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OPINION 
Por Mario Wainfeld

CON UN ESCENARIO DE DERROTA, DE LA RUA ELIGE PELEARSE CON ALFONSIN
El arte de negar todo lo que pasa y pasará

La bronca dominical del Presidente. Las reales dificultades de Alfonsín. Los escenarios que imaginan en la Rosada. Las encuestas que meten miedo al oficialismo. Carrió y sus desafíos inmediatos.

 
El politólogo sueco sigue prolongando su viaje de estudios por la Argentina. Y quiere quedarse hasta después de las elecciones. �Este país es único �se entusiasma en su enésimo pedido de ampliación de fondos�; los principales opositores son los integrantes del partido de gobierno. La candidata más taquillera no participa de las elecciones. Acá hay material de sobra, casos de laboratorio para regalar.� Y, anticipándose a reproches de su superior que malicia que anda de farra los sábados y que se ha hecho fanático de Boca, añade: �Acá, para la política no hay feriados ni fines de semana que valgan. Los ministros de Economía renuncian viernes por la tarde o sábados. Hasta los domingos rebasan novedades. El domingo pasado, sin ir más lejos...�

El Gallego y la conspiración

Dos hechos bien diferentes sucedieron hace siete días y detonaron las conductas de toda la semana. El primero fue público: la elección de estatuyentes en Córdoba que obró una nueva victoria de José Manuel de la Sota y deparó para la UCR un resultado escuálido, en una provincia que suele ser su bastión. De la Sota quedó ubicado en punta en la interna presidencial del peronismo, una interna virtual pero omnipresente. Y abandonó algo su cautela respecto de la escena nacional. El gobernador cordobés, que venía haciendo un culto de no invadir el debate nacional, se esmeró en marcar su presencia. No esquivó �antes bien, honró� radios, TV y medios gráficos nacionales. �El Gallego cambió de pantalla� decía, informático, uno de los tantos dirigentes peronistas que busca al ganador para ponerse a su vera. �No hay mejores peronólogos que los peronistas�, afirma nuestro politólogo y registra que desde hace un mes en el PJ se cotiza mucho más un saludo, un diálogo o un gesto del Gallego que uno de Ruckauf.
El segundo dato del domingo detonó en público pero estalló en privado. Dos diarios (Página/12 y Clarín) prodigaron largas coberturas a la posible configuración de un gobierno de unidad nacional (Clarín le dedicó la tapa). Además, este diario publicó un reportaje a Raúl Alfonsín, quien se entusiasmó con la posibilidad de cambiar a Domingo Cavallo. Y hasta deslizó que le gustaría un ministro de Economía radical, sugiriendo a José Luis Machinea.
La centralidad que se le dio al tema de otro gobierno y a las fantasías públicas de Alfonsín hicieron enardecer �a su manera, claro� a Fernando de la Rúa. �Está queriendo armarme el gobierno�, susurró el Presidente ante algunos de sus más fieles escuderos. Para un par de ellos la traducción �hay que poner a Alfonsín en su lugar� era ineludible. Juan Pablo Baylac fue la avanzada de una ofensiva brutal del Gobierno contra el jefe del partido de Gobierno y primer candidato en la principal provincia del país (un récord, diría el sueco). Habló de un �pacto bonaerense� y aun de una conspiración contra el Presidente. Andando los días, cada uno en su estilo, lo acompañarían Patricia Bullrich, Chrystian Colombo y el propio De la Rúa en un reportaje con Mariano Grondona. 
El cruce de reproches se prolongó durante toda la semana, con dosis de arsénico y encaje antiguo: Alfonsín se ensañó con Baylac y Cavallo pero gambeteó alusiones directas a De la Rúa que, cabría recordar, designó a ambos (y que, como se refirió más arriba, incitó a Baylac a la pelea con el jefe partidario). Baylac también evitó el vocativo �Alfonsín� a la hora de tirar obuses y De la Rúa insultó la inteligencia de los espectadores de �Hora Clave� explicando que es �amigo� del presidente de su partido, siendo que se aborrecen y todo el mundo lo sabe.
El momento más duro para el Presidente �que debería recapacitar hasta qué punto le conviene, siendo tan nimia su credibilidad y tan opacos sus desempeños mediáticos, aparecer en público� fue cuando una oyente le preguntó de qué país hablaba, en qué realidad creía vivir. No ha de ser la misma que transitan millones de argentinos si en la Rosada se interpreta que desbaratar una conjura de Alfonsín es el principal ítem de la agenda pública. 
Puestos a darle un poco de sentido a lo que casi no lo tiene podría suponerse que hace un par de meses alguien fantaseara un gobierno de unidad nacional, antes de las elecciones de octubre. Por aquel entonces el oficialismo estaba sumido en un ataque de pánico, explicando que todo estaba a un canto de uña de derrumbarse y pidiendo medidas extraordinarias, contrarreloj. Hoy por hoy, nadie imagina un cambio de gabinete antes de que se abran las urnas. Es más, bajo los efectos hipnóticos de un par de semanas sin pánico, nadie imagina una crisis financiera, aunque el riesgo de que ocurra permanece incólume.
Pero, además, asombra la entidad que otorgan De la Rúa y los suyos al maratón de reuniones de Alfonsín. Bien leída, su afirmación de que Machinea debería ser ministro es una confesión de falta de propuestas y de cuadros. Machinea está fuera de carrera: por ostensibles razones y con buen tino ha optado por un perfil bajísimo. De hecho, ha partido por un año a trabajar fuera del país. El real dilema de Raúl Alfonsín es ver cómo levanta su escasa intención de voto, que no sólo lo inhabilita para hacerse pie de un cambio de gobierno sino que pone en riesgo la cabal continuidad de su trayectoria política.
Por añadidura, aunque Eduardo Duhalde y algunos de sus acólitos han manifestado cierta voluntad de integrar un eventual gabinete futuro, jamás verbalizó su intención en los oídos de algún integrante del Ejecutivo. Quien tiene la patente de una jugada de esa naturaleza es, según Colombo, Carlos Ruckauf, quien le hiciera llegar �vía Diego Guelar� una curiosa tentativa de canje: intervención federal en la provincia de Buenos Aires a cambio de Jefatura de Gabinete para el actual gobernador.
Si se hurga a fondo, todos saben que la conjura no existe. El reunionismo de Alfonsín es una forma de adquirir un predicamento público que los votantes parecen obstinados en negarle. La ofensiva que �con Baylac y Bullrich como ideólogos y principales espadas� le dedicó el Gobierno es un modo de �despegarse� de ese eventual mal resultado futuro. ¿Despegarse de su propio candidato? No es lo más exótico que intenta el gobierno con relación a unas elecciones que le pintan mal.

Escenarios

�Vamos a perder por dos millones de votos por lo menos� (un prominente integrante del gobierno, del ala voluntarista del delarruismo).
�En nuestra provincia, si sacamos el 20 por ciento histórico y conseguimos que Alfonso salga senador por la minoría estamos hechos� (una figura del radicalismo bonaerense, con responsabilidades en la campaña).
�Hasta hace un mes pensaba que nos iba a ir mal. Ahora me parece que va a ser una catástrofe� (uno de los consultores de cabecera del Presidente).
Página/12 escuchó estas frases, el politólogo sueco otras similares, en boca de protagonistas. Lo asombroso no es el diagnóstico que se sobreimprime sobre la sensación térmica de la calle, el sentido común de la corporación política y los primeros sondeos de opinión. Lo asombroso es que tales visiones apocalípticas se conjugan con la hipótesis que el 15 de octubre no pasará nada. Esa curiosa tendencia a la negación, que ha sido característica perdurable del actual gobierno, empezando por su jefe, sólo se funda en un argumento, débil como se verá: sea cual fuere el resultado la Alianza tendrá más senadores (y por ende más poder) que hoy y en Diputados la mayoría estará peleada.
La percepción sobre el futuro Senado no podría ser más equivocada.
El actual Senado ha tenido una constitución y un funcionamiento irrepetible. La aplastante mayoría del PJ no se tradujo en un gran poder de veto porque los peronistas estaban condicionados: a) por su derrota electoral de 1999 que le imponía límites para hacer no ya oposición salvaje sino en buena medida oposición, b) a esta limitación del justicialismo en su conjunto se agregaba una propia del cuerpo. Los senadores del peronismo estaban sindicados como impresentables e irrepresentativos desde el vamos. Los senatruchos estaban mutilados para ponerle piedras en el camino a un gobierno nacido limpiamente de las urnas. La batalla de Chacho Alvarez contra la corrupción del cuerpo acentuó aún más su desprestigio y los dejó limitados a canjear algunos peajes contra la aprobación de leyes pero no a imponer su mayoría.
El cuadro será bien diferente ahora, cuanto todos y cada uno de los senadores deba su condición al reciente voto popular de su provincia. O sea, los legisladores opositores tendrán mayor representatividad y el gobierno menos. Además habría que preguntarse cómo jugarán, a la hora de aprobar nuevos ajustes, Rodolfo Terragno y �si entran al Congreso� Vilma Ibarra y Alfonsín.
Además, la �de todas maneras deprimente� prospectiva electoral de la Rosada adolece de voluntarismo. El Gobierno da por hecho que ganará en todos los distritos que gobierna y acaso en Jujuy y Formosa, y que sumará un senador que no tenía, a expensas del PJ, en Neuquén. Sin embargo, los primeros datos sugieren que la coalición oficial o sus esquirlas pueden terminar perdiendo en Entre Ríos, que está en riesgo su liderazgo de Capital, que puede salir tercera en San Luis, Tucumán, Salta y La Rioja (perdiendo un senador en cada uno de esos distritos). Y que �como ya se apuntó� Alfonsín no tiene �comprada� la minoría. Su segundo puesto está jaqueado (ver páginas 2 y 3 ). La perspectiva electoral es terrorífica: Alfonsín no llega al �deseado� 20 por ciento... pero el primer candidato a diputado Leopoldo Moreau apenas tiene la mitad de intención de voto del ex Presidente. Por lo demás, un virtual crecimiento del ARI (que parece repuntar día a día al menos en Capital, provincia y Santa Fe) acontecería, en buena medida, a expensas del voto radical. 
Si se añade que el Gobierno será minoría en la otra Cámara no se entiende cómo puede pensarse que la elección será un dato menor, distractivo, como se postula en la Rosada. 

Una consulta inconsulta

Los sucedáneos que procura el oficialismo para camuflar su derrota despertarían ternura, si no dieran lástima. La consulta popular sobre el costo de la política sigue entusiasmando en Balcarce 50. Varios funcionarios leyeron con fruición una encuesta de Analogías, la consultora oficial, que reveló que más del 70 por ciento de los entrevistados está de acuerdo con lo que propone el Gobierno y que un largo 50 por ciento se manifestó dispuesto a ir a votar. El número de voluntarios aumenta si se les dice qué medidas concretas estarían en juego: achicar legislativos, recortar el 30 por ciento de los salarios �dicen los números� llevarían al cuarto oscuro al 70 por ciento de los argentinos. Cuesta coincidir en que tamaña euforia antipolítica derrame algo sobre el prestigio del oficialismo, largamente incluido en el despecho ciudadano.
Otros dos ítems midió Analogías. Los funcionarios no estilan mostrarlos a los medios, acaso porque meten pavor. Se preguntó si Cavallo debería irse del Gobierno: un 70 por ciento asintió. Y, aunque los consultores guarden el dato con 7 llaves, se sabe que muchos, pero muchos �casi la mitad� dijeron querer que se fuera también el Presidente.
En el propio Gabinete hay quienes prefirirían archivar la consulta. Bullrich nunca la creyó sensata aunque siempre se guarde de contradecir frontalmente al Presidente. Ramón Mestre empezó a recorrer en estos días una retirada honrosa: proponer un proyecto de ley cuya aprobación �o mínimamente la obtención de algún consenso� permitiría dejar sin efecto la convocatoria. 
Quienes fatigan la intimidad presidencial saben que la movida fue decidida por él mismo, tras conversar con Fernando de Santibañes, su hijo Antonio, Mestre y el escritor Marcos Aguinis con quien suele tener algunas tenidas. Con tamaños alquimistas es muy difícil encontrar la piedra filosofal.

Placebos para moribundos

Bill Clinton perdió la primera elección parlamentaria y no ocurrió ningún desastre, se consuelan dirigentes varios. Las comparaciones son enojosas y poco pertinentes. El escenario más verosímil de las próximas elecciones, el que ellos mismos admiten, es que uno de cada dos votantes de la Alianza en 1999 elegirán otra boleta en 2001. Hecho que se produce después que la Alianza entrara en entropia, expulsara a buena parte de sus dirigentes, gastara la pólvora de tres ministros de Economía y esté aplicando un plan de déficit cero inédito por su salvajismo y con marcadas trazas de ser inviable, aun computado a la luz de sus propios objetivos.
Ese programa se impuso con el arrastre de la representatividad del Gobierno. Si ésta queda desbaratada en las urnas, cuesta imaginar con qué autoridad puede doblar la apuesta del déficit cero. Por ahora todas son ocultaciones, el Presupuesto 2002 se escamotea hasta después de los comicios (lo que, dicho sea de paso, es inconstitucional), los recortes a presupuestos educativos, universitarios o sociales se manejan histéricamente. Se los exhibe un poquito, se hace calentar a los afectados y luego se los saca de escena. 
La negación y el ocultamiento no parecen tener perspectivas de sobrevida a partir de la tercera semana de octubre. �Los peronistas nos van a decir: paguen ustedes todos los costos políticos del déficit cero. Cierren los Ministerios de Educación, Salud y Desarrollo Social, péguenle un tijeretazo feroz a la UBA. A las provincias no le toquen ni un peso�, propone como hipótesis un importante integrante del Gobierno. ¿Cuáles son las alternativas, cuáles las contraofertas imaginables? ¿Con qué capital político puede el Gobierno volver a talar salarios públicos, anunciar el aumento de la alícuota del impuesto al cheque, privatizar el Banco Nación o suprimir el Fondo de Incentivo Docente? �No tenemos posibilidades de cambiar de programa: el Gobierno debe seguir con el déficit cero, pase lo que pase�, se obstinaron ante este diario tres de sus principales exponentes. 
¿Debe hacerlo aun si es pulverizado en las urnas? Y, alejándose del deber ser, ¿estaría en aptitud de hacerlo si se confirma ese escenario? Una formidable capacidad de negación es el mínimo común denominador de cualquier conversación con dirigentes de la Alianza residual.

Lilita, la del ARI

Los encuestadores más importantes coinciden en señalar dos datos salientes de cara a las elecciones: la bronca de los encuestados cuando se les menciona el tema y el crecimiento de la figura de Elisa Carrió. El problema �que extasía al politólogo sueco� es que Carrió no es candidata y que su fuerza es pura novedad, armada a los bandazos, con figuras que están a años luz de su representatividad. Muchos no tienen conocimiento público.
Para que el carisma de Carrió derrame votos sobre las boletas del ARI hace falta que los votantes se �enteren� de que Carrió �es del ARI�. Algo nada nimio, tomando en cuenta que queda poco más de un mes por delante y que el ARI es un partido nuevo. 
La diputada chaqueña piensa que lo logrará. Comenta a sus allegados que el crecimiento del ARI excede sus predicciones, es aluvional, directamente proporcional a la crisis y al desprestigio de la tradicional corporación política. Para favorecer el portento Lilita se dispone a hacer campaña allado de sus candidatos, mientras los apoderados del ARI exploran la posibilidad de colocar su foto �o siquiera su perfil� en cada una de las boletas del ARI.
�El establishment ya eligió a De la Sota como recambio. La gente está con Lilita�, define uno de sus más estrechos colaboradores, que suele reproducir el pensamiento de la chaqueña.
¿Qué peso puede tener una fuerza incipiente, recién nacida, ya mellada con algunas discusiones (la desatada en la Capital por el rescate que Carrió hizo de Chacho Alvarez es todo un dato), pero en marcada expansión? Un enigma más de una elección que no emociona a nadie pero que pone mucho en juego, según borronea el sueco. Una anécdota da la medida de la actual percepción de Carrió. Uno de sus compañeros propuso un problema de segunda generación: �Aunque crezcamos en provincia no tenemos fiscales para todas las mesas, los peronistas y los radicales quizá nos vuelquen las urnas�. �No van a poder. La gente por abajo nos banca. Sus propios fiscales están con nosotros, se lo van a impedir.�

Un pequeño país 

�Si nos ponemos de acuerdo sobre tres o cuatro temas, si avanzamos sobre ellos, si hacemos bien las cosas podríamos en unos años ser un pequeño buen país de América latina�, dijo, puesto en plan de presidenciable, De la Sota. Suena a poco si se compara con viejas megalomanías nacionales; suena sensato y hasta agradable si se coteja con las desleída realidad actual. 
Lo terrible es que ese futuro parece sernos esquivo. Su esquema gradualista, de acuerdos escalonados sin otros cambios (que coincide bastante con lo que suele sugerir desde el Gobierno Colombo) alude a una continuidad inercial que, a ojos de este cronista, devendrá insostenible si se ratifican los escenarios que profetiza el propio oficialismo.
La imagen del presidente por TV negando su pelea con Alfonsín, asegurando que cumplió con el programa de la Alianza, hablando en nombre de una coalición que no existe y, enfrentándolo, la presencia de la espectadora que le dijo que no negara más la realidad, urdieron una metáfora que el oficialismo, negador hasta la patología, debería registrar. Sería toda una novedad.

 

 

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