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BABASONICOS EN EL TEATRO GRAN REX
Clásico alternativo

Los únicos sobrevivientes del llamado �Nuevo Rock Argentino� que apareció a principios de los noventa se probaron el traje de banda de primera. Fue en un show poblado de estereotipos visuales y canciones inclasificables.

Por Pablo Plotkin

Sobre las experiencias de una banda de rock and roll a lo largo de una década. Si Jessico fuera un ensayo en lugar de un disco, ése sería un subtítulo propicio. Subidos al vértigo de diez años de existencia, los Babasónicos proyectan una avalancha de imágenes en Súper 8 alrededor de su idea de un lujurioso y decadente mundo del espectáculo nacional. Casi todo es farsa; todos disputan como chacales un lugar entre las luces y el público contempla el desfile de personajes despreciables desde las gradas de un circo romano eléctrico. Encaramado a cierta posición de clásico alternativo, el grupo presentó su sexto álbum el sábado en el céntrico Teatro Gran Rex y dio con una síntesis bastante certera de sus mutaciones a través del tiempo. Sin anhelos restrospectivos demasiado explícitos, Babasónicos se atrevió a jugar todos los juegos en una misma noche, en una especie de manifiesto festivo sobre la cultura pop de los últimos cincuenta años.
El juego, está claro, es absorber todos los clichés de la historia del rock y del pop, procesarlos, desfigurarlos y regurgitar el engendro. Así se suceden los disfraces de orquesta romántica, estrellas de la música disco, raperos, intérpretes intimistas, guerreros heavy metal. Todo alterado con dosis (cada vez más moderadas) de psicodelia, distorsión y sarcasmo, en un período en que la banda parece decididamente abocada a crecer como producto de consumo popular, aunque el desconcierto y el caos siguen apareciendo como (sus) factores estéticos imprescindibles. Por eso las constantes transformaciones en escena, las lentejuelas, las explosiones pirotécnicas, el cuero negro, las cámaras que siguen a los músicos hasta el camarín. El espíritu lúdico, desvergonzado de sus dos últimos discos (Miami y Jessico) les permite aludir sin complejos a las armas más elementales del show bizz, y desde esa postura a primera vista frívola Adrián Dargelos cuestiona ciertas conductas del submundo rock: canciones como “Fizz”, “Camarín” y “Soy rock” relatan lo que ocurre debajo del humo que mana a borbotones de una bien provista hoguera de vanidades. El Dj Dr. Trincado, desde la penumbra, aportó los momentos house de la velada, cuando el Gran Rex estuvo a punto de convertirse en una disco con butacas (especialmente en la sabrosa introducción de “Los calientes”). Diego Rodríguez, guitarra, percusión y decisiva segunda voz, operó desde una pequeña torre junto a los teclados, donde Diego Tuñón lucía ensimismado con su capa y su traje de lentejuelas cobrizas. En el otro extremo, Gabo, el bajista, parecía no querer salir en las fotos. Panza daba la sensación de galopar la batería, ubicada en un curioso primer plano del escenario. El sobrio guitarrista Mariano Roger, puro swing, inauguró el set intimista con su balada “Tóxica”. Un paso delante del resto, Dargelos se erige en la figura central del show, un maestro de ceremonias malicioso que invita al desequilibrio y a un juego de seducción indescifrable para cualquiera que no sea seguidor del grupo. Pero incluso la disposición escénica parece concebida para resaltar la singularidad de cada uno de los integrantes. En esta ficción todos encarnan su rol, todos son protagónicos, y todos son los artífices de un viaje que comenzó hace ya una década, cuando su propio fervor adolescente los empujó a la aventura de fundar una escena generacional (aquel “nuevo rock argentino”),con más desparpajo que calidad sonora. Como únicos sobrevivientes de aquel intento y habiendo crecido artísticamente, los Babasónicos asumen irresponsablemente la tarea de perpetuar el espíritu de su época. Lo que corresponde a una buena banda de rock.

El videoclip de las manos

Previo a la andanada final de canciones, que por cierto no tuvieron el punch imaginable para el cierre de un show típico, se proyectó el curioso videoclip de la canción “Rubí”, próximo single de difusión de Jessico (disco que en plena crisis del mercado, superó las 10.000 copias vendidas). Casi un bolero eléctrico por ritmo y lírica, el tema cobrará otro sentido seguramente a partir de la ¿difusión? de la obra dirigida por el actor Juan Cruz Bordeu (amigo de la banda) y Alberto Ponte. En primer plano y sin otro agregado visual, durante casi cuatro minutos, se puede ver el rostro de un adolescente de aspecto decididamente andrógino, mientras se intuye qué está haciendo con sus manos. La escena de una masturbación de comienzo a fin, provocó en la sala del Gran Rex una cierta extrañeza al principio, murmullos de exclamación durante el desarrollo de la tarea manual y... Una explosión de júbilo una vez concretado el objetivo, rematado por el mismo protagonista que, simplemente, oprime el botón Stop de un pequeño reproductor de cd. Un curioso momento vivido en el medio de un show de rock en un teatro de los grandes de la ciudad: público sentado observando un acto privado, ideado como punta de lanza de difusión de una canción romántica. El interrogante obvio en este caso es establecer qué tipo de recepción tendrá el video en los canales musicales, teniendo en cuenta anteriores antecedentes de velada censura.

 

 

 

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