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Huelga
Por J. M. Pasquini Durán

(Viene de tapa.) En ese proceso de intercambio de favores y prebendas, de premios y castigos, fue diferente la suerte de trabajadores y dirigentes: unos perdieron conquistas y condiciones de vida y de trabajo, erosionados por la miseria humillante, mientras que los otros, con las debidas excepciones, formaron una casta burocrática y mercenaria, algunos de cuyos miembros atesoraron fortunas particulares adquiridas con artes inconfesables.
La historia, por supuesto, no es tan lineal ni simple como el obligado esquema de este relato. Hay “otra historia”, claro está, la de todos los que quisieron recuperar la antigua dignidad de los gremios obreros, con toda su carga de heroísmo y de martirio. Aun en el presente la triple fractura institucional de la antigua CGT única, aunque no sea la primera vez que se divide, refleja algunas de las contradicciones entre las cúspides y las bases y aun entre los miembros de cierta oligarquía sindical. Estos y otros datos vienen a cuento, en realidad, porque cada trabajador fue convocado a decidir si respalda o no la medida de fuerza dispuesta por las tres centrales contra la política económica del Gobierno. Dicho así es difícil imaginarse deserciones, ya que la bronca es grande y la miseria es mucha. Sin embargo, la historia enseña otra cosa: las huelgas se declaran en nombre de legítimas demandas laborales, pero la oportunidad suele negociarse entre bambalinas para servir a intereses facciosos. Dicho de otro modo: ¿esta ocasión será un intento para detener la agonía nacional de la economía o un empujón más para apurar la caída de la administración De la Rúa, como quieren algunos caciques del peronismo?
No hay respuesta única para esa pregunta. Lo más probable es que, por un lado, la dirigencia sindical no tenga más remedio que liberar presión para conservar alguna influencia entre las bases insatisfechas y, por el otro, busca llevar agua al molino de las intrigas palaciegas. Si el Gobierno quiere defender su propia estabilidad, tiene suficientes recursos a mano, incluso llamar al pueblo a la calle, en lugar de propiciar concertaciones para validar la falta de pago a los jubilados, la anulación del aguinaldo o la destrucción de más empleos por vía de una recesión que beneficia a tan pocos. La administración del ajuste permanente no puede extorsionar a los más débiles, en nombre de su propia fragilidad, para que permanezcan inertes cuando el agua les llega al cuello. La mayoría del pueblo no es golpista, incluso carece de candidatos confiables para suplantar a losactuales, pero esa actitud no lo compromete en responsabilidad alguna con la gobernabilidad del programa elaborado por el Fondo Monetario Internacional (FMI).
En estas ocasiones, cuando el pueblo necesita exhibir su propia fuerza para sobreponer sus legítimas y urgentes demandas a las maniobras de los adversarios y a los falsos amigos, aparecen con nitidez los daños sufridos por el tejido social, después de un cuarto de siglo donde al terrorismo de Estado lo sucedió el terrorismo económico, así como los “golpes de mercado” sustituyeron a los golpes militares. Hoy en día, como ocurrió siempre, hay servicios que tienen que seguir funcionando .-desde la atención de la salud a la información.- que requieren mano de obra, pero el verdadero problema es que hay trabajadores inmovilizados por el miedo a perder el empleo por un acto de rebeldía o a no cobrar una parte del salario por ausentismo y, sobre todo, porque no entienden qué cosas van a mejorar a costa de tanto riesgo. ¿Será mejor la situación nacional en la próxima semana, después de la movilización y el paro? Posiblemente, no. Una huelga aislada con dirigentes desacreditados es tan poco eficaz para producir cambios reales como una golondrina para hacer verano.
Sin embargo, una huelga maciza y potente es un mensaje que llega lejos. Además, en esta oportunidad será el preámbulo a la consulta popular promovida por el Frente contra la Pobreza en todo el país, del 14 al 17 de diciembre. Ambos actos sucesivos, si son exitosos por el apoyo masivo, introducirán en el debate de las cumbres políticas y sociales la opinión de los trabajadores y de las capas medias, por ahora ausentes como no sea a través de los discursos de voceros sin prestigio ni credibilidad. Serán hechos concretos, más allá de la cháchara de los tribunos, que los perjudicados no deberían desperdiciar para pronunciarse fuerte y claro. Cada cual tiene que asumir las responsabilidades que les competen y, a lo mejor, la recompensa serán mejores dirigentes, gobiernos honestos y sensibles, un país diferente. Vale la pena intentarlo.

 

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