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El varieté en un teatro de ópera

Se presentó en el Teatro Colón �Variété�, de Kagel. La puesta de Diana Theocharidis tuvo características excepcionales.

Martín Pavlovsky mira fascinado a Soledad Alfaro en el agua.
La puesta de “Variété”, de Kagel, incluyó artistas de circo.

Variété, escrita por Mauricio Kagel en 1976, se plantea como música incidental. Siempre y cuando su régisseur recurra a artistas de variedades, puede hacer lo que quiera. El compositor radicado desde los ‘60 en Alemania es considerado uno de los popes del teatro musical y en este caso propone un punto de partida que, en tensión con un teatro de las características del Colón, puede adquirir una gran potencia. Diana Theocharidis compuso, sobre la de Kagel, su propia obra. Utilizó, por elección propia, patinadores, niñas gimnastas, actores, un acróbata que bajó desde la araña central del Colón, un mago, break dancers y bailarinas de hula-hula. Y utilizó también, sin tomarlos literalmente, los materiales (y las tradiciones) que estos artistas traían. Una troupe de 80 personas ocupó literalmente todo el espacio del teatro, desde pasillos y palcos hasta los techos. Enmarcados por la escenografía hecha (como la música de Kagel) de retazos (responsabilidad de Emilio Basaldúa) y por la iluminación de José Luis Fiorruccuio, entre los intérpretes estuvieron Martín Pavlovsky haciendo de valetto (ese personaje que corre el telón vestido a la usanza del siglo XVIII) que luchaba por custodiar al Colón de los intrusos, Lourdes Arteaga (una bailarina clásica que termina fugándose en un carro que baja del cielo con Gastón Pasin, el patinador del que se enamora y con el que ha jugado un pas de deux), Ignacio Gadano como el maestro de unas niñas gimnastas que se escapan al escenario, Andrea Bonelli como la guía de la visita escolar, el acróbata Lucas Martelli y el mago Adrián Guerra. Con vestuario de Luciana Gutman, este Variété unido por la idea de la puja por el poder en el escenario culminó con una escena de ballet acuático, dentro de una pecera cilíndrica. El valetto, hipnotizado y luego seducido por las bailarinas de hula-hula, termina ascendiendo, ya despojado de sus ropas emblemáticas, hacia el agua donde se mece la bailarina Soledad Alfaro y, como en un bautismo, sumerge su cabeza. Las dos funciones, en el Teatro Colón y con dirección musical de Gerardo Gandini, convocaron a una multitud que reprodujo, en el público, las luchas del escenario. Estaban los que aplaudían cada número, como si se tratara del circo, y los que chistaban, como si se tratara de un teatro de ópera. La razón, por supuesto, la tenían ambos.

 

OPINION
Por Abel Gilbert

El Colón �Okupa�

La puesta en el Teatro Colón de Variété, la obra de Mauricio Kagel con régie de Diana Theocharidis, no debería pasar inadvertida a los programadores de las actividades culturales del 2002. Hacía mucho que no se veía en el teatro una obra de semejante densidad. Theocharidis, con escasos recursos económicos –mejor dicho, con las sobras caritativas que quedaron después de agotarse las arcas–, edificó una de las propuestas más sugerentes que se recuerden en años. Según el autor, que escribió la música en 1976, se trata de una suerte de concierto-espectáculo que combina diversos números asociados con el género vodevilesco. Kagel, se ha recordado estos días, pide acompañar los 11 números con artistas profesionales o amateurs. Theocharidis recurrió a patinadores, bailarinas de hula-hula, raperos, gimnastas escolares, un mago, gente de circo. La pesquisa, además de un maravilloso trabajo antropológico en los bordes, resultó aleccionadora para un centro donde los cotos se establecen por la fuerza de los nombres propios, pero también como resultado de una pasmosa desidia institucional. La obra estuvo a punto de ser levantada por cuestionesde financiamiento y terminó realizándose en una situación de urgencia. De esa precariedad nació su fortaleza. La partitura tiene algunos números excepcionales y otros de circunstancia. Pero su combinación con la escena devino verdaderamente hipnótica. Sobre el escenario se levantó un cartel lumínico con el nombre del compositor. La régie decidió que Kagel nunca se iluminara de manera completa. Así, a veces se leyó “Kage”, o “Kae”. El cartel, de repente, se derrumba, mientras el teatro es virtualmente tomado por los géneros menores, no a la vieja manera populista sino como un acto programático. El Colón okupa. Los artistas que sostuvieron Variété cobraron verdaderas migajas, pagos simbólicos. No obstante resultaron los verdaderos héroes de la jornada. Los okupas dejaron una enseñanza que las autoridades culturales y los cronistas de amenidades musicales o danzarias tampoco deberían pasar por alto. Por eso, el Colón, y nosólo ese teatro, necesita uno, dos, tres Variétés.

 

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