Por Pablo Plotkin
La carrera irrefrenable de
Los Piojos como producto rockero de consumo popular adquiere proporciones
olímpicas: frente a cada presentación, el entorno de la
banda señala el nuevo record a batir, el próximo estadio
a desbordar, una especie de plan de conquista territorial que sólo
comparten con La Renga y los Redonditos de Ricota, los otros colosos actuales
de convocatoria. Esta noche, a poco más de un mes de su última
presentación masiva, 35 mil personas irán a verlos a Huracán.
Se trata del show que estaba previsto para el 27 de octubre en Atlanta,
postergado porque los vecinos de edificios aledaños denunciaron
oscilaciones durante la primera función. Con las ansias de los
seguidores renovadas a causa del receso, la escala Parque Patricios del
ritual representará la superación de una nueva marca, una
manera exultante de esperar las Navidades y la última fiesta antes
de que Los Piojos se pongan a pensar en su futuro artístico inmediato.
Ni siquiera los altos precios de las entradas (15 y 22 pesos, demasiado
en medio del desastre económico) parece amedrentar a los fans.
El show en Atlanta, el 20 de octubre pasado frente a 30 mil personas,
volvió a poner a prueba la vigencia pediculosa y la fidelidad de
un público que sólo pide un poco más del viejo y
querido rock and roll. Siempre un poco más. Entretanto, Andrés
Ciro, el líder carismático, se presentó en la despedida
de Maradona, sólo él y su guitarra eléctrica, para
ofrendar al ídolo una aguerrida versión de Maradó
en plena Bombonera caliente. En ese estado de absoluta sintonía
popular, transitando una especie de meseta creativa, Los Piojos llegan
al Tomás A. Ducó con Verde paisaje del infierno como última
entrega de una obra quebrada por la explosión radial de Tercer
arco (1996), que al galope arrasador de los hits Verano del 92
y El Farolito cambió para siempre las vidas de estos
chabones de El Palomar. Corridos a un sonido rock más convencional,
purista y menos percusivo (síntoma de la expulsión del baterista
Daniel Buira, responsable en buena medida de la carga rioplatense que
los identificaba), la banda cierra otro año de ceremonias multitudinarias
iluminadas a pura bengala y electricidad, esas expresiones de comunión
rockera registradas en su disco en vivo, Ritual.
A partir de las 14, las boleterías de Huracán estarán
abiertas para vender el resto de las entradas. Las puertas abrirán
a las 17 y el concierto empezará a las 20. Además del repertorio
del último álbum, la banda aprovechará la ocasión
para tocar los temas viejos que quedaron fuera del show en Atlanta. También
habrá invitados sorpresa, como ocurre casi siempre
(la última vez estuvieron los hermanos Mollo y el Chango Farías
Gómez, entre otros), y todos los componentes habituales que hacen
de sus presentaciones en vivo espectáculos tan previsibles como
abrasivos: banderas de barrios bonaerenses, el bramido de los fans reemplazando
la voz de Ciro en los estribillos, pirotecnia y un slogan/fantasía
como el que reproducían las torres de sonido en el último
show: Y uno es todos y todos somos uno....
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