Por
Sandra Russo
¿Cuánto
dura una relación sexual promedio? Según Masters y Johnson,
entre diez y quince minutos. Eso para el tantra es más que eyaculación
precoz..., dice aparentemente sin jactarse Edgardo Caramella, director
de la sede argentina de la Universidad Internacional de Yoga, que sigue
los lineamientos del Maestro DeRose. Allí se imparten clases de
yoga tántrico, muy diferente, como se verá, del yoga más
difundido en Occidente. No es por aquí que ha comenzado la charla,
pero ya que está se le pregunta: ¿Cuánto dura
una relación sexual tántrica?. Tres horas, cuatro
horas, dice él. Caramba.
Nada de consejos prácticos ni divulgación al paso. Por algo
el tantra mantiene, después de sus miles de años de existencia,
el halo de misterio sexual que atrae a sus seguidores. Caramella no se
presenta como quien dará recetas que se venderán por millones
sino como un estudioso de la historia del yoga, que es larga y complicada.
Con voz grave y amable, la desgrana: el yoga nació hace unos cinco
mil años en el Valle del Indo hoy Pakistán.
Los drávidas eran una civilización muy avanzada: vivían
confortablemente, tenían casas de dos plantas, alumbrado público,
avenidas. Pero además eran un pueblo sin dioses. Crearon el yoga,
una filosofía práctica, y el tantra, una filosofía
comportamental: no tiene teoría sino solamente una concepción
de la vida y de la interrelación entre las personas. A ambas disciplinas
la completaba la sámkhya, una filosofía laica y naturalista.
Esas filosofías, las más antiguas del hinduismo, propiciaban
una manera de vivir matriarcal, sensorial y desrepresora. Ese yoga original,
el de los drávidas, valorizaba las sensaciones, porque el tantrismo
es un método sensorial. Por eso incluye la sexualidad, hasta la
sacraliza, como sacraliza la figura femenina. Para el tantra el sexo es
natural, se aprende a sentirse cómodo con la propia sexualidad.
En este sentido, es un método amoral no inmoral, que es otra
cosa: defiende a ultranza la libertad de las personas, es totalmente
libertario, explica Caramella, discípulo del Maestro DeRose,
un brasileño que hace varias décadas se dedica a rastrear
este yoga preclásico, miles de años anterior al yoga más
difundido.
Unos 3500 años antes de Cristo, hubo una gran invasión
bárbara, aria, que destruyó la civilización drávida.
Sus habitantes fueron extinguidos. El tantra y el yoga quedaron en silencio
durante mucho tiempo, mientras los invasores impusieron otra filosofía,
la brahmácharya, que es lo opuesto al tantra: es patriarcal, antisensorial
y represora, una filosofía de guerreros. En el siglo III a.C.,
el sabio Patányali volvió a codificar el yoga, pero con
influencias de la brahmácharya. Un yoga místico, que es
el que llega a Occidente: tiende a calmar, a relajar. El yoga que rastreó
y practica el Maestro DeRose no se propone calmar: se propone energizar,
desreprimir y aumentar la sensorialidad.
¿Y qué hay de cierto en las delicias sexuales del tantra?
Caramella sonríe. En Occidente hay un recuento de orgasmos
porque no importa la calidad sino el número. El tantra enseña
técnicas de respiración, de elongación, de
alimentación, de flexibilidad para subir hasta el punto del
orgasmo y detenerse, en mesetas cada vez más altas. Se puede subir
y seguir subiendo. Horas y horas. ¿Hombres y mujeres? Sí.
¿Es necesario aprender estas técnicas en pareja o se puede
adquirirlas individualmente? Si los dos las conocen, mejor. Pero
las técnicas son para los individuos.
En un texto del Maestro DeRose, éste explica que la reverencia
a la mujer entre los tántricos se debe a que era la mujer
la que despertaba el poder interno del hombre por medio del sexo sacralizado.
En el tantra, el impulso del placer no es reprimido ni obstaculizado sino
estimulado. La mujer es la shaktí, que significa energía,
la que hace acontecer. Un hombre necesita a su compañera
tántrica para expandirse. Existen dos tipos de tantra: el de
la mano derecha y el de la mano izquierda. El de DeRose
es tantrismo blanco, o de la mano derecha: según indica
el maestro, sus seguidores disfrutan de todas las posibles bienaventuranzas
sexuales, pero no fuman, no toman bebidas alcohólicas, no
comen carne ni consumen drogas, a pesar de que son libres de hacer lo
que les parezca mejor. Parece que los del tantra negro hacen de
todo.
A las prácticas específicamente sexuales las denominan maithuna.
DeRose describe el mecanismo biológico del tantra así: para
la naturaleza, un individuo es descartable, pero para la especie no. Para
las leyes naturales, un individuo que ya se ha reproducido ya cumplió
su deber con la especie, y su organismo acelerará su decadencia.
Pero si practica maithuna, segregando hormonas sexuales en abundancia
y después reteniendo el orgasmo, creará artificialmente
un estado de permanente disponibilidad para la reproducción. (...)
La naturaleza lo protegerá contra las enfermedades, el envejecimiento
y hasta los accidentes, acercándolo a Eros y alejándolo
de Thánatos. Por eso el tantra favorece y refina las prácticas
sexuales largas e intensas: no cree sólo en el disfrute sino que
cree además que el disfrute es salud.
sobre
gustos...
Por
Mariana Carbajal
Volver
a casa
Después
de cuatro meses y medio de licencia por maternidad, tenía
ganas de volver a trabajar. Ganas de volver a contactarme con el
mundo externo, ganas de escribir y de sentir la adrenalina del cierre.
En fin, ganas de dejar el encierro del mundo privado y doméstico.
Sonará extraño. Sobre todo para aquellos que a esta
altura del año (y de este año) ansían vacaciones.
Pero fue así. Tal vez, otras mujeres que han sido madres
me entiendan. Una necesita cortar con el ajetreo constante que acompaña
la llegada de un hijo. Esa sensación de no tener un minuto
de respiro pero, sin embargo, al finalizar la jornada, cuando nos
preguntan: ¿Qué hiciste en todo el día?,
una busca y busca y no encuentra otra respuesta que decir: Nada.
Nada palpable, por cierto. Porque una dio la tetapuso al crío
al hombro y le hizo hacer un provechitole cambió los
pañalesjugó con éllo hizo dormirle
dio la tetale cambió los pañales-lo hizo dormirle
dio la teta... Todo, por supuesto, con mucho amor y placer. Pero
llega un momento en que una necesita un tiempo varias horas
al día corridas sin teta, sin pañales, sin provechitos.
Sin culpa, desde ya. Y ese momento me llegó. Y volví
al diario, como dije, con ganas. Paradójicamente, el primer
día del regreso descubrí que había otro motivo
para volver, y ése, en realidad, se convirtió en el
motivo más importante. Y es, precisamente, el regreso: salir
de casa para disfrutar, al regreso, del reencuentro con mi hijo.
Momento sublime. Mientras manejo el auto voy recordando sus gestos
al descubrirme de vuelta en territorio familiar y revivo a la distancia
ese instante de placer mayúsculo. Los cien metros entre la
cochera y la puerta de entrada al edificio, vuelo. Si el ascensor
no está en la planta baja, listo para ser abordado, me desespero.
Quiero llegar ya. Sé que Fede se está cayendo de sueño,
que se mantiene despierto para verme y comer(me) y repetir el ritual
de cada noche. Apenas escucha mi voz, sintoniza y enfoca para confirmar
que ya estoy ahí. Me ve y se desarma. Su boca se abre, enorme,
y se llena con una sonrisa infinita. A veces, hasta lanza carcajadas.
Al mismo tiempo, en un movimiento sincronizado sus piernitas se
levantan y agita los brazos. Me mira y vuelve a sonreír.
Como si se encendiera, porque ya a esta altura del día (poco
antes de las 10 de la noche) está para entrar a boxes. Lo
alzo y me estruja. Se prende de mi hombro y me sujeta con fuerza.
Y lo como a besos. Es un momento mágico, impagable. Y no
lo cambio por nada del mundo.
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