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Disparos contra la eterna utopía de la familia feliz

La obra �Intimidad�, basada en la novela de Hanif Kureishi, retrata con humor y cinismo las idas y vueltas de un matrimonio en crisis. El autor, paquistaní-británico, escribió
�Ropa limpia, negocios sucios�.

El tema de �Intimidad� es el
desgaste que supone la convivencia.

Por Cecilia Hopkins

Un dramaturgo de treintaipico planea fugarse de su casa, harto de los reclamos de su mujer que lo atosiga a toda hora por cualquier motivo. El personaje pertenece a Intimidad, novela del británico-paquistaní Hanif Kureishi, autor de teatro y guiones cinematográficos, entre los que se cuentan Ropa limpia, negocios sucios y Sammy y Rosie van a la cama, ambas dirigidas por Stephen Frears. La versión escénica que acaba de estrenarse en La Carbonera pertenece a Gabriela Izcovich, quien también la dirige, junto al dramaturgo y director Javier Daulte. No es ésta la primera vez que Izcovich lleva a escena textos narrativos: tal vez una de las más recordadas sea Nocturno Hindú, sobre la novela homónima de Antonio Tabucchi. En Intimidad, el protagonista (interpretado por el notable Carlos Belloso) ha llegado a la conclusión de que el matrimonio es como uno de esos trabajos que terminan detestándose con el tiempo.
Al dramaturgo lo obsesiona la falta de deseo y curiosidad que experimenta hacia su mujer (interpretada por la propia Izcovich) y siente que fuera de su casa lo esperan toda clase de experiencias estimulantes, sobre todo ahora que ha comprendido que para él “el placer es un principio esencial”. Un principio que, en realidad, reguló su vida hasta caer en lo que él considera la trampa del matrimonio. Los únicos que detienen sus impulsos de huida son sus dos hijos, pero más por una cuestión narcisista: le pesa darse cuenta de que tarde o temprano otro ocupará su lugar y hará por ellos lo que él nunca hizo.
Ambientado por Alicia Leloutre, el living de la pareja se transforma en las casas de dos amigos íntimos del protagonista y también en el gabinete de la psicóloga adonde acude la pareja con la intención de averiguar las raíces de su malestar, sin demasiado éxito. El hombre analiza su caso frente a ambos confidentes por separado (ese que mantiene relaciones de sexo extravagante con cualquier mujer que se ponga a tiro y aquel que convive desde hace años con la misma esposa) sin llegar a conclusiones demasiado alentadoras. Desgajadas del extenso monólogo que constituye la novela de Kureishi, donde el personaje describe y analiza experiencias propias y ajenas, las frases que reproduce literalmente o recrea la versión de Izcovich tienden a trivializarse, asumiendo un tono cínico, humorístico o dramático. En el original, en cambio, la desazón existencial del protagonista se expresa mediante la amalgama de una multitud de sensaciones contradictorias, lo cual constituye la base de su atractivo. En la versión escénica, los personajes se explayan sobre la mentira y la infidelidad y se refieren a la necesidad de tener amantes o insistir en alcanzar la utopía de la familia feliz.
En otra cuerda, alguna frase desconcertante del protagonista o las embestidas jocosas en contra del psicoanálisis recuerdan las comedias de Woody Allen. No obstante los cambios de ritmo previstos por la dirección y las actuaciones convincentes, la obra se empantana alrededor de un conjunto de reflexiones sobre los riesgos de estar solo o en pareja que, en definitiva, suenan convencionales a pesar de que el vuelco que se reserva el desenlace intente abrir el juego hacia otros rumbos.

 

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