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PANORAMA POLITICO
Por Luis Bruschtein

EL PAIS DE LAS MARAVILLAS

Tal cual estaba anunciado, tras las elecciones el problema principal según los analistas del Gobierno es la gobernabilidad. No se trata de reorientar las políticas que fueron rechazadas por el sufragio sino hacer posible seguir gobernando con esas mismas políticas.
Como en un desvío del ferrocarril, el tren de la política se encamina entonces a una vía secundaria. Versiones, agitación, expectativa en la Casa de Gobierno, se echaron a correr operaciones para mover ministros o secretarios. Alguien dice que saldrá Juan Pablo Cafiero porque está arreglando con los gobernadores su regreso al peronismo. Otro, que el mismísimo Ramón Mestre está arreglando con el gobernador cordobés, José Manuel de la Sota. Las armas apuntan a las negociaciones con los gobernadores, especialmente con los justicialistas. Cafiero presentó su renuncia, De la Rúa se la aceptó y comenzaron los tejidos para reemplazarlo. Patricia Bullrich era la candidata, pero finalmente fue el segundo de Cafiero, el radical Daniel Sartor. Además de peleas y reconciliaciones entre Chrystian Colombo y Domingo Cavallo.
Se ha privatizado, se ha ajustado y se ha endeudado. Cada vez que los últimos presidentes de la Argentina han hablado sobre la valentía de tomar decisiones drásticas, las han tomado y siempre en el mismo sentido. La gente no entiende en dónde reside la valentía aunque en esos discursos presidenciales está implícito que se trata de la valentía de tomar decisiones en contra de lo que opina la gente.
Gobernar con tanta valentía no parece democrático si se parte de que en democracia un presidente tiene la obligación de cumplir con el mandato de sus electores. Es más, podría decirse que para éstos, valentía es lo que habría que tener para tomar medidas que los protejan de las grandes corporaciones y, en general, de los poderosos. Visto así, Carlos Menem y Fernando de la Rúa coinciden con el electorado en que ninguno de los dos hizo lo que prometió en sus campañas, sino lo opuesto. La diferencia está en que ambos presidentes aseguran que se trató de valentía.
El voto en blanco superó con creces su piso histórico; casi un tercio del electorado decidió marginarse de la vida política; las hinchadas llevan a las canchas fotos de Bin Laden con las camisetas de sus equipos; casi la tercera parte del electorado de la Capital –un electorado de clase media– votó a la izquierda; la Alianza fue duramente golpeada; el justicialismo a duras penas sostuvo su piso histórico y en ambos casos debieron echar mano a un discurso antimodelo cuando han sido los responsables de instalarlo y profundizarlo.
Hay una crisis política profunda que responde a esa confusión deliberada con Menem y De la Rúa entre los mandatarios y sus mandantes. Pero que además se apoya en una situación económica que está al filo de una crisis terminal: se desplomaron los índices de la construcción, la producción industrial y de consumo; la desocupación aumentó y también los intereses bancarios y el riesgo país. No han funcionado las medidas de competitividad, ni los blindajes ni megacanjes.
Responder a la crisis política con medidas de gobernabilidad es como querer curar la peste bubónica con aspirinas. Y responder a la crisis económica con la misma política es querer curar la peste con más peste. No es un mérito político gobernar contra los intereses de la gente ni permanecer impávido en medio de una crisis que afecta a todo el país. No hay valentía ni grandeza en esas actitudes.
En una de sus primeras declaraciones como senador electo por el justicialismo, Luis Barrionuevo reclamó que De la Rúa debería dejar el gobierno. A su vez, el diputado delasotista Eduardo Di Cola presentó un proyecto para modificar la Ley de Acefalía. Ambos legisladores justicialistas confundieron el mandato de las urnas con el interés partidario. La gente no votó por un gobierno justicialista. El justicialismo tampoco hizo una gran elección y deberá recorrer muchocamino si quiere instalar un gobierno legítimo en 2003 y no aprovechar simplemente el divisionismo de las otras fuerzas.
El triunfalismo en las filas del PJ recuerda el dicho de que en el país de los ciegos el tuerto es rey. Y hace falta más que un tuerto en el Gobierno para salir de este enredo. El PJ pagó con la derrota del ‘99 el vaciamiento ideológico que le infirió Carlos Menem y en otras condiciones tendría que haber arrasado en estas elecciones legislativas. Con lo que sacó le alcanzaría para ganar, pero no para gobernar con comodidad, con tanta gente fuera del sistema político y con una fuerte oposición a los ajustes y privatizaciones que también están aplicando la mayoría de sus gobernadores, muchos de ellos defensores, en su momento, de la instalación del modelo propiciado por Menem y Domingo Cavallo.
La gente no votó un cambio de nombres o de personas, ni siquiera un cambio de partido. Masivamente planteó un cambio de política. Carlos Ruckauf, De la Sota y Carlos Reutemann, los tres gobernadores presidenciables del justicialismo, no se han apartado del discurso del modelo y sus críticas y diferencias con el Gobierno se refieren esencialmente a la coparticipación. El ex vicepresidente Eduardo Duhalde ha planteado junto con Raúl Alfonsín propuestas que apuntan más a la producción, al igual que el gobernador de Santa Cruz, el antimenemista Néstor Kirchner. Pero el PJ no tiene un discurso claro aunque ahora se plantee la derogación de la flexibilización laboral como marco para la reunificación de las dos CGT bajo el ala partidaria, como en las viejas épocas.
Cavallo, cada vez más ajustado en la camisa de fuerza de sus políticas, metido en la dura negociación con los gobernadores, ya tuvo que tantear tímidamente la posibilidad de tocar la deuda. La reacción de las calificadoras de riesgo fue feroz y le advirtieron que cualquier intento de bajar los intereses sería considerado un “default selectivo”. Pero la crisis parece llevar en forma acelerada hacia esa encrucijada a una velocidad que ya no se detiene con paliativos. Y ha comenzado nuevamente una fuerte campaña por la dolarización que impulsan el menemismo y el sector financiero que no acepta bajar sus ganancias aunque empuje al país a la bancarrota total.
Más allá de los intereses partidarios mezquinos, la crisis está imponiendo el debate de fondo antes que las fuerzas políticas alcancen a salir de la suya. El debate entre reestructurar la deuda –no con picardías como el megacanje que la duplica, sino bajándola– o dolarizar la economía se da en un escenario donde son necesarias las decisiones drásticas y donde existe un consenso ciudadano absolutamente mayoritario. La dolarización no encuentra una expresión política fuerte más allá del menemismo, algunos liberales y su poderosa capacidad de presión. Pero desde el otro lado, desde las fuerzas políticas más grandes, tampoco hay decisión de enfrentar esa presión, e inclusive dentro del PJ hay sectores que simpatizan con ella.
Es una encrucijada donde la negociación parece agotada porque el sector financiero no acepta disminuir voluntariamente sus ganancias y empuja inevitablemente a la aceptación incondicional y definitiva de sus planteos, o a la confrontación. Son buenos para “semblantear”, como en el truco, saben que los políticos no están preparados para confrontar y que el tiempo corre en su contra. Por eso juegan fuerte, pero están jugando su última carta y no cuentan con la desesperación y el agotamiento de la gente. No sería la primera vez en la historia que la gente arrastre a los políticos.


 

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