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ENTREVISTA A DANIEL MELERO: EL ROCK, LAS DROGAS, EL PODER, LA GUERRA
“Este rock es aliado y lacayo del sistema”

El músico que introdujo el tecno en la Argentina a principios de los �80 habla de su educación en la cultura rock, la madurez, de quienes cuentan con el favor de las multitudes y de la complicada realidad social, local y global.

Por Esteban Pintos

Aunque conserve tozudamente –a veces incluso a su pesar– un lugar “al costado” de todo aquello que luzca, sea o se declare masivo en el rock argentino, Daniel Melero no detiene su marcha. Hace cosas. Graba un disco al que titula graciosamente Tecno, con instrumentos bajados de Internet, y al tiempo edita otro, Vaquero, donde se vale de una banda de instrumentos convencionales para tocar y cantar pop rock rutero. Ahora mismo ocupa su tiempo en producir películas bajo la misma concepción instrumental de Tecno –imágenes y software bajados de la red– y en dirigir un curso de “des–aprendizaje” sobre la relación hombre–máquinas. Pero no elude la conversación y el pensamiento sobre todo aquello que Página/12 le propone: su edad en función de la música que produce, la cultura rock, el rock barrial argentino dominante y todo lo que el mundo vio cambiar después de los atentados terroristas del 11 de septiembre.
–Este año, en el show de “Argentina en Vivo 2” en el Club Hípico, no fue bien tratado por quienes esperaban a El Otro Yo. Pareció que se repetía la historia de B.A. Rock en 1982... Aquella vez era demasiado “moderno” para el contexto. ¿Esta vez era demasiado “viejo” para el público? El rock siempre pareció perseguir un mito de eterna juventud. ¿El paso del tiempo le crea algún conflicto?
–Es curioso porque el show del Club Hípico fue el espectáculo masivo con mayor aceptación que haya tenido en mi carrera. Nunca estuve en un lugar con 15 mil personas y con 13 mil a favor, nunca había visto ni 500 a favor... Creo que no soy un artista para miles de personas juntas, sí tal vez para que vayan viniendo de a poco. Pero ese día del festival en el Club Hípico me pusieron a mí con el piano antes de El Otro Yo y resultó natural que los chicos se impacientaran. No tengo conflicto con ir creciendo y permanecer en el rock, porque fui cambiando mi actitud con la edad. No intento ser metabólico y físico en el escenario. Sí creo que mi manera de ser rockero es mantener mis ideas jóvenes. Para mí no hay cosa más patética que los tipos que van cumpliendo 35, 40 años y tienen letras de canciones con lo que ellos creen el conflicto de una persona de 18... Un chico de 18 dice entonces: “¿Qué le pasa a este viejo? ¿De qué está hablando?”. Lo interesante es poder ir creciendo con el público y de esa manera llegar también a ser interesante para los jóvenes como un buen modelo de envejecimiento. Que es un proceso interesante de ver, también.
–¿Por qué cree que el rock argentino no tiene estrellas o músicos masivos verdaderamente jóvenes? Spinetta, Charly, Fito, son casos de músicos que aparecieron con veinte años o poco más... Hoy, cierta renovación viene liderada por El Otro Yo, Babasónicos o Leo García, y en todos los casos son músicos de 30 años o más...
–En la Argentina el éxito llega si durante una década hacés siempre lo mismo. Es casi una ley de mercado. Es penoso: las puertas están tan cerradas, hay que patearlas tantas veces para derribarlas y se gasta tanta energía, que después el que lo logró ya no sabe qué hacer. Cuando las circunstancias para una revolución ya están dadas, esa revolución ya no es revolucionaria. Es triste. Para mí, hoy existe un apocamiento en los jóvenes y una clara sensación de imposibilidad. La adolescencia se extiende, persiste hasta los 26, 27 años, es una situación rara por lo económico y la decadencia del sistema educativo.
–¿El rock barrial es emergente de esa situación social?
–Hay un sistema perverso que valora el éxito comercial como éxito artístico. El sistema tiende a llamar artistas a sus lacayos. El rock futbolero, barrial o como quiera llamárselo es ultraconservador. Veo presentadores de televisión o periodistas que, cuando están frente a un artista, resaltan su coherencia y su constancia, cosas que deberían ser virtudes de un trabajador social, de un político. Es exactamente al revés... Somos capaces de tolerar la corrupción de un político si hace algo, pero en los artistas se resalta que siempre hagan lo mismo, que “sean coherentes con su discurso”. El artista debería estar obligado atraicionar su discurso continuamente, porque si no, no tiene de qué volver a hablar. ¿Para qué va a hacer otro disco si va a ser igual? Para mí, estos grupos no son rock. Es música. Creo que los grupos de rock no tuvieron éxito comercial en la Argentina en los últimos años, y muy pocas veces se dio el caso de un grupo que fuera rockero y que tuviera éxito, en el verdadero sentido de la palabra rock.
–¿Puede pensarse en este rock como un nuevo peronismo, con una forma de militancia “política” que se traduce apenas en un discurso “te sigo a todas partes, yo te quiero” y acciones de una hinchada de fútbol?
–Que tu patria pase a ser una banda de rock o un equipo de fútbol es desesperante. Ser tu propio modelo es un desafío y solamente lo podés encarar si tenés elementos para encararlo. El primer elemento es la educación, y no la educación pavloviana, sino enseñar a pensar por uno mismo. Este rock es un aliado: son lacayos del sistema y se los premia por eso. No joden, no tienen nada que cambiar. Creo que estamos asistiendo a la muerte del concepto de música como revolución, que siempre me apasionó. Yo sentía que el rock era revolucionario, era la música de fondo de tu revolución personal. Había una cultura rock, con los libros que leías y las películas que veías, lo que discutías con tus amigos alrededor de eso. Eso hoy está vaciado, y el rock es sólo una música que no discute, que no cambia, que no genera alrededor una cultura y que es un producto más de la falta de cultura. Tal vez es embromado decirlo, pero el rock siempre fue elitista. El rock de cambio siempre fue producto de una elite, que después se volvía masivo. Entonces esa idea no servía más, venía alguien y pateaba el tablero, y así... Esa situación no existe más.
–Paralelamente a esta quietud que usted menciona, una práctica ilegal pero siempre asociada a la cultura rock –el consumo de drogas– es vista como algo casi natural, al menos en ciertos sectores jóvenes...
–Decididamente creo que hoy existe mucha gente tomando drogas, y que le caen mal. Pero en definitiva, todos usamos ropa. Los medios utilizan esta discusión para trivializarla: a mí me cae bien Andy Chango, pero que vaya a hablar sobre drogas al programa de Lucho Avilés... No hay interlocutores válidos, entonces le responden con lugares comunes, a los que él responde con lugares comunes. Tal vez él estaba promocionando su disco y lo hizo por eso. No creo que haya producido un mal, pero no produjo un bien, o sea disparar una verdadera discusión. Estoy a favor de la despenalización del consumo de marihuana. Es más: el Gobierno debería tener, en la puerta de los recitales por ejemplo, gente que testeara lo que el público está tomando. Ya que no se están haciendo cargo de legalizarlo, uno tiene derecho a saber qué compró... OK: si no vamos a discutir la despenalización, aceptemos que el consumo existe e informemos a la gente qué está consumiendo, porque creo que eso produciría una conciencia más interesante. Sería el primer paso a una despenalización más inteligente.
–¿Considera que existe un antes y un después de los atentados del 11 de septiembre? ¿Cómo piensa estos episodios?
–Primero, creo que la violencia tiene muchas formas, y Estados Unidos ejerció y ejerce violencia. Cada conflicto lo solucionó aplastando al otro sin escuchar, y ahora se está enfrentando con las armas que desarrolló para aplastar a otros. En realidad, me parece que se trata de una guerra de tipo financiero, que tiene a los países como una fachada para ocultar los verdaderos poderes en conflicto. Quienes están en guerra sí saben quiénes son. Lo curioso es que se parece bastante a una pelea entre dos familias mafiosas, que alguna vez fueron aliadas y ahora no lo son más. Al margen de eso, me parece que lo peor que sucede es que Estados Unidos -sobre todo los poderosos y los medios de amplificación de los poderosos, como CNN– no están teniendo ninguna reflexión sobre las causas de esto. Sólo se fijaron en las consecuencias, que son horribles, nadie lo puede negar. Hay mucho mensaje en la violencia ejercida por Bin Laden. Este mundo de tanta desigualdad permite que haya un Bin Laden, él no tendría lugar si las naciones desarrolladas tuvieran otra política. En ciertosentido, me molesta la ignorancia del pueblo de los Estados Unidos: esa cosa de rebaño y de aceptar a sus poderosos, y la mentira que les dicen porque total ya tienen más o menos la vida armada, el acceso al confort. No pienso exactamente como Hebe de Bonafini, creo que es exagerada al decir que le alegra lo que sucedió. Es difícil ponerse contento con la muerte, aunque con alguna muerte puntual se puede llegar a sonreír a veces... Había muchos turistas dentro de las torres, no sólo operadores de mercado y “explotadores”. Pero en términos generales me parece que es interesante ver también cómo la mejor forma de terrorismo es la misma estructura del sistema: todo lo que está ocurriendo, el sistema lo provee. Aviones americanos contra iconos americanos. O el correo, con la paranoia del ántrax. Hoy tengo la sensación, tal vez me equivoque, estoy seguro de que me equivoco, pero mi sensación es que la guerra la está ganando Afganistán. En un plano que no tiene que ver con las bombas ni con los atentados. La guerra de llevar al mundo a una reflexión, desde el dolor que esta gente viene sufriendo.
–¿Puede hablarse, llevado el enfrentamiento a un extremo, de un choque de civilizaciones –Occidente contra el Islam– como trasfondo?
–Todos llevamos una existencia muy egoísta. La tecnologización de una parte de la humanidad, y que eso se convierta en un arma de parte de quienes la producen y poseen, plantea una situación que no sé adónde puede desembocar. En la medida en que no vayamos hacia un mundo más justo, en el cual cada persona pueda ser su propio modelo, como utopía, seguirán los conflictos de esta clase. En términos generales, están chocando dos cosas: la fe ciega, que puede ser de cualquier religión, y el poder financiero. No veo dónde se pueden poner en equilibrio. El concepto del uso del dinero mismo deberá ser, alguna vez, revisado. Pero también considero que eso es una utopía tan profundamente anarquista que me encanta, me siento muy identificado con ella, pero no veo la manera de implementarla. Mi mundo ideal es sin dinero, y el poder sin religión. Para mí va más allá de Oriente–Occidente, y empieza a ser el dinero–el no dinero y la idea de gobierno. Me gusta hablar de estas cosas, porque se supone que yo soy un muchachito superficial...

 

 

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