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LA JORNADA EMPEZO CON SAQUEOS Y TERMINO CON LA RENUNCIA DE CAVALLO
Mingo se fue entre bocinas y cacerolazos

La convulsión social fue creciendo a lo largo de la jornada y después del discurso presidencial por cadena, toda la Capital reaccionó espontáneamente con cacerolazos y saliendo a la calle. Pasada
la medianoche, se conoció la renuncia de Cavallo, en
quien se personalizó la bronca.

Por Raúl Dellatorre

Ante la convocatoria “urgente” del Presidente, Domingo Cavallo debió abandonar la reunión del gabinete de crisis, que se desarrollaba en Casa de Gobierno, apenas ésta había comenzado. En ese mismo momento, los ministros reunidos presintieron que el titular del Palacio de Hacienda daba sus últimos pasos en ese carácter. Fue hasta el despacho del presidente de la Nación y, tras una tensa charla, le ofreció la renuncia. Volvió a la reunión de ministros apenas por unos minutos para cruzar, terminada aquélla, al ministerio. Allí les anunció la novedad a sus colaboradores. A las 22.45 ingresaba a su departamento de la avenida Libertador y Ocampo, donde esperó la decisión del presidente de la Nación. Dos horas después, Cavallo tuvo la sensación de que volvía a ser ex ministro de Economía.
Nunca como ayer, Cavallo debe haber sentido una sensación tan profunda de soledad. A las 20.45 reunió a lo que queda de su equipo económico –Daniel Marx, Federico Sturzenegger y Julio Dreizzen lo abandonaron tempranamente– en el Palacio de Hacienda, cuando afuera los rumores ya lo daban por “renunciado”. Hasta horas después, no se supo qué se trató en ese encuentro, aunque se presumía. En tanto, las miradas viraban hacia el edificio que se encuentra cruzando Hipólito Yrigoyen, la Casa Rosada, donde se suponía que se hacían ingentes esfuerzos para “armar” un nuevo gobierno. La gente de Cavallo trataba de seguir de cerca los acontecimientos, pero ya con la sensación de quien lo mira desde el otro lado de la vidriera.
“Es sólo una cuestión de horas”, había adelantado a este diario una alta fuente del Gobierno que si-guió paso a paso los acontecimientos en Casa de Gobierno durante toda la jornada. Se refería a la inminente renuncia de Cavallo, que desde la última hora de la tarde se daba por segura, pero que luego se indicó que había quedado postergada apenas hasta las primeras horas de hoy. En el entorno del hasta ayer ministro se sugería que “si la cabeza de Mingo fue ofrecida en una negociación con el justicialismo para buscar armar un gobierno de coalición, el tema no tiene retorno, por más que el PJ no acuerde”.
El victimario se convirtió en víctima, y ayer hasta los sectores que apoyaron en años anteriores este modelo neoliberal con consecuencias hoy a la vista, se sumaron a los que reclamaron en masa la renuncia de Cavallo, convertido en ese imaginario en la piedra que bloquea la salida de este caos. Sin embargo, no había quién se atreviera a señalar que un cambio de hombres, un nuevo ministro de Economía, fuera siquiera el principio para una solución.
“La respuesta es exclusivamente política, porque si no media una decisión muy fuerte de retomar el control político de la situación no hay base para un cambio de plan”, reflexionaba ayer ante la consulta de Página/12 uno de los dirigentes político-empresarios con mejores vinculaciones en el escenario nacional. “Pero tampoco es imaginable una salida –agregó de inmediato– si primero no se resuelve esta particular relación entre el Presidente y su Ministro”. Sin decirlo, hizo alusión a lo que muchos señalaron en estos días como el principal obstáculo que enfrentaba De la Rúa para desplazar a Cavallo: el riesgo de que sacando al último, pudiera desmoronarse en pocas semanas más también él.
Estas especulaciones y restricciones, sin embargo, caían ayer en desuso. Porque no son pocas las fronteras que se atravesaron y dejaron de ser vírgenes. La relación entre “el Presidente y su Ministro”, como la refirió el hombre de contactos consultado, también demostraría su punto más grave de fisura si se confirma que la renuncia de Cavallo le fue ofrecida al PJ como carta de negociación para lograr un acuerdo. Lo más trascendente, sin embargo, es que la dinámica del conflicto social y económico rompió ayer todas las barreras conocidas. Y esta vez, la presión de la gente quebró, al parecer y conforme a algunas expresiones de funcionarios –no las del discurso presidencial por cadena–, la gruesa piel del gobierno.
Todo ese marco contribuyó a dejar solo a Cavallo, que ya en los días previos venía sufriendo el aislamiento al que lo habían condenado en el exterior, y en particular en la plaza financiera de Estados Unidos. Es impensable que un ministro de Economía de un país con una crisis de la deuda pueda hacer frente a la situación con el capital financiero enemistado y sin el más mínimo consenso interno para enfrentarlo.
Desde algunos sectores del Gobierno, ayer se multiplicaban los esfuerzos por hacer entrar al Presidente de la Nación en esta lógica. Dos de los hombres hasta no hace mucho más escuchados por De la Rúa, Chrystian Colombo y Nicolás Gallo, se alinearon en ese esfuerzo. Algunas fuentes oficiales confiaban ayer que la relación entre Colombo y De la Rúa está lejos de pasar por su mejor momento, sugiriendo que en los últimos tiempos el Presidente había volcado más sus simpatías por Cavallo que por su Jefe de Gabinete. Colombo, en cambio, es quien mejor “feeling” tiene con la oposición, y cualquier intento de cerrar un acuerdo –ya sea con la incorporación del PJ o con un apoyo externo– pasará por sus manos. Gallo, anoche, tomó prudente distancia del ministro y se sumó a quienes lo “victimizaron”, al señalar a última hora de la noche que el gobierno debería hoy mismo tomar nota del disgusto de la gente y revisar las consecuencias de las últimas medidas económicas. “De eso sólo habla el Presidente”, respondió lacónicamente cuando lo consultaron sobre la posibilidad de renuncia de Cavallo.

 

El síndrome Jesús

Por Alfredo Zaiat

No lo quería nadie. En el Fondo Monetario lo detestaban; en el Departamento del Tesoro de Estados Unidos no lo entendían; en Wall Street no lo aguantaban; y aquí ni los que lo admiran ya le tenía fe. Hasta anoche, Fernando de la Rúa no le había soltado la mano más por temor propio que por convencimiento de que le servía. El riesgo para él era que la ida de Domingo Cavallo termine, en última instancia, con su gobierno. La historia de inestabilidad financiera y saqueos remite obligatoriamente a la crisis del ‘89. En ese momento todos festejaron la renuncia de Juan Vital Sourrouille, pedida a gritos por el entonces candidato radical a la presidencia, Eduardo Angeloz. Ese fue el último dique político que terminó por desmadrar todo el gobierno de Alfonsín. Pasó Juan Carlos Pugliese con su recordada frase del bolsillo del mercado y su corazón, para dejar lugar a un soldado que aceptó poner la cara ante el incendio: el actual diputado Jesús Rodríguez. Pero ya todo era inmanejable. El síndrome Jesús ha atrapado al gobierno de De la Rúa, que no pudo resistir la presión por la renuncia de Cavallo. Más aún a partir de anoche, que luego de la ola de saqueos, irrumpió en la Plaza de Mayo esa especie de revolución francesa: la burguesía salió a la calle para gritar que no quieren perder esa condición de clase ante un ajuste interminable.

 

EN NOVIEMBRE, 10 MIL PUESTOS DE TRABAJO DESTRUIDOS
Empleos en la trituradora

Según la última encuesta de indicadores laborales del Ministerio de Trabajo, en noviembre se destruyeron 10.000 puestos de trabajo formales en empresas distribuidas en los principales ciudades del país: Gran Buenos Aires, Gran Rosario, Gran Córdoba y Gran Mendoza. Este es el primer dato oficial sobre el empleo, después de conocida la semana pasada los desastrosos resultados de la encuesta del Indec de octubre, que marcó un salto de la desocupación en un año del 14,7 al 18,3 por ciento. En Córdoba hubo un nivel record de pérdida de empleos formales. Las cifras, además de confirmar que el desempleo seguirá inexorablemente en ascenso en los próximos meses, revelan que, después de los despidos masivos de trabajadores en negro, ahora les llegó el turno a los puestos de mayor calidad, con cobertura social y aportes jubilatorios.
La encuesta de indicadores laborales de coyuntura del Ministerio de Trabajo abarca a 2400 empresas de más de 10 trabajadores. Los resultados expresan el comportamiento del mercado laboral formal, es decir, de aquellos puestos de trabajo con aportes a la seguridad social, al sistema jubilatorio y derecho a indemnización.
En noviembre, el índice volvió a caer 0,5 por ciento, respecto de octubre. Teniendo en cuenta que la encuesta representa un universo de 2 millones de trabajadores, la baja en el índice refleja un ajuste de 10.000 empleos el mes pasado. En realidad, existen en Argentina 4,7 millones de empleos asalariados “en blanco”, de modo que si se proyectaran los números de la encuesta de Trabajo se tendría que en noviembre se destruyeron más de 23.000 puestos.
En lo que va del año, en tanto, la caída del 5,1 por ciento indicaría una pérdida, ceñiéndose a la encuesta oficial, de más de 100.000 puestos de trabajo formales.
Sea como fuere, lo cierto es que los números de noviembre ratifican un panorama aún más sombrío sobre el mercado laboral que el descripto para octubre por la última encuesta de hogares del Indec. En particular, los datos destacables del relevamiento del Ministerio de Trabajo son los siguientes:
Las empresas que más echaron fueron las de menos de 200 empleados. Y en particular, las medianas, con una dotación de personal de entre 50 y 200 personas.
La baja más pronunciada se dio en la construcción (-21 por ciento); seguida por la industria manufacturera (-4 por ciento).

 

OPINION
Por Maximiliano Montenegro

La gente hizo click

La gente, finalmente, hizo click, como pedía el Presidente. Se largó a consumir, pero sin dinero en el bolsillo. Lo patético es que hace dos años que el Gobierno promete poner plata en el bolsillo de los más de 700.000 jefes de hogar desocupados, pero nunca cumplió. Hay dos planes de la era De la Rúa que serán recordados en los futuros libros de historia como los “planes que no fueron”: se anunciaron muchísimas veces, pero jamás se concretaron. Uno era el Plan de Infraestructura –anunciado por el presidente en persona no menos de 5 veces y otras tantas por ministros y secretarios del área–, que prometía un número récord de empleos para los obreros de la construcción. El plan social para jefes de hogar desocupados es el otro plan que nunca fue. En abril del año pasado –previa consulta a la agencia Agulla y Baccetti para encontrar un título mediático– los ex ministros José Luis Machinea y Alberto Flamarique lo anunciaron por primera vez. Después hicieron lo propio Graciela Fernández Meijide, Juan Pablo Cafiero y Patricia Bullrich.
Diseñado por técnicos del Ministerio de Trabajo, que ya a principios del 2000 identificaban varias decenas de focos de alta tensión social en todo el país, el programa no tenía secretos: un subsidio de 160 pesos mensuales para 300.000 jefes de hogar desocupados, más 30 pesos de asignación familiar por hijo; más una beca de contención escolar; y 100 pesos para ancianos sin jubilación ni pensión. El costo: 996 millones de pesos anuales. El costo pareció exorbitante a los funcionarios de Hacienda que, sea en la era Machinea, López Murphy o Cavallo mostraron una unidad de criterio inusual para este gobierno y recortaron con tanto éxito esa red de contención social que nunca pudo ser tendida.
En lo que va de diciembre, el gobierno nacional pagará en vencimientos de la deuda unos 1600 millones. En efectivo, durante la primera quincena del mes, ya obló 690 millones. Todo para esquivar por cuestión de semanas un default (cesación de pagos), que ahora tanto el FMI como el Tesoro norteamericano recomiendan declarar, porque no están dispuestos en enviar más recursos para rescatar a especuladores privados.
Así, en un mes, los acreedores recibieron 1,5 veces el costo anual del “plan antiestallido” que nunca fue. Cavallo usó artilugios para pagarles: manoteando los plazos fijos de las AFJP, a cambio de Letras del Tesoro, y utilizando reservas del Banco Central que se suponía estaban ahí para respaldar los pesos circulantes. Del mismo modo, sobre esas cuentas, podría haber girado cheques con que abonar a los jefes de hogar desocupados, que, a su vez, comprarían en hipermercados, almacenes y otros negocios hoy saqueados. El presidente y sus tres ministros de Economía de un gobierno electo con más de la mitad de los votos apostaron a la receta tradicional de Washington: ajustar, ajustar y ajustar, con la idea de que la reactivación llegará –nadie explicó nunca bien cómo– antes que el estallido social. Se equivocaron. El estallido llegó y todavía nadie sabe bien cómo ni cuando llegará la reactivación. Sobre todo, mientras los argentinos sigan sin dinero en los bolsillos.

 

EL BANCO MACRO COMPRO EL BANSUD
Operación entre amigos

El Banco Macro compró el Bansud en 65 millones de dólares. Esta operación es la primera que se concreta en medio de la crisis financiera. Pero, además, la transacción adquiere relevancia política si se tiene en cuenta que el Macro tuvo una participación activa en la privatización de los bancos provinciales y tiene una estrecha vinculación con el Citibank, el anterior dueño del Bansud, ambas entidades financieras involucradas en las acusaciones de lavado de dinero. Hace algunos años, el jefe de Gabinete, Chrystian Colombo, fue directivo de la Sociedad de Bolsa del Macro.
El Bansud tuvo una historia de vaivenes a partir del Tequila, en 1995. El año pasado, el Citibank se apropió del Banamex a nivel mundial. Y el Bansud formó parte de los activos que empezó a controlar. A pesar de la fuerte campaña publicitaria que desplegó, no logró quitarle participación en el mercado a sus competidores. La relación del Citi con el Macro es estrecha: a comienzos de los ‘90 compartieron la propiedad de una Sociedad que operaba en el mercado bursátil.
En 2000, el Bansud registró pérdidas por 150 millones de pesos. Y en lo que va de este año, el rojo llega a los 70 millones. En los primeros nueve meses del año (últimos datos disponibles) perdió depósitos por 220 millones, el 17,4 por ciento del total, en línea con el retroceso sufrido en promedio por el sistema financiero. El patrimonio neto del banco cayó en 70 millones en lo que va del año, hasta los 109 millones.
En cambio, el Macro ya contabilizó una ganancia neta de 20,1 millones entre enero y setiembre, mientras que su patrimonio neto creció en 4,5 millones en ese período, a 116,2 millones. En depósitos, la entidad perdió 130 millones, el 22 por ciento del total. En los últimos años, el Macro se quedó con tres bancos de provincias: el Misiones (la operación se realizó cuando el gobernador era Ramón Puerta), el de Salta y el de Jujuy.

 


 

A cuánto se irá el dólar cuando todo se deshaga

Por Julio Nudler

A cuánto se irá el dólar tras el derrumbe final de la Convertibilidad es, en medio de este incendio, una pregunta inquietante y sin respuesta cierta. Bajo ciertos supuestos, el tipo de cambio puede espiralizarse y conducir a una hiperinflación, pero en teoría es posible evitarlo y manejar razonablemente la depreciación del peso. Sin embargo, entre los economistas prevalece la impresión de que se avecina un gran desquicio, en buena medida porque no ven una conducción política capaz de gobernar la nave. Habría que añadir a esto la feroz lucha entre grupos de interés que se librará en torno del dólar, que funciona como determinante de la distribución del ingreso. Un dato crucial a considerar es la extrema escasez de dólares en el Banco Central. Este no podría por tanto moderar el valor de esa divisa (flotación sucia) en el mercado. Lisandro Barry calcula que las reservas netas del BCRA suman hoy apenas 3800 millones, por lo cual, si se opta por la flotación, ésta será necesariamente libre o limpia. Pedro Lacoste coincide básicamente, pero agrega entre 5 y 6000 millones de dólares que son reservas de los bancos y de los cuales, según él, se apropiaría el BCRA en estas circunstancias extremas.
Roberto Frenkel piensa, a su vez, que en estas condiciones el riesgo de flotar es tan alto como para pensar que, en una primera etapa, sería mejor devaluar, fijándole un nuevo precio al dólar, sin convertibilidad y con control de cambios. Lacoste se apresura a apuntar, por su lado, que el control de cambios generará un dólar paralelo, a partir del cual volverán las maniobras de sobrefacturar importaciones y subfacturar exportaciones, porque de ese modo las empresas se agenciarán dólares para dejar afuera o vender en el mercado negro. Además, descarta la posibilidad de fijar nuevamente la paridad, aunque sea a un nivel superior: “Nadie va a creer en el mantenimiento de ningún tipo de cambio fijo, con o sin convertibilidad”.
Algo a tener en cuenta es que la Argentina actual no es la de fines de los ‘80. Ahora hay una terrible iliquidez, agravada por el corsé bancario, y una inédita depresión económica. La pregunta es, entonces, cómo haría el dólar para encarecerse abruptamente si la gente no tiene pesos para comprar verdes. Mario Damill señala ante esto que si hay pocos pesos, también hay pocos dólares dispuestos a ser cambiados por pesos. Por tanto, el mercado cambiario sería pequeño y, consi-guientemente, muy inestable. El no ve cómo podría haber flotación si se mantienen las restricciones bancarias. Y tampoco encuentra muy compatible la flotación con el control de cambios.
Barry teme la indonesización de esta crisis: es decir, que la Argentina haya ingresado en un proceso de deterioro similar al de Indonesia, país que, cuatro años después de su estallido, sigue en estado de desastre. No excluye que el sucesor de Domingo Cavallo decida ir a la flotación, sabiendo que no tiene reservas –rifadas en los últimos diez meses– para regular el mercado, y empiece a emitir pesos descontroladamente para apagar los focos de incendio social.
Todos descuentan lo que los economistas llaman un overshooting; es decir, una sobrerreacción inicial del dólar, que treparía más de la cuenta después de ser liberado. Pero Lacoste cree posible que el dólar encuentre después un techo debido a la recesión y a la enorme capacidad ociosa con que operan todos los sectores. Agrega como factores un superávit comercial que marcha hacia los U$S 6000 millones anuales, y pronto los superaría, y la suspensión de pagos de intereses sobre la deuda externa. Según él, la contención o el desborde del dólar dependerán de la actitud que los empresarios y el público adopten ante el peso: si se consigue que vuelvan a razonar en pesos, tomándolo como unidad de cuenta y medio de pago transaccional, habría chance de evitar un desmadre. Lacoste ve como elementos esenciales la declaración del default y un contexto de nuevo liderazgo político. “En tal caso –se esperanza– se abrirían las puertas para conseguir un apoyo internacional.”
Damill recuerda que, a pesar del superávit comercial, la cuenta corriente del balance de pagos sigue en rojo si se le quitan las llamadas rentas de la inversión, que son los dólares que generan los capitales fugados del país, y que en esa sección del balance se contabilizan como si ingresaran efectivamente a la Argentina. En la realidad, sin embargo, no entra ni uno solo de esos dólares, y menos en estos momentos. Por tanto, la supuesta alimentación de divisas al mercado cambiario por el superávit comercial (mercancías) se vería neutralizada por el déficit en la cuenta de servicios.
Para Damill, la demanda de pesos y de patacones o lecop (es decir, la disposición a retener sumas en esas monedas o cuasimonedas) es muy baja. La gente quiere pesos y patacones, pero para gastarlos de inmediato. Por tanto, la política monetaria camina por un estrecho desfiladero, y la emisión de dinero debe ser muy cautelosa para no avivar la fuga al dólar y acentuar la devaluación. Y recuerda que, al mismo tiempo que se sale de la convertibilidad, habrá que desdolarizar o pesificar el sistema financiero para salvar a los deudores y a los bancos mismos. En contrapartida tendrá que haber alguna muy mala noticia para los dueños de depósitos atrapados en el sistema: difícilmente eludan una punción o un canje forzoso por bonos.
Barry observa que, careciendo casi de reservas, el Banco Central no podrá actuar como prestamista de última instancia en relación al sistema bancario. Y que, por tanto, sería clave obtener algún respaldo internacional (FMI, Banco Mundial, BID, Estados Unidos, G7) para sostener a los bancos, financiar una red de contención social y aplicar políticas fiscales reactivantes, tipo plan de infraestructura. De todas formas, predice “una descomunal destrucción de riqueza”. En su visión, el empecinamiento por sostener, en base a la sobrevaluación del peso y el endeudamiento, un ingreso per cápita de 8 ó 9000 dólares culminará ahora en un ingreso de 3000 dólares. “Si aquel era insostenible, éste será insoportable”, resume.

 

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