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Cinco historias de seres que no
se animan a dar el próximo paso

La puesta del director Fernando Piernas de �Umbral� permite al público local acercarse a la obra del dramaturgo español Paco Zarzoso.

Un pasaje de la notable puesta concebida por el director argentino.
Las funciones son en el Teatro del Sur, los viernes y sábados a las 23.

Por Cecilia Hopkins

El año pasado, durante el ciclo de teatro Los contemporáneos organizado por el ICI (Instituto de Cooperación Iberoamericana) el nombre del valenciano Paco Zarzoso, uno de los dramaturgos que sobresalen en el panorama teatral español, empezó a ser conocido para el público porteño. En esa ocasión, Umbral, varias veces premiada en su país, fue encomendada a Fernando Piernas, director local muy vinculado al estudio de Augusto Fernández, para que la pusiera en escena en la modalidad de teatro semimontado. “Un trabajo en progreso, algo a prueba como sistema posible para contar una pieza”, define el director. Una vez concluido el experimento .previsto para unas pocas funciones- Piernas decidió seguir adelante y montar el espectáculo en su totalidad, sin dejar de lado algunas de las estrategias narrativas que había previsto desde el comienzo. El resultado final, que pudo verse en Córdoba el mes pasado, durante el Festival Mercosur y ahora está en cartel aquí da cuentas de una estructura muy sólida, que une sin resquicios las diversas situaciones que plantea el autor en su obra.
Cada una de las cinco historias presenta sendos pares de hombres y mujeres que no pueden –y en algunos casos no quieren– anudar una relación amorosa, porque rechazan la idea de trasponer el pequeño espacio que los separa. Los actores están siempre a la vista del público y se alternan para tomar el rol del relator, que tiene la misión de timonear discretamente el hilo narrativo que acata la pareja protagonista de turno, que aparece en primer plano en relación con el público. En general, el que hace las veces de presentador conserva un tono neutro, pero hay un caso en el que este personaje distanciador se apropia del discurso del protagonista, asumiendo su compromiso emotivo. Este es el caso de la mujer que mientras espera que cambie la luz del semáforo para cruzar la calle tiene fantasías sexuales con un desconocido, que no se anima a admitir como propias, y se disipan ni bien está en condiciones de continuar su ruta. Así, la relatora (Silvina Fernández, en potente intervención ) le pone voz al pensamiento del personaje que Beatriz Spelzini trabaja mesuradamente desde lo gestual.
El diálogo que entabla con su vecino la mujer que ha sufrido un corte de luz (interpretada también por Spelzini, junto a Marcelo Piraino) es otro caso emblemático de la soledad y el encierro propio de las grandes urbes. Ella pide ayuda porque siente que avanza sobre sí una de las tantas formas de la desesperación, en este caso causada por la conciencia de que ni la televisión, ni la música ni la lectura podrán por esa noche ahogar sus pensamientos más acuciantes. El ajustado trabajo de equipo puede apreciarse en el instante en que suben a escena las fantasías afectivas que bullen en la cabeza de los protagonistas. Esto ocurre cuando el número de zapateo americano que uno de los actores-auxiliares de la pareja central ensaya (a cargo de Diego Reinhold, como salido de una película de los ‘50) continúa en una coreografía kitsch que poco después se diluye bajo el peso de la realidad. Todo el espectáculo se ha construido tomando en cuenta las proporciones de cada tramo respecto de la totalidad, midiendo la duración o la intensidad de cada momento, sus pausas, los elementos tragicómicos que van apareciendo, las distancias que se manejan entre un personaje y otro. De las cinco historias, tal vez la que más sutilezas ponga en juego sea la que protagoniza Ricardo Merkin, en el rol del hombre que no se anima a declarar su amor a una de las empleadas del matadero que administra. Este texto se destaca del resto porque parece redoblar las contradicciones ya planteadas en los anteriores, aparte de captar intensamente la soledad del personaje, a favor del cual Merkin aporta todo su potencial expresivo.

 

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