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DINAR LINEAS AEREAS

¿RACING CAMPEÓN DESPUÉS DE 35 AÑOS
PUEDE SER UNA METÁFORA PARA LA ARGENTINA ARRASADA?
La alegría infinita, una de las formas del milagro

En 1966 Racing ganó su último campeonato local. Sus hinchas sufrieron 35 años, es decir que muchos nacieron sufriendo.
¿Es razonable pensar que la Argentina debería imitar en algo a Racing? ¿O un campeonato es, más bien, un maravilloso ejemplo de identidad? Aquí las respuestas. O más preguntas.

Por Martín Granovsky

Desde que Racing quedó bien sólido en la punta, muchos quisieron convertirlo en metáfora. ¿No era, Racing, como la Argentina? Si Racing tenía remedio, ¿no lo tendría también este país desgastado y cruel?
Hubo metáforas para todos los gustos.
Unos dijeron que Racing triunfaba por la calidad de su gerenciamiento. La Argentina debía mejorar el gerenciamiento. Privatizarlo.
Otros, que en Racing todos tiraban para el mismo lado. Todos los argentinos debían tirar para el mismo lado, y país arreglado.
Merlo ejercía un liderazgo simple, pero su carisma era contundente. Y, paternal, era un tipo capaz de ilusionar a los hinchas. Quizás con alguien así en la presidencia...
Los racinguistas se habían recibido en sufrimiento y ya buscaban el doctorado. Los argentinos, en cambio, eran exitistas. O derrotistas. O fatalistas.
Cada uno puede elegir su metáfora. Pero aquí se ofrece al lector una más, en tres partes:
Racing es una cosa y la Argentina es otra. Van en paralelo.
Racing pudo salir campeón a pesar de la Argentina.
Si Racing pudo sobreponerse a la Argentina, ¿por qué la Argentina no podría sobreponerse a sí misma?
Y fin: la verdad, la única verdad, es que el campeonato de Racing es un milagro, una felicidad inmensa para mucha gente. Lo cual deja una conclusión: todo milagro es posible.
Se puede reflexionar sobre cualquier cosa, incluso sobre algo tan inasible como el amor, pero el riesgo, con el amor y con el fútbol, es hacer teoría sobre lo que, por definición, carece de ella. Hace muchos años, Juan Sasturain tituló maravillosamente una crítica del libro Fútbol y masas de Juan José Sebreli con un pedido: “Vos, Sebreli, andá al arco”.
Para un hincha de Racing, el arco es de Campagnuolo. Que se lo quede. Lo merece. Y para cualquier hincha, de Racing o de otro, incluso de River o Independiente, el fútbol es identidad. Imposible explicarlo sin contar. Y desde ayer, para un hincha de Racing, es imposible contarlo sin la primera persona.
Con el permiso de ustedes, y la aclaración de que esta historia vale como cualquier otra, debo confesar que una sola vez en mi vida escribí un diario. Lo conservo en un cuaderno “Anteojito” de tapa lila, que dice “privado” y “no tocar” como si allí se revelaran secretos increíbles. Y tal vez sea así. Era 1967 y yo tenía 11 años. El diario, del cual hay escritas solo dos páginas y media, registra un premio por una composición sobre San Martín, el examen de ingreso al Colegio Nacional de Buenos Aires, una operación de estrabismo y algunas cosas más. Una está fechada el 29 de agosto y debe estar copiada del título de un diario: “Racing Club se clasificó campeón de América al ganar a Nacional 2 a 1”. Otra dice, también con tono de información periodística neutra: “El guerrillero argentino Ernesto ‘Che’ Guevara fue muerto”. Una más está fechada el 4 de noviembre de 1967: “Racing Club derrotó anteayer al Celtic de Glasgow 2 a 1. Hoy juega un tercer partido definitivo en Montevideo”. Fue el del gol del Chango Cárdenas en el Centenario, un bombazo desde 40 metros al ángulo izquierdo del arquero.
Me acuerdo dónde estaba cuando Cárdenas nos hizo campeones intercontinentales. En casa de un compañero de escuela primaria, Mendi, en Canning y Aguirre. El era de Independiente, y mirábamos televisión mientras Moishe, su papá, cortaba cueros en la mesa de la cocina.
No me acuerdo por qué me hice de Racing, aunque lo sospecho. Mi viejo no era futbolero pero mi tío Claudio era de Racing, y mis primos también. Juntos fuimos a la cancha la noche en que se inauguró la iluminación nocturna. Le ganamos al Bayern Munich, con Beckenbauer y todo, y por los parlantes anunciaron que Perfumo no jugaba porque se casaba ese día. Mi tío Félix era de Racing y con él vi muchos partidos del ‘66, de cuandofuimos campeones, hace 35 años. Le gustaba muchísimo el fútbol. En su casa, con él infartado en la cama, seguimos el Mundial del ‘70. Lo recordamos durante la dictadura, cuando los sobrinos hacíamos guardia al lado de su cama en el Hospital Pirovano después de que una patota lo secuestró y lo tiró en la calle porque, por suerte, sus secuestradores tenían menos información que nosotros, que temíamos el regreso del grupo de tareas.
Mario Wainfeld escribió en este diario una definición hermosa. Dijo que había pocas cosas más lindas que ir a la cancha con los hijos. Perdón a Bárbara, fana de River, o sea desde ayer una subcampeona que debería estar orgullosa de serlo, pero este año, en la familia, nos correspondió a los hinchas de Racing. Y la cancha fue una de las cosas más lindas. Con Iván (15, Racing) sufrimos juntos. Hablamos de cosas de hombres las veces que fuimos a la popular, los dos parados desde una hora y media antes del comienzo del partido, sin un centrímetro libre para estirarse o llegar hasta el baño. Vivimos juntos esa cosa rara de charlar como amigos de toda la vida con tipos a los que uno no vio nunca y a los que no verá nunca. Nos divertimos con el gordo de al lado, siempre hay un gordo de al lado, y nos conmovieron los tipos que hace poco, en el partido contra Lanús, contaron, mientras se sacaban fotos y ofrecían agua a todo el mundo, que habían salido de Villa Constitución a las cuatro de la mañana para llegar hasta Racing. Para dos de ellos era la primera vez. Lloraban.
Estoy seguro de que Iván se divirtió tanto sufriendo con los partidos (contra San Lorenzo y contra Gimnasia, aclaro, jugamos bien) como mirándonos a mí y a dos amigos con los que seguimos la campaña. Juan Carlos es funcionario internacional. Desde aquí o desde el exterior, cada semana supervisó que estuvieran sacadas las entradas, porque cada vez había más colas. “Son los problemas que trae el éxito”, decía detrás de su ironía. Luis es editor. En la cancha no grita más que los goles. Sufre. Los dos, gente grande, gente a la que, como uno, la policía ya no cachea en los controles, le hicieron cocinar a su vieja todos los domingos el mismo asado, con la misma ensalada de trigo burgol, como cábala. Y antes de cada partido los tres fumábamos tres puros. Los vecinos de la tribuna entendían el humo, insoportable con tanta gente apiñada.
–Por cábala.
–Ah, si es por cábala, fumen.
Ayer a la mañana hablé con otros amigos de Racing (uno, obvio, los tiene identificados) para ver si iban a la cancha.
–No fui en todo el campeonato, y tengo miedo de cambiar hoy –dijo uno, importante periodista.
Me contó que igual tenía la casa llena de amuletos, que a otro amigo común, el más grande fanático de Racing que yo conocí, le tenían prohibido ir, por cábala, y que si yo había ido los otros partidos no dejara de estar en éste.
–Por cábala.
Ayer, Juan Carlos y Luis lo consideraron muy razonable. Por supuesto, estuvimos juntos, sus hijos y mi hijo, y nos sentamos en el mismo orden de siempre, que ya se armó automáticamente. Tuvimos mucho tiempo para mirar los carteles. En Vélez había menos carteles. En Racing hay más, y parecen de otro país. Villa Obrera, Dock Sud... Si uno los observase recién llegado de Suiza, sin cotejarlos con lo que ve en la calle, creería que Avellaneda sigue siendo el núcleo de un poderoso sur industrial, cuando más bien es una zona poblada de fábricas abandonadas, solo el recuerdo fantasmal del pleno empleo. Ayer, en Vélez, había poesía.
“Perdón por el color de mi sangre”, decía un cartel, por Independiente.
“Mi viejo, Gardel, mi abuelo y yo”, decía otro.
“Paso a paso nos hiciste campeones”, se leía en uno con la cara dibujada de Mostaza Merlo.
“Preso de una pasión”, decía uno arriba nuestro. Pero mi preferido es uno que vi muchas veces en Racing y ayer no encontré: “Sos mi delirio y mi condena”.
–Como el amor –recordó Luis, que además de editor de libros es un finísimo poeta.
Eran como las cinco cuando lo dijo. A las siete y cuarto, cuando el partido terminó y no podíamos ni gritar “Dale campeón” porque la voz se quebraba y volvíamos a llorar fuerte, mientras otra vez nos abrazábamos, y no lo podíamos creer, esas palabras sonaban como una buena descripción de la alegría infinita. Que, aunque fugaz, es una de las formas del milagro. Lo juro. Palabra de campeón.

 

¿Viste que se iba a dar, algún día?
Por Juan Forn

Mi viejo era de Racing. En el ‘66 yo tenía seis años y mi viejo creyó que la tenía servida: con Racing campeón, ¿de qué cuadro podía ser su único hijo varón? Error. Mis tíos, los dos hermanos de mi vieja, lo madrugaron mal. En el día de mi cumpleaños llegaron con un paquete bajo el brazo y caras de lo más solemnes. Y, mientras uno me alzaba hasta acomodarme sobre sus rodillas, el otro se me sentó enfrente con mi regalo bien a la vista -y empaquetado con bastante precariedad, me acuerdo hasta el día de hoy–, cosa de que a mí no se me fueran los ojos en dirección al pasillo desde donde se oía el jolgorio quilombero de mis primos o hacia la mesa con los sandwichitos y la torta. Mis tíos no sólo eran hinchas de Independiente: eran, los dos, socios del club –futuros vitalicios–, plateístas impenitentes que bajaban al vestuario después de los partidos y eran capaces, por ejemplo, de traerle de regalo en el día de su cumpleaños al sobrinito “bajo peligro de influencia” una auténtica camiseta del Rojo -en aquellos tiempos prehistóricos antes del marketing TyC–; aquellas que eran camisas, en realidad, con los botones blancos y más duras que cartón piedra, y eso apenas unas horas después de que mi vieja me hubiera dado, en nombre de ella y de mi viejo y de mi pobre hermana menor –que, a los cuatro años, poco podía saber, de fútbol o de cualquier otra cosa mínimamente importante en el mundo–, mi primera número cinco... con los colores albicelestes.
“A tu viejo, ¿cuánto le gusta el fútbol?”, dijo entonces uno de mis tíos, mirándome fijo mientras yo no podía desviar los ojos del paquete aún envuelto, precariamente envuelto, que tenía apoyado sobre sus rodillas. “¿Te llevó a la cancha alguna vez?”, dijo el otro contra mi oído. “¿Sabés lo importante que es decidir de qué cuadro va a ser uno?” (el primer tío, de nuevo, sin soltar el puto regalo). “De eso tenemos que hablar. Ahora, precisamente ahora, porque es el día de tu cumpleaños. Porque hoy ya sos un hombre, y ésta es la clase de cosas que son importantes en serio para los hombres de verdad”. Para qué seguir. Me convencieron fácil. Si no fue esa tarde, con la camiseta, fue poco después, cuando me llevaron por primera vez a la cancha. No tengo nada que reprocharles. Gracias a ellos, la mística del fútbol se convirtió, para mí, en sinónimo del buen fútbol que jugó Independiente, los sucesivos Independientes, desde fines de los 60 hasta bien entrados los 90. Ni siquiera la Copa del Mundo que ganó el Equipo de José al año siguiente, con aquel bombazo del Chango Cárdenas, alcanzó para inclinar de nuevo la balanza.
Con los años, la hidalguía resignada, el esperar contra toda esperanza de los hinchas de Racing, terminó corporizando un retrato raramente fiel de mi viejo. En los momentos de mayor beligerancia entre él y yo, aquella elección anticipaba y confirmaba que nada de lo que él quisiera que yo hiciese con mi vida tenía en cuenta mi verdadera naturaleza, las cosas que iban conmigo y las que no. Pero confieso que nunca he podido odiar a Racing como odio a veces a Boca. Y sospecho que si mi viejo estuviera todavía en estos pagos, ayer me habría gustado ver su serena alegría. Creo que hasta hubiera sabido soportar sus cejas alzadas diciendo ¿viste que se iba a dar, algún día? sin contestarle con ninguna de las mil ironías que este modesto equipo de Merlo y del patadura de Ubeda merece con holgura.

 

El grito más deseado
Por Alfredo Zaiat

En el partido del campeonato, cuando Racing le empató-ganó a River, había un cartel de publicidad, que ahora giran para dar paso uno a uno a los sponsors, que lo decía todo. “Pare de sufrir” decía el cartón, y daba la hora y el canal donde pasaban ese programa de TV de alguno de esos grupos religiosos que prometen la salvación. Y Racing la necesitaba. Después, vino el golazo de Bedoya.
Nada era más justo que esa propuesta. Ahora, basta de sufrir. Ya está. Se puede gritar y con todo: Racing Campeón. Y River, segundo, como si el fantasma que persiguen a ciertos equipos se hubiese posado en Núñez, dejando, al menos, por esta vez, Avellaneda.
No fue fácil ser hincha de Racing toda una vida, pero dicen que cuando más se sufre más se goza. Bancarse las cargadas, el descenso, ver pasar el mundo del fútbol y no ser protagonista. Convencer a propios y extraños que como los hijos tiene el apellido del progenitor también deben heredar los colores del equipo de fútbol que apasionan al padre. Pero el sufrimiento fue demasiado. Un abuso. Incluso, qué necesidad había de ese gol de Vélez. Aunque, si todo hubiera sido sin sufrimiento no hubiese sido acorde con la historia de Racing de estos interminables años. Pero, ya está. Se terminó la sequía. Dirán que no es un buen equipo. Y tendrán razón. De todos, modos, ¿qué equipo fue mejor?
Se sabe, aunque ahora se escribirá lo contrario, que este equipo no será recordado cuando se escriba la historia. Tampoco la empresa blanquiceleste tendrá reservado un lugar destacado en las crónicas futuras. Este campeonato no lo ganó Chatruc, Estévez, Ubeda & Cía. Ni el cabezazo increíble de Lohesbor. Estos jugadores fueron simplemente actores de una historia que los trasciende y que el destino los puso, simplemente, en el momento y en el lugar indicado. Mostaza Merlo podrá disfrutar de un poco de gloria.
Tendrá reservado un espacio, en un rincón, en esta proeza. Será, en última instancia, el nombre que quedará como el técnico que pudo romper el maleficio que decenas de anteriores en su puesto no pudieron. Pero nada más. Y no es para desmerecer el esfuerzo, la solidaridad, la fuerza y la pasión que cada uno de los jugadores y cuerpo técnico pusieron para lograr el triunfo. Este campeonato lo ganaron otros.
Lo ganaron los hinchas. Y no los que llenaron las canchas en cada una de las fechas, en fiestas que serán inolvidables. Este campeonato le pertenece a los hinchas de estos insoportables 36 años. Que, por fin, han terminado con el grito más deseado: Racing Campeón.

 

La hinchada del desierto
Por Nicolás Casullo

Racing campeón Algo hay en el aire de estos días de catástrofe y remoción de los tiempos que también fue viniendo con Racing y sus tribunas. Una atmósfera, un estrafalario prodigio de respaldo a algo que se quiere y no se sabe cómo. Multitud futbolera que hace décadas se metió en el desierto, pero en este caso no como pueblo elegido. Incauta la pobre, abigarrada, creyó que sería cuestión de un par de años en las arenas, como en otros casos. Y si la errancia en la tormenta fue de 35 almanaques, también pudo ser de 70, de 1258, infinita.
Finalmente el inmenso gentío descubrió que eso “imposible”, era en realidad la forma que cobraba paradojalmente su inmortalidad futbolera. Amor extremo, identidad trágica, en tiempos sociales de olvidos y espejos que ya no reflejan ningún rostro propio. Racing campeón. Me gustaría volver al periodismo y diagramar una primera plana imaginaria. Extraña historia que alcanza magnitudes inusuales, ahora ya no por aquellas hazañas que de 1913 al 19 le dieron todos los campeonatos al hilo y de la que casi nunca nadie habló como si el último testigo hubiese muerto en 1920. Sino por todo lo contrario, extraña historia por todos los hilos rotos después, que no terminarían jamás con ninguna consagración.
Pero eso es tiempo viejo. La Gloriosa es campeón. Con un equipo, el del 2001, rodeado de bolas adivinas, pactos impronunciables y un regreso a la antigua teología como teoriza el tano Gianni Vattimo. Aunque un equipo, a la vez, impregnado de una posmodernidad suprema: como si los hinchas no hubiesen mirado nunca lo que sucedía en las canchas del Apertura. Como si allí, en lo real, en el verde césped, finalmente sucediese muy poco de lo que en verdad sucedía. Como si la realidad no fuese lo real.
Fue de otra manera: en las canchas sucedió la representación de lo que los hinchas querían ver: Racing ganando y punteando. Eso era todo y bastaba. Como un programa video de un mundo deseado. Una suerte de Racing intangible, virtual, etéreo, invisible, un Racing indecible, un Racing de alma profunda, dolida, irredenta, que no tenía cabida en los sesudos comentarios de los periodistas especializados buscando entelequias tales como “si jugó bien” o “jugó mal”.
Un disparate este Racing, que estuvo siempre más allá de los sufrientes, aburridos y dramáticos 90 minutos de cada fin de semana. Un disloque del ánimo este Racing, que acontecía sobre todo adentro de los miles de ojos que durante años suspiraron por lo mismo. Digo: un Racing no solo afuera, sino detrás de los ojos: el verdadero.
Nadie habla, ni hablará jamás, de ese enigmática cita que hubo entre esos miles de ojos antiguos y nuevos, y aquellos once que salían del túnel estos meses. Nadie revelará tampoco la cadena de ángeles que unió cielos celestes, sureños, con un vestuario amostazado. Ellos solos lo saben, los miles, los que patearon cada pelota para alejarla del arco de Campagnuolo, los que se tiraron de a centenares a los pies de todo el que avanzaba en contra. Punteros de punta a punta. Supremos. Desde arriba de todo, se ve linda la tabla final: y a los otros.
Recordemos al equipo para la posteridad, pero a la vieja usanza del 2-35: Cabala, Acertijo y Amuleto; Cuernitos, Abracadabra y Talismán; Anagrama, Fetiche, Reliquia, Tabú y Arcano. Y en el banco de suplentes el gigantesco Nudo de Pilatos.
Concluye un tiempo: y tal vez sea la de Racing la última gran pasión derramada sin límites ni controles en el patético fútbol argentino asociado. Las calles se inundaron de esa misteriosa cultura popular académica que viene del fondo del siglo pasado. Todo me regresa en la vorágine de un festejo que nunca una hinchada se mereció tanto. Yo no supe de Perinetti ni de Ochoa, pero sí veo como corre pegado a la línea de cal Corbatita y se frena de golpe en el banderín, vamos loco, vamos,escurrite, veo como salta a cabecera el Marqués, como se filtra la Bruja por la izquierda, veo allá atrás a Don Pedro contra todos, y más tarde su hijo durísimo también pero exquisito, ese Perfumo gritando no me dejen solo, y al Alfio a las patadas contra el Celtic, y al Panadero, y al único gol que se conoce de toda la historia de las Intercontinentales, el del Chango, y a una apilada de Rubén Paz, y otras, y otras, y otras imágenes. Imágenes, escenas, siluetas fugaces, la vida entera desde distintos sitios, ángulos y lugares de ese cilindro de cemento en Avellaneda con nombre de un general que pareciera también siempre sigue volviendo, y donde tantas veces toqué el dulce cielo y el fierazo infierno domingos y sábados. Quiero decir, donde tantas veces también fui a plenitud de vida. Y esta alegría postergada en los años regresó con Ubeda, Vitali, Chatruc, Estévez, Bedoya, Bastía. Los del milagro del Gurú Merlo. Quien te viera Racing, campeón otra vez.

 

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