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OPINION
Por Mario Wainfeld

EL PERONISMO DESAFIA Y DEBILITA AL GOBIERNO SIN RESOLVER SU INTERNA
Cuando Murphy talla tanto como Maquiavelo

Dos movidas fuertes en
el Congreso. Puerta en el lugar de Chacho: un dislate institucional. La ceguera del Gobierno ante el crecimiento del peronismo. Asambleísmo justicialista. De la Sota y sus límites. Ruckauf y sus ambiciones.

La política no tiene por qué ser –y de hecho, frecuentemente no es– un juego de suma cero. El capital en juego, el poder, es mudable por naturaleza. No siempre lo que pierde un antagonista es capitalizado por otro. Suele haber situaciones de entropía, de pérdida de energía para el conjunto y –aunque es menos usual– ocasiones en que (como en una improbable perinola generosa) todos ganan. La política argentina, desde hace un buen tiempo, viene padeciendo en su conjunto una licuación de poder: todos –aunque no en idénticas proporciones– ven desagiado el suyo. Las últimas elecciones suministraron una buena foto del fenómeno: dejaron ganadores y perdedores, claro está, pero todos empequeñecidos con relación a desempeños previos.
No es extraño que así suceda. Hace 18 años que el país viene siendo gobernado, en forma alternativa, por los dos partidos mayoritarios y entrambos han llegado, si no al fondo del pozo, a algo que lo evoca bastante. Desprestigio de lo público, desguace del Estado, desempleo sin parangón, la depresión económica más larga de que se tenga memoria, por no citar sino lo más patente. La crisis ha rebasado largamente la capacidad de diagnóstico, de pronóstico, de propuesta y de respuesta de la corporación política y de toda la dirigencia nacional.
Por eso, en el análisis de una coyuntura pletórica de operaciones, de partidas de truco con bluffeadores de cierto nivel, de constante exposición mediática, es necesario ponderar un dato en el que la gente del común suele no creer: la mayoría de los protagonistas se equivoca y mucho. No toda acción implica una genialidad, no toda decisión deriva de una conjura astuta, no toda pérdida del Gobierno implica un crecimiento de la oposición. Antes bien, muy a menudo el error damnifica de algún modo al conjunto, al sistema democrático, al prestigio compartido, al país cuya disolución (cabe imaginar) todos quieren evitar, así más no sea para seguir administrándolo hoy o para llegar a hacerlo mañana.
Todo lo antedicho pretende enmarcar una respuesta, precaria como todo, a la pregunta de estos días: ¿qué busca el peronismo? La respuesta es obvia en algunos aspectos y bien difusa en otros. En lo estratégico, claro, busca dirimir su interna sin mayores melladuras y llegar a la Rosada en el próximo turno. También hacer que este gobierno pague en forma anticipada y exclusiva -.como Alfonsín hizo con la híper– los costos de un par de situaciones tremendas: la salida de la convertibilidad y el próximo ajuste. En lo más táctico sus referentes -.con una sola excepción, gobernadores-. quieren evitar que su territorio estalle antes que la Nación y que las provincias de sus compañeros. En el medio, en el día a día lo suyo es un zigzagueo constante, una seguidilla de decisiones inopinadas producto –cual ocurre en espejo en lo nacional– de la urgencia financiera, la acuciante planilla salarial, el default propio. Y de la falta de conducción unificada cuyo cóctel con la interna permanente deriva en un obsesivo doblar la apuesta.
En estos días el peronismo golpeó dos veces a un gobierno exánime: cuando consiguió media sanción para la ley de coparticipación del impuesto al cheque y cuando decidió poner a Ramón Puerta en la línea de sucesión presidencial. Y lo debilitó aún más, pero quizá solo para acreditarse sendas victorias a lo Pirro.
En un caso no hay dudas: poner a Puerta en el sitial dejado vacante por Chacho Alvarez es una baladronada carente de seriedad, que resiente la lógica institucional y abre virtuales escenarios propios de best sellers norteamericanos. “En un país de Latinoamérica, a consecuencia de una jugarreta parlamentaria, la vicepresidencia queda a cargo de un opositor, para colmo no el más poderoso de su partido ni el segundo, ni el tercero, ni el sexto quizá. El Presidente se va de viaje o se enferma, le cede el mando. Ocurre entonces (complete el lector una crisis imaginable) y el Presidente alterno debe decidir.” Stephen King, escribí el resto.Cualquier semejanza con la realidad no es coincidencia sino irresponsabilidad.
Lo antedicho no es un razonamiento gorila, lo compartían importantes dirigentes peronistas hasta hace unas horas. Eduardo Duhalde a la cabeza de ellos. Carlos Corach, que no es una dama de caridad ni ingenuo, desmerecía tamaña decisión.
Hete aquí que el Senado funcionó como una asamblea en la cual los legisladores de provincias chicas tienen un peso enorme y les torcieron el brazo a bonaerenses y cordobeses. Quienes, además, no quisieron pagar el costo de mostrarse débiles y apoyaron una decisión lamentable. Hay una interna en juego y nadie quiere mostrarse flojo ante la tribuna adicta. Una lógica que induce al enfrentamiento, y no siempre al acierto.

De excesos y errores

El lector suspicaz, o avisado, puede imaginar que no hay error o desmesura, sino un avance dentro de una estrategia. Acaso el peronismo haya decidido adelantar los tiempos institucionales. No estaría solo, puesto a sospechar. Hay voces dentro del oficialismo que denuncian una proclividad golpista. Y –en días de teléfonos rojos recalentados por el uso– no faltaron aliancistas que les preguntaran a los peronistas si deseaban la salida ante tempus de Fernando de la Rúa. Patricia Bullrich se lo preguntó a Duhalde. Chrystian Colombo a José Manuel de la Sota y Carlos Reutemann. En todos los casos recibieron negativas tajantes, ora sorprendidas, eso sí, jamás enfadadas. Desde luego, no siempre la verdad brota de los labios de los políticos. Pero cabe reconocer que hasta ahora el peronismo no ha sido una oposición golpista, ni siquiera una despiadada. Antes bien, ha funcionado como la oposición más transigente de la historia argentina. Mucha pirotecnia verbal pero nulo uso del empate institucional para atarle las manos al Gobierno.
“Husmean sangre”, describen en pasillos de la Rosada y del Congreso como hablando de un león cebado. No hace falta la fina pituitaria de los justicialistas para detectar que el Gobierno está herido. En rigor, quien negó lo ostensible con necedad suicida fue el propio Gobierno, que durante las vísperas electorales amañó un discurso explicando que las urnas no lo decretarían perdedor. Intentó mantener esa sandez durante varios días en vez de dedicarse a gobernar en el nuevo escenario. Una parálisis que resintió aún más al oficialismo, sin modificar un ápice la realidad.
“Nos ningunearon diciendo que ganó el voto bronca. Tuvimos que hacerles sentir el rigor”, describe un avezado legislador del PJ, que de momento parece adscripto a los códigos de El aguante.
Como fuera, en la Rosada persistió la ceguera. El martes, en la reunión de gabinete, el diputado Horacio Pernasetti anticipó que se venía la ofensiva justicialista, incluyendo la coparticipación del impuesto al cheque. “No puede ser –le respondieron–, Duhalde nos aseguró que no es así.” “Duhalde dice que no, Rodríguez Saá dice que no pero los diputados bonaerenses y puntanos se sientan en las bancas y van a votar”, replicó el diputado que no será un especialista en comunicación política pero que es baqueano en su territorio. Y tenía razón. Tarde y mal, el Presidente sugirió convocar de apuro a Humberto Roggero a la Rosada, para corroborar la información e intentar evitar la inevitable. Lo primero era superfluo, lo segundo imposible. De la Rúa y Colombo le pidieron a Roggero que frenase a su bancada. Roggero se negó y más le valía porque no estaba en condiciones de hacer otra cosa. En verdad nadie puede garantizar actitudes colectivas del peronismo, toda vez que éste está fragmentado y sus puentes con el Gobierno dinamitados.
La rémora letal de la negociación con los gobernadores obedece a varias causas entre las cuales van primeras la ley de Murphy y ciertos límites de los negociadores. El Gobierno se quedó con uno solo aceptable para suspoderosos interlocutores: Colombo. “Con Chrystian se puede hablar”, explicaron a Página/12 tres gobernadores peronistas, de los más duros. Con Cavallo, ya se sabe, no. Y Ramón Mestre es un ministro devaluado en parte por méritos propios (“no le conozco la voz, ¿cómo quieren que dialogue con él?”, dicen que le dijo Ruckauf a un emisario) y en parte porque todos dicen que el 10 de diciembre se va de Interior.
Pero ocurre que el único negociador “validado” fue desacreditado un par de veces por Cavallo, generando desbordes pasionales entre los “gobernas”. Una negociación es un arte que no parece estar ejercitado delicadamente en este caso. La semana anterior Angel Rozas estuvo a un tris de boxearlo a Cavallo. En ésta Rodríguez Saá perdió toda compostura en un debate telefónico con el jefe de Gabinete. Sus compañeros lo miraban, mientras en parte lo instaban a pelearse y alguito lo gastaban. Con esa improbable argamasa, hay que construir consensos perdurables.
Los exabruptos, los errores de ambos bandos, la intransigencia se asientan sobre bases bien complejas. Una es la situación económica y otra la interna del PJ. Sea que piensen llegar en el 2003, sea que piensen en adelantar los hechos, los peronistas deben resolver acerca de su liderazgo vacante. Y así como el Senado distorsiona (o al menos altera) ciertas proporciones a favor de las provincias “chicas”, el debate sobre la coparticipación permite lucimiento y protagonismo especial a tres gobernadores con ambiciones y poca deuda para financiar: Néstor Kirchner, Rodríguez Saá y Rubén Marín. Puestos a confrontar con el radicalismo, les sacan unos palmos de ventaja a los “más presidenciables” y de algún modo los traccionan hacia la confrontación.
Quien más incómodo se mostró en estos días por ese juego fue José Manuel de la Sota. Es que el cordobés ansía terminar de abrochar un par de acuerdos con organismos internacionales que le permitan reanudar las privatizaciones de la empresa eléctrica y del banco de su provincia. Su propuesta económica viene haciendo agua y sin duda le tocó una mala época para vender activos públicos. Pero el cordobés necesita ciertos guiños que vienen del Norte para poder vender el banco a la Banca General de Negocios, el mejor postulante que consiguió, a fuerza de ser el único. Pero el buen trato del cordobés con el Gobierno naufraga en las reuniones con sus pares, ante quienes no soporta quedar como el blando entre los blandos.
Rótulo que nadie podría endilgarle a Carlos Ruckauf, que dedicó toda la semana a mostrarle los dientes al Gobierno. Actitud que coronó ayer con un vitriólico discurso de campaña en el congreso partidario de Lanús, discurso pronunciado en innegable plan de presidenciable.

Bingo

Que Ruckauf ansía suceder a De la Rúa no cabe duda. Cuándo piensa llegar es la pregunta. No sería la primera vez que especula con un escenario de adelantamiento de las elecciones. Lo imaginó hace unos meses, aunque porfíe en negarlo. En el Gobierno piensan que está lanzado, contra reloj, acuciado por la crisis de su provincia, por la patética situación del Banco Provincia, por el temor a un verano caliente en el conurbano. “Es imposible hablar con él. Está sacado”, describió una de las primeras espadas de la Rosada.
Es difícil colegir el pensamiento íntimo de un dirigente solitario que, por definición y por estilo, no suele franquearse con nadie. Pero está claro, más allá de lo que piense, que un adelantamiento de la salida de este gobierno ha pasado a ser un escenario imaginable, para cualquier intérprete o protagonista sensato. De ahí a que alguno pueda manipularlo, por propia y sola voluntad, media un abismo. En el fondo, la continuidad del oficialismo no es algo que esté garantizado por estipularlo las leyes ni por obra del Espíritu Santo. Lograrla ha pasado a ser una de las tantas proezas que desafían a un gobierno anémico.
En una visión lineal, de suma cero, sus carencias deberían engrosar a su principal oposición. Pero, se aventuró al comenzar esta columna, los hechos no discurren así. En estos días oficialismo y oposición se han despellejado para solo dejar patente lo patente: el peronismo tiene más poder que el Gobierno. Pero entre todos no han podido acordar, por minucias y carencias compartidas, un acuerdo que hiciera llegar a los flacos bolsillos de sus administrados tan siquiera un mes de sueldo en Lecop. Y los peronistas han cometido un dislate institucional que desmerece la convivencia que –sin otros resultados que los institucionales-. apuntalaron por dos años.
Ya se sabe, la oposición tampoco tiene, dendeveras, planes alternativos, figuras de recambio para proponer (o imponer) al Gobierno, promesas para galvanizar la sociedad.
La gente del común suele atribuir a los dirigentes infinita astucia, destreza inacabada en eso de acrecentar su poder. Quien los mira más de cerca suele pensar que, en ciertos estadios históricos de tinte weimariano, lo suyo tributa mucho más a Murphy que a Maquiavelo. Son los riesgos del periodismo, tal vez, pero a eso se parece más lo que este cronista ve e intenta transmitir.
El Gobierno no puede con sus cargas. Y los peronistas, que le vienen ganando, tampoco atinan a cumplir con todas sus tareas.
El martes, cuentan los que saben, la Corte liberará a Emir Yoma. Si eso ocurre, pronto Carlos Menem estará a tiro de quedar libre. No absuelto, apenas libre. Lo festejará como si hubiera recibido un Nobel y, tal vez, entre en escena.
Bingo.

 

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