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A TRES SEMANAS DE JUICIO POR EL ATENTADO DE LA AMIA, DOS REACCIONES
“Esto es un 10 por ciento de la causa”

Adriana Reisfeld, de Memoria Activa, sintió que revivía los días del atentado en que murió su hermana. Luego, a medida que pasaban los días, le volvió la bronca porque �no hubo una investigación seria�.

Reisfeld no está asombrada por lo que escuchó en el caso: �Todo armado, como esperábamos�.

Por Irina Hauser

“Presiento que con el caso AMIA va a pasar lo mismo que con el caso Cabezas y el de María Soledad. Una partecita llegó a juicio oral, el resto no se investigó.” Esa es la sensación que tiene Adriana Reisfeld, titular de Memoria Activa. La que ya tenía antes del juicio y la que ve reforzarse a medida que pasan los días, aunque no pierde las esperanzas de que algún testigo o acusado cuente más de lo que hasta ahora se sabe. Su hermana Noemí trabajaba como asistente social en la mutual judía. Desde el día del atentado, Adriana intenta transmitirle a sus dos sobrinas los gustos, actitudes y motivos de lucha que tenía su mamá. “Mi lucha por justicia se debe a que ella era una luchadora”, cuenta. En los primeros días del juicio le pareció revivir la semana del ataque terrorista. Después le empezó a crecer la rabia porque no existió “una investigación seria”. “Siento mucho bronca porque a Noemí no le permitieron continuar con su camino cuando parecía, justo en el ‘94, su mejor año. Había ascendido en el trabajo, estaba flaca y con proyectos”, se lamenta.
–¿Qué es lo primero que se le viene a la mente de lo que vio en el juicio estos días?
–No hay nada que me haya asombrado. Sabíamos que lo de (Juan José) Ribelli iba a ser muy armado. (Anastacio) Leal sorprendió al comienzo de su declaración por su seguridad, pero después incurrió en confusiones. Es decir, estamos ante los mismos personajes que pensábamos. Quizá nos sorprenden las cosas que pasan fuera del juicio, como el desplazamiento de Nilda Garré de la Unidad de Investigación del atentado. Que a los fiscales les haya llamado la atención que ella hable del testigo “C”, cuando hace mucho se sabía quién era y lo que había dicho, eso es llamativo. Garré estaba trabajando más allá del testigo “C”, apuntaba a muchas otras cosas en la investigación.
–¿Hubo algún momento del juicio que, en lo personal, la haya movilizado?
–Cuando se leyeron los nombres de las 85 víctimas y cómo falleció cada una. En tres líneas se sintetizaba cada una de esas vidas: quién fue, cómo murió, quién lo reconoció. Fue muy fuerte escuchar eso ahí, todos juntos. La primera semana del juicio nos hizo revivir la semana del atentado. Ahora, después de varios días, nos entra a crecer la bronca otra vez y la necesidad de saber, la certeza de que hay que investigar mucho más seriamente, hoy más que nunca. Si hubiera habido una investigación seria, que rastreara debidamente la conexión internacional, se podría no sé si evitar algo como lo que ocurrió en Estados Unidos, pero sí habría mucha más alerta sobre ciertas células terroristas dormidas hoy desconocidas.
–¿Cómo fue ver a Ribelli, Carlos Telleldín y los demás acusados ahí cerca, durante tantas horas?
–Los vi avejentados para estos cinco años que llevan presos. Estar tan cerca de ellos impresiona. Lo que nos pasa es que nos sentimos nosotros los encerrados, detrás del vidrio que nos separa de la parte principal de la sala de audiencias. Me llamó la atención, además, que cuando se leyeron los nombres de los acusados con sus cargos, los mencionaban como si estuvieran en actividad: comisario, en vez de ex comisario, por ejemplo. Dejaron de ser policías desde el momento en que están presos.
–¿Qué significa para usted este proceso?
–Si estamos acá, si vamos al juicio permanentemente, es porque pensamos que allí algo nuevo puede surgir. De hecho hay 1400 testigos. Y nuestros abogados volvieron a pedir que declaren Carlos Menem y Alberto Kohan, porque a ellos los involucró Ribelli. Igual, mis expectativas son equivalentes a lo que representa el juicio oral: un diez por ciento de la causa. Lo que más me preocupa es si la pesquisa va a continuar. La causa AMIA residual es el tema. Ese es casi el total de la historia.
Sólo sabemos qué pasó hasta el 10 de julio. Ojalá pudiéramos tener la tranquilidad de que se hizo justicia, sería sacarnos un peso de encima.
–¿Por qué no se pudo llegar a la verdad?
–Tuvimos un juez con voluntad de no investigar. Algún día ojalá haya justicia para ver si estuvo amparado por alguien. Por ahora lo que se vio es un juez que estaba con los fiscales y una parte de la querella (la de AMIA-DAIA) en un mismo equipo. Tenían que haber sido independientes. La actitud de Galeano siempre fue llamativa y ahora, encima, acepta que mandó a destruir pruebas.
–¿Teme que se cierre la causa?
–Esta mala investigación es cerrar la causa. Presiento que con el caso AMIA va a pasar lo mismo que con el caso Cabezas y el de María Soledad. Una partecita llegó a juicio oral, el resto no se investigó. El juez Galeano hizo más desde que elevó la causa a juicio oral que antes.
–¿Tiene costumbres o rituales para recordar a su hermana?
–Noemí está presente siempre. Somos una familia especial. Lamentablemente uno siempre se topa con la muerte de seres queridos, a quienes tiene presente. Pero con el caso de Noemí es mucho más fuerte. Porque era muy joven y tenía hijas chiquitas. A ellas tratamos siempre de decirles “tu mamá hubiera hecho tal cosa, de tal manera”. Tratamos de invocar a Noemí, sin usar esa invocación de más, claro. Consideramos cuáles eran sus gustos y las cosas por las que ella luchaba. Mi lucha por justicia se debe a que ella era una luchadora. Se exilió en el 76 y volvió en el 83, con una nena. Volvió a la democracia para morir.
–¿Cómo cambió su vida desde el día del atentado?
–Una cosa así cambia todo. Uno tiene la vida armada y previsible y de pronto ya no es así. Nuestra vida familiar cambió totalmente. No sólo por el atentado en sí. Mi hermana estaba separada, las nenas (que hoy tienen 16 y 20 años) pasaron a vivir con su papá y hubo que ayudar. Siento mucha bronca porque a Noemí no le permitieron continuar con su camino cuando parecía, justo en el ‘94, su mejor año. Había ascendido en el trabajo, estaba flaca y con proyectos...

 

OPINION
Por Raúl Kollmann

Tres semanas

Al final de la tercera semana del juicio AMIA algunas cosas quedaron claras. Quedó malherido, casi agonizando, el testimonio del armador de autos truchos Carlos Telleldín contra los policías bonaerenses. El Enano, como le dicen a Telleldín, afirmó ante el juez Juan José Galeano que los uniformados lo extorsionaban, le sacaban dinero a cambio de permitir que siguiera con sus actividades ilegales. En ese marco, como no tenía plata, Telleldín dice que les entregó como pago la Trafic que ocho días más tarde explotó en la AMIA. Después, de acuerdo con el juez y los fiscales, los policías les entregaron la camioneta a los terroristas. La declaración de Telleldín quedó hecha pedazos porque el otrora poderoso comisario Juan José Ribelli probó con bastante nitidez que Galeano le pagó a Telleldín para que dijera lo que dijo.
* Se vio el video en el que el juez negocia con Telleldín el dinero, 400.000 pesos.
* Se conocieron las escuchas telefónicas –adelantadas en exclusiva por Página/12 hace un mes– en las que El Enano habla con su esposa dándole instrucciones sobre qué hacer con el dinero.
* Se exhibió el recibo de la caja de seguridad abierta por la esposa de Telleldín justito el día en que declaró su marido, en un banco que está al lado de donde –según todo lo indica– le entregaron la plata.
A partir de aquí existen dos alternativas:
La primera: Galeano le pagó a Telleldín para que éste mienta e impute a los policías, ya que había que inventar algún culpable de los atentados.
La segunda: lo que contó Telleldín es verdad y Galeano le pagó los 400.000 dólares para que lo declare judicialmente. El dinero se usaría para proteger a su familia.
En cualquiera de los dos casos, la declaración de Telleldín queda casi moribunda como prueba –se hizo a cambio de un pago– y también sospechados quedan los testimonios de otros integrantes de la banda del Enano: su esposa y el mecánico Claudio Cotoras que supuestamente estuvieron presentes cuando los policías se llevaron la Trafic. Sin embargo, de ninguna manera se puede decir que Ribelli o Anastasio Leal, los dos policías que hablaron esta semana, voltearon la versión que dio Telleldín de los hechos. Hay que ver las demás pruebas y testimonios que aportan el juez, los fiscales y la querella de la DAIA, representada por la abogada Marta Nercellas, que invariablemente en los últimos años sostuvieron que “cuando Telleldín declaró, ya estaban todas las pruebas para incriminar a los policías y lo que dijo el armador de autos truchos sólo sirvió de confirmación. La declaración de Telleldín no es imprescindible”, insistieron. En este terreno, el juicio recién empieza.
Lo que resultó particularmente indignante fue el intento de los policías de presentarse como corderitos y víctimas. Tanto Leal como Ribelli naufragaron cuando intentaron defenderse de todo lo relacionado con la forma en la que extorsionaban a Telleldín y otros delincuentes:
* Ante preguntas, primero del abogado de Memoria Activa, Alberto Zuppi, y después del juez Gerardo Larrambebere, Leal quedó sin respuesta y empantanado. Tenía que explicar por qué persiguió a Telleldín el 14 de julio de 1994, cuatro días después que teóricamente se habían quedado con la camioneta y cuatro días antes del atentado. Dijo que lo fueron a detener, pero que Telleldín se les escapó. Sin embargo, no le dieron cuenta al comando de que atraparan al Enano, no pidieron ayuda a otros efectivos, justamente porque era una persecución tan ilegal –para extorsionar o para matar a Telleldín– que ni siquiera la podían blanquear oficialmente ante sus compañeros de la Bonaerense.
* Leal miente descaradamente tratando de pasar por encima del hecho de que dos de sus subordinados, Diego Barreda y Mario Barreiro, confesaron que habían dejado todo listo para extorsionar a Telleldín y que la última parte del delito la concretaría Leal en esos días.* Ribelli sostuvo que sus hombres detuvieron en forma normal a Telleldín. Miente. Dos de sus hombres confesaron cómo le armaron una causa falsa al armador de autos truchos con el objetivo de detenerlo y extorsionarlo; un abogado que actuó como intermediario reconoció cómo les pagaron a los policías con dinero, un auto y una moto para que el Enano recuperara la libertad; el chófer de Ribelli relató la forma en la que extorsionaba y en Lomas de Zamora hay una causa judicial, sobre la base de escuchas telefónicas categóricas, en las que Ribelli está procesado por seis extorsiones –les cobraban a delincuentes e incluso a inocentes para dejarlos en libertad– y una tentativa de extorsión.
* En el expediente AMIA aparecen testimonios de policías que cuentan cómo la banda de Ribelli recaudaba dinero destinado a ayudar a los policías imputados en la masacre de Wilde y hay una escucha telefónica en la que Ribelli habla con un policía prófugo por otra matanza perpetrada por su gente en Monte Chingolo.
* El 11 de julio de 1994 Ribelli blanqueó dos millones y medio de pesos en una escribanía con el argumento de que su padre, un obrero ferroviario, le dejó 500.000 pesos a cada uno de los cinco hermanos. Tiene razón Ribelli cuando dice que tienen que probarle que ese dinero proviene de su supuesta relación con terroristas. Pero a la vez, es evidente que no puede justificar esa plata –que tal vez venga de sus extorsiones, arreglos y otros delitos o tal vez venga del atentado–, porque de lo contrario hubiera hecho una apabullante explicación, como la que hizo el jueves sobre otros temas.
Párrafo aparte merece su larga enumeración de las más de cien condecoraciones que recibió por su actuación como policía en la Bonaerense. ¿Qué es lo que prueba? ¿Se trata de la misma fuerza que un poco después protagonizó el asesinato de José Luis Cabezas? ¿Son medallas que provienen de los que después quedaron evidenciados en una célebre cámara oculta como los narco-policías? ¿Las recibió en actos en los que estuvo rodeado por el jefe Pedro Klodczyk y otros comisarios millonarios, tan millonarios como el propio Ribelli? Partiendo de la deplorable investigación del caso AMIA, en el juicio habrá que probar si Ribelli tuvo que ver o no con el atentado. Pero hay una cosa segura: las condecoraciones no prueban nada. O en todo caso, prueban que era un hijo dilecto de uno de los momentos más negros de la Bonaerense.

 

�Es el tramo final de una lucha, la de la verdad�

Luis Czysewski perdió a su hija Paola
en el atentado a la AMIA. Miembro de Familiares y Amigos de las Víctimas, cuentas sus emociones, sus broncas y desconciertos en un juicio donde ve por primera vez a los acusados.

Expectativa: �El juicio oral es el tramo final de toda una lucha, la de querer saber la verdad. Esperamos poder decir: �Se llegó a esto, esto es la verdad��.

Telleldín: �Me pareció un insulto a los familiares que su abogado diga que el derecho de las víctimas termina donde empiezan los derechos de Ribelli�.

Por Irina Hauser

La habitación de Paola está intacta, con la grilla de horarios de clases de la facultad de Derecho y un atado de cigarrillos sin terminar en el cajón de su escritorio. Su mamá, Ana María, trabajaba en el segundo piso del edificio de la AMIA y ella, por casualidad estaba allí, porque tenía tiempo libre. Paola había decidido acompañarla ese 18 de julio de 1994. Ana María sobrevivió el atentado. Paola no. Su papá, Luis Czysewski, integra la agrupación “Familiares y Amigos de las víctimas” y va al juicio oral cuantas veces puede. “Es el tramo final de toda una lucha, la de querer saber la verdad”, dice. De las tres primeras semanas de audiencias se llevó varias sensaciones importantes para él: un “golpe muy duro” e inesperado al oír los detalles de la autopsia de su hija, que nunca había querido conocer; el “descubrimiento” de lo que es un proceso oral, algo que desconocía; y escuchar los estudiados discursos de inocencia de los principales acusados de entregar la camioneta con que se cometió el atentado terrorista.
–¿Cómo se sintió en el momento en que empezó el juicio?
–Tuvimos dos sensaciones. Por un lado, saber que se podrá conocer un pedacito de la verdad, por chiquito que sea. Por otro, fue un golpe muy duro escuchar el requerimiento de los fiscales, porque cuando se leyó la lista de desaparecidos, no sólo se dieron los datos personales sino los de la autopsia. Yo no sabía de qué había fallecido mi hija, nunca quise ver esa parte del expediente. Pero me enteré en ese primer día del juicio. Fue un momento muy duro y sorpresivo. Justo el nombre de mi hija era el segundo, así que no tuve la oportunidad de tomar aire y crear los anticuerpos que necesitaba para soportar lo que iba a oír. Creo que no me resultó bueno saberlo, decidí no contar nada a mi familia.
–¿Qué le pasó cuando vio, cara a cara, a los acusados? Al desarmador de autos Carlos Telleldín, al ex comisario Juan José Ribelli y los demás.
–Era la primera vez que los veía. Pero había tenido una experiencia anterior que me marcó. Yo fui el único de los familiares que presenció el interrogatorio de Wilson Dos Santos en Brasilia, que duró dos días. El primer día cuando lo vi, apenas a un metro mío, no sentí nada, estaba como muy concentrado en lo que le preguntaba la jueza. El segundo día tuve un ataque de nervios muy fuerte, me descontrolé, me puse a llorar. Me di cuenta que era la primera vez que veía con forma de humano a alguien que pudo tener que ver con la muerte de mi hija. Al juicio oral iba preparado para que me pasara lo mismo, pero no tuve ninguna reacción. Además, desde donde estamos sentados nosotros al único que le vemos la cara es a Telleldín, que generalmente se sienta de costado, apoyado en el vidrio que nos separa de la parte principal de la sala de audiencias. Se mueve mucho, es inquieto. Entre paréntesis, los primeros días fueron aburridísimos.
Las imputaciones y los hechos se conocen tanto ya.
–¿Qué expectativas tiene ahora?
–El juicio oral es el tramo final de toda una lucha, la de querer saber la verdad. Esperamos poder decir: “se llegó a esto, esto es la verdad”. Esperamos que por la mecánica del juicio se rompa el pacto de impunidad, que surja alguna confesión o prueba para que se esclarezca lo que aún no sabemos: quién planificó, financió y ejecutó el atentado. Qué pasó entre el 10 y el 18 de julio, el día del ataque. Hay tantas preguntas. Recién ahora, con los atentados en Estados Unidos, los que antes miraban para otro lado cuando les hablábamos, seguramente podrán entender que no era un problema ni de los familiares, ni de los judíos, ni de la Argentina y que les podría pasar a ellos.
–En realidad, dice usted, están todavía bastante lejos de conocer la verdad, al menos con los elementos que el juez Juan José Galeano elevó a juicio. ¿Qué implica para usted no poder saber la verdad?
–Después del atentado empezamos a luchar por una especie de mandato. Es algo que a uno le surge, que siente que lo tiene que hacer. Como decimosen los actos, luchamos para que nuestros muertos no mueran dos veces. No sé bien qué me produce no saber la verdad, no sé si es frustración, o que uno aprende a convivir con la desgracia. En el juicio se va a demostrar si la prueba es buena o mala, si hay que condenar a los acusados. Lo que no queremos es que el juicio tenga un tinte político.
–¿Debió haber sido distinta la investigación?
–Debió haber sido mejor, más eficiente. Si después de siete años lo que se juzga es sólo la conexión local, las deudas son más de lo resuelto.
–¿Qué es lo que más rescata de estas dos semanas de audiencias?
–Especialmente desde la segunda semana, para mí fue todo un descubrimiento acerca de cómo es un juicio oral. No conocía la mecánica, soy contador, no soy abogado. Hasta me cuesta entender algunas de las cosas que se dicen o se leen. Con la declaración de Ribelli tuvimos un espectáculo mediático. Me impactó su preparación y su conocimiento de la causa. Lo mismo me pasó al escuchar a (Anastacio) Leal quien, aunque él (como se prestó a contestar preguntas) empezó vanagloriándose y terminó pidiendo la hora. El libreto de Ribelli fue mucho más aprendido y parecía un maestro de ceremonias. Eso sí, me pareció un insulto a los familiares de las víctimas que su abogado diga que el derecho de las víctimas termina donde empiezan los derechos de Ribelli. Me pareció una grosería. De su cliente me sorprendió, también, la defensa corporativa de los policías que hizo, algo que también puede leerse como una presión para que ellos imiten su discurso. Me sorprendió también que no atacara a Telleldín, quizá sea por estrategia.
–¿Tiene alguna forma especial de recordar a su hija?
–Su habitación quedó igual. Está su horario de clase, los cigarrillos en su cajón. Ella estaba en tercer año de derecho en la UBA. Además, Ana y yo una vez por semana vamos al cementerio. Y muchas veces a uno se le pasan cierto tipo de recuerdos. Se cierran los ojos y aparecen. Tenemos algunas cintas grabadas, pero sentimos una resistencia muy fuerte para volver a escucharlas.

 

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