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panorama economico
Regreso de la relación carnal
Por Julio Nudler

Un hombre dibujado por Maitena, y por tanto presuntamente argentino, abraza y reconforta a la Estatua de la Libertad, por cuya mejilla de bronce rueda una lágrima. Esa caricatura, publicada en Buenos Aires, como tantas otras expresiones en este país y en muchos otros, manifestaron después del tremendo atentado del martes una reacción de congoja y de indignación ante la atrocidad que, sin embargo, otros sucesos trágicos no han logrado suscitar, tal vez por acontecer fuera del corazón hegemónico del capitalismo, que además de su enorme influencia económica ejerce también una inaudita gravitación cultural y mediática. La tragedia humana provocada a la población iraquí por las sanciones contra su despótico régimen o la terrible destrucción de Serbia por los bombardeos aéreos de la OTAN para lograr la caída del genocida Slobodan Milosevic no generaron, por citar sólo dos ejemplos, una respuesta ni remotamente parecida a la precipitada por el ataque al World Trade Center y al Pentágono, pese a no tratarse de instituciones precisamente amadas. 
En la prensa porteña pudieron leerse estos días afirmaciones como ésta: �Ese terrorismo (presuntamente islámico) es el mal absoluto... La neutralidad frente a la tragedia sufrida por la humanidad entera en Nueva York y Washington no admite neutralidades... El neutral milita en connivencia con el mal absoluto... No alinearse en forma clara con Estados Unidos no sólo nos provocaría los irremediables daños materiales que nuestras neutralidades del pasado nos infligieron...�, etc., etc... (Carlos Escudé). Otros analistas más equilibrados sostuvieron, a su vez, que después de los ataques suicidas ya nada será igual en el mundo ni en la Argentina, pero ninguno consiguió fundar un juicio tan extremo. En radio y televisión, la mayoría de los comentaristas también parecieron preparar el terreno para que se acepte la letal respuesta que en cualquier momento lanzará el coloso enfurecido.
La ola de chauvinismo que se alzó en Estados Unidos se derramó velozmente hasta países como la Argentina, ola convertida aquí en una brusca resurrección de las relaciones carnales ditelleanas. El terreno para este retorno al alineamiento automático �aunque esta vez, al parecer, sin participación armada� ya había sido abonado por la encrucijada de la convertibilidad, incapaz de eludir su irremisible quiebra sin los sucesivos paquetes de rescate autorizados por Washington. El emblocamiento comercial con Estados Unidos formaba parte del esquema, aun antes de que se empezase a negociar en qué forma favorecería al crecimiento económico argentino.
Por detrás de las emociones, el cálculo de algunos analistas locales es simple: aunque la Argentina no vaya a ganar nada con su alistamiento en esta proclamada guerra del bien contra el mal, al menos evitará perder porque el Departamento de Estado no la pondrá en la lista negra de los indiferentes. Antes del atentado, estaba claro que la ayuda financiera al país no había sido acordada por los Estados Unidos como un premio por la política de ajuste, sino por dos razones diferentes. Una, prevenir un efecto dominó de la cesación de pagos argentina, en momentos de desaceleración de la economía mundial. Otra, utilizar este caso como ensayo de una nueva fórmula de salvataje (de reprogramación voluntaria, con garantías para la emisión de nuevos títulos).
Ahora el temor argentino es quedar desplazados de las prioridades estadounidenses, concentradas en presentarle a su opinión pública y al resto del mundo las cabezas cortadas de quienes organizaron los atentados. Pero se supone que todo irá retornando a la normalidad, y que la Casa Blanca sentirá que tiene más razones que nunca para apurar la formación de un bloque continental. Paralelamente, se discute si el shock producido por los terroristas acentuará las tendencias recesivas en las economías centrales al retraer el consumo y las inversiones en Estados Unidos, por un lado, y al encarecer materias primas estratégicas como el petróleo. Sin embargo, en el otro platillo pesará el mayor gasto militar norteamericanoy la masiva inyección de liquidez por parte de la Reserva Federal y otras bancas centrales para neutralizar el trauma financiero del atentado. Imposible predecir, por ahora, cuál será el efecto final sobre la Argentina, un país que, más allá de exportar algo de petróleo y otros insumos, seguirá dependiendo de la afluencia de capitales para expandir su actividad.
Más en perspectiva, la confusión estratégica no deja de acentuarse. Estos días, mientras el euro subía, llegando a los 92 centavos de dólar, crecía la perplejidad. ¿Tiene sentido que la Argentina resuelva por un lado avanzar hacia su integración comercial con Estados Unidos y, por el otro, ligue el peso a una cesta dólar-euro, que correspondería a una lógica de diversificación? Cuando decidió ampliar la convertibilidad, Domingo Cavallo enarbolaba aún un discurso relativamente antinorteamericano. Después de haberse rendido ante la presión de los mercados, ¿sigue pensando igual? 


 

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