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Apuntes invisibles
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona

UNO “¿Y qué pasa si Osama bin Laden no existe?”, se pregunta una amiga argentina en voz alta mientras ahí, en el televisor, aparece el más lacónico fundamentalista de toda la historia de la Humanidad. Nada que ver con Castro y Chávez, esos revolucionarios de lo invisible de trajecito camouflage y discurso loop. Osama bin Laden tiene gestos pausados, mirada triste, voz como de plegaria. En cualquier momento, dicen, hay nuevo videoclip de Osama “Bin-Bang” Laden en heavy rotation por los noticieros del mundo. Vamos a verlo, otra vez, igual que siempre: minimalista. “Tal vez Bin Laden sea como Kayser Soze, aquel malo de la película Los sospechosos de siempre. Una leyenda hecha de a pedazos para ser utilizada a conveniencia por un poder invisible”, se entusiasma mi amiga. Lo que en principio sonaba a una graciosa boutade ahora parece adquirir la inequívoca textura de la paranoia. Nada da más miedo que lo que no se ve. Lo sabemos nosotros, lo saben en Hollywood y en todas partes. Estamos rodeados por lo invisible. Sólo que no lo vemos.

DOS Paul Auster se ve bien. “Uy, es todavía más guapo que en las fotos”, susurra alguien. Tiene razón. Paul Auster, en persona, es la cruza perfecta entre Samuel Beckett y George Clooney. Lo mejor de ambos mundos para muchos, supongo. Auster pasó corriendo por Barcelona rumbo a Santiago de Compostela para recoger premio por su novela Tomboctú, presentar la edición de bolsillo de su “autobiografía sobre el dinero” A salto de mata y, de paso, adelantar lo que se viene: una novela in progress a titularse The Book of Illusions y el libro de 180 relatos titulado Creí que mi padre era Dios que Auster recopiló –a partir de 5000 envíos– a pedido de un programa radiofónico y escritos por oyentes del asunto. Historias verdaderas firmadas por escritores invisibles desde el otro lado de la literatura, desde ese Más Allá donde todos son buenos o malos autores de sus propias vidas. El libro sale en español, en Anagrama, en marzo del 2002 y habrá más informaciones sobre esto y para este boletín cualquier domingo de estos. Mientras tanto y hasta entonces, Auster –escritor americano como tantos otros– no puede escaparse del hecho invisible pero cierto de haberse convertido, desde el 11 de setiembre aquel, en voz alternativa para todo ese techno-talk pentagonal que inunda el aire y las ondas: “Estados Unidos debería revisar su papel en el mundo”, dice. Pregunta: ¿Cuál es ese papel? Respuesta: protagonista de un show unipersonal. Y ahora Bin-Bang es su público. Enemigo. Número uno.

TRES Misterio invisible: cuando Gila hablaba por teléfono, ¿habría alguien al otro lado de la llamada? Imposible saberlo ahora que Gila –fallecido no hace mucho– se ha vuelto invisible para nosotros pero audible en nuestra memoria donde, si se lo piensa un poco, todo es monólogo. De eso se hablaba en la presentación del audiolibro Siempre Gila (Aguilar) donde se reúnen sus mejores monólogos –el cómico no autorizó su edición sino hasta que “ya no pudiera decirlos”– con la apoyatura de un cassette con su voz. Leerlos y escucharlos. Buena idea. Por ahí hay uno sobre un Ministro de Economía y, como corresponde, es algo desesperadamente gracioso (no, no es Cavallo: Cavallo es un contestador automático). El libro lo presentaron Serrat y Pedro Ruiz (un personaje mediático local mezcla de Badía y Mateyko pero con toques involuntarios, supongo, de David Lynch). Pongo el casete de Gila. Experiencia rara esta de oírlo y no verlo. Ahí y ahora entiendo: ésta era la voz que escuchaba y con la que conversaba Gila cuando hablaba por teléfono.

CUATRO Se veía venir algo que no iba a verse: Martin Creed acaba de ganar el prestigiosísimo premio Turner al mejor artista del año en el ReinoUnido presentando como obra una habitación vacía donde las luces se encienden y se apagan cada cinco minutos. Eso es todo. Mínimo esfuerzo y máxima polémica. Revolución o decadencia. Declaración de principios o chiste malo. Invisibilidad del arte o visibilidad de la estupidez. Para muchos, todo esto ya se hizo hace años. “Si hay un corte de electricidad, ¿deja de haber arte?”, se pregunta una práctica carta al periódico The Times. La obra ganadora de este artista de 33 años se titula “Luces encendiéndose y apagándose”.
Ahora se enciende...

CINCO La Argentina como país intermitente, estroboscópico, de rara electricidad. ON y OFF y, por encima de todo, UFF. La Argentina te da patadas si metés los dedos en el enchufe. Y si no, por las dudas, te patea. Ayer leí que alguien –uno de esos economistas que intentan comprenderle desde la larga distancia y, hey, así no vale– se refería a la Argentina como un “país invisible: se sabe dónde está, qué lugar ocupa en el mapa pero no se lo ve, o se lo ve cada vez menos. Como una sombra escondida en un bunker de montaña, como un relato que se escucha en una radio mal sintonizada, como una voz en un teléfono que respeta la realidad de las distancias y, por lo tanto, no se escucha. La desaparición de la Argentina –y la aparición de lo invisible– no es tema nuevo y parece responder, siempre, a las puntuales mareas de un suicidio en cámara lenta, de una enfermedad terminal, de un asesinato donde la sangre no se derrama sino que se extrae gota a gota. Donde antes desaparecía gente, ahora desaparece el dinero. No se los ve. Pero ahí están. Da miedo. Así –el único premio por el que opta la Argentina es un record de resistencia física y aguante mental– hasta que al final queda una habitación vacía (o un cajero automático con tarjeta roja) donde sólo permanece el eco de ese monólogo cada vez menos gracioso donde, ya saben, el último que cierre”

SEIS ...y ahora se apaga.

 

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