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Cuatro amigas solitarias que no
pueden dejar de pensar en �eso�

La serie que produce Marcelo Tinelli cruza los mundos de �Ally McBeal� y �Sex and the City� apostando al desenfado de sus cuatro actrices.

La gracia de las cuatro
actrices es el centro del programa.
El tema pasa casi siempre por los conflictos con los hombres.

Por Julián Gorodischer

Ponga en su guión un poco de “Ally McBeal”, agréguele una pizca de “Sex and the City”, revuelva bien, condimente con actuaciones talentosas y tendrá lo que busca: una fórmula televisiva probada. “Cuatro amigas”, el ciclo que se estrenó el lunes a las 23 por Telefé, fue armado como una receta de cocina. Inés Estévez tiene el tipo físico de Calista Flockhart (la protagonista de “Ally McBeal”), reproduce sus mohínes, sus monólogos internos y la preocupación por el monotema: “Ellas sólo piensan en eso”. También imagina fantasías que, de pronto, se materializan, como compañeros de trabajo que deambulan en calzoncillos y un ex novio que se pega un tiro clamando por su atención. Poco después la realidad la sorprende, siempre más desfavorable, porque está sola. Ally ya lo había hecho antes, pero a los guionistas (Gustavo Bellati y Mario Segade, ex Pol-Ka) no les preocupa disimularlo.
Es más, aquí el préstamo es tan explícito (una marca demasiado evidente para cualquiera que haya ojeado de pasada los canales Fox y Sony, en el cable) que cada situación no original podría leerse como un homenaje, como una cita y no un robo. Como en “Sex and the City”, las chicas (Paola Krum, Inés Estévez, Mirtha Busnelli y Valeria Bertuccelli) se reúnen a hablar de ellos, concebidos como objetos que se les resisten, escapan, engañan o molestan. El tópico suena conocido: es el discurso de solitarias mujeres de 30, o un poco más, que dicen “ya no quedan hombres”. Lo importante es que no haya otra cosa de que hablar.
Sin embargo, a diferencia del “trabajo antropológico” que ejercen Sarah Jessica Parker y compañía en la serie estadounidense, aquí la propuesta queda limitada al medio tono. “Ese mocasín no te conviene”, aconsejan a Elena las demás en referencia a su ex. Ella no puede resistírsele, e igualmente lo llama. Cuando hablan con todas las letras, la parodia sobre el ñoqui o el chizito de un galán es tosca y desmerece la buena realización de otros momentos costumbristas.
Las chicas de “Cuatro amigas”, a diferencia de sus alter egos de “Sex and the City”, no firmaron un manifiesto, y por eso quedan sumidas en la banalidad de casi “no poder pensar en otra cosa”. Sarah y amigas tomaron una decisión que antecede y justifica sus actos: ponerse a prueba y demostrar que podían tener sexo sin amor y estar, por una vez, en el lugar de sus verdugos. La idea era darles una lección. Lo suyo recorre el camino de una técnica, y he allí su revolucionaria calidad de los contenidos: despojar el romance de sentimiento, subir el placer sexual a la categoría de fin último.
Las “Cuatro amigas”, en pantalla local y familiera, no llegan a tanto. Apenas, se comportan como alienadas que no pueden sacarse la obsesión de sus cabecitas de novia. Son cuatro que lo subordinan todo a cambio de un romance, que tiran abajo cualquier resabio de dignidad cuando un ex que fue infiel les pasa por al lado en el parque. Ellas están en el mundo para hacer y decir “cosas de mujeres” (inmejorable estrategia de marketing televisivo en tiempos de Monólogos de la vagina) como conversar de un baño a otro, llamarse por teléfono a las cinco de la mañana e insistirse para salir a bailar en plena depresión. Que nunca decaiga.
Las “Cuatro amigas” nunca tocan tabúes, se nutren de lugares comunes de una mitología sobre la relación entre hombres y mujeres. A Sofía (Krum) le repugna el “pito enano” del tipo que se levantó, un argentino con décadas en Francia (Pablo Cedrón) pero Rita (Bertuccelli) lo reivindica: “Qué bien lo usa”. Cuando hablan de los hombres, recorren situaciones frecuentes: engaña con otra, no responde llamadas, no aparece. En cambio, cuando las situaciones abandonan el discurso de género y se asemejan a “escenas de la vida posmoderna” el tono se modifica. Deja de ser un chiste sobre mujeres huecas y se transforma en un retrato de la soledad contemporánea. Verónica (Busnelli) se escapa de la disco porque está fuera de sitio, e Inés sedespierta sin compañía en una cama doble. En esos momentos, la trama se aleja de la consigna unívoca hecha para identificar a otras mujeres. Alguien está sintiendo algo: apenas unos segundos antes de que regrese el maratón de referencias al sexo opuesto. No la cruzada experimental de las chicas de “Sex” ni el extraviado rapto sentimental de “Ally” sino un cruce marcado por una negativa: no poder parar de hablar de “eso”.

 

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