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KUNDUZ SIGUE BAJO FUERTES COMBATES MIENTRAS SE RENEGOCIA LA RENDICION
Hoy no nos rendiremos, pero vuelvan mañana

El caos y el terror empezaron ayer cuando las noticias de un acuerdo de rendición firmado en Mazar-i-Sharif no llegaron a tiempo a Kunduz, una de las dos ciudades que resisten, mientras en la otra �Kandahar� los periodistas en las cercanías debieron volver a Pakistán.

Soldados de la Alianza del Norte
miran a la distancia las bombas de
los B52, disparadas fuera de Kunduz
para amedrentar.

Por Luke Harding, Rory McCarthy y Ewen MacAskill *
Desde Mazar-i-Sharif, Kabul y Londres

La Alianza del Norte y los bombarderos de Estados Unidos montaron ayer lo que ellos esperan sea el último ataque sobre la ciudad de Kunduz en manos de los talibanes después que fracasara una rendición negociada casi inmediatamente después de haberse firmado. La intensidad de la lucha y la perspectiva de la caída inminente de la ciudad provocaron temores de que todo derivara en un gigantesco baño de sangre. Los gobiernos británico y paquistaní se unieron a la Cruz Roja Internacional y a las Naciones Unidas llamando a la moderación a las fuerzas que avanzan.
En medio de la confusión más generalizada sobre si ambos lados estaban comprometidos con el principio de una salida pacífica, el comandante talibán en Kunduz insistió anoche en que sus tropas, incluyendo los combatientes árabes, se rendirán mañana. El mulá Faizal, la figura talibana más importante que queda en el norte de Afganistán, dijo que confiaba que los 12.000 talibanes afganos y 2000 combatientes “extranjeros” que están atrapados en Kunduz desde la caída de Mazar–i-Sharif hace dos semanas, estuvieran dispuestos a entregar sus armas. Estados Unidos, que tiene fuerzas especiales adjuntas a la Alianza del Norte para actuar como moderadoras, está tratando desesperadamente de evitar una masacre de árabes, paquistaníes y otros extranjeros que se unieron a las fuerzas talibanas en Kunduz a manos de la Alianza del Norte frente a los medios internacionales.
Pero Washington está igualmente determinado a que a estos combatientes extranjeros, algunos de los cuales se sospecha que pertenecen a Al–Qaeda, no se les permita escapar como parte de la rendición negociada. La intención es encarcelarlos, interrogarlos y luego decidir su destino. Los estrategas militares de Estados Unidos observan de cerca a Kunduz, ya que su caída liberaría recursos para la cacería final de Osama bin Laden en el sur. También abriría el camino para el corredor humanitario desde el norte.
Como parte de las operaciones de limpieza en otros lados de Afganistán, la Alianza del Norte lanzó un pesado ataque de artillería cerca de Kabul ayer para hacer salir a por lo menos 1200 combatientes talibanes, árabes y paquistaníes que están escondidos en las montañas. Durante varios días los comandantes de la alianza en Maidan Shah, unos 40 kilómetros al oeste de Kabul, han tratado de negociar su rendición. Pero cientos de tropas de la Alianza ayer dispararon misiles, morteros y fuego de artillería sobre las posiciones talibanas. A pesar de la ferocidad de la lucha, el ataque parece haber hecho poco impacto. En Kunduz, la Alianza del Norte envió tanques y tropas desde otros frentes para unirse al ataque a la ciudad. Los bombarderos B-52 volaron sobre la línea del frente pero lanzaron sus cargas cerca de Kunduz y no dentro. Y refugiados aterrados huyeron de la ciudad.
Antes, dos líderes talibanes firmaron un acuerdo con el señor de la guerra de la Alianza de Norte, general Abdul Rashid Dostam, en su fortaleza cerca de Mazar–i–Sharif. Fuerzas especiales de Estados Unidos estaban presentes. Al salir de sus conversaciones, el general Dostam dijo ayer que enviaría 5000 de sus soldados para desarmar a los combatientes talibanes y hacerse cargo de la seguridad en Kunduz. Una entrega de armas y jeeps se llevaría a cabo mañana en el pueblo de Chardara, en las afueras de Kunduz, según añadieron los asistentes. El general Dostam dijo que los afganos talibanes serían desarmados y luego se les permitiría regresar a sus hogares. Pero agregó que los combatientes extranjeros, incluyendo a árabes, chechenos, paquistaníes, uzbecos y chinos uighurs, serían llevados a su fortaleza donde serían separados entre terroristas y no terroristas.
El caos comenzó cuando la noticia del acuerdo no llegó a Kunduz, a más de 160 kilómetros de distancia. Los combatientes talibanes atacaron con morteros por primera vez en una semana y los fuerzas de la Alianza delNorte enviaron oleadas de tanques y tropas como respuesta. Para sumar a la confusión, Yunus Qanuni, que está surgiendo como una de las figuras clave de la Alianza del Norte, dijo: “Hemos tratado que arreglar el tema de Kunduz a través de negociaciones pero nos hemos visto obligados a optar por la solución militar”. El líder paquistaní, general Pervez Musharraf, expresó su preocupación sobre la suerte de los paquistaníes que luchan junto a los talibanes. También instó a la Cruz Roja a que hiciera todo lo posible para evitar masacres de combatientes extranjeros a manos de los afganos.
En una conferencia de prensa en Downing Street, el vocero británico Alastair Campbell dijo: “No queremos un baño de sangre en Kunduz, pero tampoco queremos que alquno escape para poder reagruparse y formar una red terrorista en otro lugar”.

* De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère

 


 

Kandahar, o la ciudad invisible

Por Francisco Peregil
Desde Quetta, Pakistán

El pasado lunes, el portavoz del mulá Omar aseguró a los más de 70 periodistas congregados en la ciudad afgana de Spin Boldak que su gobierno estaba preparando una visita de los reporteros a la ciudad de Kandahar. Así podrían ver con sus propios ojos que el feudo de los talibanes seguía bajo control de ellos y que eran falsas las informaciones difundidas por la “propaganda” de Estados Unidos. Por la noche se nos dijo que para el día siguiente estuviésemos preparados a las 9 de la mañana. Y lo mismo que sucedió durante los dos días anteriores, a la hora fijada no ocurrió nada. “Hay que esperar”, decía uno de los mandos locales. “Es mucho más difícil esperar que matar”, sentenció.
Tres horas después, el responsable de Asuntos Fronterizos, Nayibulá, decía que había cambio de planes: “Hemos preparado un convoy para quien quiera volverse a Pakistán. Los que no quieran, visitarán los campos de refugiados de la zona y podrán quedarse dos días más”. ¿Hay posibilidades entonces de visitar Kandahar? Nayibulá dijo que sí, que podría haberlas. Y fue decir eso y nadie quería irse. Todos a esperar de nuevo bajo el sol a que llegara la protección necesaria que permitiera visitar a los refugiados. Otras tres horas después, y nuevo cambio de planes: “Las autoridades de Kandahar –explicó Nayibulá– han decidido que no se visite Kandahar y que toda la expedición regrese hoy mismo a Pakistán”. La pregunta más repetida fue: ¿pero no dicen ustedes que lo tienen todo bajo control? ¿Es que no pueden garantizarnos la seguridad? ¿Para qué nos dan un visado de una semana si nos devuelven a casa a los dos días? Y ahí empezó el abanico de respuestas vacías que el talibán encargado de Asuntos Fronterizos despliega en estas ocasiones: “No se trata de seguridad; es simplemente que, como ya se celebró la conferencia de prensa, autoridades por encima de mí han decidido que vuelvan a ustedes a Quetta”.
Y llegaron las especulaciones. Unos compañeros decían que era evidente que los jefes pashtunes rivales tenían cercada la ciudad y otros sostenían que la causa era simplemente que no podían manejar un grupo de más de 80 personas, todo un circo de satélites y pantallas en lo que queda de un régimen donde están prohibidas las televisiones y donde es imposible mantener alejados a los curiosos. Bandadas de jóvenes seguían posándose como los dos días anteriores en la pared del cercado donde nos hallábamos y ahora se atrevían a saltar adentro. A dos que saltaron, los soldados talibanes los molieron a palos. Otros talibanes intentaban con la ayuda de algunos intérpretes coquetear con las mujeres. “¿Por qué no me llevas contigo a Estados Unidos?”, le preguntaba uno bien armado a una reportera americana. Otro le preguntaba a la periodista de TVE española Almudena Ariza que cómo andaba ella ahí al lado de un hombre (el reportero gráfico de TVE), que si no tenía marido o qué. Cuando se le decía que en España es normal que un hombre y una mujer trabajen juntos, el hombre negaba con la cabeza. A todo esto, los talibanes posaban orgullosos con sus armas ante las cámaras, algunos limpiándose los dientes con la resina de ramas de árboles, muchos cogidos de la mano, y todos con las pestañas pintadas de negro. Algunos decían que eran para proteger la vista de la luz del sol y otros que era para resaltar los ojos.
Los periodistas intentaron entrevistar a varios guardianes talibanes, pero los más jóvenes, unos muchachos de apenas 18 años, lo prohibían. Aun así, otros talibanes accedían. De repente surgió un talibán con un palo en la mano, agarró del cuello al intérprete que traducía una entrevista, y quería llevárselo aparte, cuando el que estaba siendo entrevistado le dijo que no pasaba nada, que lo soltara. Entonces el talibán del palo también tomó a éste del cuello, se enzarzaron más talibanes y tuvieron que venir otros a separarlos. Así que entre peleas y una nube de curiosos, la expedición de los periodistas se despidió del territorio talibán. “Espero volver a verlos pronto por aquí”, decía Nayibulá a sus huéspedes.

* De El País de Madrid, especial para Página/12.

 

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