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EL JUEVES LLEGA EL PRIMER FILM BASADO EN LA SAGA DE J. K. ROWLING
Un fenómeno llamado Harry Potter

A una semana de su lanzamiento en los Estados Unidos, donde cosechó no sólo críticas dispares sino también cien millones de dólares, la versión cinematográfica de �Harry Potter y la piedra filosofal� se estrena en Argentina precedida por el éxito de los libros de la autora británica.

Por Martín Pérez

Cada comentario es una pelea. Cada opinión recibe una lluvia de recriminaciones. Cada sugerencia es motivo para una disputa. Esa familia era el ejemplo de la disfuncionalidad. Pero para calmarla, por suerte, existía una marca de cereal bautizada de esta manera: “Qué mala que es la película El hombre bicentenario”. Bajo la unanimidad de semejante nombre, la familia del aviso volvía a ser una familia feliz de desayunar en conjunto.
Durante la semana del estreno en los Estados Unidos de la esperadísima película Harry Potter y la piedra filosofal –que el próximo jueves llega a la Argentina–, uno de los ácidos programas humorísticos norteamericanos de medianoche no dejaba de recordar con este gag aquel contundente fracaso –artístico y de taquilla– de Chris Columbus, el mismo director que ahora acaba de llevar los personajes de la escritora británica J. K. Rowling a la pantalla grande. Sin embargo, y con la bendición expresa de su creadora, la película de Columbus saltó a los cines norteamericanos el fin de semana pasado y rompió con todos los records de recaudaciones. En un solo fin de semana, el fenómeno Harry Potter ha recaudado 93,5 millones de dólares, casi veinte millones de dólares más que los 72,1 que recaudó El mundo perdido, la secuela de Parque Jurásico, en 1997. Y esto parece ser sólo el comienzo.
Estrenado en una de cada cuatro salas de Estados Unidos, el film de Columbus congregó a legiones de fanáticos durante el fin de semana pasado. Y los números no sólo enorgullecen a Warner –dueña de los derechos cinematográficos del personaje– sino también a toda la industria del cine, que ya puede vanagloriarse de haber superado la crisis del 11 de setiembre. Con los cines repletos nuevamente –gracias a Potter, pero también gracias a Monsters Inc, el nuevo dibujo animado de Pixar/Disney, y con El Señor de los Anillos ya pidiendo pista–, los números hablan de 8 mil millones de dólares gastados por los norteamericanos en quince mil millones de entradas para ir al cine, unas cifras sorprendentes para un mundo que se enfrenta a una crisis de proporciones. Pero ya se sabe, el show debe seguir. Y cómo.
El de Harry Potter comenzó a mediados de los noventa, en Edimburgo, Escocia. Salió de la pluma de una madre soltera y casi desempleada, que logró salir de una depresión merced a su habilidad para escribir y escribir. Y que logró abandonar su anonimato y su pobreza gracias al protagonista de una novela a la que, en un principio, le costó encontrar editor. Más de un lustro y tres libros más tarde, los cuatro volúmenes de la saga del huérfano aprendiz de mago más famoso del mundo han vendido la friolera de 116 millones de ejemplares en 200 países y 47 idiomas. Y han aumentado las arcas de su autora de 35 años en 22 millones de dólares. Sin contar, claro, con el porcentaje de la ganancia del fenómeno cinematográfico asociado a su personaje que le debe corresponder. Una ganancia conquistada dejando a Spielberg en el camino, no sólo porque el record del pasado fin de semana desbancó a su secuela de Parque Jurásico, sino porque Rowling se atrevió a desairar al mismísimo Midas del cine juvenil norteamericano al negarse a permitir que su Potter fuese adaptado a la pantalla grande dejando de lado todo vestigio británico. Mudar a Potter de Londres a una anónima ciudad norteamericana era la idea de Spielberg, que –apenas encontró resistencia– abandonó al aprendiz de mago para dedicarse al robot aprendiz de humano que protagonizó su ambiciosa Inteligencia artificial.
Con Spielberg fuera de carrera, la nominación de Chris Columbus al comando de la empresa sucedió después de un riguroso casting. Al que, a pesar de tener varios éxitos infantiles en su haber, Columbus se sometió sin chistar. Con una foja de servicios plagada de obedientes productos cinematográficos al servicio de Hollywood (y de Robin Williams), pero en la que también constan logros tales como el guión original de Gremlins y el contundente éxito de Mi pobre angelito, Columbus finalmente se quedó con el trabajo. Y su primera decisión fue que el film debía ser lo más fiel al libro que fuese posible. “Si los niños son capaces de sentarse a leer las más de setecientas páginas del cuarto volumen de Potter sin chistar, el tiempo no es el problema”, razonó en más de una entrevista a la hora de explicar las casi dos horas y media de duración de su adaptación. Y remataba: “Lo único que importaba era que casi todo lo que se hubiesen imaginado estuviese ahí”.
El guionista Steve Kloves –uno de los más celebrados del medio, responsable de la adaptación de Chicos prodigiosos, la novela de Michael Chabon, en Fin de semana de locos, el film de Curtis Henson– se quejaba en la revista Premiere de que el problema de la decisión de ser fiel al libro (algo que tranquilizaba a los fans, preocupados después del sacrílego intento de Spielberg) era que muchas de sus escenas funcionaban en el papel. Pero no era lo mismo en la pantalla. Con la ambientación británica bien en su lugar, y un impresionante elenco de actores de esa nacionalidad en cada uno de los papeles –algunos de ellos sugeridos explícitamente por la propia Rowling, como Alan Rickman y el magnífico Robbie Coltrane–, los 140 minutos del primer film de Harry Potter han merecido toda clase de críticas. El site de Internet Rotten Tomatoes –nombre traducible como tomates podridos–, que compila más de un centenar de críticas de los medios gráficos, señala que apenas un 20 por ciento de las críticas son, ejem, “podridas”. Pero ese veinte por ciento incluye casi la mayoría de los medios más importantes. Eso sí, más allá de la conclusión final sobre el film, lo que todas las críticas destacan es que la dichosa fidelidad de la película de Columbus con el texto original es, al mismo tiempo, su mayor ventaja y su punto débil. Como producto, primero; y como obra cinematográfica, en segunda instancia. Según Anthony Lane, crítico de cine de la revista The New Yorker, la pregunta en realidad no debería ser si el film es fiel al libro, sino si es fiel a sí mismo. “Si, como se suele decir de las mejores varitas mágicas, tiene vida propia”, agrega Lane. Algo difícil de observar en un film que se mira más como un libro ilustrado, en el que el Potter interpretado por el joven Daniel Radcliff ya viene de fábrica con los anteojos rotos y arreglados con cinta adhesiva. “A nadie se le ocurrió que podía arreglárselos él mismo al comenzar la película”, señaló con acidez el crítico de The New York Times. A cuatro días de que el Huracán Potter azote las boleterías locales –la última escala antes de llegar a la Argentina es Brasil, donde se acaba de estrenar rompiendo todos los records de ventas anticipadas antes de su estreno– ya se está hablando de sus próximos pasos cinematográficos. Por lo pronto, Columbus se encuentra rodando la adaptación de la segunda novela de la saga, apurado porque sus estrellas infantiles están creciendo con similar urgencia, al punto de que la voz de Radcliff deberá ser doblada porque la madurez ya ha llegado a sus cuerdas vocales. Luego de haber filmado A.I., Spielberg supo declarar que le gustaría dirigir la adaptación de la tercera novela de Potter, en la que el protagonista lidia con el secreto de la desaparición de sus padres. Pero si Columbus sigue siendo tan eficiente en la boletería, difícilmente pueda tener su oportunidad. Por lo pronto, el buen Chris –tal como él mismo ha declarado– está feliz de poder retomar con Potter temas sobre los que había escrito en sus guiones para Gremlins y El joven Indiana Jones, pero que no había podido dirigir. Le ha llegado la hora. Al fin y al cabo, según los records de taquilla, su Potter ha reunido a la familia norteamericana de una manera muy diferente a la que, según los más cínicos humoristas norteamericanos, lo terminó haciendo El hombre bicentenario.

 

La censura no se rinde

La película La última tentación de Cristo, de Martin Scorsese, sigue prohibida para los chilenos a pesar de que la Corte Interamericana de Derechos Humanos dictaminó que Chile debía anular la censura cinematográfica. Los abogados que defienden la exhibición de la película acusaron al Estado chileno de no respetar una sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) contraria a la prohibición de exponerla en la cartelera nacional. En dicho fallo, emitido a comienzos del pasado febrero, la CIDH estableció que en un plazo de seis meses el Estado de Chile debía eliminar la censura cinematográfica. “El Estado no acató la sentencia de la CIDH y nueve meses después del fallo aún rige la prohibición, basada en un decreto ley aprobado en los primeros meses del régimen militar de Augusto Pinochet (1973-1990)”, indicó uno de los letrados. Por su parte, en Argentina el film nunca consiguió distribuidor, pero cuando la señal de cable Space intentó difundirlo, en septiembre de 1996, el juez en lo civil y comercial federal Edmundo Carbone dispuso su no emisión, por considerar que implicaba “una profanación a la fe católica”.

 

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