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“Los que miran de afuera” lo piden
y adiós a planes procompetitivos

El Presidente de la Nación intentó justificar ante empresarios de la alimentación la eliminación de
planes procompetitivos. �Son buenos y necesarios�, pero �otros que nos miran de afuera� los consideran peligrosos para la salud fiscal, dijo.

De la Rúa fue recibido por Alvarez Gaiani, titular de Copal, en la conmemoración de su aniversario.

Por Cledis Candelaresi

Fue durante el almuerzo aniversario de la Coordinadora de Productores de la Alimentación (Copal), que ayer se congregaron en el segundo subsuelo del Hotel Intercontinental la plana mayor del Gobierno, empresarios y políticos. El anfitrión, Alberto Alvarez Gaiani, reclamó un ajuste del gasto político, en lugar del sacrificio de los planes de competitividad. Desde la misma tribuna, Fernando de la Rúa lo desalentó minutos después replicando que esos programas “son buenos y necesarios”, pero que “otros que nos miran desde afuera” (en buen romance, el Fondo Monetario Internacional) los consideran peligrosos para la salud fiscal y, por lo tanto, serán revisados. Desde el confort del hotel céntrico, muchos hombres de empresa medían la posibilidad de un inminente estallido social, más preocupados por el malhumor social que por la medida de fuerza convocada por las centrales sindicales. En el mismo momento, y a pocas cuadras de allí, técnicos del Gobierno buscaban cómo recortar al menos 1600 millones de pesos en los gastos del Presupuesto de 2002.
El recorte de gastos puede resultar sal sobre una llaga, y agotar el escaso margen de tolerancia hacia cualquier medida que vulnere el bolsillo de los defraudados votantes. Pero aun sin datos sobre este inminente recorte, los empresarios razonaban ayer que “por correcta que sean las decisiones del gobierno, es casi inevitable una eclosión social”, según vaticinaba ante este diario un conocido curtidor bonaerense. “La crisis es política más que económica: no hay margen para pedirle a la gente ningún esfuerzo más”, razonaba Carlos Leone de Acíndar.
En el amplio y colmado salón estaban casi todas las figuras representativas de un estamento del poder. Gaiani y el Presidente compartieron la larga mesa central, entre otros, con los ministros Adalberto Rodríguez Giavarini y Domingo Cavallo, quien no dijo palabra alguna y optó por matar el tedio de escuchar el conocido libreto delarruista devorando pancitos. Angel Rozas, titular del radicalismo, y Felipe Solá, el vicegobernador bonaerense, fueron otros entre varios. Entre la concurrencia se contó además con figuras de las más variadas ubicaciones, desde la ex diputada menemista Ana María Mosso al titular de la CGT, Rodolfo Daer, pasando por el radical encargado de Hacienda en el gobierno porteño, Miguel Pesce.
Frente a todos ellos, Alvarez Gaiani sintetizó la propuesta de la Copal, gremio que nuclea a fuertes empresas de la alimentación (locales y trasnacionales), cuyo poder de lobby parece modesto en relación a la envergadura de las firmas que nuclea. En lo fiscal, lograr un presupuesto equilibrado “evitando la ortodoxia recesiva”; en la reforma del Estado, achicar las estructuras administrativas del interior, regionalizando provincias; en materia de servicios públicos, “respetar la seguridad jurídica” pero, al mismo tiempo, fijar nuevos niveles de precios.
El empresario reclamó estímulos para la exportación –sin demandar una devaluación– y, fundamentalmente, “un fuerte recorte en los gastos suprefluos del Estado”. “Todos hicimos nuestro ajuste. Sólo falta que la clase política haga su sacrificio”, exigió por un lado. Es “necesario la plena vigencia de los planes de competitividad. Detrás de ellos hay miles de trabajadores”, demandó, por otro.
Minutos después, De la Rúa se esmeró en una síntesis de todas las iniciativas económicas desde comienzos de su gestión hasta el cerco a los depósitos, resuelto después que el viernes 30 “una mano negra” largó los rumores de una eventual confiscación de depósitos, precipitando la corrida. “Soportamos pronósticos demoledores, críticas como nunca antes. Es difícil tolerar esos vaticinios agoreros, que influyeron en la confianza”, se quejó el Presidente.
No aludió al costo de la política, aunque sí reiteró el dato difundido en los últimos días por Cavallo, de que en los dos últimos años Nación y provincias redujeron gastos por un total de 7000 millones de pesos. Nadadijo acerca del inminente ajuste en ciernes, pero derrumbó la chances de que los planes de competitividad permanezcan intactos, aludiendo a los reclamos del FMI para que el presupuesto próximo tenga un déficit más tolerable. “Aunque no volveremos a los impuestos distorsivos”, intentó consolar. “Es hora de grandezas, no de tirar para el propio lado”, imploró el presidente, aplaudido con poco entusiasmo.
Oscar Vicente lo aplaudió con especial consideración. “Es mejor que no nos metamos y los dejemos gobernar. A mí me perjudica que supriman los planes de competitividad, pero si es necesario, que los eliminen ahora”, comentó el directivo de Pérez Companc, que también tiene su propia receta para la crisis: reducir el plantel de estatales compensando a los futuros desocupados con un subsidio.
Mientras, los técnicos nacionales bosquejaban un presupuesto sin aguinaldo; los de la Ciudad rebanaban gastos por 200 millones y los bonaerenses se devanaban los sesos para achicar sus egresos en un 25 por ciento.

 


 

INTIMIDADES DE SOBREMESA DE BAYLAC
Si fuera presidente

Por C. C.

“Yo no soy Presidente. Pero si lo fuera, directamente eliminaría el Senado”, se sinceró ayer Juan Pablo Baylac, ante un puñado de atentos comensales que intentaban conocer a través de sus dichos el pensamiento del Presidente. Fue sólo una de las varias expresiones con las que el vocero intentó explicar que la oposición, fragmentada y díscola, es un obstáculo para gobernar.
“Este es el país del tachín tachín, del bombo, de las movilizaciones, de las protestas, de la irresponsabilidad. A nosotros, que queremos poner orden, cordura y hacer cumplir las reglas, nos acusan de no tener liderazgo”, se quejaba ayer Baylac, para quien el afán de transgredir las normas es uno de los grandes males argentinos. Relajado, con la primera plana del Poder Ejecutivo como telón de fondo y la copa de tinto al alcance de la mano, el vocero presidencial desarrolló su singular teoría acerca de la situación política, identificando al Justicialismo como un ejército acéfalo.
“Es como jugar al ajedrez y que tu rival no tenga un rey. Nosotros tenemos el nuestro, que es Fernando de la Rúa. ¿Pero la oposición a quién tiene? No hay rey, es decir, no hay interlocutor. (Carlos) Menem, postula una cosa. (Adolfo) Rodríguez Saá dice otra. Y Ruckauf salió con una propuesta que se la van a rechazar los otros gobernadores del PJ, porque prevé dar marcha atrás con el canje de deuda que les hace ahorrar a las provincias 1700 millones de dólares”.
A renglón seguido, se colocó los anteojos, y leyó a sus circunstanciales compañeros de mesa los puntos principales de la propuesta del gobernador bonaerense. Entre ellos, la eliminación de los poderes delegados y de las restricciones para operar con efectivo. “No se puede gobernar con todos los frentes abiertos”, se quejó. “Es como al final del gobierno de Alfonsín: teníamos conflicto con la Iglesia por el divorcio, con los militares por el juzgamiento de represores, y así. Por esto tuvo que dejar el poder anticipadamente”, interpretó. Lo que no precisó es si estaba sugiriendo un paralelo con la endeble situación política de Fernando de la Rúa.

 

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