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PANORAMA ECONOMICO
Por Julio Nudler

NO HAY TRABAJO SIN MONEDA

La convertibilidad de la moneda no implica solamente el mantenimiento de la paridad cambiaria, trocando un peso por un dólar. Significa, primordialmente, la imposibilidad de disponer de dinero interno más allá de la existencia de dólares u otras monedas extranjeras. Y allí se encuentra la razón básica de esta recesión tan prolongada y del creciente endeudamiento que carga sobre sus espaldas nuestra economía. Este es el eje del análisis con que el economista e historiador Guillermo Vitelli, ajeno al elenco establecido de especialistas en la materia, explica la depresión crónica que padece el país.
Los argentinos –dice– sienten aversión ante la posibilidad de emitir papel moneda, por la memoria de las dos hiperinflaciones. El discurso antimonetario, montado sobre esas experiencias, instaló una fobia colectiva a la emisión de dinero. Algo muy extraño –según hace notar–, porque el papel moneda ha sido uno de los mejores inventos de la humanidad. Ahora bien, ¿por qué la convertibilidad torna insuficiente la cantidad de moneda? ¿Y por qué es ésa la restricción que lleva a la parálisis del aparato productivo y al endeudamiento? La explicación no es compleja, según Vitelli, autor de Los dos siglos de la Argentina. Historia económica comparada (Pendergast).
Hace ya casi cien años fue desarrollada la Teoría Cuantitativa del Dinero, uno de los pilares de la ciencia económica. Ella explica que cuando los precios son estables –como hace tiempo en la Argentina y en casi todo el mundo–, el nivel de producción interno estará asociado con la cantidad de dinero. Imaginar un nivel de producción potencial alcanzable para la economía argentina, generado por la utilización plena de todos los recursos productivos, incluida la mano de obra, implica pensar en la disponibilidad de dinero circulando en cantidades adecuadas para lograrla y para permitir la venta de los bienes producidos.
Para Vitelli, investigador del Conicet en el Instituto de Investigaciones de Historia Económica y Social de la UBA, el mayor problema de la convertibilidad es que no garantiza la cantidad de moneda necesaria para que la economía opere a pleno. Por el contrario, ha impuesto cantidades menores de medios de pago, que llevan a la recesión y a la desocupación de la mano de obra, así como de gran parte del capital invertido. La explicación de este funcionamiento es también sencilla y permite comprender –afirma– cómo se entronca la convertibilidad con el incremento permanente del endeudamiento.
La convertibilidad sólo autoriza la emisión de dinero contra el ingreso de divisas. Para lograr esta afluencia, es necesario generar saldos positivos en el comercio exterior –es decir, que las exportaciones superen a las importaciones–, o atraer la entrada de capitales líquidos. La captación de fondos en moneda extranjera sólo puede ser exitosa si las rentas financieras obtenibles en el país son más altas que afuera. Ese premio es condición ineludible, pero reduce la actividad productiva local porque tasas de interés internas superiores a las externas desalientan, como es obvio, la inversión y el consumo de bienes dependientes del financiamiento.
También las necesidades financieras del sector público contribuyen al incremento de las tasas de interés internas porque, al no tener el Estado capacidad de emisión para cubrir sus déficit, debe recurrir a préstamos del sector financiero. Pero la diferencia de tasas no es en sí misma suficiente. Para garantizarles a los capitales externos una renta mayor en divisas, el país debe asegurar la estabilidad del tipo de cambio. Si sobreviniera una devaluación, las rentas e incluso los capitales quedarían recortados. Un instrumento central para lograr la estabilidad cambiaria fue la apertura de la economía a la importación irrestricta de mercancías, para ponerles así un techo a los precios internos y prevenir presiones inflacionarias que pudieran exigir una devaluación. Pero la apertura misma determina que la economía no alcance saldos a favor en su comercio exterior, o que sólo los genere durante recesiones acentuadas. De allí que la expansión necesaria en la cantidad de dinero para posibilitar el crecimiento de la producción sólo puede conseguirse mediante el endeudamiento externo, ciertamente creciente al superponerse con la necesidad de refinanciar deudas pasadas.
Se trata, para Vitelli, de una paradoja absurda, ya que para incrementar la cantidad de moneda, permitiendo así más producción y mayores transacciones, se hace preciso incrementar las tasas de interés internas y exponer a los sectores productivos a la competencia internacional, combinación que conduce a muchos a la quiebra. Pero el alto costo del dinero y la apertura comercial no son los únicos factores de desaliento: para mejorar la capacidad competitiva con el exterior sin devaluar –al tiempo que otros, como Brasil, lo hacen–, o para aumentar los saldos exportables, deben reducirse los salarios nominales.
De allí que el endeudamiento y la parálisis productiva y consuntiva sean intrínsecos a la restricción monetaria y a la forma de expandir la cantidad de moneda bajo la convertibilidad. Pero no es ése el único sinsentido, según Vitelli. Otro, que se gestó desde 1991, también asociado a la restricción monetaria, consistió en dificultar la operación de los circuitos productivos internos: para que una industriosa mujer en algún pueblo del interior pueda venderle sus empanadas a un albañil del paraje, y éste a su vez construirle una medianera a su vecino, deben contar con moneda. La lógica de la convertibilidad les impondría que primero exporten para obtener moneda extranjera y recién luego estarán en condiciones de poner en movimiento su circuito productivo local.
La aparición del patacón, y de toda otra moneda “de segunda”, tiene su razón en la ilógica monetaria de la convertibilidad. Por eso, concluye Vitelli, permanecer en la restricción monetaria que impone la convertibilidad agravará la depresión de la economía argentina.


 

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