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EN TODOS LOS BARRIOS, LOS COMERCIOS CERRARON POR MIEDO
La ciudad tomada por la psicosis

La tensión estalló junto a la estación Constitución, donde los manifestantes se apostaron en la puerta de un supermercado a la espera de comida. Las piedras volaron y la Policía Federal lanzó gases. Al mismo tiempo, en el resto de la ciudad crecía una psicosis que hizo cerrar en minutos todos los negocios, al grito de �se vienen los saqueos�, que no venían.

Por Mariana Carbajal

El rumor fue corriendo de local en local, de cuadra en cuadra, de barrio en barrio. Y se propagó hacia todos los rincones de la Ciudad. “Saqueos, se vienen los saqueos”, se gritaba por las calles, mientras los comerciantes se apuraban a poner rejas y bajar persianas, y los transeúntes se dispersaban, a los piques, desorientados. Con pánico a ser tomados por asalto por los “pobres del conurbano”, uno a uno los negocios fueron cerrando a partir de las 14, incluso un par de shoppings como el Paseo Alcorta y el Abasto. Así, en efecto cascada, en pocos minutos, todo quedó enrejado sin distinción de rubro –no sólo supermercados– ni de barrio. Desde Villa Lugano hasta Once. Desde Villa Devoto hasta Barracas, pasando por las joyerías de la calle Libertad –donde no quedó ni una cadenita en las vidrieras– hasta los comercios de las avenidas Santa Fe y 9 de Julio.
“De pronto alguien empezó a contar que venían rompiendo negocios del Once y la mayoría de los encargados de los locales que estaban almorzando en bares de la zona salió corriendo. Fue un desbande. En pocos minutos, todo el mundo bajó las persianas y guardó toda la mercadería de las vidrieras”, relató a Página/12 Pedro Ramayo, encargado de la galería comercial ubicada en la esquina de Perón y Libertad, donde funcionan varias joyerías. La corrida se produjo alrededor de las 14.
A dos cuadras, en Mitre al 1200 tres vendedores de un local de instrumentos musicales esperaban en la puerta a los posibles compradores y los hacían entrar a través de la reja, por una pequeña puerta. Al lado, un autoservicio atendía con la persiana completamente baja. “Un par de corredores me llamaron desde Liniers alertándonos sobre los saqueos. Otro me llamó desde Once para contarnos que por ahí había mucho lío. Paramos a un policía y nos dijo que no sabía nada, pero consultó al 101 y le dijeron que había gente que venía marchando para Plaza de Mayo. De repente, la información corrió de un local a otro y todos cerraron”, contó Miguel, a cargo de un negocio de venta de telas, en Mitre y Libertad. Algunos, como él, decidieron seguir atendiendo. En la mayoría de las joyerías, en cambio, guardaron todos los oros y las platas, pusieron candados, y poco antes de las 15, sus dueños se habían ido a sus casas o permanecían atrincherados, tras las rejas, como custodios del lugar.
Bajo un sol hiriente, varios comerciantes se acercaban a un patrullero estacionado sobre la calle Uruguay. Por un handy, a un inspector de la comisaría 3ra. desde el Comando Radioeléctrico le preguntaban por una manifestación en el Obelisco. “No se preocupen, es el cantante Walter Olmos que está promocionando su disco y está rodeado de fans”, tranquilizaba el oficial. La temperatura superaba los 30 grados y el calor aplastaba. En la esquina de Uruguay y Corrientes, había volado hasta el vendedor de tarjetas navideñas a beneficio de la Casa Cuna. Como prueba quedaba encadenada a la reja de otro comercio la estructura metálica roja en la que exhibía las tarjetas, por supuesto, vacía.
Mientras en la zona de Tribunales se decía que los “saqueadores” habían arrasado los negocios del Once y avanzaban por Corrientes hacia el bajo; en el Once, los vendedores repetían que los saqueos habían sido en el Abasto y los manifestantes marchaban hacia esa zona comercial. En minutos, cuando el rumor corrió de cuadra en cuadra, tampoco en Once quedó ni un solo puesto ambulante en pie. El pánico fue generalizado. “O te jode la municipalidad o te jode esto”, se quejaba un puestero. El parate total en el Once se extendió un par de horas. “Vino alguien desde Pueyrredón y avisó que estaban saqueando C&A y un supermercado. La gente empezó a gritar ‘saqueos, se vienen los saqueos’. El cierre de comercios fue unánime y los que estaban comprando corrían asustados, como cuando explotó la AMIA”, describió Ramón, un florista que conversaba con otros vendedores ambulantes en Pasteur y Corrientes, alrededor de las 16, cuando el pico de mayor psicosis había pasado. Sin posibilidad de bajar persianas –porque no las tenía– en un kiosco abierto las 24 horas habían quitado toda lamercadería expuesta y la habían llevado a un depósito. Por el momento, sólo ofrecían bebidas frías.
El miedo llegó a la avenida Santa Fe desde el Once poco después de las 16. Los supermercados de las cadenas Norte, Tía y Disco, de Barrio Norte, decidieron dejar de atender. “Policías de la 19ª avisaron que saqueaban en Once y que se venían para acá, y recomendaron cerrar todo”, comentó un custodio de una casa de deportes en Santa Fe al 2300. A las 17, muchos de los locales de la avenida permanecían cerrados, igual que los de 9 de Julio, que también preventivamente pusieron rejas y persianas. Igual que en otros puntos de la ciudad, desde Barracas a Villa Devoto.
El temor también llegó a los shoppings. El de Abasto reforzó su seguridad y dejó a los compradores navideños afuera, igual que el Paseo Alcorta, que como tiene un Carrefour en su interior, optó por cerrar sus puertas. En cambio, el Alto Palermo y el Spinetto de Balvanera siguieron trabajando como si no pasara nada.
Aunque los incidentes en la ciudad estuvieron muy acotados (en un supermercados de Villa Lugano y en otro de Constitución), la psicosis cambió el paisaje habitual de un miércoles por la tarde. Salvo algunas excepciones, hubo cierres generalizados y los automóviles desaparecieron de las calles y avenidas más transitadas. Todos se guardaron.

 

Habrá reparto de comida

Con la entrega, a partir de hoy, de 20.000 canastas alimentarias extra, de 10 kilos cada una, entre la población más necesitada de la ciudad, el gobierno porteño decidió reforzar la asistencia a los sectores más vulnerables y afrontar así la emergencia social que derivó en saqueos de comercios. La entrega de alimentos se realizará a través de Caritas, las comisiones de villas, grupos comunitarios, ONGs, casas tomadas y los programas de asistencia a los sin techo.
Actualmente, el gobierno porteño venía entregando 5000 canastas mensuales, además de 11.000 desayunos, 15.000 almuerzos, 14.000 meriendas y 1600 cenas diarias.
La decisión fue adoptada por el Comité de Crisis convocado por el jefe de Gobierno, Aníbal Ibarra, que integran su jefe de Gabinete, Raúl Fernández, y los secretarios de Desarrollo Social, Salud, Seguridad y Hacienda. “La primera actividad del comité fue una reunión con los pequeños comerciantes nucleados en la CAME, para llevarles tranquilidad, mientras que mañana (por hoy) convocamos a los hipermercadistas, para buscar un marco de colaboración en la entrega de alimentos”, dijo Fernández a Página/12.

 

LOS SAQUEOS, EN TODO EL PAIS
Una ola incesante

Como una mecha encendida, la ola de saqueos fue extendiéndose ayer por todo el país. Aquí, los principales puntos:
En Lanús Oeste, varias decenas de personas, tras intentar en vano ingresar a una sucursal del supermercado Coto, incendiaron el frente de la sucursal y saquearon un local de electrodomésticos.
En El Palomar, provincia de Buenos Aires, unas 300 personas saquearon el supermercado Shaun Lee, en Marconi y Gardel, y apedrearon a la policía, tres de cuyos agentes sufrieron lesiones.
En La Tablada, unas 300 personas saquearon el hipermercado Auchan, en Camino de Cintura y Crovara.
En Vicente López, 500 personas se presentaron en el Supermercado Sol, Las Heras al 3500, cuyos dueños accedieron a entregar alimentos. Un grupo apedreó los ventanales del Coto situado en San Martín y Panamericana y logró llevarse alimentos. La policía reprimió y hubo heridos.
En José León Suárez, saquearon un supermercado en 1º de Mayo y Almeida y otro de la cadena Día.
En Moreno fueron saqueados varios comercios en la Ruta 23 y Roca; resultaron heridos policías y periodistas de TeleRed. Además, más de cien personas se apoderaron de la mercadería de un camión que iba al supermercado Carrefour de Gaona y Graham Bell.
En Lomas de Zamora fueron saqueados y dañados el supermercado Disco, de la calle Laprida, y varios comercios cercanos.
En José Ingenieros fueron asaltados dos supermercados chinos, en Cayetano al 2600 y Alvear al 2700.
En Boulogne, resultó saqueado el Coto ubicado en Boulogne Sur Mer y Avenida de la Cooperación, así como varios autoservicios.
En La Plata, fueron saqueados un local de Día, en las calles 132 y 39, y el supermercado El Nene, de 66 y 135, Los Hornos.
En San Juan doce personas fueron detenidas y dos policías resultaron heridos cuando unas 200 personas se congregaron frente al hipermercado Libertad y arrojaron piedras.
En Godoy Cruz, Mendoza, una mujer resultó herida de un balazo de goma cuando la policía disolvió una manifestación de desocupados que amenazaba con saquear un supermercado.
En Rosario, unas 200 personas sobrepasaron la custodia policial instalada ante el supermercado El Triunfo, ubicado en Godoy al 4300, y se llevaron gran parte de las mercaderías; la policía disparó gases y balas de goma. En el supermercado La Reina, esquina de avenida San Martín y Ayolas, cien personas se reunieron para pedir comida pero se detuvieron ante las puertas cerradas.
En Concepción del Uruguay, provincia de Entre Ríos, entre la noche del martes y la tarde de ayer se produjeron seis saqueos a supermercados, con 30 heridos y 50 detenidos.

 


 

LA POLICIA REPRIMIO A LOS QUE PEDIAN COMIDA
Gases y gritos en Constitución

Por Cristian Alarcón

“¡Queremos comer! ¡Queremos comer! ¡Queremos comer!” El grito rebotó contra el frente vidriado del supermercado Coto de Constitución, en Lima casi Garay, y no pasó nada. Se hizo oír varias veces entre los insultos dedicados a la guardia de chalecos blindados y cascos que la Federal ubicó en las puertas del local después que otros manifestantes lograran entrar, a la hora de la siesta, al súper Día % de la calle Salta, justo a la vuelta. Así hasta las seis de la tarde, casi, cuando todos sudaban sin darle importancia al calor, porque la tensión y la violencia eran mucho más inminentes que la sed y la presión. El país estallaba aquí y allá, los manifestantes hacían lo posible por que saltaran los fusibles del barrio y por hacerse de un paquete de comida que consideraban ganado. Pero fue bien difícil. Bastaron dos piedras lanzadas desde el fondo para que estallaran los lanzagases y en un caos de guerra los pobres saqueadores huyeran de las lágrimas artificiales ofrecidas a mansalva por los federales. Hubo una decena de detenidos. Se reagruparon. Ya era de noche cuando consiguieron las bolsas de comida. Claro que la repartija no fue ordenada y entonces repitieron los gases y las balas de goma.
Los excluidos reunidos frente a la Plaza eran muchos de los que viven hacinados en los hoteles del barrio y de los que se alimentan en el comedor de Margarita Meyda, una mujer que cocina para noventa chicos en la esquina de Ciudadela y Salta. No había liderazgos claros. Entre todos ellos reclamaba, por ejemplo, La Raulito. Sí; la Raulito con su remera de Boca, sus zapatillas, su short, su bastón de tres patas y el pelo a la garzón teñido de rubio. “¡Dejen entrar a la Raulito!”, pedían los muchachos de remera casi rozando las jetas endurecidas de los polis. “¡Acá estamos porque cuando hay hambre hay hambre!”, argumentaba La Raulito ante los federales y empujaba apenas las rejas del Coto. “¿Vos sabés lo que es tener hambre? ¿Sabés lo que es eso? –le preguntaba al que se le cruzara una mujer de unos treinta, llena de ira–. ¿Vos me ves cara de negrita? ¿Me ves pinta de villera? ¡No! ¡Yo estudié administración de empresas!” Alicia, al borde del desalojo de una pieza de hotel donde vive con otros siete, despotricaba “porque si no saliéramos a pedir ellos sin drama nos dejan como a los desnutridos de Africa”. “Pero ahora vienen los camiones con gente del conurbano”, advertía y se entusiasmaba con la diatriba.
“¡Para la esquina y doblamos!”, gritó una mujer con dos chicos a la rastra, aferrados a ella casi en el aire cuando escuchó los disparos. Una bomba lacrimógena rebotó contra el techo de una pizzería y a los tres los envolvió el humo tóxico. “¡Corran! ¡Corran que nos matan estos desgraciados!”, se escuchó en el tumulto, y la mujer con la mano en los ojos salió disparada con sus críos hacia la estación, atravesando a ciegas las calles; despreciando, como todos, los bocinazos enloquecidos de los micros que seguían circulando en medio del combate. De pronto la única idea instantánea de salvación era escurrirse por los espacios libres de humo. Atrás quedaban los más jóvenes, aferrados a pesar del contraataque policial, a las piedras escasas en la zona. Algunos arrancaban escondidos detrás de un auto, de un carro de panchos, de un puesto de hamburguesas, baldosas de la vereda y las partían haciendo cascotes. Un par cazó las bombas encendidas con un puntapié de tiro libre para devolverlos al enemigo. De fondo las explosiones y el griterío. “¡Cúbranse! ¡Disparan!”, aulló uno y rajó con la heladera de telgopor en las manos como si sostuviera a un niño. El sonido de los disparos provocaba corridas en zig zag, tics aprendidos en los combates del cine donde los héroes siempre se salvan esquivando la balas que repican en los talones.
En este caso era sólo el ardor de los ojos, el miedo. En menos de cinco minutos el frente del Coto quedó vacío: solo algunos chicos manoteados de los pelos por policías que después de tirarlos al piso les asestaban en los ojos un spray que los dejaba gritando “¡no veo nada, no veo!”. De pronto no hubo diferencia entre manifestantes y transeúntes. A la estación llegaban hacía rato montones con el paso apurado para salvarse de lospronósticos de represión alcanzando un tren a casa. “¡A la estación no! ¡Que nos encierran y nos matan adentro!”, gritó una de las voces cantantes del piquete. Es que de pronto parecía posible. La fila de federales antimotines avanzaba con sus escopetas enormes y los gases nublaban el horizonte de la plaza, con las torres de la iglesia de fondo. Una vendedora mojaba un trapo en el agua descongelada de sus gaseosas para cubrirse la cara sin abandonar el puesto en las paradas de micros. Si le hubieran querido comprar una coca es probable que la hubiera vendido a pesar de todo. Porque allí se quedó. Y las hordas del Gran Buenos Aires no llegaban. Estallaban a su ritmo, como en esa esquina, en tantas partes.

 

Villa Lugano, saqueada

Seis fueron los supermercados del barrio de Villa Lugano que fueron saqueados ayer a la tarde. Una turba que no dio tiempo a defender una sola puerta se hizo de comida primero en un local del barrio Piedrabuena, inaugurando así el estallido en la ciudad de Buenos Aires cuando eran poco más de las dos de la tarde. Según la policía algunas de las personas que entraron a los negocios estaban encapuchadas y se retiraban corriendo con sus bolsas hacia la villa Ciudad Oculta y a los monobloques del barrio frente al negocio saqueado. La mayoría de los comercios eran mercados chinos y pequeños almacenes. Cuatro personas fueron detenidas y derivadas a la comisaría 48.

 

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