Por Charlotte Denny
y Geoff Gibbs *
Desde
Londres
Los precios globales del petróleo
pueden caer a 15 dólares el barril si la disputa entre Rusia y
OPEP se intensifica, advirtieron ayer los analistas luego de que Moscú
rechazara los pedidos del cartel para reducir la producción. El
segundo país exportador de petróleo del mundo dijo que disminuiría
su producción a 50.000 barriles por día, bien por debajo
de los 200.000 barriles que la OPEP cree que es necesario recortar para
que Rusia ayude a hacer resurgir los precios de la energía global.
El crudo Brent, que constituye el parámetro de medición
del precio, que se había disparado el jueves por las expectativas
de un acuerdo entre Moscú y el cartel de los exportadores de petróleo,
cayó el cuatro por ciento, a 19 dólares el barril, después
del anuncio. Si el estancamiento continúa hasta enero, los
precios podrían bajar hasta 15 dólares el barril,
dijo Lawrence Eagles, un analista de los mercados en Londres.
Los productores de petróleo están en problemas para responder
a un colapso en la demanda a medida que avanza la recesión global.
Los 11 países miembros de la OPEP acordaron la semana pasada cortar
su producción en un millón y medio de barriles pero la hicieron
condicional al hecho de que los exportadores rivales como Rusia,
Noruega y México hicieran una enorme reducción de
su producción de 500.000 barriles. La OPEP, que está dominada
por Estados del Medio Oriente, espera que las medidas hagan subir el precio
del petróleo un 25 por ciento, o a cinco dólares el barril,
y así satisfacer los planes de su presupuesto para el año
que viene. México, Noruega y Omán han acordado en contribuir
al corte con volúmenes significativos, pero un acuerdo depende
de Rusia. Si falla, Kuwait ha advertido a los productores de energía
que enfrenten un desplome de precios de proporciones históricas.
Un funcionario ruso dijo que su gobierno todavía está considerando
la petición de la OPEP y que mantendría futuras conversaciones
con las compañías de petróleo locales en el próximo
mes. Las cifras y las cantidades serán adicionalmente examinadas
y en los primeros 10 días de diciembre habrá otro encuentro
con las compañías de petróleo donde se adoptarán
los parámetros finales para el período que empieza el 1º
de enero serán adoptados, dijo el funcionario ruso.
Mientras Rusia y otros países que no pertenecen a la OPEP también
son fuertemente dependientes de las exportaciones de petróleo,
ellos están apuntando a un menor precio, esperando que la caída
de los costos de la energía los ayude a sostener una recuperación
de la economía global el año próximo.
* De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12.
Traducción: Manuel Irurzun.
OPINION
Por M. A. Bastenier
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Por qué �había� que
bombardear Kabul
Los bombardeos norteamericanos y británicos sobre Afganistán
han dado lugar a diversas escuelas de pensamiento, que cabe agrupar
en dos grandes federaciones: los que apoyan los ataques aéreos
y los que se oponen a ellos. En el primer apartado, la argumentación
de fondo se recluye en la convicción o esperanza de que la
ira occidental sea un paso necesario, aunque sin duda doloroso,
en el combate para la erradicación del terrorismo; y ahí
puede figurar también como polizón, incluso bien intencionado,
el deseo de castigar a un régimen político que le
hace de todo a la mujer, menos tratarla como a una persona. En el
segundo, la coalición de sensibilidades es más variada;
en ella están los que entienden que atacar el país
del Hindu-Kush guarda apenas una relación distante e ineficaz
con el combate contra el terror, con lo que los bombardeos se convierten
en otra demostración del pésimo genio unilateral de
la superpotencia norteamericana; y, sin negar esta visión
de las cosas, la orla pacifista que festonea todos los conflictos
armados argumenta también en contra de la crueldad de unos
ataques que derraman sangre de inocentes y que incumplen las exigencias
de una correcta acción internacional, refrendada por la ONU,
que organice pesquisas y tribunales para juzgar en debida forma
a los sospechosos habituales.
Las razones políticas de mayor peso a favor de la Operación
Libertad Duradera no tienen, sin embargo, mucho que ver con ninguna
de estas escuelas de pensamiento.
Aunque Osama bin Laden sea responsable del atentado de las Torres
Gemelas, es perfectamente posible que el llamado terrorismo internacional,
y que a tantos gusta apellidar islámico porque tranquiliza
poner al enemigo un rostro tan acreditado por la historia del cristianismo,
obre hoy con independencia de su inspirador saudí. Y, por
tanto, pretender su destrucción bombardeando Afganistán,
incluso aunque se dé con el paradero de Bin Laden, es relativamente
irrelevante. El terrorismo de mil cabezas difícilmente tiene
sede alguna, y si la tiene, ésta es contingente y se reproduce
sin cesar hasta hacerse virtualmente invulnerable a los medios de
muerte convencionales.
Hasta aquí, la argumentación podría parecer
que se define hacia la escuela que menosprecia o condena los bombardeos,
puesto que, si la conexión entre los B-52 y la locura del
terror es intangible, ¡a santo de qué bombardear! Pero,
pese a todo, la conexión existe.
Precisamente porque el enemigo no tiene sede, o ésta es tan
mutante que nunca se erradica la causa sofocando algunas de sus
emanaciones, la superpotencia norteamericana ha elegido el emplazamiento
más verosímil de encarnación de esa amenaza,
de representación simbólica, ya que no siempre de
tangibilidad asesina, para hacer un escarmiento: el bombardeo como
imagen televisada de lo que les pasa a los Estados que amparan al
terrorismo, y no cabe duda de que el régimen de los talibanes
ha facilitado ese tipo de cobertura. Es éste un costoso aviso
de navegantes por el que se libra un castigo que probablemente llega
incluso a alcanzar a algunos de los culpables de éste
o de cualquier otro atentado, pero que, básicamente,
lo que hace es promover una regular carnicería incapaz de
discriminar entre las víctimas, aunque en ocasiones sirva
para matemáticas operaciones complementarias como la destrucción
de la única competencia televisiva que le ha salido a Washington
en tierra del Islam: la Al Jazeera del Golfo. Bombardear Afganistán
equivale, por tanto, a tirar la bomba atómica sobre Hiroshima
y Nagasaki, cuyo valor como objetivos militares era nulo, pero que
reunían esas características de mostración
simbólica del horror futuro para que los interesados pudieran
sacar sus conclusiones.
El terrorismo internacional puede ser la principal asechanza de
guerra que sufra Washington en el siglo XXI, y por ello, la superpotencia
ha de fraguar una forma también no convencional de hacerle
frente. Por ello, la respuesta al terrorismo tiene que apuntar a
los países-santuario para que éstos no piensen que
es gratis jugar con mujaidines o hezbolás. Por eso hoy se
bombardea Afganistán.
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