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PANORAMA POLITICO
Por Luis Bruschtein

Se cerró la canilla

Con las guerras mundiales y la crisis del ‘30 se fue desarrollando en Argentina una economía sobre la base de la sustitución de importaciones, dejaron de llegar bienes del exterior y hubo que fabricarlos en el país. “Si en el ‘30 hubo que sustituir importaciones, ahora habrá que sustituir capitales”, fue el comentario de un economista cuando Domingo Cavallo regresó el martes de los Estados Unidos con las manos vacías.
Se trataba de un chiste, pero también de una descripción sin acento ideológico. Más bien la ideología y la política tendrán que acomodarse a esta nueva realidad. Por esta razón, el chiste del economista ya se había convertido en crisis para el gobierno. En realidad, la crisis viene de antes. Cuando los capitales que llegaban fueron disminuyendo, los políticos que los convocaban fueron perdiendo espacio político. Hasta que en las elecciones pasadas –cuando la canilla ya estaba casi cerrada– esa política se quedó sin juego porque no tiene dónde apoyarse.
Esa economía que funcionaba prácticamente sin producir riqueza y esencialmente gracias al endeudamiento, las privatizaciones y los ajustes y finalmente nada más que a los ajustes, se resquebrajó y surgió la necesidad de otro esquema. A veces un nuevo proyecto económico se origina en una decisión política que aprovecha una coyuntura especial. Pero en el caso argentino, este sistema tan primitivo de enriquecimiento se agotó después de arrasar con los dos grandes partidos históricos, el Justicialista y el Radical, llevándolos a contradecir los principios sobre los que habían fundado su popularidad.
Es decir, no hubo una decisión política de cambiar el modelo, sino que el modelo se agotó y hubo que improvisar sobre la marcha, todavía sin demasiada decisión de abandonarlo. Por lo tanto, las medidas que anunció el gobierno el jueves tienden a atenuar los efectos más contundentes del desmoronamiento del pilar troncal del modelo, el crédito externo, más que a señalar un camino nuevo.
La historia muestra que en una situación de crisis, siempre es mejor elegir el nuevo camino y tomarlo con decisión y también que existiera una fuerza política o una coalición que reuniera a los interesados en caminarlo. De otra manera, la realidad va más rápido que la política. En el caso argentino, la crisis del gobierno expresada en las últimas elecciones permanecerá y se profundizará cuanto más demore en seguir abrazado a los restos de un modelo que está en crisis. Su crisis política es un coletazo de la crisis del modelo.
Las medidas tomadas el jueves por un equipo de técnicos, muchos de los cuales fueron los que, junto con Cavallo, concibieron el enmarcamiento de la Argentina en estos parámetros que ahora tratan de evadir, constituyen el reconocimiento institucional de la crisis del modelo. Aunque en el caso del gobierno, el chiste del economista sobre la “sustitución de capitales” le cae como anillo al dedo porque en gran medida alienta la esperanza de sustituir la sequía de crédito externo con un hipotético retorno de los capitales argentinos fugados al exterior.
La sensación de que la Argentina no está ante una crisis sólo de coyuntura, sino que esta situación obedece a cuestiones estructurales, no es ajena al ambiente político y es anterior a este reconocimiento oficial. La idea ronda en los distintos ámbitos desde hace varios meses. En las agrupaciones de izquierda resulta difícil distinguirla porque la advertencia sobre la crisis del sistema capitalista ha sido usada la mayoría de las veces más como una expresión de deseos que como descripción de la realidad. Y en los grandes partidos, además de haber sido aprovechada por algunos con demagogia para blanquearse, en todos los casos, incluso en los de buena fe, siempre se la argumentó con timidez, esperando que otro tomara las decisiones y asumiera los riesgos.
El movimiento social y las agrupaciones populares llegaron atomizados a la crisis, sin valorar suficientemente los pocos foros que tienen en comúnpara discutir y proponer una opción de salida que abarque al conjunto. Pero existen propuestas enriquecedoras como la impulsada por el Frente Nacional contra la Pobreza, con la CTA, los piqueteros, sectores del Polo Social y el ARI y partidos de izquierda. Desde otra vertiente, poco antes de las elecciones, Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín firmaron un acuerdo para la productividad con el respaldo del dirigente de la Unión Industrial Argentina, José Ignacio de Mendiguren y con la simpatía de la CGT disidente de Hugo Moyano.
El eje de la propuesta del Frenapo es una fuerte política redistributiva que reactive la producción, en tanto que el acuerdo de Duhalde y Alfonsín es más impreciso, aunque Mendiguren sugirió muy elípticamente la necesidad de salir de la convertibilidad.
El juego está abierto y se ponen sobre la mesa cartas que hasta hace pocas semanas, cuando era pecado mortal pensar en disminuir los intereses de la deuda, hubieran sido fulminadas por el rayo de la soberbia neoliberal. La idea de cambio está unida a la de crisis. Y el cambio pasa por la transgresión del sistema de ideas que parecían inmutables en el período anterior. La única posibilidad de sortear una crisis es abrir puertas nuevas aunque hayan sido prohibidas. Y la única condición es no repetir equivocaciones, pese a que desgraciadamente esa también suele transgredirse.
De hecho, crisis como ésta han generado y profundizado cambios estructurales en la economía y en el sistema político. La instauración sin tapujos del esquema neoliberal, con Carlos Menem, devastó a la pequeña y mediana empresa, a las clases medias, a los trabajadores y al movimiento obrero y corrompió al sistema político. Pero antes, y en sentido inverso, el fenómeno de sustitución de importaciones en el siglo pasado había llevado al peronismo y a la incorporación de la nueva masa obrera al sistema político.
Se podrá discutir la ideología de Fidel Castro, pero nadie podrá negar su capacidad de liderazgo ni su voluntad política, que compartió con otros líderes del siglo pasado, como De Gaulle o como Perón, igual de polémicos y discutibles. Una anécdota cuenta que después del desembarco del Granma, la gran mayoría de los expedicionarios fue abatida por el fuego enemigo o se perdió sin rumbo. Fidel reagrupó al puñado de diez o doce maltrechos y desmoralizados sobrevivientes y les aseguró, absolutamente convencido, que ya habían ganado la batalla contra Batista. Hace pocos días en una reunión con periodistas en La Habana, para reafirmar esta y otras historias de las que fue protagonista, aseguró que “cuando estés en el peor momento te vas a dar cuenta, porque a partir de allí las cosas empiezan a cambiar”. Es otra forma, esperanzada si se quiere, de decir que las crisis también son oportunidades.


 

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