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OPINION
Por Mario Wainfeld

LAS DUDAS SOBRE LAS INTERNAS DEL GOBIERNO Y SU FUTURO
Varias preguntas que están de moda

El debate sobre las cualidades del Presidente. Las diferencias entre Cavallo y Colombo. Y las coincidencias. El balance de casi dos años de gobierno. Y la difícil profecía sobre su viabilidad futura.

Distancias: Entre los dos pesos pesado
del gabinete hay diferencias de modos y
de tácticas, pero estratégicamente sus divergencias son mínimas.

¿Es o se hace? La visión más difundida, las caricaturas, los programas de alto rating, los imitadores lo pintan como un hombre lento, irresoluto, falto de reflejos. Pero existe una mitología, acuñada en Palacio –o en Villa Rosa– cuyo remoto origen es la frase de su hijo Antonio (“el Viejo maneja los tiempos porque es un fondista”) que preconiza que sus dudas no son tales, sus imprecisiones encubren astucias y sus desaguisados son todos aciertos. Lo describe como un maestro en triturar a sus competidores, mientras estos se distraen en desdeñarlo.
Piensa así su familia –que, según es fama, integran sus hijos y Fernando de Santibañes– y también varios jóvenes funcionarios del grupo sushi. “Pulverizó a Graciela, a Chacho. Ahora también quedaron en el camino Alfonsín y Moreau. Y le va ganando la interna a Cavallo, que hace seis meses lo arrollaba”, explican aunque usted no lo crea.
Queda una tercera interpretación propia de sectores progres o de izquierda. Fernando de la Rúa no duda a la hora de tomar medidas. Es un hábil cuadro de la derecha que siempre aplica las medidas y recetas preconizadas por el establishment o los organismos financieros.
Cabe descartar la segunda, producto del espejismo que produce el amor filial o de argucias de obsecuentes que se cuecen al calor del poder. Si alguien se ha depreciado durante este gobierno es el propio Presidente, que ni siquiera pudo imponerse en la interna partidaria de la UCR en su feudo porteño. Su imagen pública barre el piso y su poder es ínfimo. Su sueño de reelección se ha reducido a la modesta y quizá inalcanzable ambición de completar su mandato.
Entonces ¿conservador irreductible o indeciso crónico? En alguna proporción, las dos cosas. Es claro que el presidente es un hombre de centroderecha, a la luz del actual espectro de la política, muy corrido hacia la derecha. Conservador en materia cultural, clerical orientado al sector más reaccionario de la Iglesia, de buena onda con las Fuerzas Armadas (aun por razones de familia), muy desentendido de la problemáticasocial. En economía es un neoconservador convencido de la necesidad de los equilibrios fiscales, un devoto ante tempus del dogma de déficit cero. Cree seriamente, juran quienes lo conocen, en la asoladora política que viene aplicando. En ese sentido, ha hecho algo parecido a lo que quiere aunque los resultados de la medida lo depriman y, en buena medida, lo sorprendan.
De ahí a considerarlo un demiurgo astuto que mueve todos los hilos, media un campo. Su tempo para tomar decisiones es lentísimo y le juega en contra, aún cuando las decisiones tengan que ver con sus anhelos o su ideología. Es obsesivo hasta el detalle, desconfiado hasta exasperar a sus más amigos, reservado hasta frisar el enigma pero todas esas características, a la hora de decidir, funcionan como ripios antes que como destrezas. Ya es bastante problema, es una democracia de masas, que todos –desde mi prima la pelirroja, desprevenida espectadora de Tinelli hasta los decisores políticos o empresarios– crean que uno es lento y siestero. En este caso se agrava porque, encima, lo es. En cada crisis de gabinete que afrontó dilapidó tiempo, perdió iniciativa, dejó que el espacio público se llenara de rumores y operaciones. En muchas decidió mal para los intereses de su coalición y aún de sí mismo. Ascendió a Alberto Flamarique para despedirlo en un día. Desgastó a Ricardo López Murphy en una semana. Y así. Nótese que no se habla de las eyecciones de Chacho Alvarez o Juan Pablo Cafiero que –desde alguna óptica pragmática, si que mezquina y cortoplacista– pueden considerarse logros. Se trata de hombres bien de su palo a los que hizo crema con sus precarios manejos.
La designación de Daniel Sartor es una buena muestra del estilo y los límites presidenciales. Nombrar a un ministro ignoto en supuesto reconocimiento a una minúscula rosca partidaria es una astucia que le quedaría corta a un Intendente. Poner a un dirigente cuestionado que, puesto a recorrer su curriculum, fue hecho trizas por TV en el programa de Jorge Lanata a pocas horas de asumir, un desgaste innecesario. Tanto que De la Rúa debió correr a defenderlo en público antes de que el hombre hubiera sentado sus reales en su sillón.
De la Rúa nombró a Sartor en un impromptu decisorio, tras charlar con él durante un viaje. Igual aconteció con Juampi Cafiero, lo que sugiere ciertos modos de inspiración presidencial.
Su actual decisión admite también una lectura política. En épocas de carestía, es sabiduría política trasladar de algún modo los conflictos al Gobierno. Promover una suerte de neocorporativismo en los que distintos intereses estén representados. Por caso, que haya un conservador amarrete en Hacienda y una figura de más sensibilidad social –con peso y ambiciones– que maneje el área social, y pelee con fuerza recursos para la .mano izquierda del estado.. Dirigentes del Frepaso o de cierto sector del radicalismo podían representar –al menos– una búsqueda en ese sentido. Elegir a un soldado del déficit cero equivale a desamparar el área social. Poner a un Ministro sin poder, otro tanto. Eso, dirá el lector no es un error, es ideología. Bueno, de eso se trata: usualmente se decide mal y tarde y se define por derecha. A menudo las dos cosas juntas. Aunque con una aclaración más: un conservador lúcido –en el mundo los hay y en la Argentina también: casi todos los gobernadores– no desampararía la acción social en un contexto de desempleo y recesión aunque más no fuera para contener conflictos potenciales.
¿Se ha formado una pareja? Hablamos de Domingo Cavallo y Chrystian Colombo, dos pilares del gobierno cuya relación ha dado mucho que hablar en estos días. Tras su patético viaje en la clandestinidad a Estados Unidos del que volvió desamparado y sin un maravedí en los bolsillos, Cavallo aterrizó en la negociación con los gobernadores. A su manera. No sería riguroso decir que le puso fin –nada es definitivo en ese truquero escenario de regateos y bluffs– pero sí la complicó. Y ciertamentedesautorizó al Jefe de Gabinete, alterando el estilo de negociación que éste venía sosteniendo.
En rigor, cada uno de ellos puso en acto su estilo de gobierno. Colombo –fraguado en esta administración, .condenada. desde el vamos al toma y daca y la articulación con la oposición– es un dialoguista, un negociador, un gobernante de agenda abierta. Cavallo, un entusiasta de las facultades extraordinarias –las tuvo, con génesis diversas durante la dictadura militar, con Menem y ahora– es un decisionista nato, un manejador de poder de menguadas dotes como seductor y nulas como conciliador.
La relación política entre ambos ha sufrido importantes vaivenes en los seis largos meses que llevan cohabitando. Los encontronazos y pulseadas de la semana que termina hoy fueron muy desgastantes y –tal vez– los más graves a fuerza de acumulación pero no los primeros.
El desembarco de Cavallo confinó a Colombo a un rol segundón, mientras duró la estrella del Superministro. Lentamente la necesidad de conciliábulos, acuerdos parciales y diálogos le fue dando un lugar.
Se llegó a decir el viernes que Colombo amenazó con renunciar. El interesado negó la versión ante Página/12 pero no hay duda de que quedó furioso porque Cavallo le escupió el asado, de que lo hizo saber al SuperMinistro y al Presidente. Y también que bregó –hasta ahora con éxito– para frustrar el intento de Cavallo de llevar la disputa con las provincias a la Corte. “Las disputas políticas deben decidirse políticamente”, argumentó en Gabinete y consiguió consenso. Cavallo también fue desautorizado por su brulote sobre Mercosur.
Cuando Cavallo y Colombo pulsean por las reuniones en el CFI ponen en juego dos miradas sobre la táctica del gobierno en general. Si abroquelarse en soledad e imponer desde ahí lo que pueda o urdir un complejo tejido de negociaciones con el peronismo, el radicalismo, y los sindicatos. Cavallo, junto a Patricia Bullrich es un halcón que preconiza transformar la debilidad mutua en fuerza propia. Colombo funge de paloma.
Esas diferencias distancian a los protagonistas pero muchas veces han funcionado en tándem, en ese rol playing que la jerga coloquial designa “policía bueno y policía malo”. En estos días primaron más las diferencias que los acuerdos y habrá que ver como sigue la relación de pareja.
Las borrascas no deberían ocluir una percepción esencial: entre los dos pesos pesados del Gabinete hay diferencias de modos y de tácticas pero estratégicamente sus divergencias son mínimas. Bien mirados discuten si pactarán con las provincias de buena onda o de mala, pero en cualquier caso, los acuerdos serán como la tela de Penélope: se deshilarán muy pronto porque la caja se seguirá achicando. La recaudación de octubre viene fatal y es de libro que así sea. Ambos está jugados al déficit cero, convencidos de que esa regla contable banal es la llave para sacar a la Argentina de la depresión más larga de su historia.
Tamaña es la desdicha del actual gobierno y de sus administrados. Los debates internos del oficialismo, que lo dividen y desangran no contienen ningún germen de cambio. No es el arreglo con los gobernadores lo que naufraga, sino la política oficial, inviable y exasperante.
¿Qué quieren los dirigentes peronistas? El socialismo real, sintetizó en algún momento Lenin, era .soviets más electrificación.. El peronismo actual es un mix de ambición enorme a futuro y desesperación de caja en el cortísimo plazo. Los gobernadores quieren posicionarse en la interna hacia el 2003 –o antes (ver “¿Llega o no llega”)– y poder pagar los sueldos más o menos en término. Las movidas de esta semana aluden más a lo urgente que a lo sublime. Carlos Ruckauf ablandó la “mano dura” y reformó un gabinete que no pasará a la historia. José Manuel de la Sota se muestra tratable con el Gobierno porque se le viene encima la nómina salarial de octubre. Néstor Kirchner y Adolfo Rodríguez Sáa, con poca deuda que pagaro financiar, se posicionan más cómodos en el lugar más gratificante: el de cuestionar a la Casa Rosada.
¿Llega o no llega al 2003? En la Rosada todos, empezando por su principal inquilino, se enardecen ante la pregunta que barruntan golpista o malintencionada. Todos saltaron como doncella herida cuando, inimputable, Luis Barrionuevo sugirió un paso al costado del Presidente. Hubo, claro, algo de una socorrida picardía cada vez más difícil de practicar para el oficialismo: encontrar un contradictor más desprestigiado que De la Rúa y Cavallo para pegarle. Bullrich hace un culto de ese manejo. Pero ese juego contiene severos riesgos, uno de ellos se notó ayer, para lectores agudos. Un editorial de La Nación hizo tronar el escarmiento sobre Barrionuevo y la dirigencia gremial en general, pero redondeó su análisis con una frase letal: .El gobierno del presidente Fernando de la Rúa debe salir con la mayor celeridad del letargo en que caído en los últimos tiempos y demostrar en los hechos que está en capacidad de empezar a revertir la gravísima crisis económica y social que está desgarrando a la Argentina.. Dicho desde el medio gráfico más permeable y afín al Gobierno, es mucho decir.
Pero no es decir más que lo que se dice en cualquier corrillo, en el último café o en el más convocante quincho ABC 1. El gobierno es minoritario en ambas cámaras, no contiene a la UCR (pese a que los correligionarios, desandando viejas consignas, se doblan mucho más de lo que se rompen), ha roto amarras con el Frepaso y está dividido en su interior. En medio de ese marasmo zozobra la relación con Brasil, casi el único proyecto estratégico que le queda a un país sin presente y sin proyectos a futuro. Todos estos males hablan de una abrumadora carencia de conducción.
De la Rúa suele presentarse en público como una eterna víctima y un eterno acreedor. La herencia recibida del peronismo ha pasado a ser –del principal– su único argumento atendible. Pero a esta altura es claro que el gobierno ha sido continuador convencido de la arrasadora política económica de su precursor. Y que ha dilapidado la parte del león de su oportunidad de mostrarse diferente en otros terrenos, abandonando desde el Incentivo Docente hasta la lucha contra la corrupción.
La convertibilidad privó a la Argentina de tener política monetaria. La ausencia de planificación y salvaguardas que Menem y Cavallo le pusieron como guarnición produjeron una feroz transferencia y concentración de recursos. Se dejó al mercado la toma de decisiones estratégicas en orden a qué producir y cómo. Se dejó prolongar sine die una paridad cambiaria perversa. Se generó desempleo sin crear sino mínimas redes sociales. La actual gestión solo le añadió a ese cuadro tenebroso el déficit cero, es decir la renuncia a la política económica.
El poder es relación entre humanos y, en cuanto tal, contiene representación, creación. Poder no es apenas ocupar un sillón sino tener capacidad de generar obediencia y consenso. El Presidente no solo ha licuado su poder sino que ha completado un ciclo en el cual redujo al mínimo el poder político. Le puso el moño a la tarea de aniquilar al estado como reparador de asimetrías, definidor de estrategias colectivas, redistribuidor, en suma, del poder, del prestigio y de la riqueza.
No hay fuerzas armadas golpistas en la Argentina ni partidos políticos revolucionarios en las inminencias de tomar el Palacio de Invierno. El PJ podrá apretar o pisar el freno pero sus mayores referentes preferirían largamente encontrar un oasis en la crisis económica para poder llegar, interna zanjada, en triunfo al 2003.
Pero la gobernabilidad es algo más esquivo que la voluntad de un puñado de dirigentes. También supone mínimos consensos en la sociedad, cierta legitimidad, reconocimiento del liderazgo. En nuestro país predecir el futuro, aún el inminente es una timba. Pero– sin malicia ni deseo alguno, aún anhelando lo contrario– cuesta creer que De la Rúa llegue al 2003 con su estilo y sus políticas, incapaz de generar nuevos escenarios, con el solo recurso de seguir doblando apuestas largamente perdedoras.
¿Qué más se puede decir, en tres palabras? Lo mismo que en una, repetida tres veces: Oy, oy, oy.

 

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