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LA FIESTA DE MARADONA TUVO LA EMOCION QUE TODOS MERECIAN
Crónica de un homenaje inolvidable a la pelota

Ni los kilos de más ni el poco tiempo que pasó desde que lo operaron de la rodilla impidieron que Maradona mostrara vestigios de su talento en los 90 minutos que se mantuvo, heroico, en la cancha, sobreviviendo como el símbolo del país.

Se va la Diez, el arco vacío, la emoción inmensa. Maradona conmocionó en su partido homenaje.

Por Juan José Panno

La tarde venía gris, lluviosa, tristona pero cuando faltaba un poquito para la hora señalada, las cuatro de la tarde, como si se tratara de un operativo de los organizadores, salió el sol. El Operativo Sol, digamos. (sol sin drogas, puede agregarse). Ya había cantado Ciro Martínez, el de Los Piojos, ya habían cantado Juanse y demás Ratones Paranoicos (“quisiera ver al Diego para siempre/gambeteando por toda la eternidad”), cuando los equipos salieron a la cancha, con el 10 a la cabeza. La Selección de celeste y blanco; el club de amigos, dirigido por Coco Basile, de rojo y blanco. En el ranking de aplausos primero Maradona, segundo Riquelme, tercero Bermúdez, cuarto la Brujita Verón, quinto Samuel, sexto el Kily; en el ranking de silbidos, primero Bielsa, segundo Bielsa, tercero Bielsa. “Borombombón/borombombón/para Riquelme/la Selección”, estamparon su voto las tribunas populares, pero parece que Bielsa tiene los oídos más cerrados que el gobierno nacional y no le presta demasiada atención a los mensajes.
Antes de empezar el partido entró un pibe colado a la cancha y un patovica de la organización lo empezó a perseguir tirándole patadas voladoras a lo Cantoná, hasta que se metió en el medio el Mono Burgos y le dijo que no a la represión y se llevó al pibe hasta un costado ganándose la ovación del pueblo. Luciano Pereyra cantó el Himno Nacional y más de uno se preguntó por Charly García. Y detrás de los aplausos que siguieron al juramento de morir con gloria, Juan Bava dio la orden y empezaron a rodar la pelota y Maradona.
De movida se vio cuál iba a ser la velocidad crucero del juego: tortuguita. Verón se paró como edecán, secretario, asistente de Maradona, y Riquelme, del otro lado, se paró de cinco, de marcador cómplice. Verón le dio tantas veces la pelota a Maradona, lo obligó a moverse tanto, que parecía que lo había mandado el enemigo. A los 16 minutos llegó el primer gol. Maradona se la dio a Aimar, el pibe tiró centro y el Piojo de cabeza puso el 1 a 0. Francescoli jugaba en serio como si estuviera votando en contra de las privatizaciones en el Uruguay, Valderrama se paseaba por la mitad de la cancha repartiendo alucinantes pedacitos de talento y nadie pegaba una patada con la honrosa excepción del piquetero Bermúdez, que no dejaba pasar a nadie e hizo un par de foules por una cuestión de naturaleza.
Cuando Maradona jadeaba en el medio de una caminata acelerada desde la mitad de la cancha hasta el borde del área contraria, se hacía visible la parábola y aumentaba el riesgo-país. Ruego país, en realidad, para que pasaran pronto los 90 minutos, a ver si el tipo se nos quedaba ahí adentro. Pero el tipo, convengamos, es como la Argentina misma: está destruido, hecho polvo, pero sobrevive, sigue caminando a los tumbos, te hace reír y llorar, lo amás y lo odias y a cada paso te reserva una sorpresa. Con el riesgo-país por las nubes, le cayó una pelota a Suker y el croata estampó un zurdazo en la jaula del Mono Burgos. Uno a uno. Verón casi hace un gol de media cancha en el arco del Riachuelo en el que suele nadar María Julia, pero no pasó nada. Ni con el el tiro, ni con el Riachuelo que sigue sucio, ni con María Julia que sigue libre.
Camino a los vestuarios, al final del primer tiempo, Maradona se sacó la camiseta numero 10 y la tiró a las plateas. Un grupito de 20 tipos estuvieron matándose todo el entretiempo por el trofeo. ¿Eran voluntarios tratando de ocupar los lugarcitos libres que dejan algunos maestros en el censo? ¿Eran desocupados buscando un espacio digno? ¿Eran ratas hambrientas en los tachos de basura no recolectadas? “Argentina, Argentina” cantaron algunos, no se sabe si por la simbólica pelea o porque volvían los jugadores. “Mandarina, mandarina, somos todos argentinos, pero no somos gallinas” respondieron desde la “12”, para que no quedaran dudas de que que aunque el partido resultara una bosta, la fiesta era bostera. El segundo tiempo del partido fue mucho mejor que el primero, sin embargo. De movida, nomás pase de Diego y gol de Aimar. Enseguida, gran pase de Diego, cañonazo de Kily González al travesaño, el Piojo López se perdió el rebote y le gente lo quería nominar, pero el Gran Hermano Bielsa lo dejó en la cancha. Y a los 15, falso penal de Bermúdez a Cruz para que Maradona pueda hacer un gol verdadero. Antes de patear, el crack habló con Higuita, que ya estaba en el arco reemplazando a Carini, que a su vez había sustituido a Córdoba. Si las cámaras ocultas de “Telenoche Investiga” hubieran estado ahí, podrían haber registrado este diálogo:
–Diego, yo me voy hacia mi izquierda, así que tu pegale a mi derecha.
–No, dejate de embromar René, atajá en serio.
–Tu hazme caso, pegale despacio, tranquilo.
–...
–Eso sí, después tírame una masita y yo hago el escorpión.
Maradona convirtió el penal y mostró que debajo tenía la camiseta de Boca. Del penal podía haber dado cuenta el diario que le hacían a Yrigoyen para que creyera que estaba todo bien allá por el ‘29. Enseguida Diego mandó un tirito al arco, Higuita se arrojó hacia adelante, apoyó las manos en el piso, rechazó con los tacos y la gente se puso a gritar a lo loco:
–¡Hi-gui-ta, Hi-gui-ta...!
¿O era otro símbolo más de la tarde de la parábola argentina? En una de esas cantaban “¡Gui-ta...Gui-ta!”, reclamando por los 25 pesos de la entrada o por la falta de efectivo. Faltó que cantaran “¡se aceptan patacones, oh,oh,oh,oh!”.
Mientras el partido continuaba, Diego siguió haciendo exhibicionismo y recordó que debajo tenía la camiseta azul y oro. Alguien reclamó por el tapado de zorro, la toga honoris causa que usó en Oxford, el turbante, las camisas de Versace, el traje blanco del casamiento. La hinchada del Riachuelo sucio pidió “¡Jugá con la de Boca/ oh oh oh oh!”. Y el hombre accedió para consumar el mayor acto de amor que pudiera imaginar el mundo bosteril. Era, como siempre un jugador distinto. Si el patovica quiso intervenir para sacar de ahí a ese gordito colado, lo pararon a tiempo.
Desde el altar de Casa Amarilla se desató una lluvia de luces y fuegos de artificio y empezaron a sonar celestiales y sinceros cantos de agradecimiento. El partido se paró y la emoción de Maradona creció hasta convertirse en llanto compartido. Maradona, ya se dijo, es como la Argentina: te hace reír y llorar. Después hubo un gol de Castromán, uno de Cantoná, otro de Aimar, un penal que convirtió Higuita y una nueva edición del diario de Yrigoyen.
–¿A que no sabés quién cobró el penal del último gol de Maradona? ¡Papiiiiiito!– dirá, dentro de un tiempo, Olivetto.
Tiró Maradona, como el anterior, a la derecha de Higuita que se fue para el otro lado. Y ahí se terminó el partido. Entonces el ídolo habló a todo el estadio, agradeció desde el fondo de su alma, dio la vuelta olímpica y se fue más gordo de felicidad que nunca. Aunque ya se sabe que Maradona, como Troilo, siempre estará llegando.

 

�Esto me lo llevo a la tumba�
“Lo de hoy me lo llevo a la tumba, no creo que haya un homenaje más lindo que el que me brindó mi país”, sintetizó Diego Maradona tras el partido. “Después del nacimiento de mis hijas, ésta es la emoción más grande de mi vida. Cuando estaba en el hotel pensaba que la cancha no se iba a llenar, pero cuando vi que la Bombonera explotaba sentí que tocaba el cielo con las manos.” Apenas terminado el encuentro, Maradona tomó el micrófono y se dirigió a todo el estadio, antes de terminar coreando el “Dale Boca...” que bajaba de las tribunas. Esta es una síntesis de sus palabras:
“Es increíble, no sé cómo pagarles todo esto. Es demasiado para una persona, para un jugador de fútbol. Se los agradezco de todo corazón, en nombre de mis hijas, de mis padres y Guillermo (Coppola).”
“Quiero pedir un aplauso muy grande para todos estos jugadores que estuvieron aquí. El fútbol es el deporte más lindo y sano del mundo. Que se equivoque uno, no quiere decir que tenga que pagar el fútbol, la pelota no se mancha.”
“La Bombonera es el templo del fútbol. Yo vi cómo muchos caudillos se cagaron en esta cancha. No hay cancha como ésta para disfrutar, para presionar a los rivales. Le agradezco a Dios que haya creado la Bombonera.”
“Le quiero agradecer a Marcelo Bielsa y también a Julio Grondona. Podemos tener diferencias con Julio, pero yo digo que es el mejor dirigente del fútbol.”
“Ojalá no termine nunca este cariño, se los pido por favor.”
Después del partido, se acercó a la conferencia de prensa enfundado en una camiseta de Boca. “Pido disculpas –dijo–. Haber hecho el partido en la Bombonera hizo que el homenaje fuera de los hinchas de Boca, pero no podía hacerlo en otra cancha. Pero yo le tengo el respeto de siempre a los hinchas de los otros equipos, a los de San Lorenzo, a los de Nueva Chicago y a los de Chacarita. Y cuando no están en masa, también los hinchas de River me respetan.” Y siguió:
“A los 20 minutos del primer tiempo sentí que tenía el bisturí dentro de la rodilla. Pero igualmente no me quejo y le agradezco a Dios la posibilidad que me dio de haber podido jugar este partido.”
“Estoy identificado con esta Selección, ninguna clasificó como ésta. Otras selecciones argentinas con jugadores que éramos más conocidos tuvimos más dificultades para clasificar. Podemos estar tranquilos para el Mundial, no hay selección que supere a la de Argentina.”
“Lo que no pueden decir el resto de los argentinos, lo digo yo. Por eso, hablo de Afganistán, de Estados Unidos, de (Domingo) Cavallo. Porque yo tengo la suerte de poder caminar por las calles de Buenos Aires y que me saluden todos. Yo nunca le robé nada a nadie”.
“Nunca dudé del amor del pueblo argentino hacia mí. Porque aún en mis peores momentos, siempre me acompañaron y no me tiraron tierra, como sí lo hicieron los vigilantes y los caretas, los que engañan a la gente”.
“Passarella es un careta, que siempre consigue trabajo. El simplemente es un ex capitán, que quede claro que el ‘Gran Capitán’ soy yo”.

 

Fuera de juego
Maradona llegó a la Bombonera a las 14.55 protegido por un fuerte operativo de seguridad compuesto por varios custodios y lo primero que hizo fue fundirse en un abrazo con sus hijas (vestidas con camisetas argentinas, con el nombre del padre en la espalda), quienes habían llegado bastante más temprano.
Diego había jugado una apuesta con Guillermo Coppola: creía que la Bombonera no iba a llenarse. Pero hasta último momento la gente pugnó por entrar y finalmente, sin pagar entrada, seguramente algunos ganaron un lugarcito. “Dirigí en muchas canchas llenas, pero como esto nunca vi nada igual”, dijo el técnico de las Estrellas, Alfio Basile.
Jorge Valdano estuvo en el palco oficial presenciando el partido. “Con Maradona, el fútbol se convierte en una fiesta, así de simple –dijo–. Si cada uno de nosotros nos emocionamos en esta fiesta, imaginemos lo que habrá pasado por la piel de Maradona dentro de la cancha con toda la gente dándole su afecto.”
Los hinchas de Boca, mayoría en la Bombonera, le hicieron sentir la presión a Marcelo Bielsa, pidiéndole la convocatoria de Juan Román Riquelme a la Selección: “Poné a Riquelme//la puta que te parió”, corearon y la remataron con un “Borombombón, borombombón, para Riquelme, la Selección”.
Riquelme mantuvo un perfil muy bajo durante los 45 minutos que jugó: “Esta es la casa de Diego y eso no tiene comparación, yo me conformo con que me quieran. Lo más importante es haber podido contribuir a la fiesta”, explicó, y dijo que regalarle su camiseta, la que Maradona usó en los últimos 20 minutos, fue “lo menos que podía hacer”.
Un dirigente del Barcelona, Gabriel Masfurrol, vio el partido junto al presidente de Boca, Mauricio Macri, pero se negó a comentar si se reanudaron las tratativas por el pase de Riquelme. “Estoy en este estadio para disfrutar de la despedida de Maradona”, señaló Masfurrol.
Enzo Francescoli (foto) fue uno de los más emocionados con el homenaje, al que se negó a catalogar como “despedida, porque lo vamos a necesitar cerca del fútbol”. Para el uruguayo, “lo que importa es poder hacer entre todos algo que lo haga sentir feliz”.
“Puede parecer egoísta, pero más que el sueño de Diego me parece que esto era el sueño de nosotros, de poder jugar al lado de él”, reconoció Pablo Aimar, autor de dos tantos durante el partido. Juan Verón consideró que “Maradona es y va a ser único”.
“Vinimos a estar con Diego Maradona, no por amistad con él, que no la tengo, sino por admiración a todo lo que hizo en el fútbol”, sostuvo el “Pibe” Carlos Valderrana. “Y también vinimos a divertirnos, y nos divertimos mucho con todo esto”.
“Me siento un privilegiado por estar acá, por compartir la fiesta con Diego. Fue una fiesta muy linda y con Maradona me une una relación de amistad que ahora se fortalece.” Textual de Hristo Stoitchkov. Lothar Matthaeus, que jugó en el segundo tiempo, comentó que Maradona “lució muy bien en la cancha”.
“Para mí fue un día muy especial, porque no había tenido la suerte de compartir nunca un partido con Diego –relató Javier Zanetti–. Lo vi cambiarse, estuvimos juntos en el vestuario. Estaba muy emocionado, creo que la gente estuvo muy efusiva y lo hizo aflojar.”
Julio Cruz dijo haber vivido el partido “con alegría y tristeza: alegría de poder compartir un vestuario por primera vez con Diego; y tristeza por saber que se retiró y ya no va a jugar más”.
“Yo siempre lo dije, Diego es mejor persona que futbolista. Guardo un gran recuerdo de él porque conmigo se portó muy bien, sobre todo en los momentos difíciles que me tocaron vivir”, recordó Sergio Batista, campeón mundial en México 1986 con Maradona y ahora técnico de Argentinos.
Para José Luis Brown, que también integró ese equipo, “Maradona siempre se jugó la vida por sus compañeros. Lo recuerdo como un jugador único pero fundamentalmente por ser una persona humilde”.
“Futbolísticamente no se puede explicar todo lo que Maradona significaba pero como ser humano sí. Era un líder, un tipo que siempre luchó a muerte por la Selección”, opinó Sergio Goycochea, compañero de Maradona en Italia ‘90.

 

La presencia más silbada
Silbado por todo el estadio, Edson Arantes do Nascimento, Pelé, estuvo en el homenaje. “Todos los que amamos al fútbol teníamos que homenajear a uno de los mejores jugadores de todos los tiempos, que dio alegría a todos, y la gente a veces ha hecho un montón de complots o intrigas entre Pelé y Maradona, pero yo nunca tuve problemas con él”, dijo el brasileño, quién se mostró orgulloso de que siempre hayan querido compararlo con grandes futbolistas como Alfredo Di Stefano, Omar Sívori o Diego Maradona. “Para mí siempre fue un orgullo estar con los mejores”, sintetizó.
Pelé llegó muy custodiado por efectivos de seguridad y se dirigió de inmediato hacia el palco de autoridades, donde ya aguardaban todos los demás invitados y, en cuanto fue detectado por el público, fue saludado por una estruendosa silbatina y un irónico y atronador “Maradó, Maradó”, lo que dio paso al anuncio oficial por parlantes del homenaje. En el palco, el brasileño se sentó junto a Julio Grondona, titular de la Asociación del Fútbol Argentino (foto) y Nicolás Leoz, titular de la Conmebol.

 

OPINION
Por Juan Sasturain

Por Jugador y por Monstruo

Ayer, una vez más, Diego Maradona se comportó –aunque no sea un verbo que le cuadre ni le importe– como lo que es y ha sido siempre: un monstruo. Porque monstruo es, por definición, el que no tiene par, el zapato suelto, la especie de uno. Ayer, un gordo con camiseta de Boca en medio de un partido de la Selección contra otros de colorado. ¿Pero qué tipo de monstruo es Maradona? Aunque tiene cosas de Frankenstein y del tierno Kinkong, y algunas más de Alf que de ET, Diego se caracteriza por ser un monstruo que (todavía) juega. Más claro: un monstruo jugador y un jugador monstruoso. Y el que se quede solo y diferente a la hora de buscar pares no es sólo cuestión de su aptitud superlativa para este juego específico, el fútbol, sino resultado del hecho de que Diego –al mismo tiempo– juegue siempre, en todos los órdenes de la vida, con pelota y sin ella. Ahí reside en parte su monstruosidad.
Porque Maradona ha jugado al fútbol como tantos pero, a diferencia del resto, lo ha hecho en todos los sentidos, que son varios. Jugar es en principio actividad libre, inmotivada, sólo orientada por la busca del placer: la diversión contrapuesta al trabajo y la obligación, lo que hacen los pibes cuando juegan. Pero jugar es también elegir en el vacío, arriesgar, someterse al azar, desafiar lo incontrolable, la suerte y la desgracia: es lo que hace el compulsivo apostador. Finalmente, jugar es también jugar-se, entregarse todo, poner el cuerpo a partir de las ganas y convicciones y más allá de las consecuencias. Diego ha jugado al fútbol en esos tres sentidos simultáneamente y en cada caso ha llegado al límite (y los ha traspasado). Cosas de monstruo.
Si es cierto –aunque sea en parte– que hay una ideología del fútbol detectable, y que “se juega como se vive”, Maradona ha ido un poco más lejos y ha invertido la ecuación con todas sus consecuencias: Maradona vive como juega (o como jugaba, si se quiere introducir la desagradable variable temporal). Ese gesto, que lo define como singular arquetipo del Jugador, es un ademán saludablemente incorrecto, una elección monstruosa.
Ayer fue “La Fiesta del Monstruo”. No están ni Borges ni Bioy para repetir la desaforada gorilada. Y el patético, indestructible Jugador, puso el cuerpo y sobrevivió una vez más para contarlo.

 

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