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PANORAMA POLITICO
Por Luis Bruschtein

Verás que todo es mentira

“El Mingo fuera, Chupete también, y ahora el Turco”, empezó a protestar en voz alta un viejito en el colectivo 24, el martes a la tarde. Parado en el pasillo del colectivo hizo ademanes como para dirigir un coro de pasajeros: “Vamos a llorar todos al mismo tiempo, a la una, a las dos y a las tres...” Cuando el hombre se bajó con su paraguas negro, una nena de seis o siete años le preguntó a la madre: “¿Estaba loquito el señor?”. La madre la miró a los ojos y en ese segundo de duda se pudo entrever la respuesta, aunque piadosamente mintiera a su hija.
Más allá de la razón judicial, discutible, lo cierto es que la libertad de Carlos Menem cayó igual que un ajuste. La gente no discutía la figura legal de “jefe de una asociación ilícita” y tampoco conoce los nombres de los jueces o los defensores. Simplemente sentía el encarcelamiento del ex presidente como una forma de socializar las desventuras. El jubilado, el que se quedó sin trabajo, el que tiene la madre enferma con el PAMI sin funcionar, el que le achicaron el sueldo, es decir, la gran mayoría de los argentinos sentía que si a ellos les tocó sufrir, era justo que también pagara uno de los principales responsables de esa situación.
Quizás por esa razón el fallo de la Corte Suprema advirtió a los jueces y fiscales por forzar una acusación “para satisfacer a la opinión pública presentándose como adalides de la lucha contra la corrupción”. Con esta frase, lo magistrados favorecían al ex presidente, pero también estaban reconociendo que la cárcel de Menem tenía consenso popular. Es difícil saber qué es mejor para un político con ambiciones, si ser popular y estar preso o estar en libertad pero condenado por su pueblo.
Esta misma Corte que con tanta fiereza rechazó el cargo de jefe de una asociación ilícita al tratarse de un alto funcionario de la administración pública en ejercicio de sus funciones, deberá discutir el mismo cargo, esta vez contra el ex juez Hernán Bernasconi. En el caso de Emir Yoma –que acaba de resolver la Corte–, su defensor era Mariano Cúneo Libarona. En el caso de Bernasconi, Cúneo Libarona era de hecho parte de la acusación, ya que por intermedio de Yoma, se había convertido en abogado de Guillermo Cóppola, apoderado de Maradona. Como todo el mundo sabe, enfrentarse al mejor futbolista del mundo no hace popular a nadie. Los casos son bastante simétricos, lo que convierte a Cúneo en el mayor experto en el tema de la asociación ilícita, más aún que la Corte.
Del viejo aforismo peronista: “el pueblo nunca se equivoca”, de la época de la resistencia y la clandestinidad, mucha gente agorera ha optado por otro y afirman con desesperación: “Ahora que está en libertad, seguro que lo votan otra vez”. Del nunca se equivoca al siempre se equivoca, parecieran decir. Esa especie de emanación intangible que es la opinión pública, o la opinión mayoritaria del pueblo, suele conformarse con razones que no están directamente ligadas a los mecanismos que mueven a las instituciones. En ese plano no se discutían las razones legales de la prisión de Menem sino el sentido más amplio de justicia con relación a las vicisitudes que padece la comunidad. De la misma manera nadie discute si la libertad de Menem obedeció a presiones del Gobierno, sino que se dan por descontadas. No importan los datos a favor o en contra, ni las reiteradas desmentidas oficiales, simplemente se identifica a la política del ex presidente con la del actual y de allí se da por sentada la conspiración, como hacía el jubilado del colectivo que trataba de dirigir el coro de lamentos de los pasajeros.
Y de hecho, la libertad de Carlos Menem favorece la relación del Gobierno con el principal partido de oposición cuando los gobernadores justicialistas, en quienes se apoyaba esa relación hasta ahora, se han amotinado por la crudeza presupuestaria del déficit cero. El ex presidente se reincorpora al ruedo político cuando el modelo hace crisis por la ausencia de crédito externo y se produce un juego de presiones en el seno mismo de la cúpula del poder económico por modificar el rumbo o mantenerlo. El Gobierno, que no parece tomar iniciativas radicales para reactivar la economía, mientras la recesión se mantiene y profundiza junto con los ajustes y recortes, sigue por un camino que, si no cambia, en algún momento desembocará en la dolarización pedida por el sector financiero, con lo que el rumbo de la economía argentina quedará definitivamente atado a las disponibilidades del Tesoro norteamericano.
En ese punto encontraría un aliado en Menem que ve en la dolarización la continuidad amorosa de las famosas relaciones carnales y de las que se ha convertido en principal propagandista. El riojano se plantea como sucesor de Fernando de la Rúa para continuar su política, en tanto que Eduardo Duhalde se diferencia de la administración aliancista con duras críticas a la política económica. Para el Gobierno el mejor interlocutor no es aquel que rechaza sus medidas, sino el que las apoya, aunque critique la “falta de conducción política”.
Como el seleccionado de Brasil, que casi nunca tuvo que pasar por las eliminatorias porque era el campeón anterior, el flamante ex recluso ha sido el primero en anunciar públicamente, en el acto que realizó en La Rioja, que disputará la candidatura presidencial por su partido. Ni Duhalde, ni los gobernadores Carlos Ruckauf, Carlos Reutemann y José Manuel de la Sota han sido tan claros. De esta manera, aunque sus posibilidades sean remotas porque tiene uno de los índices más altos de impopularidad, se convirtió nuevamente en protagonista principal y, sobre todo, en el dirigente justicialista con mejor relación con el oficialismo, un lugar del que supo sacar mucho provecho durante la gestión del ex presidente Raúl Alfonsín. Menem dará batalla en la interna del PJ y contará con el respaldo indirecto de la Casa Rosada que, independientemente del cargo partidario que ostente, lo mantendrá como interlocutor en su condición de ex presidente.
Con este cuadro de situación, aunque el mismo Gobierno deja traslucir su debilidad, el modelo sigue fuerte porque no termina de consolidarse una propuesta concreta desde los sectores populares o desde los grupos de la cúpula del poder económico disconformes con la recesión permanente. En este contexto, la reincorporación de Menem a la política agita el fantasma del continuismo y comienza a operar sobre la indefinida interna justicialista. El proceso de reunificación de la CGT, encaminado a encuadrarse en esa puja florentina y no declarada entre los tres gobernadores y Duhalde también resultó afectado con el paso en falso de Hugo Moyano, hombre de Duhalde. En plena crisis apenas pudo juntar un grupo de simpatizantes en Plaza de Mayo y no contó con el respaldo ni la participación de los Gordos, cuyas simpatías oscilan entre Menem y De la Sota, ni de Luis Barrionuevo, hombre de Ruckauf.
La excusa, al igual que la guerra en Afganistán, fue Bin Laden, porque un grupo del sindicato de camioneros llevó una pancarta con el rostro del millonario saudita. Si algo le faltaba a Moyano para entrar debilitado a la nueva CGT era perder en su territorio, el de la movilización. Hasta ahora, el justicialismo posmenemista no ha dado muestras de estar en condiciones de contener posturas como las que impulsaba el camionero desde la CGT disidente y la reactivación política del riojano vuelve aún más prudente al otrora “hecho maldito del país burgués”.
Con todas estas implicancias que tuvo la reactivación de Menem se podría decir que su prisión era irreal en esta Argentina. Era otra expresión de deseos canalizada por ese fenómeno de judicialización de la política más que la superación de lo que el ex presidente significa en la política. Y para no vivir de ilusiones, lo que es política tiene que ser resuelto en el terreno de la política.


 

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