Por José
Natanson
Es la lógica del
terreno resbaladizo: nadie se mueve por miedo a caerse. Así
definía ayer un hombre muy cercano a Fernando de la Rúa
la situación del gabinete, cuyos funcionarios se encuentran a la
espera de una serie de definiciones que nunca llegan: la unificación
o no de los dos ministerios sociales, la posible anexión de Salud,
la implementación del nuevo plan. Además, claro, de algunos
recambios pendientes. Entre ellos, el desembarco de Rafael Pascual en
Interior. Una decisión que todos dan por cierta y que generaría,
a su vez, otros movimientos: en caso de asumir, el diputado nombraría
al cavallista Alfredo Castañón en la Secretaría de
Seguridad en reemplazo del devaluado Enrique Mathov.
Ansiosos, los funcionarios de la Rosada esperan la resolución de
algunas cuestiones cruciales como el canje de la deuda. Pero no se trata
sólo de temas económicos. También hay una serie de
decisiones políticas que se vienen demorando.
Los últimos movimientos la designación de Daniel Sartor,
la creación de Seguridad Social, la renuncia de Patricia Bullrich
dieron como resultado un esquema absurdo: hay dos ministerios para la
misma función, uno de cuales está vacante. Además
de Sartor, que supuestamente debería ser la cara social del Gobierno
y que ha quedado muy desgastado.
El tema se complica porque en el Gobierno no se ponen de acuerdo. El jueves,
el secretario general de la Presidencia, Nicolás Gallo, dijo que
el plan social anunciado pocos días antes era una expresión
de deseos. Sin embargo, un sector del gabinete Chrystian Colombo
y Andrés Delich, entre otros defienden la centralización
de las partidas e incluso la fusión de Seguridad Social, Desarrollo
Social y Salud en un único organismo.
Una posibilidad, defendida con energía por Colombo, es degradar
a Sartor a su antiguo lugar de secretario y nombrar a Ramón Mestre
al frente de este nuevo ministerio. Una de las primeras tareas del cordobés
un experto en recortes sería la de racionalizar
el PAMI (léase ajustarlo duramente, su especialidad).
Ayer, para sumar un poco más de confusión, De la Rúa
salió a cruzar a Gallo. Dijo que el plan sigue adelante.
Pero agregó que lo que se analiza es que el decreto
sea ratificado por ley, algo bastante complicado si se tiene
en cuenta la cantidad de resistencias que generó el proyecto.
El área social es sólo uno de los problemas. En el Gobierno
todos dan por hecho la llegada de Pascual luego del 10 de diciembre, cuando
concluya su mandato de diputado. El legislador, uno de los hombres más
cercanos a De la Rúa, planea en la intimidad imprimirle un giro
profundo al ministerio del Interior.
Una de principales modificaciones sería la salida de Mathov. Su
reemplazante aseguran en el Gobierno sería Castañón.
Cavallista de la primera hora, Castañón ocupó varios
cargos durante la gestión anterior de Cavallo. Se ganó su
confianza en los tiempos de la ofensiva contra Alfredo Yabrán,
cuando Cavallo temía una represalia del empresario y le encargó
el diseño de un equipo de seguridad para protegerlo. Fue jefe de
los equipos de abogados que lo defendieron judicialmente, es el experto
en temas de seguridad de su partido y actualmente es secretario Legal
y Técnico de Economía.
En la Rosada, algunos aseguran que es un típico exponente de la
derecha y recuerdan que es egresado del Liceo Naval. Por el contrario,
en Acción por la República dicen que encarna el ala más
progresista (sic) de la fuerza. Algo es seguro: Castañón
ostenta el curioso record de ser el único funcionario procesado
del Gobierno.
El otro posible cambio sería el del viceministro Lautaro García
Batallán, un conspicuo integrante del Grupo Suhsi (y uno de los
pocos con cierta experiencia política). Aunque comparten un delarruismo
furioso, Pascual y García Batallán nunca congeniaron. Por
eso, el actual jefe de Diputados buscaría reemplazarlo por el cordobés
Mario Negri, un hombre con una larga experiencia política y buen
diálogo con los radicales del interior. Al igual que Pascual, el
mandato de Negri concluye en diciembre.
Más allá de los nombres, es innegable que la indefinición
choca con las sugerencias de De la Rúa. El Presidente se la pasa
pidiéndoles a sus colaboradores que trabajen con más energía,
pero al mismo tiempo crea una situación que profundiza la incertidumbre,
paraliza a los funcionarios y multiplica las internas. Está
todo en el aire, definía ayer una fuente con despacho en
la Rosada.
OPINION
Por Eduardo Aliverti
|
Como la mesada de
una cocina
Como esas ganancias fabulosas no son materia de discusión
(y cuando lo son duran lo que un suspiro, porque el lobby del poder
económico siempre le tuerce el brazo a la debilidad de las
instituciones políticas), el debate nacional termina cayendo
en una ensalada temática de mondongo con banana frita. Desde
la libertad de Menem hasta las publicitadas ventajas del canje de
deuda; desde la impavidez de De la Rúa hasta la renuncia
de un ministro; desde las dificultades con el censo hasta las protestas
de los comerciantes, el poder a secas se encarga de
avisar cuáles son los temas que se pueden discutir y cuáles
los que no se deben abordar jamás.
Blanco sobre negro: si en la Argentina no quieren que se hable de
meter mano en el bolsillo de quienes más tienen; y si tampoco
quieren que se discuta sobre el absurdo de la convertibilidad, que
le pone un cepo insuperable a la chance de tener una política
monetaria capaz de aumentar los ingresos populares, entonces no
se puede hablar de nada. Y todo asunto, por grave que parezca, se
transforma en nimio.
El drama de las inundaciones y la crisis terminal del PAMI son dos
ejemplos concluyentes. En el primer caso no se puede hablar de hacer
las obras que aunque sea palien la catástrofe del agua porque
implicaría destinar fondos, y dicen que fondos no puede haber
porque debe cumplirse con el déficit cero. Los jubilados
sufren la misma lógica: son millones de afiliados a los que
sólo cabe financiar con el aporte de trabajadores en actividad,
pero ocurre que entre la actividad que no hay y la actividad en
negro no hay forma de financiarlos. Ergo, como no puede hablarse
de emisión monetaria o de quitarle a los ricos para darle
a los viejos pobres, el caos del PAMI sólo puede terminar
en pobres viejos; del mismo modo en que las zonas inundadas
concluyen en pobre gente.
Todo asemeja a una mesada de cocina con ingredientes de los que
ningún chef podría sacar una comida con buen sabor,
sencillamente porque no hay libertad para mezclarlos a gusto.
El país es lo mismo. No se toca a los poderosos ni a sus
empresas. Así que a arreglárselas pero de ahí
para adelante. Que en consecuencia es cuando no se puede arreglar
nada, salvo que en las mesas los comensales empiecen a protestar
organizadamente, a decir que esto no se puede comer más y
animarse a cambiar de cocinero después de tantos años.
|
|