la última encuesta de intención de voto realizada en un país que vive inmerso en la campaña electoral desde el pasado día 18. El sondeo elaborado el 31 de julio por la empresa Borge y Asociados entre 1.200 entrevistados y con un margen de error del 3 por ciento augura un empate técnico entre los dos principales candidatos. Daniel Ortega, del opositor Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), obtendría el 37,3 por ciento de los votos frente al 35,5 por ciento que conseguiría Enrique Bolaños, del Partido Liberal Constitucionalista (PLC), hoy en el gobierno. Las diferencias entre ambos se habrían reducido considerablemente tras la retirada de Noel Vidaurre, candidato por el tercer partido en contienda, el Partido Conservador, y su sustitución por Alberto Saborio, de menor atracción popular. La intención de voto en abril colocaba a Ortega en el primer lugar, con el 36 por ciento de los votos, a Vidaurre en el segundo, con el 28 por ciento, y a Bolaños en último lugar, con el 23 por ciento de preferencia de voto. Se podría haber producido un desplazamiento del voto conservador, que hoy sólo obtendría el 8 por ciento de los sufragios, hacia la opción liberal.
El aglutinamiento del centroderecha en torno a Bolaños podría impedir que los sandinistas retomasen el poder. Otro de los factores es el denominado “voto del miedo” respecto a una vuelta a la violencia de los años ‘80.

 

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