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Las bombas y el ácido nítrico
Por Osvaldo Bayer

Los analistas hablan ahora de que fue un apoyo al hombre falso. Una equivocación que cuesta la salud del Imperio. Bin Laden fue hijo adoptivo y preferido. Y ahora hay que destruirlo. Para eso, la utilización de la confabulación y la mentira. La confabulación les ha salido magistral. Todos entraron, ninguno falló. El Imperio manejó los hilos y todos dijeron que sí. El gobierno alemán, por ejemplo, no repara en decir a todo que sí, ja, yes, oui. El primer ministro Schroeder, socialdemócrata, ha ido hasta las ruinas de las dos torres mellizas y ha llorado. Fue dramático. Las palabras que se le cortaban, y después el rostro plañidero y las lágrimas. El partido Verde –que forma parte del gobierno– hizo saber a través de su dirigente Kerstin Müller que “no somos más un partido pacifista”. ¿Cómo va a decir eso? ¿Tenía necesidad de decirlo? Es que había que ser firme en la fidelidad al Imperio. Los demócratas cristianos han ofrecido dinero, aviones y soldados; el partido Liberal está dispuesto a eso y a mucho. Los únicos que se han resistido y en su congreso lo dijeron claro: ni un soldado al frente, ningún arma contra el pueblo afgano, ha sido el neocomunismo, el PDS, que ha concitado por eso la santa indignación de todos los demás partidos políticos. En esto vemos lo poderoso que es el Imperio. Sus aliados, todos detrás de él. A pesar del gran error, a pesar de la política sucia del petróleo y del frente árabe. Pero, claro, ninguno de estos actos de sumisión puede superar el espectáculo del laborista Blair, el primer ministro inglés, que brilló por su dedicación, por su movilidad, por su absoluta obediencia al cow-boy de Washington. A veces, en sus declaraciones, pronunciaba unas palabras de reconocimiento a Estados Unidos que parecían dichas al altar de Dios. Curiosa esta sumisión de las democracias... Fue toda una gran mentira. Todo el mundo –por lo menos el europeo– creyó que a la política antiterrorista la iban a jugar los organismos de inteligencia y las tropas paracaidistas preparadas para la sorpresa y el secuestro de Bin Laden. Por eso tantas caras de espanto cuando empezaron a caer las bombas sobre el destruido territorio afgano. Bombas y más bombas, misiles y más misiles. Es para objetivos de guerra, se dijo con voz especializada. Pero los rayos y las explosiones llegaban a los oídos de los niños y de las desesperadas madres que presentían cada vez más cerca el avance del fuego. Y ahí ya están los muertos.
Se oyó entonces la voz de Wickert, un apreciado periodista de la televisión alemana que igualó en sus condiciones morales al fascista religioso Bin Laden y al presidente norteamericano George W. Bush. Escribió: “Bush y Bin Laden tienen algo en común. Bush no es un asesino ni un terrorista, pero la estructura de pensamiento de ambos es la misma”. Además, en su artículo, Wickert agregó estos pensamientos de una de las mejores escritoras de la India, Arundhati Roy, quien expresó lo siguiente: “¿Quién es en realidad Osama bin Laden o, mejor dicho, qué es Osama bin Laden?”. Y se contesta: “Es el oscuro sosia del presidente americano. Los dos tienen el mismo idioma y citan en su retórica siempre a Dios y al triunfo de los Buenos sobre los Malos”. Esto bastó para que el ecuánime periodista desapareciera de las pantallas mientras los otros medios lo crucificaban ante la opinión pública. Y lo que pasó con el famoso músico y compositor alemán Karlheinz Stockhausen va a pasar a la historia de la idiotez y del fanatismo humano. El músico, cuando vio en televisión estrellarse el avión suicida contra uno de los rascacielos, quedó obnubilado y esa noche antes del concierto donde se daban obras suyas dijo estas palabras increíbles: “Lo que ha ocurrido con las Torres Gemelas –y por favor, ahora los que me escuchan tienen que reorientar sus cerebros– es la más grande obra de arte que ha dado el mundo. Que los espíritus, en un acto, puedan llevar a cabo lo que en música es imposible hacer, que haya gente que se ejercite como locos totalmente en forma fanática, paraun concierto, y allí mismo mueran, es arte por el arte mismo. Repito: este choque contra un edificio es la más grande obra de arte que se haya hecho en el cosmos total. Imagínense lo que ha pasado, lo que ha ocurrido: viene gente que se concentra para una función y de pronto 5 mil personas son lanzadas hacia la resurrección, en un solo momento. Esto no lo podría hacer yo como músico. Porque no soy nada más que un compositor”. Y agregó eufórico: “Imagínense, yo podría ahora lograr una obra de arte y vosotros no sólo quedaríais absolutamente impresionados sino que caeríais muertos en el instante. Caeríais muertos y renaceríais porque simplemente todo es demasiado racional. Algunos artistas intentan cruzar la frontera de lo posible y lo imaginable para que despertemos y nos abramos hacia otro mundo. Lo que ha ocurrido en el atentado es un salto por encima de la seguridad, de lo comprensible, de la vida. Y eso es lo que ocurre. O no es arte”.
Stockhausen estaba en otra esfera, en otro cielo, vio la tragedia con ojos de artista sobrehumano que puede resultar inhumano. La reacción de castigarlo fue inmediata: no sólo lo repudiaron sus compañeros compositores sino todos los burócratas de la cultura y se le suspendieron de inmediato los tres conciertos con sus composiciones que estaban anunciadas para el día siguiente. Stockhausen miró la reacción con ojos asustados, como si nadie lo hubiera comprendido y así lo condenaban a la muerte artística perpetua. Cuando supo las reacciones, sólo atinó a decir: “Pero, ¿es que no tienen en cuenta que a veces a las obras de arte las hace el diablo?”.
Sólo le deseo al artista Stockhausen que sobre esa impresión terrible que recibió haga su obra maestra. Será la conjunción de la muerte, el terror, y el egoísmo a que ha llegado el ser humano, con sus sistemas de su desprecio al ser vivo y a la ética.
Pero por más que la vida económica y política esté con las bombas de Bush, también está la poesía. Mientras los gobiernos se arrodillan ante las bombas y el fuego, los alumnos de las escuelas secundarias alemanas han salido a la calle con las palabras: “Paz, no a la guerra, sí a la vida”. La semilla vuelve a germinar, aunque el fuego destruya al árbol. Y esta tarde, en Berlín, se reunirán miles de pacifistas para repudiar las bombas sobre Afganistán y el atentado de las torres para que ese fuego de la muerte se convierta en pan, semilla y ladrillos para las escuelas.
Quisiera ahora dejar el espacio al más grande de los escritores turcos vivientes, Orham Panuk, quien acaba de decir: “Quien aprueba sin límites las operaciones militares que ejercita hoy el poder guerrero americano para enseñarles a ‘portarse bien’ a los terroristas, quien discute con placer los juegos de video sobre cuál objetivo los aviones norteamericanos bombardearán hoy, debe saber que las medidas militares tomadas en forma irresponsable producen en millones de seres de los países islámicos y en regiones pobres del mundo el odio contra Occidente, y los envuelve en un sentimiento de inferioridad y de desamparo. Lo que alimenta al terrorismo no es ni el Islam ni la pobreza sino los sentimientos de desvalimiento y de impotencia ante tanto poder. Hoy, el problema de Occidente no es tanto descubrir en qué carpa, en qué lejana ciudad, en qué callejuela, el terrorista está preparando su nuevo explosivo, para cubrirlo de bombas o de misiles, sino que el verdadero problema está en comprender el estado anímico de los pobres y los humillados, de la mayoría del Tercer Mundo, siempre la injusticia como norma. Por eso, los discursos prepotentes y las operaciones militares con todo el poderío tienen justo el efecto contrario. Debo decir que el egoísmo arrogante y vanidoso de Occidente obliga al resto del mundo a decir –como el personaje de Dostoievski, por el agujero del sótano– que dos más dos son cinco. Lo que más ayuda a esos islamitas que arrojan ácido nítrico en el rostro de sus mujeres que no quieren cubrirse, es precisamente la incomprensión agresiva de Occidente”. El terrorismo de las Torres Gemelas se va a terminar cuando Naciones Unidas vuelque en Afganistán un verdadero plan de ayuda, con la elaboración de la tierra y las máquinas para la industria. Será el momento en que Stockhausen componga su novena sinfonía, con un feérico himno a la alegría.
Por cada nueva bomba y misil desde barcos y aviones, un nuevo terrorista comienza a buscar nuevas torres gemelas.

 

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