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LA LEGISLATURA PORTEÑA DEBATIRA UN PROYECTO DE UNION PARA HOMOSEXUALES
Pacto de amor

La Comunidad
Homosexual Argentina presentará un proyecto
para crear la unión civil entre personas de igual sexo. Así, las parejas gays y lesbianas tendrían reconocimiento oficial y, en la ciudad,
algunos beneficios del matrimonio heterosexual.

Noemí (izquierda), de 26. Liliana, de 27. Jugando a casarse, a la espera de la Unión Civil de Solidaridad.

Por Cristian Alarcón

La ciudad de Buenos Aires podría ser la primera de Latinoamérica en legislar la unión civil de parejas gays o lesbianas. Un proyecto de ley, que será presentado el martes ante la Comisión de Derechos Humanos de la Legislatura porteña por la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), tiene consenso en bloques tan disímiles como los de la izquierda, el ARI y algunos integrantes de Nueva Dirigencia, mientras que en la Alianza las opiniones se dividen entre quienes reconocen que lo apoyarían más allá de las decisiones partidarias y quienes prefieren cierta prudencia. Lo cierto es que la unión civil no es un matrimonio como el que rige para los heterosexuales, sino un “pacto de solidaridad” entre los enamorados, que implica el reconocimiento del Estado de que también existen familias constituidas por personas del mismo sexo. Implica con ello la protección de ese vínculo y –siempre en el ámbito de la ciudad– el acceso a los beneficios de la salud, la vivienda y las ayudas sociales. Aunque local, la futura ley abriría caminos en una sociedad cuyos cambios culturales no siempre son reflejados en una reforma legal. Si la Legislatura porteña la aprueba, el amparo del Estado a las uniones de homosexuales no sólo cabría para las parejas porteñas, sino que tendría una fuerte influencia en la jurisprudencia para el resto del país. Las enamoradas y los enamorados que vivieron hasta ahora en la sombra de los pactos privados preparan el arroz, las fiestas, las nuevas ceremonias.
Nadie sabe cuántas serían las parejas que, a partir de una ley como ésta, decidirían dar el paso hacia el altar, en este caso civil. Pero las estadísticas de todo el mundo indican que entre el 3,5 y el 5 por ciento de la población es homosexual. En Buenos Aires, según las organizaciones de minorías, esa cifra podría ser superior por la incesante diáspora de los gays y lesbianas que viven discriminaciones cotidianas en los lugares más conservadores del interior del país. Lo cierto es que al comienzo “habría una mayor cantidad de uniones porque se acercarían las parejas que ya conviven y padecen la falta de protección en varios ámbitos”, sostiene César Cigliutti, presidente de la CHA. Una de esas parejas sería, por ejemplo, la de Ramiro Alvarez y Javier Soler.
Ramiro es director de arte y vestuarista en cine y televisión y su novio estudia arquitectura mientras combate la recesión pintando casas cada vez que aparece una oportunidad. Con familias que “aceptan tácitamente” su relación, aunque los integran “sin demasiadas preguntas”, viven juntos casi desde el día en que se conocieron en una vereda de la calle Defensa, hace dos años. ¿Si han hablado de casamiento? Sí, claro. Y esta semana hablaron de unión civil. No sólo porque querrían que Javier tuviera obra social y quizá postular a un crédito con facilidades para familias, sino porque sólo pensar en ello es “absolutamente emocionante. Sería cumplir un sueño. Más de una vez nos hemos dicho: ¿querés casarte conmigo? Hagamos una fiesta”. Habría martinis, música y amigos, dicen.

Derechos

“Hasta este momento, el derecho argentino sólo aceptaba la familia como la unión derivada de un hombre y una mujer, en general la derivada del matrimonio”, le dice a Página/12 la jueza Graciela Medina, docente de Persona, Familia y Sucesiones en la UBA, la Universidad Torcuato Di Tella y la UADE. Medina, camarista de la Sala I en lo Civil y Comercial de San Isidro, es la autora del proyecto que a estas horas ya está en manos de los 60 diputados de la ciudad y que durante las últimas semanas fue discutido con varios de los asesores legislativos. Algunos propusieron cambios de forma y, según la CHA, la mayoría adhirió a la idea de crear una figura para reconocer las uniones homosexuales. Uno de los puntos de fondo sobre los que casi no hay objeción es que “excluir a los homosexuales, en sus relaciones de pareja, de un beneficio del que gozan otros ciudadanos es discriminación” y en que, “a pesar de los avances en el camino de la igualdad, el pluralismo y la tolerancia, los derechos civiles de los homosexuales no están equiparados a los de la población en general”.
El texto enviado a la Legislatura porteña cuenta con el aval de tres organismos del Estado en el área de los derechos humanos. Tanto la subsecretaria nacional Diana Conti, como el presidente del Instituto Nacional contra la Discriminación, Raúl Zaffaroni, y la ombudsman adjunta porteña, Diana Maffía, escribieron cartas de apoyo. Conti consideró que el Estado tiene la obligación de “regular y tutelar todo tipo de relaciones distintas a las que emergen de la pareja clásicamente monogámica tradicional” y que el concepto de “Unión Civil de Solidaridad” resulta “novedoso y correctamente tratado desde el punto de vista jurídico”.
Zaffaroni opina que “es discriminatorio que el Estado fomente el desarrollo, equilibrio y estabilidad afectiva de las personas con orientación heterosexual y que se desentienda de las personas con orientación homosexual”. Para el penalista, justificar esa discriminación reduce “el concepto de familia a una institución reproductora, con la consiguiente degradación de la dignidad humana”. Maffía está tan de acuerdo que considera que “lo realmente absurdo es que haya que hacer una norma especial para dejar de castigar a una pareja homosexual impidiéndole el mismo ejercicio de derechos que a cualquier otro sujeto”.

La nueva

Liliana Borda dice que ella sueña con esa norma especial. Que mira las escenas que dan la vuelta al mundo, esas mujeres europeas que se besan en la puerta de un edificio público en el que se han unido y que se ve junto a Noemí Gesualdo, la mujer con la que vive hace casi dos años. Ella, de 27, trabaja como cadeta. Noemí, de 26, como mucama. Se les hace difícil llegar a fin de mes y aun así han fantaseado con viajar para usar esas leyes prestadas, derechos de ciudadanos del primer mundo. Claro que sería imposible. La legislación de las comunidades españolas como Cataluña, Aragón y Navarra, la de Vermont, en Estados Unidos, o la francesa y la alemana, están limitadas a los ciudadanos locales. Esas leyes extranjeras, con diferentes variantes, crean registros de convivientes y otorgan el amparo estatal a las uniones homosexuales. Algunas incluyen derechos de pensión y herencia; otras se limitan a los servicios sociales y de salud.
Sólo Holanda contempla desde 2000 el casamiento y la adopción. Por eso esas fotos con vestidos de novia que Liliana y Noemí se tomaron para una producción de la revista Fulanas fueron como jugar a lo soñado.
¿Qué alcance tendría la Unión Civil de Solidaridad? Se reconocería legislativamente que las uniones de hecho homosexuales y heterosexuales –la UCS no es sólo para parejas del mismo sexo– constituyen una familia. “No solamente crea un registro, otorga un certificado y permite gozar de licencia para cuidar al compañero enfermo, sino que da un reconocimiento familiar, que es el real anhelo de los miembros de la pareja conviviente”, explica la jueza Medina. En ese sentido, esto no sería sólo importante para los porteños. “Brindaría seguridad jurídica, ya que la jurisprudencia nacional se encuentra dividida. Un sector se inclina por aplicarles a los concubinos homosexuales las mismas normas que a los heterosexuales, por ejemplo, en materia de obras sociales o de disolución de la comunidad de bienes. Otros les niegan equiparación con el concubinato”, apunta.
Al interior de la ciudad autónoma, la Unión Civil brindaría en concreto a la pareja gay o lésbica “los mismos derechos y beneficios otorgados, o los que en un futuro se otorguen a los parientes, matrimonios, esposos, y/o cónyuges”. Esto significa que quienes trabajen en el Estado local podrán, entre otras cosas, gozar de licencias por enfermedad de la pareja y de la obra social del otro. Con ello también se terminarían situaciones como las que en algunos hospitales y clínicas atraviesan las parejas de un paciente internado al que se impiden las visitas que no sean de la familia sanguínea. Si bien la obligación que crearía la ley sería para el Estado de la ciudad, porque la ley de obras sociales es de orden nacional, lo cierto es que la mayoría de ellas está concediendo los beneficios de atención a las parejas gay-lésbicas con la presentación de un certificado de convivencia. Con una ley, ese beneficio terminaría de extenderse y también generaría mayores reclamos de derechos por parte de los homosexuales que hoy, por miedo o pudor, no solicitan que incluyan a sus concubinos. Modesta, sobria, inicial, de acuerdo con la tendencia de tolerancia creciente, la ley de Unión Civil de Solidaridad llega a una ciudad en la que la vergüenza por una orientación sexual diferente queda atrás no sólo para los gays y las lesbianas, sino también para los ciudadanos con los que conviven, en todos los rincones, en cada sitio.

 

Un proyecto con consenso
Por C. A.

La base del consenso del proyecto de Unión Civil entre los diputados con los que la CHA mantuvo reuniones antes de la redacción final está en la propia Constitución de la Ciudad. Muchos de ellos participaron de su redacción como constituyentes y éste sería el momento de que esa declaración de principios, en la que se defiende el derecho a ser diferente y la no discriminación por orientación sexual, encuentre su correlato en la praxis. Este diario hizo una ronda de consultas entre legisladores de diferentes sectores y la mayoría de ellos, en on o en off the record, se mostró de acuerdo con el espíritu del proyecto de ley.
Expresamente lo hizo Víctor Santamaría, de Nueva Dirigencia, uno de los miembros de la Comisión de Derechos Humanos, que deberá ser la que primero elabore un dictamen sobre el tema. “Esto resolverá una cantidad de problemas concretos que hacen más grave la vida de muchísima gente”, opinó Patricio Echegaray, de Izquierda Unida. Desde la Alianza, el radical Cristian Caram se mostró “de acuerdo con pensar cómo hacer cumplir la Constitución de la Ciudad, que es clarísima sobre los derechos de las minorías”. Clori Yelicic, del Frepaso, sostuvo que considera correcto “un debate que respete este tipo de derecho. Una ley no es un decreto que resuelve un tema. Más allá de lo que legislemos, a lo mejor esta ley posibilita empezar a abrir un debate que no nos hemos dado los porteños y por lo tanto no tiene que asustar a nadie”. La única opinión, en principio contraria, fue paradójicamente, la de la presidenta de la Comisión de DD.HH., Alicia Pierini, del PJ. “Es importante el avance que han conseguido las organizaciones de homosexuales, pero no creo que esto tenga consenso jurídico porque ya están contemplados en el concubinato”, dijo.

 

UN RECLAMO CON HISTORIA
“Esto siempre estuvo latente”

Por C.A.
Corría el primer año de la democracia, tras la dictadura de las fiestas clandestinas, cuando César Cigliutti, un gay no confeso, compró no sin cierto pudor la revista Diferentes. En esas páginas había un aviso de la Comunidad Homosexual Argentina y una dirección. Hacia allí encaminó sus pasos. Conoció entonces a Carlos Jáuregui, el dirigente gay que instaló en el país el tema de los derechos de las minorías. Y hasta su muerte, hace cinco años, no hizo pública su homosexualidad. Pero para entonces ya hacía años que habían escrito juntos el primer proyecto de unión entre gays o lesbianas en la historia del país. “Es algo que siempre estuvo latente”, dice, tanto después, seguro de que el cambio cultural ha sido tan importante desde entonces como el de los políticos que tendrán en esta oportunidad la responsabilidad de debatir la ley que idearon. El mismo planea unirse civilmente con su pareja, Marcelo, en cuanto pueda.
Lo cierto es que en la lucha por los derechos civiles, antes de un proyecto como éste, hubo una larga lista de reclamos que tenían mayor urgencia para las minorías sexuales. “Durante años el combate contra los edictos policiales y la represión policial a las travestis, las normas como la averiguación de antecedentes, todo aquello que atacaba la libertad individual tuvieron prioridad”, explica. La estrategia de la organización implicó entonces relegar durante un tiempo la unión civil. Hasta que este año, con una Legislatura porteña que refleja la diversidad de posiciones existentes en la sociedad, consideraron que era oportuno peticionar una norma que incluyera por fin a las lesbianas y los gays en el pacto social que hasta el momento los excluye.
Uno de los puntos que considera más importantes dentro del proyecto que ingresa a la Legislatura es la posibilidad que abre para realizar contratos paralelos a la unión civil que regulen los asuntos patrimoniales de las parejas. “Tuve que ver cómo Carlos Jáuregui era despojado de todo cuando su pareja falleció y yo mismo luego, después de una relación de diez años, pasé por la horrible experiencia de disputar hasta un electrodoméstico”, cuenta. La futura ley de unión civil contiene un artículo referido a los contratos: a través de ellos, celebrados ante escribano público, las parejas, homosexuales o no, pueden acordar cómo dividirán sus bienes al finalizar la relación o incluso si habrá compensaciones económicas de una parte de la pareja a la otra si el amorse termina. César tiene un enamorado con el que piensa unirse civilmente apenas puedan. Lo conoció en una marcha del orgullo cuando el joven, Marcelo, colocaba una bandera multicolor montado en un mástil. Viven juntos en una casa de la Boca, enorme, en permanente reconstrucción, y compartida con María Laura, una amiga lesbiana cuya pareja expulsó del hogar, y Eduardo, o “La Chilena”, uno de los desalojados de la villa gay que funcionó como una comunidad armoniosa en los fondos de la ciudad universitaria.

 

EL ANHELO DE DOS MUJERES
“Que nuestro vínculo sea protegido”

Por C. A.
La palabra casamiento estuvo, aunque fantasiosa y romántico-conservadora, en el vocabulario amoroso de María y de Claudia hasta hace poco, cuando apareció una, quizá de sonido más técnico, pero también mucho más real: unión civil. La distancia entre esta nueva posibilidad y el comienzo de sus historias como lesbianas, la vergüenza de los primeros pasos tímidos, el dolor de la verdad ante sus familias, el miedo al dedo acusador parecen de un viaje entre planetas cuando se las ve haciéndose mimos sobre el cubrecamas kitch que la madre de una de ellas les regaló este invierno. María Rachid y Claudia Castro tienen 26 años, hace dos que son pareja y conviven hace más de uno en la misma casa del barrio de San Cristóbal. Tienen una gata negra que se llama Violeta, tantos proyectos como raptos cariñosos en la calle y la esperanza cierta de unirse como pareja: “Queremos el reconocimiento del Estado de que entre nosotras existe un vínculo amoroso y que ese vínculo sea protegido”.
Hace más de dos años, Claudia vivía con sus padres en La Plata y terminaba una relación de cuatro años que había sobrevivido en la clandestinidad oficiosa que se consigue con el modelo de “las mejores amigas”. Decidida a salir del “pequeño círculo platense” hacia una Buenos Aires más diversa, sacó de la revista NX los números de tres grupos de mujeres lesbianas. En los dos primeros nadie atendió. En Las Fulanas, dio con la voz de María. “Creo que me enamoré por teléfono”, dice y cuenta que María se hizo rogar. Pero la realidad fue más dura que el corazón de su amada. Después de ocho meses de separación, la ex pareja de Claudia intentó suicidarse. Sus padres corrieron al hospital, donde se encontraron con los de la “amiga”. Ellos tenían en las manos la carta que había dejado. “Decía que ya no podía soportar no poder decirle a nadie que ella era mi pareja, que lo nuestro fue arruinado por la sociedad y por nuestras familias, era terrible”, cuenta Claudia. Lo cierto es que aquella carta desató el infierno tan temido.
“Con mi padre habíamos sido amigos íntimos siempre. Soy hija única. El no volvió a hablarme y mi madre me pidió que le entregara las llaves de la casa, el celular, y me dijo que ya no me darían el dinero con el que me ayudaban mensualmente.” Su cuarto había sido transformado en habitación de huéspedes y sus cosas estaban guardadas en cajas. Pasaron tres meses hasta que ambas decidieron que lo mejor sería que conocieran a María, que quizás así terminarían con los fantasmas paternos. Decidieron mentir; dijeron que iban a La Plata a hacer trámites. Luego la madre las sorprendió invitándolas a almorzar a las dos. De tan nerviosas se equivocaron de tren y tardaron horas en llegar. Cuando entraron en la cocina, la mesa estaba servida para tres, ellas tres. “Claudia me había llevado al patio del fondo y ahí me crucé con su papá. Ella me había contado que él tenía una pequeña huerta. Así que de eso me le puse a hablar y de a poco él fue soltándose. Cuando volvimos a la cocina, habían puesto el cuarto cubierto.”
María hizo un camino diferente en su búsqueda de identidad. Hija de un político justicialista, heredó de su padre ese no poder dejar de meterse en cuanta idea la sedujera. Fue chica de la Acción Católica, fue de la UES y, cuando partió a Estados Unidos en un intercambio a los 20, comenzó el descubrimiento de su identidad y su compromiso con la lucha de las minorías sexuales. Cuando asistió por primera vez en la Universidad de Connecticut a una charla obligatoria sobre discriminación llamada “Las etiquetas son para los jarros”, no pudo creer que esa chica de la primera fila se parara y comenzara con “soy lesbiana y quiero decirles...”. Empezó entonces a reconocer que aquello que leía como admiración, enorme amistad, empatía con algunas mujeres, eran en realidad enamoramientos. Sus padres le regalaron un viaje a Europa; ella eligió San Francisco.
Al volver a Buenos Aires, María conoció al dirigente Carlos Jáuregui. Pasó por varios grupos de mujeres, entre ellos Lesbianas a la Vista. Su madre y sus hermanos se fueron acostumbrando a verla en los medios desde el funeral de Jáuregui, cuando le preguntaron qué sentía y ella no pudo poner la mano en la lente para ocultarse. Su padre dice que no la considera su hija. Ella finalmente creó su propio grupo y ahora edita la revista Fulanas. Está enamorada, disfruta de su convivencia con Claudia y sueña con concretar ante el Estado esa unión que celebraron el año nuevo de 2000 en una playa solitaria de San Clemente junto a unas 15 amigas que, desnudas, se metieron al mar mientras los fuegos estallaban más allá y las bañaban de luz del nuevo siglo.

 

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