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EL EFECTO QUE GENERA QUE UN PERSONAJE PUBLICO DIGA QUE TIENE SIDA
Hablar es siempre mejor que el silencio

En su programa radial, el actor Fernando Peña admitió que padece sida: lo hizo en su estilo, provocador y brutal. Aquí opinan especialistas, miembros de ONG y otras personas que sufren la enfermedad. Coinciden en que todo reconocimiento sirve contra el tabú.

Peña sobresaltó a su audiencia al
admitir que tiene sida y que el
problema �lo está jodiendo�.

Por Horacio Cecchi

Después de que el actor, animador y dueño de múltiples personajes Fernando Peña anunciara que contrajo el virus HIV, públicamente a través de su programa radial El parquímetro –y obviamente lo hizo en su propio estilo, provocativo–, se desató un polémico debate sobre las repercusiones de su mensaje. Desde la anquilosada vinculación del sida con la comunidad homosexual hasta el franco apoyo al actor, el abanico de reacciones fue múltiple. Especialistas en sida, integrantes de ONG, de organismos estatales, y especialmente personas que padecen la enfermedad, coincidieron abiertamente en que el reconocimiento público de Peña, más allá del humor negro con que trató el tema, ayuda a hablar de sida en una sociedad donde el tabú y el silencio son los motores que alimentan el contagio.
El martes pasado, en el programa “El parquímetro”, que se difunde por la FM La Mega, Fernando Peña hizo una aparición poco usual: la de su propia voz, entre las del locutor mexicano bisexual Dick Alfredo, el político corrupto Rafael Orestes Porelorti, la travesti locutora Patricia Megahertz, todos personajes de su cruzada antihipocresía.
Y lo que dijo Peña tocó a su propia audiencia acostumbrada a su ilimitada ironía y humor negro: habló del sida, pero en su propio cuerpo. Y lo hizo de la única forma en que sabe hacerlo, según él mismo lo reconoció, provocando a los oyentes sin abandonar su estilo. Arrojó preguntas que en boca de otro hubieran sonado despectivas y discriminatorias. Reconoció que tiene “una infección”, que está “anémico”, que el problema lo está “jodiendo” y reconoció que no se había preocupado por el tema hasta ese momento. Provocó con sus consignas arrojadas a la audiencia: “¿Cuál es el colmo de un sidoso?”, arrojó a sus oyentes. Alguno le respondió: “Ser alérgico al AZT”.
“La palabra sidoso me resulta despectiva y discriminatoria, pero en Peña toma otro significado porque conocemos su estilo”, sostuvo Javier Hourcade Bellocq, de la Fundación Spes. “Pero el colmo de alguien que tiene el HIV, en nuestro país, es no tener una prepaga. Porque con una prepaga, hoy se puede convivir perfectamente con el sida. Es imposible para aquellos que están fuera del sistema y tienen que recurrir al hospital público, perder horas y horas dando vueltas por la ciudad haciendo trámites para terminar en un hospital donde les dicen que no hay cócteles, aunque la ley obliga al Estado a garantizar la atención de los enfermos de sida”.
César Cigliutti, de la Comunidad Homosexual Argentina, consideró que “en el mensaje hay que ser positivo. Yo también tengo HIV, soy portador hace más de 10 años, y es muy importante que se diga que estamos en la era de los cócteles, que son fáciles de tomar y no son tan agresivos para el cuerpo, que hay mucha gente viviendo con el sida y se redujo la mortandad. Quizás el mensaje de Peña, por lo menos como lo presentó Clarín, tiene un costado muy negativo, porque vincula el sida a la homosexualidad”. Para el dirigente de la CHA, “entre que no se hable y decirlo en la forma más brutal, yo prefiero esto último. No es un derecho, es una obligación que tiene la sociedad de hacerse cargo de lo que pasa. No es que pasa en Venus, pasa en la sociedad argentina”.
“Al ser un personaje público, Peña tiene la posibilidad sin miedo a la discriminación de ponerle voz –sostuvo Mabel Bianco, directora del programa Lusida del Ministerio de Salud– a todas aquellas personas comunes que no pueden hablar porque pierden su trabajo, porque los ensucian y los discriminan. Ojalá pueda vincular su mensaje a algo positivo, porque hoy, con el sida se puede convivir.”
Mario Burgos, psicólogo, de la Fundación Red, advirtió que “Peña, como persona con HIV tiene todo el derecho a reírse de su propia enfermedad. No me parece que fuera un abordaje agresivo. Esta es una sociedad que recién está empezando a aprender a convivir con el sida. No importa cómo lo haya dicho sino que cada vez que se habla del sida se lo puede visibilizar, en una sociedad con muchas dificultades a asimilar lo que es una realidad”.
“Que se ponga a doble página el tema es bueno –dijo Bellocq–. Sobre todo para los que estamos luchando a full todos los días y para los que tratan de vivir con el HIV cada día, que no son dos sino 16 mil”. Pero el representante de Spes se mostró crítico: “El sida y la homosexualidad no son sinónimos como salta en una nota. Basta recorrer las maternidades del conurbano para darse que cuenta que hoy esa postura es insostenible porque las madres sin posibilidades de otra atención que la estatal son el principal grupo de riesgo, que el panorama no es el mismo que hace años, y que está claro que el HIV no hace distingos entre la orientación sexual ni si son varones o mujeres”.

 


 

FERNANDO PEÑA, UN ESPECIALISTA EN PROVOCACIONES
El que no perdona a nadie

Por Cristian Alarcón

¡Hay que ver el jaleo que armó esta vez ese niño hiperquinético y odioso al que mandaron al psiquiatra cuando tenía nueve! ¡Hay que ver el despliegue que logró su última confesión insolente! ¡Hay que ver las repercusiones de su decir desenfrenado siempre bajo el manto de la capa mágica de la impunidad que sus personajes le dan como compensación de la puerca vida que cuenta haber sufrido! Fernando Peña es dueño de una inteligencia propia de un chico problema y también de una lengua poderosa. Lo que de ella salió, en su programa de radio del lunes, atado a su internable confesión gay por fin imitada por otros famosos, lo dejan otra vez en el terreno peligroso en el que, como él mismo ha dicho: “Las palabras son absolutamente necesarias”.
Hijo de una madre “insoportable” a la que golpea justicieramente en las notas que suele dar y de un padre de orígenes pobres pero periodista y liberal, Fernandito se crió en colegios caros, el San Andrés entre otros.
Siempre en el tensionante punto en que queda el hijo de la clase media arribista que debería hacer carne el progreso social, Peña zafó a fuerza de psicoanálisis (llevaría 15 años en el diván) y sus juegos esquizoides con sus 17 personajes en los que lava sus patologías urbanas, las mismas que le dan éxito, fama, dinero, todos fetiches de los que reniega. Claro que su fama no es la de cualquiera en el precario show system argentino donde hubo un momento de la última década en que los provocadores fueron sólo personajes de talk show. Su especial manera de hacerlo, de provocar al entrevistado “y a las doñas rosas y los doños rosos” argentinos, es, justamente, la de un privilegiado que desprecia el privilegio que le toca.
Peña tiene una vida con suficiente clima, tensión, dramatismo y comicidad como para hacer de ella una que rompa la taquilla. Peña sabe lo que tiene, y al recorrer sus dichos se puede reconstruir parcelas de esa tierra de la que sigue cosechando. Así se sabe de él que a los 13 se acostaba con un chico y una chica cuya madre pidió que lo llevaran al psicólogo. Que ya en el ‘75 su padre, como coequiper de José María Muñoz, lo hacía decir cosas tales como “papá me meo” al aire por unos pesos para caramelos. Que tiene un hijo en Nueva York cuya paradoja es ser, a estas alturas, famoso como su padre, pero aún sin conocer a su padre ya que es el resultado de una noche de drogas de cuando él tenía 17 y no podía parar de consumir y de perderse. Que fue azafato durante 13 años, y que así, haciendo a la comisario Milagritos López, fue descubierto por Lalo Mir.
Aquel descubrimiento y el camino que hizo desde entonces no son el típico tránsito de una estrella argentina. Se consagró como el incisivo que no perdona, ni a sí mismo. Ha dicho de todo sobre la muerte, que está en su naturaleza, que con cinco años más basta. Ha dicho también lo contrario. Sea como sea no es para que el amarillismo mezcle tanto los tantos; HIV y homosexualidad, muerte y HIV, incorrecciones ya ochentosas que terminan estampadas en frases como “¿Se muere Fernando Peña?”, el leit motiv con el que anoche Chiche Gelblung intentó rating. A Fernando Peña le preocupa su fiebre, esos odiosos síntomas de un virus que descubrió hace ocho meses, y con el que puede vivir en combate, una experiencia que no le resulta ajena. Seguramente de todo lo demás, y de eso, también se ríe.

 


 

DATOS DEL ULTIMO INFORME SOBRE EL SIDA EN EL PAIS
Aumento del contagio heterosexual

Según las cifras difundidas en el Boletín sobre el Sida en la Argentina 2001, presentado ayer por el Ministerio de Salud de la Nación, al menos 22.500 personas están infectadas con el VIH en el país. Sobre ese total, un dato cobra relevancia: aunque la brecha entre cantidad de infectados por relaciones heterosexuales y la cantidad de infectados por relaciones homosexuales se ha ido achicando en los últimos años, es la primera vez que entre ambos porcentajes se observa menos de un punto de diferencia (29.0 y 29.6, respectivamente). También la transmisión perinatal (de madre a hijo) es motivo de preocupación entre los investigadores: es la causa principal de infecciones en la franja etaria de entre 0 y 13 años, con el 96 por ciento de los casos.
El informe revela que el grupo más afectado por el sida es el de 25 a 34 años, con el 48.1 por ciento de los casos, y que las mujeres enferman más jóvenes que los hombres, siendo la edad promedio de contagio de 24 y 28 años, respectivamente. El uso compartido de jeringas entre los usuarios de drogas intravenosas sigue siendo la vía más frecuente de contagio para los hombres, con el 45 por ciento de los casos; en las mujeres, en tanto, el modo más habitual de contraer el virus es la transmisión por relaciones heterosexuales (63%), que ha crecido de modo sostenido desde el inicio de la epidemia.
En Argentina hay 1317 niños menores de 13 años infectados con el virus de la inmunodeficiencia. Sobre ese total, el 80.56 por ciento son niños de entre 0 y 4 años; y el 96 por ciento han adquirido la enfermedad durante su gestación, por vía perinatal. Debido a lo elevado de las cifras, el programa Lusida ha reforzado este año la campaña de prevención entre las embarazadas, para que se realicen el análisis de VIH durante el período de gestación. Según el informe, el porcentaje de niños VIH+ cuyas madres han recibido tratamiento para la enfermedad durante el embarazo es de 8.55, mientras que en la franja que no ha recibido tratamiento el número se incrementa al 43.75 por ciento.
La mayor concentración de la enfermedad se observa en los partidos del conurbano bonaerense (35.1%), en especial en la zona sur del Gran Buenos Aires (43.6%) y en la Capital Federal (30.2%). En el interior, las ciudades con mayor número de casos son Rosario, con el 5.2 por ciento del total de los casos, y Córdoba, con el 2.4 por ciento. En el mapa del sida en Argentina se mantienen estables la cantidad de casos en localidades como Mar del Plata y La Plata, y se han incrementado las cifras en puntos limítrofes como Corrientes, Posadas y Mendoza.

 

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