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COMO CONVIVEN EN PAKISTAN LOS REFUGIADOS DE LAS ULTIMAS DOS GUERRAS AFGANAS
Unidos en añoranza, humillación y miseria

La penúltima gran guerra afgana fue contra la Unión Soviética. Cientos de miles huyeron. La más nueva fue la de los talibanes contra todos. Ocurrió lo mismo. Un enviado de Página/12 estuvo y habló con todos en un enorme campo de refugiados en Pakistán.

Página/12
en Pakistán
Por Eduardo Febbro
Desde Dhok Najjoo

Sólo la sonrisa y la fresca inocencia testimonian de que aún viven en un mundo feliz. Descalzos, vestidos con harapos, más flacos que lo normal, perseguidos siempre por una nube de moscas pegajosas, decenas de niños afganos corren como pajaritos alegres y curiosos detrás de esos visitantes repentinos y extraños que son los representantes de la “prensa occidental”. Quieren sacarse una foto, hablar en el micrófono del grabador, cantar una canción o simplemente tocar la mano y sonreír. No piden plata, ni caramelos, ni chocolate: miran con ojos excitados, llenos de esperanza, de amor, a veces de miedo. Hasta la amenaza de guerra que recorre la región la historia los había olvidado. Nadie pensaba en esos tres millones de refugiados afganos que viven actualmente en Pakistán. Los trastornos de la historia los obligaron a algo más hondo que el exilio: el éxodo, la huida masiva y sin esperanzas, el abandono de las tierras, del modesto ganado gracias al que sobrevivían, del puñado de cosas que un día las bombas, las invasiones o la locura de un grupo religioso dejaron sepultadas del otro lado de la frontera.
En el campo de refugiados afganos de Dhok Najjoo y Katchi Abadi convergen varias generaciones de afganos golpeados por la historia: los que se fueron de Afganistán empujados por la tenaza de la invasión soviética, los que emprendieron el camino del éxodo ahuyentados por las guerras internas y el fanatismo de los talibanes. En un mismo lugar conviven desgracias y opiniones oriundas de épocas diferentes. A todos los une la misma miseria, las mismas calles estrechas y polvorientas, las mismas canciones de la tierra añorada, la misma y constante humillación de no tener entre las manos más los recuerdos y una vida que se rompe con las primeras lluvias. En el campo de Katchi Abado las casas están construidas con un ladrillo marrón y polvoriento que se diluye con los fuertes aguaceros. “Hay que comenzar otra vez, piedra por piedra. Es nuestro único refugio, el único lugar que nos queda en el mundo”, dice un viejo afgano de barba populosa mientras ayuda a un grupo de niños a construir un barrilete.
Yavid tiene 28 años, llegó hace cinco escapando de los talibanes y posee lo que se parece a un comercio de frutas. Un tinglado medio derruido al que mira con orgullo. Yavid dice: “Me vine cuando llegaron los talibanes, nunca participé en política pero la política sacrificó mi vida y la de mi familia. Por culpa de la guerra no pude volver”. La política ni siquiera lo deja tranquilo. Los otros afganos que se unen a su alrededor intervienen para decir lo que piensan. Karim Ajana Abdami tiene una barba larga, ojos agresivos y muchas ganas de hablar. En cuanto se lanza, una parte del grupo grita y aplaude apoyando sus opiniones. Abdami es un refugiado pero defiende a Ben Laden y a los talibanes: “Osama Bin Laden es el león del Islam. Si Estados Unidos ataca Afganistán voy a dar hasta mi última gota de sangre, la mía, la de mis hijos y la de toda mi familia. Será mi guerra sangre y voy a matar a muchos norteamericanos”. Shapur, un afgano alto y delicado, corta el discurso de Abdami y afirma que le gustaría volver: “Pero no puedo hacerlo por culpa de la guerra. Me tuve que ir cuando estalló la guerra entre el comandante Massud y los talibanes. Yo soy pro-talibán, pero la guerra es una muralla para mí”.
Nada es tan simple como parece. Ser refugiado no significa ser enemigo del “enemigo”. Al igual que Shapur, muchos afganos refugiados que sufrieron con la guerra simpatizan con Bin Laden y el régimen de los talibanes: “Yo estoy contra Osama Bin Laden pero no estoy contra el Islam. Me gusta Osama Bin Laden porque es musulmán pero al mismo tiempo no me gusta porque es un terrorista. Yo quisiera que hubiese un gobierno dondetodos los partidos estuviesen representados”. Shuriv vive en el campo Katchi Abadi, el más pobres de todos. A sus más de 60 años conoció tantas guerras que para él, a pesar de las condiciones materiales de su existencia, prefiere el polvo y la pobreza “antes que la pólvora y la muerte. Vine a Pakistán hace 18 años. Me fui con la ocupación rusa y hace 10 que vivo acá. Hasta que no haya la paz no podré volver. Mi casa está justo en la zona de combate”. Pese a la situación, a los años de exilios y a la extrema indigencia, nadie ve la posibilidad de las represalias norteamericanas como el camino más corto para volver. Los afganos no quieren ni a Bin Laden y los talibanes, ni tampoco a EE.UU. Shuriv asegura que quien se anime a entrar por la fuerza en su país está perdido: “Los británicos y los rusos atacaron Afganistán y perdieron. A Estados Unidos les ocurrirá lo mismo. Cada afgano, incluso los niños, está formado como un soldado. Estados Unidos no podrá vencer”.
¿Cómo y cuándo volver, en qué condiciones dejar una vida errante y regresar a Afganistán? Algunos refugiados dicen: “Cuando haya un gobierno islámico en todo el país e impere la paz”. Otros esperan recuperar sus casas ubicadas en los frentes de combates. Todos tienen en los labios esa frase que los niños cantan en coro: “La paz, la paz, la paz”. Ninguno de los refugiados cree en Occidente, ni en los rusos, ni en ninguna fuerza exterior. Tadih, un cuarentón barbudo y locuaz, explica: “¿Cree usted que somos inocentes, cree usted que no nos acordamos cuántos países nos hicieron daño? Mire alrededor suyo, observe cómo vivimos y mida todo lo que dejamos atrás. Cuando vemos a Estados Unidos unirse con los rusos que nos invadieron para combatir a Bin Laden y el gobierno talibán lo único que nos queda por hacer es buscar en la memoria una vieja canción y ponernos a cantar. Quienes nos destruyeron ayer se unen hoy para volvernos a destruir”.

Entre la quiniela y la cábala

Por E. F.

¿Cuándo empezará la guerra? Las apuestas, las previsiones y los análisis más estrafalarios corren como los números de la ruleta en todos los hoteles de Peshawar e Islamabad. Algunos periodistas vienen con rumores o informaciones secretas que nunca se confirman, otros citan “fuentes especiales” que jamás aciertan con la realidad. A falta de informaciones veraces, las adivinanzas, los horóscopos y la numerología entran a jugar su papel. Un periodista trajo de EE.UU. el número de código del primer avión que se estrelló contra la torre de Manhattan y lo escribió utilizando la tipografía Webdings. El resultado es desconcertante. En vez del alfabeto la tipografía Webdings produce dibujos, una suerte de alfabeto hecho de ideogramas primarios. Al escribir en el teclado de la computadora el código interno del vuelo Webdings lo convierte en una serie de figuras que representan a un avión, dos torres, una bomba y una calavera. Pero esa coincidencia no es la única, ni la más paradójica. Lo que está más de moda es la numerología. Haciendo un análisis numerológico detallado de los parámetros del atentado la cifra que aparece con más frecuencia es el 11. Se repite en por lo menos 11 parámetros distintos, empezando por el día del atentado, que se produjo el 11 de setiembre. Además, entre muchos datos más, las dos torres de Manhattan, vistas de lejos, representaban el número once. Con esas indicaciones algunos calculan la fecha del comienzo de la ofensiva. La más cercana es el sábado próximo, es decir el 29 de setiembre. 9+2 dan 11.

 

 

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