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�EE.UU. debe esperarse una guerra de guerrillas�

Un importante asesor militar del general Pervez Musharraf, dictador militar de Pakistán, revela aquí qué puede y no puede hacer por EE.UU. un país que está al borde de la guerra civil.

Por Angeles Espinosa
Enviada especial a Islamabad

Las medidas militares no van a ser suficientes para acabar con el terrorismo a menos que vayan acompañadas de cambios políticos. Así lo asegura el general retirado Taleb Masud, reputado analista político paquistaní y una de las voces moderadas que sin duda habrá escuchado estos días el presidente Pervez Musharraf. Masud pide un cambio de sensibilidad de Occidente hacia el resto del mundo y, en particular, hacia los musulmanes. Se muestra convencido de que nadie quiere hacer daño al pueblo afgano, pero advierte del costo humano que inevitablemente tendrá cualquier operación para capturar a Osama bin Laden.
“Apoyamos a Occidente y los valores occidentales, pero Estados Unidos ha alienado a gran parte de los musulmanes en Palestina, Kashmir y Chechenia con sus dobles varas de medir y eso ha alimentado un enorme descontento y animado al extremismo”, declara Masud como presentación y tras haber dejado clara su más absoluta repulsa por los atentados de la semana pasada.
–¿De qué forma va a concretarse la cooperación prometida por Musharraf a Estados Unidos?
–Pakistán puede facilitar información de sus servicios secretos, logística, permitir el aterrizaje de aviones y corredores aéreos. No creo que nos pidan bases y, desde luego, no va a enviar sus tropas. Incluso el lanzamiento de tropas desde Pakistán puede desatar el descontento.
–¿Por qué la negativa a participar con tropas?
–Debido a los lazos que unen a paquistaníes y afganos. Ambos pueblos son musulmanes, pero además existe una afinidad étnica con la mayoría pashtu y esa decisión se consideraría un acto muy hostil. Quiero subrayar que no creo que Occidente quiera hacer daño al pueblo afgano, pero me pregunto cómo va a castigar a los talibán o a Osama Bin Laden sin hacerlo.
–Aunque no ha habido grandes manifestaciones, da la impresión de que los líderes políticos y de opinión apoyan la ayuda a EE.UU. y que la calle es más crítica.
–La mayoría de los paquistaníes están indecisos debido a las experiencias del pasado y se preguntan si es aconsejable. También muchos consideran que los talibán causan inestabilidad en la región, son peligrosos para Pakistán y que nuestra asociación con ellos ha tenido un elevado coste económico, político y social. En los países musulmanes da la impresión de que las masas están desvinculadas de sus dirigentes y que éstos son meras marionetas de Occidente. Musharraf tiene que ser muy cuidadoso. Ya ha empezado a reunirse con dirigentes religiosos y políticos. Personalmente, estuve entre los consultados antes de la cumbre de Agra y supongo que me llamará también en esta ocasión.
–¿Ha prometido Estados Unidos levantar las sanciones y dar ayuda económica a Pakistán a cambio de su ayuda?
–Pakistán no tiene una visión monolítica, pero se ha alcanzado un consenso: vamos a cooperar con la comunidad internacional y tratar de evitar en lo posible que se dañe al pueblo afgano. ¿Será posible? ¿Nos ayudará Occidente a lograrlo? Para ello no basta con que se levanten las sanciones y se nos ayude económicamente, tiene que producirse un cambio de sensibilidad.
–Los medios de comunicación hablan de preparación para la guerra y planes de contingencia.
–No se trata de la guerra en ese sentido sino de la situación interna. Por un lado, en las zonas tribales (regiones fronterizas) las tropas están alerta por si tuvieran que intervenir y luego en Pakistán, debido a la cuestión de Kashmir, hay muchos grupos armados que han recibido entrenamiento (en Afganistán) y organizaciones religiosas que ahora se han convertido en una amenaza para el Gobierno. Pero a la vez es una buenaoportunidad para el general Musharraf de convertir Pakistán en un Estado moderno. La clave es cómo controlarlos.
–¿Existe el riesgo de fractura en la sociedad?
–Siempre existe ese peligro. En el peor de los casos, los efectos serían muy feos para Pakistán por eso es importante que se planee la operación de forma muy cuidadosa.
–¿Será suficiente con bombardear desde el aire?
–No. Habrá que lanzar una operación terrestre, pero a esta hora quién sabe dónde se encuentra Bin Laden, en qué montañas se ha escondido. La geografía (de Afganistán) hace muy complicada la logística y aumentará los daños colaterales. Además no hay que esperarse una resistencia convencional, sino una guerra de guerrillas. Si cuentan con que la población afgana se levante contra los talibán, yo no estaría tan seguro. Pueden estar cansados de su gobierno, pero se trata de un pueblo orgulloso que nunca ha sido dominado.
(De El País de Madrid, especial para Página/12.)

OPINION

Una confrontación maniquea

Por Norberto Méndez *

La lógica de la construcción del nuevo enemigo (el Islam) que Estados Unidos configurara luego de la desaparición del sistema de la Guerra Fría lo obliga a acusar permanentemente a los grupos islamistas contestatarios como autores de cuanta acción terrorista se despliega en todo el mundo. Ultimamente las palmas se las lleva Osama bin Laden. Sin embargo, la preferencia de acusar a Bin Laden por sobre otras organizaciones nos habla de un elemento nuevo. Estaríamos frente a una internacional terrorista islámica, no vinculada a los movimientos concretos que desarrollan una lucha de liberación en Palestina, Líbano o Argelia. Hamas, Hezbolá y el Frente Islámico de Salvación, para mencionar algunos, son verdaderos movimientos de masas que desarrollan acción política, lucha armada y a veces el terrorismo en los territorios en los cuales actúan y de los cuales son originarios. Son parte del pueblo del cual se nutren y se proponen alcanzar el poder en sus patrias.
Osama bin Laden, en cambio, es acusado por Estados Unidos de coordinar a varios pequeños grupos de Egipto que conformarían una coalición que pomposamente se denomina “Frente Islámico Internacional para la Jihad contra los Judíos y los Cruzados”. El millonario saudita acusa a Washington de practicar el terrorismo contra los inocentes, mujeres y niños, y afirma que la Jihad es obligación religiosa de todo musulmán.
Sus apelaciones tienen un tono más moral que político y no se propone tomar el poder en ningún lado pero sí llama a realizar la Jihad universal de todos los musulmanes contra lo que denomina la alianza Judeo-cristiana que ocupa la tierra sagrada de Palestina y la Península Arábiga.
Tampoco está ligado explícitamente a las tres grandes líneas ideológicas de las que liban la mayor parte de los movimientos islamistas: Sayid Qutb (de la Hermandad Musulmana sunita), Khomeini (revolución islámica chiita) ni Abu al-Ala Mawdudi (sunismo indio), aunque su insistencia de la Jihad como una obligación principal del Islam y su condena a judíos y cristianos como tales recuerda a Abd al-Salam Muhammad Faraj, el gran ideólogo de los actuales grupos islamistas de Egipto.
Bin Laden tiene mucho que ver con el Islam conservador de Arabia Saudita y, sobre todo, con los grupos disidentes que condenan al régimen por haber abandonado la religión en aras de su alianza con el infiel Estados Unidos. Estos grupos no tienen la experiencia política de sus hermanos egipcios, libaneses y palestinos, sólo conocen la cerrazón y la represión de un régimen que reprime toda actividad política y que hoy se encuentra acechado por la depresión económica y la amenaza de disgregación por parte de quienes denuncian la corrupción y la traición al legado wahabita.
Es decir, estaríamos frente a un conservador religioso que desconoce la política como instrumento transformador y que se remite al terrorismo como una forma de castigar a su enemigo por apartarse del camino de dios pero que ni siquiera plantea la erección de un Estado islámico universal, un hipotético Califato redivivo. Es un planteo del Bien contra el Mal, un maniqueísmo ultramontano al estilo de George W. Bush.
* Profesor de la carrera de Ciencia Política. Facultad de Ciencias Sociales (UBA).

 

 

 

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