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elecciones 2001

Por Jose Pablo Feinmann
Casi me olvido de votar

Eran las 4.30 de la tarde. Estaba con mi mujer mirando por la ventana y comiendo algunas facturas domingueras. Vemos gente que pasa, que camina por ahí, mirando un poco al piso, no por tristeza sino para no pisar caca de perro, atroz amenaza que Buenos Aires depara obstinadamente a sus habitantes. Curioso, le pregunto: �¿A dónde van?�. Y recuerdo una anécdota de mi amigo Tito Cossa: estaba en una playa, sentado, tomando algo de brisa y algo de sol y mirando hacia la orillita. Ve a unos cuantos cincuentones corriendo como suelen correr por ahí, por la orillita, eso que le dicen aerobismo o qué sé yo y que parece que si lo hacés no te morís del bobo, algo así. Entonces Tito, reflexivo, hondo, acaso mirándolos compasivamente se pregunta: �¿A dónde van?� Eso le pregunté a mi mujer el domingo a las 4.30 en tanto miraba a los habitantes que iban hacia algún lugar de Buenos Aires, evitando, como casi siempre logran, pisar la caca de los perritos, aunque no siempre lo logran y cuando así ocurre putean bajito pero resignados y se limpian la suela en el cordón; iban, decía, estos ciudadanos hacia algún lado y yo le pregunto a mi mujer hacia dónde y ella me dice: �Boludo, hoy se vota�. Dicho y hecho. Dejamos las facturas domingueras y nos fuimos a votar.
O sea, el hecho teórico que extraeremos de la anterior breve y tal vez expresiva narración es el siguiente: casi me olvido de las elecciones. Como sea, fui y voté. Algún curioso lector de estas líneas querrá saber por quién. Saludable costumbre que todos tenemos. Todos preguntamos a todo amigo que se nos cruza durante los días eleccionarios: �¿Por quién vas a votar?� Y después: �¿Por quién votaste?� En esta votación hubo un hecho señalable: por cualquiera que uno votara o por cualquiera que uno no votara estaba todo mal. Si votabas en blanco favorecías a alguien que no querías votar. Si anulabas, lo mismo. Si te quedabas en casa, también. Todo voto o ausencia de voto tenía una lectura política y sumaba. No había manera de escaparse. Todos los genios de la mecánica electoral te indicaron durante los días previos que todo voto-raje, todo voto-no-mejodan o todo voto me-importa-un-joraca o todo voto sigan-sin-mí-y-haganlo-que-quieran tenía un clarísimo indicativo electoral. O sea, hicieras lo que hicieses estabas favoreciendo a alguien. De aquí que muchos hayan elegido poner una imagen en su boleta, la cara de alguien, humano o animal, vegetal no, acaso algún ecologista haya puesto una madreselva. No sé. Volveremos sobre esto.
A quién voté, decía. Bien, es la hora de la sinceridad. Pido no me cosifiquen en mi voto, ya que los que tenemos la suerte de escribir en los medios votamos todo el tiempo. Sigo. La sinceridad, decía. Ahí va: no voté en blanco, no impugné. Pensaba (fue un ramalazo, digamos) poner un pedacito de papel higiénico en la boleta. Pero no. Pensé entonces en esa relación (tan de la política argentina) entre lo posible y lo imposible. Todo político �antes de llegar al Poder� nos dice que un montón de cosas son posibles, después (cuando llega) nos dice que no, que no son posibles, que �otras� son posibles (esas otras suelen coincidir exactamente con lo que nosotros no queríamos) y que son esas �otras� las que serán realizadas. Entonces: ¿para qué votar lo posible si lo posible siempre se transforma en �otro posible� que no es el posible que nos gustaba? Digamos que el �progresismo� ha encarnado esta figura de lo �posible�. Siempre hubo un candidato sensato, bueno, progre, que no deliraba y que sabría luchar por las causas buenas de la gente buena. Bien, eso se acabó. La Alianza tuvo el enorme mérito histórico de haber terminado para siempre con el .progresismo. en la Argentina. No es poco. Algo ha hecho. Pasará a la historia por eso. Se verán en los futuros libros de texto de este país fotos de De la Rúa y los suyos y abajo se leerá: �Supieron terminar con el progresismo argentino�. Ya tiene su lugar el llamado Luis XXXII en toda conceptualización seria de nuestra historia. No es poco. Bien, sigo: a quién vote, decía. Si lo posible es lo imposible porque se transforma enotro posible que es la negación del posible que yo quería, ¿por qué no votar lo imposible? Lo imposible es la izquierda. Así fue cómo voté a la izquierda. Porque estoy de acuerdo con todo lo que proponen. Proponen lo imposible. Pero alguien tiene que hacer eso, supongo. Alguien tiene que recordar esa pintada del Mayo francés: �Seamos realistas, pidamos lo imposible�. La izquierda dice dos o tres cosas sencillas y verdaderas: �No pagar la deuda�. Y también: �Ajustar a los ricos, no a los pobres�. Y bueno, uno está de acuerdo con eso. No sabe cómo diablos se va a hacer. Sobre todo porque este pueblo querido en medio del cual estamos le tiene tal pavura a la izquierda que parecería fuera la izquierda la que mató treinta mil personas y no la derecha. Y también porque la izquierda no tiene aparato ni sabe muy bien cómo comunicarse con la ciudadanía, ya que también ha dado la permanente sensación de no saber cómo comunicarse entre sí. Pero es así y punto. Por lo menos dicen dos cosas que son verdaderas: no pagarle a los yankis y sacarle la guita a Amalita o a Macri o (no hay que olvidar este detalle) conseguir que la devuelvan Menem y su dilatada, intermible gang. En suma, voté a Patricia y la voté porque además se llama Walsh y porque Rodolfo Walsh es una de las pocas grandes y hermosas personas que han caminado sobre esta tierra de desdichas y desengaños. 
Ahora que se sabe por quién voté me dedico a algo acaso más importante. ¿Qué metió la gente en las boletas? Un señor de Quilmes metió la foto de un perrito. Ese voto dice: basta de veredas con caca, ocúpense de los perritos y si se ocupan de ellos harán menos caca en las veredas. Otros metieron otras cosas o no metieron nada. Pero en Córdoba hubo un votoamenaza. Corrijo, no uno, cincuenta. Cincuenta tipos metieron en su boleta una foto de Osama bin Laden. Las �lecturas� de este voto son infinitas. Pero no evitemos sugerir algunas. Todas ellas dirigidas a la clase política. Son las siguientes: 1) O hacen las cosas bien o se viene Osama; 2) O dejan de afanar o les volteamos las torres donde tienen sus dúplex; 3) Ya que el dios por el que juran jamás les ha demandado nada posiblemente algún otro dios, el dios musulmán, les demande lo que el dios cristiano no; 4) No es el Gran Hermano el que �os vigila�. Os vigila Osama, cuyos �reality shows� tienen más rating. 
Para terminar: las clases políticas se han transformado en �oligarquías políticas�. Han hecho de la política un asunto �privado�. No representan a nadie, salvo a sí mismas. Esto lo ha dicho un filósofo griego que se llama Cornelius Castoriadis y lo dijo en un texto al que expresivamente llamó: �¿Qué democracia?� O sea, ¿de que democracia me hablan? Y otro pensador, un notable pensador argentino, José Nun, tituló uno de sus libros: �Democracia, ¿gobierno del pueblo o gobierno de los políticos?� Muchos lo han sabido y lo han dicho en estas elecciones: la democracia, hoy, aquí, en esta Argentina donde todo es riesgoso también está en riesgo la democracia, ya que, tristemente, se ha transformado en el �gobierno de los políticos�, no en el del pueblo, como debería ser y como posiblemente será si nos animamos a enojarnos un poco más. No sólo los días en que se vota. 

 

 

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