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El bello latino, la bestia yanqui

�Hermosa locura�
confirma el talento de la rubia Kirsten Dunst, un monstruito decadente, tentador y capaz de descarrilar cualquier tren.

Jay Hernández Kirsten
Dunst, dos a quererse.
Ella es rica y rebelde; él
es pobre y disciplinado.

Por Martín Pérez

Nicole es rica y rebelde. Carlos es pobre y disciplinado. Los dos viven en la misma ciudad –Los Angeles– aunque en mundos paralelos que casi ni se tocan. Ella es la hija de un senador y vive en una amplia mansión en Beverly Hills. El vive en los suburbios chicanos de Los Angeles –al este, bien lejos del mar– y bajo la mirada atenta de una madre que se desvive por él. Pero ese “casi” en el que los mundos de Nicole y Carlos sí se tocan es una escuela privilegiada, a la que ella no quiere ir mientras que Carlos es capaz de pasarse cuatro horas diarias en colectivo para asistir a sus clases. Como en una reescritura sin pompa ni exceso de la tragedia de Romeo y Julieta, Hermosa locura cuenta la historia del romance entre el pobre Carlos y la rica Nicole, que también puede ser bautizada como el romance entre el bello latino y la bestia norteamericana.
Poniendo mucho cuidado al construir los mundos de sus personajes, e intentando esquivar los golpes bajos, se puede decir que el debutante John Stockwell –guionista de Rock Star, el film basado libremente en la historia del cantante que reemplazó a Rob Halford en Judas Priest– ha hecho un buen trabajo con Hermosa locura, un film obediente pero pulcro, e incluso sensible. Y con toda la honestidad que puede permitirse un producto para jovencitas con ganas de tener un Banderas propio. Emparejando al obediente, educado y apolíneo latino con la rebelde, desgreñada y dionisíaca lolita norteamericana, detrás del devenir del inocente romance juvenil de Stockwell subyace el clásico interrogante de los adultos hacia su descendencia: “¿De qué se quejan ustedes, que lo tienen todo?”. Una pregunta para la que la superficialidad de Hermosa locura –que sólo parece preocuparse por el devenir de su personaje femenino– no tiene respuesta. Y por eso es que el sexo, drogas y rock’n’roll de Nicole termina siendo corregido por la ambición de ascenso social del pobre latino, tan hermoso y obediente.
Si el mito de la rebeldía hippie era capaz de insuflarle vida a la rutina oficinista en la mejor fantasía del mundo hollywoodense postsesenta, en Hermosa locura la disciplina y la necesidad de la obediencia inmigrante parece ser la tabla de salvación para el derrumbe de la juventud opulenta. Una salvación merecida, claro está, al menos en la fábula superficial y obediente construida por Stockwell, con vida propia gracias al cuidado puesto a la hora de armar el corralito donde observar el devenir de sus personajes. Y allí es donde la actuación de la sorprendente Kirsten Dunst (Las vírgenes suicidas) le insufla vida a una película demasiado vaga. Todas las virtudes finales que pueden encontrarse en un producto como Hermosa locura existen gracias a esta joven actriz en ascenso, cuya Nicole –un monstruito decadente, peligrosamente tentador y capaz de descarrilar cualquier tren, pero también sufrido y enternecedor– merece la redención que el film le otorga, aun condenando a Carlos a un futuro de academias militares y –parafraseando a la Susanita de Quino– “todas esas porquerías que le gustan a los pobres”.

PUNTOS

 


 

“LAS RAZONES DE MIS AMIGOS”
Un lamento generacional

Por Luciano Monteagudo

En uno de los primeros episodios de Caro diario, Nanni Moretti se burlaba ferozmente de un hipotético film italiano –muy a la manera de cierto tipo de cine de su país– en donde un grupo de cuarentones se lamentaba frente a cámara de la pérdida de sus sueños e ideales de juventud, y que con ese solo acto de contrición creían sentirse exculpados de sus traiciones. No parece casual que Las razones de mis amigos traiga a la memoria aquella befa de Moretti. Salvando las distancias que van del cine italiano al español, la nueva película del productor y director Gerardo Herrero (el mismo de Territorio Comanche y América mía) también tiene en su centro a un puñado de amigos que supieron disfrutar de tiempos mejores y más heroicos durante su paso por la universidad y que ahora, al entrar de lleno a la vida adulta, deben enfrentarse a decisiones muchas veces reñidas con la ideología o los principios éticos que antes supieron defender.
Basado en una novela de Belén Gopegui, el film de Herrero toma como eje a Marta (Marta Beláustegui), Santiago (Joel Joan) y Carlos (Seguí Calleja), tres amigos que se conocen desde siempre y que se reúnen regularmente a comer un típico cocido madrileño y a contarse sus historias y problemas. En uno de esos encuentros, Carlos les pide de improviso un importante préstamo de dinero, para salvar de la quiebra a su pequeña empresa. En honor a la amistad que los une, Marta y Santiago acceden inmediatamente, sin medir las consecuencias que tendrá para los tres ese acto en apariencia solidario y desinteresado. A partir de allí, el film se internará en las vidas de cada uno de ellos, para ir descubriendo, con el paso del tiempo, sus temores, dudas y fracasos.
En su ambición, Las razones de mis amigos invoca una y otra vez todo tipo de palabras altisonantes –amor, justicia, honestidad, libertad– y frases remanidas (especialmente para los espectadores argentinos, como “estamos cansados de elegir entre lo malo y lo menos malo”). Unos hablan de “plusvalía” y otros de “focos de pensamiento crítico”, mientras la película se va ahogando lentamente en reproches, quejas y dudosas justificaciones.

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