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MATARON A OTROS CUATRO PERIODISTAS EN EL CAMINO HACIA KABUL
Cuatro crónicas escritas con sangre

Como ocurriera hace una semana, una emboscada alcanzó a un grupo de periodistas. Ayer murieron otros cuatro del mismo modo, aparentemente por talibanes y para robarles: un afgano, una italiana, un español y un australiano. Fue por el único camino por el que se accede a Kabul desde Pakistán.

Por Rory McCarthy *
Desde Kabul

Ayer murieron cuatro periodistas en Afganistán después de que sus automóviles cayeron en una emboscada tendida por hombres armados en un área de donde ya habían sido desalojados los talibanes, lo cual aumenta los temores de que Afganistán esté cayendo en manos de los brutales señores de la guerra. Los periodistas fueron arrancados de sus automóviles en las afueras de la ciudad afgana de Jalalabad, en una sinuosa ruta sin nombre que va a Kabul y que se ha convertido en la principal entrada al país desde Pakistán. La agencia de noticias británica Reuters identificó a sus dos empleados asesinados: el cameraman de televisión Harry Burton, un australiano, y Azizullah Haidari, un fotógrafo nacido en Afganistán. Los otros dos periodistas muertos son María Grazia Cutuli, del periódico Il Corriere della Sera de Italia, y Julio Fuentes del diario El Mundo de España.
Los conductores de los autos dijeron que dos de los coches fueron detenidos por un grupo armado de seis hombres que obligaron a salir de los vehículos a los cuatro periodistas. Los hombres armados hicieron marchar al grupo hacia las colinas circundantes, relataron. Mohammed Farrad, uno de los conductores, dijo que había escuchado tres o cuatro estallidos de fusiles Kalashnikov. “Se llevaron a los periodistas y cuando éstos se volvieron para mirarlos, les dispararon”, dijo. Los choferes huyeron y advirtieron al resto del convoy, que estaba detrás, a una cierta distancia, para que regresaran.
Ferruccio De Bortoli, director del diario con mayor tirada de Italia, reunió a la redacción para ofrecerles los detalles de lo ocurrido, una vez confirmada la muerte de la redactora por el propio ministro de Exteriores, Renato Ruggiero, desde una conferencia de prensa en Bruselas, quien también ratificó la muerte de los otros periodistas: “Según los informes, creo que los cuatro cuerpos hallados en Afganistán corresponden a los periodistas, uno de ellos su colega del Corriere della Sera”, dijo Ruggiero. Cutuli, de 39 años, soltera, había estado en Bosnia, en la batalla de Sarajevo y luego en Africa y en Afganistán, numerosas veces. El presidente de Italia, Carlo Ciampi, expresó sus condolencias a la dirección del diario milanés por la muerte de su enviada especial.
La emboscada se produjo en un desfiladero de la provincia de Nangarhar, cerca del puente de Tangi Abrishum, a 90 kilómetros al este de Kabul, en una de las peores rutas del país, en la que no se puede circular a más de 20 kilómetros por hora. Eduardo San Juan, un corresponsal de la televisión española regional TV3, que estaba más atrás en el convoy, dijo que un auto delante del suyo rápidamente dio la vuelta y sus pasajeros “nos gritaban en pashtún que nos fuéramos rápidamente porque los hombres armados estaban disparándoles a los periodistas”. Los periodistas fueron atacados –cuando llevaban dos horas de viaje– por seis presuntos milicianos talibanes, informó San Juan. “Les dijeron que bajasen, probablemente con la excusa de que más adelante había ataques. Les preguntaron si eran espías y, aunque se identificaron como periodistas, comenzaron a tirarles piedras y luego les dispararon”, relató. El convoy, compuesto de ocho autos, no tenía escolta. En la misma ruta, después del asesinato de los periodistas, se produjeron otras dos emboscadas contra civiles afganos, en tanto trabajadores de Radio France Internacional (ver nota pág. 18) fueron desvalijados el domingo pasado cuando se dirigían a Kabul: tuvieron que entregar dinero y material a los atacantes, armados también con fusiles Kalashnikov.
Cientos de periodistas han viajado por la misma ruta desde Jalalabad a Kabul desde que se abrió el paso de Khyber en la frontera con Pakistán el jueves pasado. Por lo menos a dos grupos de periodistas les robaron en esa misma ruta el domingo. Aunque el norte de Afganistán –y Kabul– mismo están bajo el control de la Alianza del Norte, el sur es muy distinto. La provincia de Nanghahar, que rodea a Jalalabad, está controlada ahora por los señores de la guerra pashtunes. Muchos de ellos gobernaban feudos personales en el área antes de que los talibanes tomaran el poder hace cinco años. Se cree que pequeños bolsones de combatientes talibanes y sus aliados árabes están ocultos en las colinas. Jalalabad está ahora controlada por Haji Abdul Qadir, un comandante pashtún que tiene una estrecha relación con la Alianza del Norte, y quien fuera el gobernador de la provincia antes que la tomaran los talibanes. Pero varios otros comandantes en el área también están peleando por el poder. Los combatientes leales al feroz señor de la guerra Hazarat Ali, que fue nombrado jefe de policía en Jalalabad, controlan muchas áreas alrededor de la ciudad. Hace una semana, otros tres periodistas extranjeros murieron cuando se trasladaban con tropas de la Alianza del Norte que fueron emboscadas por soldados talibanes.

* De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.


UNA NIÑA DE 16 AÑOS REINICIO LAS TRANSMISIONES
La televisión tiene cara de mujer

Por Guillermo Altares *
Desde Kabul

Fue la voz de una mujer lo primero que pudieron escuchar por la radio los habitantes de Kabul, después de que el pasado martes los talibanes abandonaran a toda velocidad la ciudad que habían ocupado y sometido durante cinco años. Fue un gesto cargado de simbolismo después de que el régimen integrista tratara de borrar de la vida social a quienes considera como una fuente de pecado. El domingo, pasadas las dos y media de la tarde, hora GMT, fue el rostro de otra mujer lo primero que pudieron sintonizar los escasos televisores que, polvorientos, han sobrevivido años escondidos en las alacenas o bajo montañas de muebles. Mariam Shakebar, una joven de 16 años ataviada con un pañuelo estampado, leyó un versículo del Corán antes de desear a los telespectadores que se divirtieran con la programación, algo sencillamente imposible hace una semana. Después, una música agradable volvió a sonar a través de las ondas.
Mariam era consciente de que su rostro ha quedado asociado desde ayer a la lucha de las mujeres afganas por la dignidad, y estaba nerviosa. Aunque experiencia televisiva no le faltaba, ya que con 11 años intervenía en un programa infantil..., justo antes de que los talibanes entraran en Kabul. Junto a Mariam había otra mujer, Lida Azimi, cubierta con un pañuelo color crema, que presentaba habitualmente los informativos en los tiempos anteriores a los talibanes. Azimi sólo acertaba a decir que la vida era de nuevo bella. “Hasta ahora estaba obligada a quedarme en casa. Soy muy feliz”.
Pero, aunque los rostros de las presentadoras denotaban felicidad, en la zona que no veía el público dominaban los nervios. Como en cualquier medio de comunicación. Los técnicos de la televisión de Afganistán han tenido que trabajar contrarreloj para arreglar de la mejor manera posible un material seriamente dañado “o con 30 años de antigüedad”, como destacaba un trabajador que ya sabe lo que es la competencia, y es que, junto a la última tecnología instalada por los equipos de las televisiones occidentales en la azotea del hotel Intercontinental, los afganos han colocado una vetusta antena que apenas tiene una potencia de 10 vatios y ni siquiera puede abarcar todo Kabul.
Claro que a la mayoría de los habitantes de esta ciudad no les importa esperar unas semanas más para poder ver la televisión. Una de las principales diversiones es sorprendentemente sencilla, pero igual de valiosa, como todo lo que fue prohibido. De día, el cielo de Kabul se llena de cometas de todas formas y colores. Nadie sabe muy bien cuál era el problema de los barriletes con la interpretación del Islam que hacían los talibanes, pero lo cierto es que, junto a las fotos de los seres queridos, los aparatos de radio y las revistas, pasaron a ser objetos que era mejor no mostrar. Ahora los habitantes de Kabul vuelan sus cometas con sorprendente habilidad para llevar cinco años desentrenados.
Para los afortunados que disponen de un generador de electricidad en condiciones y de un televisor salido de las catacumbas familiares o recién adquirido en alguno de los comercios de electrónica que proliferan a sorprendente velocidad, la televisión de Afganistán tiene previsto emitir durante unas seis horas diarias en las lenguas dari y pashtún. La programación está confeccionada a base de entrevistas, dibujos animados y reportajes callejeros, donde la precariedad de medios es suplida con creces por el entusiasmo de los periodistas y la colaboración de la ciudadanía.
Pero toda la explosión de color y ruido durante el día desaparece bruscamente a las ocho de la tarde, cuando los milicianos de la Alianza del Norte instauran el toque de queda y Kabul vuelve a adoptar un aspectosimilar al de hace 15 días. Casi nadie se aventura por las calles, y los pocos coches que transitan con un aire semifurtivo son detenidos en numerosos controles, donde los soldados apuntan sin miramientos a sus ocupantes mientras comprueban su documentación. “Hay otra razón para que la gente no salga de noche”, explica un comerciante. “Muchos no se creen que los 20.000 talibanes que había en Kabul hasta el martes hayan podido salir. Seguro que todavía hay muchos escondidos dispuestos a lo que sea. De día uno se siente más arropado, pero de noche hay miedo”.
* De El País. Especial para Página/12.

 

 

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