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OPINION
Por Mario Wainfeld

EL CACEROLAZO Y LOS SAQUEOS EN PARALELO AL CONCLAVE DE LA RUA MENEM
La consigna es liberación o CBU

El cacerolazo que sorprendió a
todos y metió miedo en el Gobierno.
Los saqueos reales en Rosario y los potenciales en Buenos Aires. Todo ganancia para Menem. ¿Y para el Presidente? Boneda es lo que sobra.

Cacerolazo: �Es la primera derrota
de la Alianza en Capital. Bien o mal
acá ganamos las elecciones de octubre. Ahora nos gritan que nos vayamos�.

Contaba la historia de estas pampas (si usted prefiere, una versión de esa historia) que el gaucho fue más que un gaucho cuando tuvo su lanza y su caudillo, que el ciudadano lo fue más cuando –tiempos del yrigoyenismo– libreta de enrolamiento en mano, supo valerse del voto. Y que el laburante tuvo su cuota de poder cuando el carné sindical cambió en algo la correlación de fuerzas. Movimientos populares debatidos, limitados, reformistas las más veces permitieron que muchos argentinos disputaran el espacio público. Lo hicieron usualmente con arrogancia, con prepotencia y aun con un jacobinismo mal direccionado que los aislaba de potenciales aliados. Pero, así y todo, hubo tiempos –no siempre breves– en que ser gaucho, ser argentino, ser trabajador era una condición honrosa y hasta desafiante. En todo caso, la memoria de esas épocas permite que, a despecho de lo ajado de sus pergaminos, el radicalismo y el peronismo sigan teniendo quien los represente en todos y cada uno de los confines de la Argentina.
La lanza, la libreta de enrolamiento, el carné sindical vinieron apareados con colectivos que potenciaron a sus integrantes, les permitieron mejorar sus condiciones de vida y hasta les dieron el orgullo de ser lo que fueron. ¿Qué diantres tiene qué ver esa historia con un país en el que un buen tramo de sus pobladores –de hecho no lo más sojuzgados- transita su vida, cual si fuera un purgatorio, de casa al cajero automático y del cajero a casa, y cuyo único signo palpable de identidad es el CBU?
Quizá conserve algo en común. Es el actual, algo se husmea, un país que no se banca más. Y, acaso, broten cenizas de los pasados fuegos. Dos hechos, aislados entre sí por obra y gracia de la fragmentación social, permiten suponerlo: el cacerolazo y los saqueos.
El cacerolazo superó las previsiones de sus organizadores, de los medios que debían cubrirlo, de sus propios protagonistas que minutos antes de lanzarse a meter bulla no lo tenían agendado. Ese colectivo improbable, incómodo, pero ineludible porque expresa el tono de los tiempos –”la gente”– se hizo sentir y cómo. Como suele ocurrir si se afina apenas la mira, hay más mujeres que hombres en “la gente”.
El cacerolazo fue impensado, toda bronca acumulada que detonó en alegría, en ese sentimiento incomparable que brota en cualquier persona de bien, aun aquellas de tendencia individualista, cuando se suma a algún hecho colectivo, así sea una batucada informal.
“No nos convocó nadie –se preciaban (palabra más, palabra menos) las vecinas y vecinos– detrás de esto no hay ni un sindicato ni un partido.” Tenían razón, pero tal vez andando el tiempo deberán reparar que la pura espontaneidad, la falta de orgánicas y de proyectos de poder es más un problema que un logro. Al fin y al cabo, mediaron casi dos meses entre el “triunfo del voto bronca” y el ruido de las ollas y en el medio la mayoría silenciosa siguió siendo ambas cosas, amén de inerte.
Pero el fenómeno no es menor y el Gobierno lo registró. “Es la clase media que nos da la espalda –analizó frente a este diario un integrante del ala política del Gabinete– estamos como Menem en el ‘97.” “Es la primera derrota de la Alianza en Capital” se estremeció una alta espada del Gobierno. “Bien o mal, acá ganamos las elecciones de octubre. Ahora nos gritan que nos vayamos.” La potencia de las frases sólo se mide bien si se recuerda la proverbial tendencia al autismo y a la sordera que campea en la Rosada. Pero la surtida protesta de estos días pareció encontrar antenas mejor orientadas, como se ve.
Ocurrió lo mismo con los saqueos. “Son espontáneos. No los capanguea la izquierda ni la Corriente (Clasista y Combativa)”, diagnosticó un importante funcionario de Interior y eso lo preocupa. Es que el Gobierno cree tener bajo control a la izquierda social, aun a la más organizada y, de mínima, conoce sus límites numéricos. Pero la reacción de pobres noencuadrados hace temblar todo el tablero. Los saqueos comenzaron en el mismo lugar que el ‘89, lo que prueba que la realidad ama las simetrías, las metáforas... quizá las profecías.
Es posible y hasta probable que las reacciones de estos días se repitan y potencien. Y no tienen por qué quedar confinadas a la Capital y Rosario. En la provincia de Buenos Aires, el ministro de Seguridad tiene desde hace varios días un informe que hace fruncir su ceño y los del gobierno nacional que (vía Ministerio de Defensa) ya lo conoce. Preanuncia, para la semana que empieza mañana, la inminencia de acciones masivas reclamando alimentos y productos de primera necesidad frente a supermercados, que –de no ser acogidos– podrían derivar en saqueos. La información no fue compilada apenas por los usualmente paranoicos y poco perceptivos servicios de Inteligencia. También aportaron data intendentes del sufrido conurbano y funcionarios de los ministerios de Trabajo nacional y provincial. Todos prevén un incremento del conflicto social para las Fiestas, con inicio –ya se dijo– en los próximos días.
Para prevenirlo el vicegobernador Felipe Solá viene urdiendo un acuerdo entre los principales hipermercados de la provincia y dirigentes de la Corriente Clasista y Combativa (CCC): la entrega de bolsas de comida para necesitados, cuyo costo será soportado por mitades entre la provincia y los híper. En Provincia no saben si esta medida alcanzará para evitar más reclamos y movilizaciones. Sobre todo si provienen de pobres no contenidos por la CCC o por otros encuadramientos políticos o sindicales.
Al fin y al cabo, explica en riguroso off the record un peronista intendente del conurbano, el argentino todavía piensa tener derecho a poner algo digno en su mesa para las Fiestas. Y las que se vienen, con el aguinaldo en jaque para “los privilegiados” que trabajan y todo aún peor de ahí para abajo, pintan como para hacer perder la paciencia a los más pacientes.

King makers in the Pink house

La corporación política no atraviesa sus mejores días ni su mejor año. Su tendencia a la autodestrucción a veces parece irrefrenable. Varios senadores de la Nación dedicaron el fin de semana pasado a mejicanearse los despachos, con maniobras propias de una estudiantina, y desesperación similar a la de los pobres que piden comida. Son los primeros senadores elegidos por voto directo, deberían haber desempeñado un debut más acorde. El retorno de Carlos Menem a la Casa Rosada, el día en que una huelga medía inapelable el malhumor de todo el país, mucho más allá de los trabajadores dependientes, también fue una señal indigesta. La concertación que convoca el Gobierno ya es bastante enclenque como para “inaugurarla” con la presencia del más desmerecido y desacreditado alto dirigente del PJ. Fernando de la Rúa lo puso por delante de su propio partido, de los gobernadores del PJ, de fuerzas sociales y sindicales... él sabrá por qué lo hizo. Ciertamente no para recuperar buena onda de quienes lo votaron en masa hace dos años y hoy hacen cola para insultarlo. Pruebas al canto: una encuesta de una consultora afín al Gobierno registra que un 0 por ciento (cero por ciento, no hay error) lo considera muy bueno y menos del 1 (uno, leyó bien) lo estima “bueno”. Los talibanes deben medir mejor, aún hoy, en Afganistán.
Menem no se privó de nada. Desoyendo consejos de sus aliados más moderados, no se contentó con ir acompañado por Rubén Marín y Eduardo Bauzá, junto a él las máximas autoridades de su partido. “Vamo’ a ir también con los muchachos”, se entusiasmó ante un confidente y allegó a Alberto Kohan a su comitiva. Por ahí, en la próxima le toca a Víctor Alderete.
La gente del común barrunta acuerdos urdidos debajo de estas mesas de consenso. No les falta lógica a esas sospechas, que no se pueden probar. En igual sentido, algunos intérpretes más calificados traducen como un “pago” al menemismo el ingreso de Miguel Kiguel al equipo económico. En Hacienda se indignan con la especie. Dos fuentes consultadas por Página/12 insisten en que Domingo Cavallo tenía a Kiguel in pectore desde hace meses, cuando Menem moraba en Don Torcuato. Sólo la obstinación del Presidente y de Chrystian Colombo en evitar la renuncia de Daniel Marx (“no podemos cambiar de caballo en mitad del río”, arguyó en varias situaciones límite el jefe de Gabinete) demoró su llegada. Lo cierto es que el recambio ocurrió justo ahora y, en temas tan sensibles, cuesta creer en coincidencias.
Hay, por lo pronto, algunas coincidencias objetivas de intereses entre el actual Presidente y su predecesor:
Menem –en aras de su proyecto personal– necesita tiempo para reposicionarse y le conviene largamente que ese lapso sea el de un patético gobierno radical, algo que De la Rúa le garantiza con creces. Por eso es el menos apurado de los dirigentes del PJ.
El odio y el antagonismo con Carlos Ruckauf.
Algunas amistades económicas transversales en el CEMA y el CEA.
En la Rosada registran eso y acaso fabulan que Menem puede domeñar la hidra de cien cabezas que suele ser el peronismo. En ese aspecto el riojano le dio una lección de elegancia a De la Rúa. Cuando éste le pidió apoyo para el presupuesto 2002 y la ley de participación (al fin y al cabo, el plato principal, el postre, y el café de la concertación), Menem eligió una verónica lujosa. Le comentó que esos temas eran competencia del Congreso y de los gobernadores. Una forma simpática de asumir que no puede, ni por asomo, conseguir apoyos significativos en esos ámbitos.
“Menem quiere agenda y la Rosada le viene de perillas”, explica una de sus espadas. El ex presidente no se privó de reunirse con el general Brinzoni, una tenida con tufillo filogolpista, otro mal trago innecesario.
Para el riojano todo fue ganancia. Recuperar protagonismo le sabe a gloria. Y va por más. Algunos de sus allegados más moderados –Carlos Corach entre ellos– piensan que ya está a tiro para ser el gran elector en la madre de todas las batallas: la interna del PJ. “Puede ser el King maker” comentó Corach entre amigos, el que elige al rey, según la voz que viene de la historia del Medioevo y que la práctica política norteamericana aplica a los popes de los grandes partidos. Bien puede que ese logro –que significaría la lápida de las ambiciones de Ruckauf– a Menem le parezca escaso. Como fuera, el jueves no cabía en sí de gozo.
El Gobierno cosechará tempestades en el radicalismo y en el resto del peronismo. Ruckauf salió presto al cruce diciendo que Menem y De la Rúa son lo mismo. “Dijo lo que piensan casi todos los dirigentes, pero no se animan”, interpretó un importante dirigente justicialista que no ama especialmente al gobernador bonaerense.
Por arriba de la mesa, toda pérdida para el oficialismo. Por abajo, cada uno ve lo que quiere ver. La foto del encuentro sugiere algo más estructural que algún pacto de coyuntura: la continuidad esencial entre el anterior gobierno y éste. O mejor aún, entre los últimos cuatro años del menemismo y la administración De la Rúa. El período ‘89 al ‘95 incluyó, guste o no, años de aparente prosperidad, una burbuja si se quiere engordada por las joyas de la abuela, pero al fin y al cabo no sólo malaria. Y apoyo masivo. Lo que ahora prosigue es la decadencia comenzada en 1995 y –salvo el relevo de caras y de estilos– la existencia de una casta gobernante desdeñada por la población y aislada de la realidad, sólo atenta a las “señales” del poder financiero.

3800 palos en Boneda

“Le dicen ‘Boneda’” chancean funcionarios y gobernadores. Cavallo prefiere llamarlo “seudo moneda”. –¿Cuánta plata hay en Lecop, patacones y esas yerbas? –indaga Página/12 ante una importante voz del Gobierno.
–3800 millones.
–¿Tres mil ochocientos? –Página/12 sabe que los números en la Rosada son aproximativos, redondeos generosos, pero igual le parece mucho. Y se llevará una sorpresa.
–Bueno –sonríe de buena gana el interlocutor–, algunos fajitos más habrá dando vueltas. Alguna emisión sin registrar, travesuras de los gobernadores. En Tucumán aparecieron algunos bonos mellizos. No falsificaciones, mellizos hechos en las imprentas oficiales. Tal vez haya ... ¿mil palos más?
Quien dice mil, dice dos mil. Tres mil ochocientos, cuatro mil millones de moneda que circula, sin generar inflación alguna. Sin mellar la recesión, sin recalentar una economía exangüe. Toda una demostración de que muchos dogmas de los economistas expectables están tan licuados como el prestigio de Cavallo. A la corporación de economistas se le quemaron todos los libros. Sigue fijada en la híper como único término de referencia de sus profecías. Pero la híper es remota en la historia y en el imaginario de los argentinos de a pie cuyo karma actual es la depresión, la falta de actividad.
Hemos sido fieles a la regla: la convertibilidad exige para afrontar los desequilibrios, reducir actividad y quemar moneda. Y vaya si hemos reducido y quemado. Y acá estamos, con las provincias pidiendo boneda como si fuera maná.
Acaso haya que cambiar los ejes de análisis, pensar otra vez en producir, en orientarse al mercado interno (Mercosur incluido), en limitar importaciones, en adecuar la producción al pobre mercado local, en vez de flotar como una piragua inestable en el maremoto de una globalización que nos arrasó como Estado, como nación y que amenaza arrasarnos como comunidad.
Poco puede esperarse de una corporación económica que reinó sobre este país a golpes de decretos de necesidad y urgencia, pidiendo facultades extraordinarias (casi siempre de dudosa constitucionalidad y siempre de nula popularidad) y siguiendo un libreto único que nadie jamás votó. El Cavallo de hoy es una parodia o una exacerbación de lo que, en tiempos menos excitados pero no distintos, fueron Roque Fernández o José Luis Machinea.
Todo da señales de agotarse, pero no aparecen discursos políticos que recojan el guante y digan algo diferente. La consulta popular promovida por el Frenapo propone algo distinto, un cambio de eje, otra forma de mirar al país. Pocos dirigentes políticos se animan a acompañarla y menos aún tienen voluntad de discutirla en vez de comentar sólo lo que hace o deja de hacer Cavallo.
El déficit cero es una falacia, la boneda inunda al país, la malaria crece. La corporación política, bien gracias. La clase media empieza a desperezarse. Los pobres se hicieron ver. ¿Por dónde se romperá el frágil equilibrio de una estabilidad pantanosa, más que falsa? ¿Por la economía, por la política, por lo social?
Si puede, lector, vaya al cajero, saque hasta 250 pesos y haga juego.

 

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