Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH LAS/12
secciones

Vacas locas y algo más

Por Martín De Ambrosio

En febrero, la ONU asumió que el problema de las vacas locas podía extenderse a todo el planeta y dejar de ser un mero asunto europeo. Hace sólo quince años se había conocido el primer caso de la Enfermedad Espongiforme Bovina (EEB) en Inglaterra. Como sucedió con la cultura occidental, la EEB puede esparcirse por todo el planeta a través de las exportaciones que continúan, sin embargo. El problema sería aún mayor si llegara a entrar en los Estados Unidos; ya se sabe la potencia de la economía norteamericana para amplificar la escala.
La EEB se originó cuando los bovinos fueron alimentados con restos “reciclados” de ovejas que padecían una enfermedad llamada scrapie que las enloquecía y hacía que se rascaran contra los alambrados antes de morir.
Lo novedoso es que el agente de la enfermedad no es una bacteria o un virus sino una proteína modificada –el prion–, y no alterada químicamente sino en su forma estructural.
Los priones existen como proteínas normales en el cerebro pero modificados pueden ser mortales: a medida que la transformación ocurre los priones van destruyendo el cerebro. Entre los síntomas prionistas se encuentran la pérdida de memoria, el insomnio, falta de control muscular, afasia y otras delicias resultantes del anormal funcionamiento de cerebro y cerebelo. El descubrimiento del prion mereció el Nobel de Fisiología y Medicina en 1997. El galardonado fue Stanley Prusiner que calificó en su trabajo a los priones como “un nuevo género de agentes proteicos que pueden causar enfermedades”.
Como suele suceder cuando un nuevo y en cierto modo revolucionario descubrimiento es hecho público, se generó una polémica, amplificada por el Premio Nobel. Aun hoy que el consenso parece mayor, existen científicos que aseguran que estas proteínas no pueden causar enfermedades por la inexistencia de material genético (ADN o ARN).
Otra de las polémicas –tal vez secundaria– está relacionada con la utilización de productos “no naturales” o “artificiales” para la producción agropecuaria. Por supuesto que debería, antes que nada, utilizarse en forma un poco más crítica los términos “natural” y “artificial” para no caer en banalidades, como las que suelen adornar los discursos anti transgénicos. Sea como fuere, la enfermedad de la vaca loca, que cobra un número creciente de víctimas, produce cambios económicos –necesidad de sacrificar ganado, prohibición de productos– justificado temor y debería producir alarma en las autoridades responsables de la salud pública.

En el café
En los cafés porteños, acaso una de las pocas costumbres de la ciudad que sobrevive de las prácticas iluministas del siglo XVIII francés, aún se mantiene vivo el diálogo, esa costumbre que inauguraron los griegos hace 2500 años. Como inicio del ciclo de charlas de Café Científico, organizado por el Planetario de la Ciudad de Buenos Aires, y que se inauguró el martes pasado expusieron el EEB, los doctores José Latorre (director del CEVAN (Centro de Virología Animal), y Alberto Baldi, investigador del IByME–Conicet (Instituto de Biología y Medicina Experimental).
La charla, por cierto bastante intranquilizante, rondó en torno de priones, vacas locas y vacas cuerdas. La experiencia –inédita hasta ahora en Argentina– sólo reconoce símiles en Europa, cuyo café científico más famoso es el de Lyon. La intención es que en cada encuentro se expongan los alcances de una teoría, se sintetice el estado de conocimiento en un área determinada, o tal vez se narre el devenir histórico de una disciplina científica. El, por ahora hipotético, control del mal de la vaca loca concitó enorme atención en un público –que llenó la Casona del Teatro, en la Avenida Corrientes 1979– preocupado por las consecuencias y posibilidades concretas de que la enfermedad llegue al país. Señoras, productores agropecuarios, estudiantes y egresados de las carreras de ciencias médicas y biológicas, parejas y aficionados a la ciencia en general conformaron el exigente público que el 17 de abril podrá presenciar en el mismo lugar la charla titulada “Clonación: ama a tu clon como a ti mismo”.

Crónica
Luego de una breve introducción en la que se señaló la importancia del diálogo y el lugar paradigmático del café, comenzaron su exposición los científicos. Un informal José Latorre, que al principio contrastaba con un circunspecto Alberto Baldi, fue el primero en tomar la palabra. El doctor Latorre comenzó señalando que el miedo a la vaca loca surge de la ignorancia y que la ignorancia fue incentivada por las mentiras de los ministros de agricultura de la Comunidad Económica Europea: “Intentaron hacer algo así como tapar la epidemia con un dedo y eso es lo que sucede cuando la política y los mercados interfieren en la ciencia y la salud”. La certeza de que a la gente se le estaba mintiendo y que la ocultación pretendía que los ciudadanos no supieran algo terriblemente grave, originó lo que Latorre calificó de “psicosis”: “prácticamente ya no se come carne en Europa; las cifras indican que el consumo de carne de vaca bajó un 70 por ciento”.
El científico indicó que lo que popularmente se conoce como el mal de la vaca loca es una enfermedad muy grave y letal, que todavía no existe en Argentina pero puede venir en cualquier momento. Para cerrar su primera intervención introductoria, Latorre dijo que el mal es más grave que el HIV, de modo que los rostros de los participantes se contrajeron y el café empezó a caer mal.
Luego habló Baldi. Explicó que el agente causal de la enfermedad es una proteína que todas las personas tienen y que, por un proceso que todavía no se conoce, adquiere una extraña conformación de polímeros que asfixian a las células nerviosas. “Hasta el momento no hay cura posible, porque el agente infeccioso no es del tipo más conocido como las bacterias, virus y protozoos, etc., que son los que producen infecciones. Este es un fenómeno a la vez dañino y maravilloso porque ha cambiado en gran medida la dimensión de lo malo que pueden conllevar las conformaciones de proteínas que todos tenemos. El prion, por alguna circunstancia, tiene una forma extraña de polimerizarse y tapizar las células nerviosas que al fin termina por asfixiarlas”.

Las delicias de Papúa
Luego el mismo Baldi hizo un recorrido histórico-antropológico, que resultó muy interesante, por el único caso reportado históricamente por los estudios médicos. En las primeras décadas del siglo XX, los indígenas de unas tribus de Papúa Nueva Guinea padecían una enfermedad que tenía como síntomas sucesivos temblores, desnutrición, afasia y finalmente la muerte. Antes de morir, los papúes mostraban una sonrisa extraña (que los asistentes al café pudieron ver a través de un proyector que mostró filminas con fotos de los enfermos) mientras eran sostenidos por familiares. Por esa sonrisita característica la enfermedad se conoció como kuru, que en el idioma local significa “sonrisa de la muerte”. Parece que, según contó Baldi, los indios practicaban algunos rituales que incluían la ingestión de cerebros de muertos, hubiesen estado sanos o no. En el rito participaban un brujo, mujeres y niños. El brujo formaba un pastiche en el suelo con pastos, cerebros de muertos, orina, heces y un poco de sal, para darle gusto. Y después el brujo lo entregaba para que mujeres y niños lo comieran (Baldi señaló como curioso que el brujo también enfermaba). Hacia la década del ‘40, los infectados de kuru llegaron a 400. En ese momento, el cacique, con sabiduría, ordenó suprimir el rito y así se redujeron los casos. El kuru, según afirmó el científico, es una enfermedad espongiforme con similitud con la de las vacas locas, el síndrome Creutzfeld-Jacob. Si bien había cierta homología, Baldi se ocupó de decir que la identidad no es completa y que evidentemente no se trata de la misma enfermedad.

Prion, prion
La cuestión es que una de las novedades que introdujo el estudio del mal de las vacas locas, fue la aparición de un nuevo concepto de los componentes que no tienen información genética y conforman los músculos: “Las proteínas son moléculas que tienen una estructura muy compleja, con conformaciones espaciales en forma de espiral, hojas plegadas, designadas según la función”, continuó Baldi. En el mal de las vacas locas no hay virus, sólo proteínas, no existe el material genético en el origen de la enfermedad. La proteína alterada se ingiere, llega al sistema linfático y provoca los severos síntomas que llevan a la muerte. “Los experimentos indican en forma casi inequívoca cómo las enfermedades son transmitidas por proteínas. Después de que el individuo las come, las proteínas alteradas llegan al cerebro y se producen modificaciones macroscópicas del cerebro, visibles, con sintomatología clínica severa antes de la muerte”, completó Latorre. Este agente no tradicional alteró el cerebro de los vacunos y de buena parte de la comunidad científica.
Entre otros antecedentes de enfermedades espongiformes en animales, Latorre señaló al scrapie, una enfermedad natural de ovinos y caprinos que fue descripta en 1760 y es letal para el hombre; también la encefalopatía transmisible del visón; y la encefalopatía espongiforme bovina, nombre médico del mal de la vaca loca que quiere decir algo así como “enfermedad del cerebro de los bovinos que se pone como esponja”. También puede suceder con animales domésticos como el gato, de modo que si alguien posee un minino al que le dio alimento balanceado y luego lo nota un tanto nervioso es porque el alimento había sido importado de Europa con priones de harinas de huesos.

Ahorrar salud
Respecto de la cuestión de cómo fue posible que las vacas enfermaran por canibalismo, José Latorre señaló con énfasis que la economía –esa ciencia tan dudosa como la alquimia, al decir de Jorge Luis Borges– influyó en laaparición de la patología. La alimentación de bovinos herbívoros con alimentos basados en harinas cárnicas para ahorrar y no desperdiciar ni el grito del animal sacrificado fue una de las causas de la aparición de la enfermedad que se transfirió con rapidez al hombre.
En este punto surgió una amable controversia entre los expositores: Baldi sostuvo que Inglaterra –lugar de origen del problema– lo hizo principalmente por ignorancia y no por perversidad, dado que hacía mucho tiempo que se alimentaba al ganado de esta manera. Por su parte, Latorre insistía en la culpabilidad de los gobiernos que trataban de mitigar el alcance de los casos. Y, específicamente Gran Bretaña, que siguió vendiendo ganado en pie a India y Brasil. Otra cuestión importante, según Latorre, fue la de los subsidios a la producción agraria europea que hace que países sin las “condiciones naturales” necesarias para esta producción realicen notables esfuerzos tecnológicos y monetarios para no tener que importar demasiada materia prima y, de paso, evitar la bancarrota de los productores autóctonos. “Estos subsidios, que a ellos les producen beneficios, a nosotros nos arruinan la economía. Entonces, hay culpables de ésto y debemos decirlo claramente. Son los subsidios que hacen que Francia produzca tanto ganado como lo que nosotros exportamos por año porque alimentan a los bovinos así. Hay un fundamento, no es el hecho casual de que se comieron una ovejita y surgió todo el problema. Hay un tema económico que es un debate público que hay que dar desde la ciencia”.

Preguntas, preguntas
Luego de las exposiciones iniciales, la gente que atiborraba la Casona se lanzó a preguntar. Las cuestiones se sucedieron en torno a las posibilidades concretas de enfermar y los vehículos de contagio. Los consejos de los doctores fueron claros: No consumir ningún tipo de producto que provenga de Europa, incluidos cosméticos (!) que utilizan derivados vacunos. “Para no correr riesgos, yo no usaría ningún medicamento francés hecho con cerebro. Ni loco. Celuloterapia menos, porque la gente se muere, no de priones, sino de los virus que tienen esas porquerías que se inyectan para tratar de rejuvenecerse. Es una cosa incontrolable”.
También aclararon que respecto del tiempo de incubación en personas es fundamental la existencia o no de predisposición genética y que depende la aparición de la enfermedad del órgano de la vaca que haya sido ingerido. Si se tratara de una molleja con gran cantidad de priones el riesgo sería obviamente mayor. En el caso de las enfermedades genéticas como el kuru de Papúa, el tiempo de incubación se mide en años: entre 6 y 18. Al respecto, Baldi dio una respuesta técnica interesante al incluir la antigua teoría del dosaje. “Cuanto mayor es la carga viral o proteica, más grave es el problema. Depende de la ingesta o el dosaje. Pero, la infección por priones es sumamente particular. En general, cuando se ingieren, las proteínas son digeridas y se forman trozos de 2, 3 o 4 aminoácidos, cortados por los jugos digestivos para que puedan llegar a la sangre. Sin embargo, con los priones, la digestión, no se sabe por qué, toma otros mecanismos y pasa la proteína completa al sistema linfático que la transporta al sistema nervioso. De manera que se conoce muchísimo, pero todavía se necesita conocer mucho más”.
Entre los productos europeos que sería preferible evitar están también los lácteos, que por paradójico que fuese se comercializan en los supermercados argentinos. Latorre remarcó que existen riesgos en los lácteos, en los chocolates, y otros productos, por lo tanto siempre es aconsejable la prevención. “Sería bueno que no estuviera permitido la venta de estos productos, pero sigue el comercio vil. Por eso hay queexigir a las autoridades un control férreo, para que no aparezca lo que puede ser una epidemia. Evitar los chocolates Cadbury es una buena medida, por ejemplo. También pueden tener priones las cápsulas de los remedios que están hechas con gelatina de bovinos. No es la intención generar alarma, pero es la realidad”.
Uno de los participantes, desde una mesa del costado, afirmó que no es casual, sino que por el contrario hay una relación causa-efecto entre el achicamiento del Estado y la dispersión del mal; al punto de que cuando se reforzaron los controles en Gran Bretaña hubo menos casos. Latorre completó: “nuevamente es el comercio vil que aparece. Se relajan los controles y aparecen los funcionarios festejando (como sucedió recientemente con los funcionarios argentinos sin aftosa) para que se puedan exportar los productos que localmente no se consumen”.
Otro de los activos participantes fue un productor de Pergamino que, en una de sus participaciones, afirmó que en la Argentina se produce harina de carne y lo hacen todos los frigoríficos. Lo que sucede es que como resulta más económico poner a las vacas a pastar libremente no han surgido aún casos de vacas locas y, entonces, la harina de carne se utiliza para alimentar a aves y cerdos.

Visión positiva
Optimismo. Esa palabreja inventada por Voltaire, fue usada por los científicos para evitar que el pánico hiciera atragantar a los presentes con medialunas. La perspectiva es una vacuna que se está trabajando en ratones y que reduce las placas enfermas y aumenta la vida del ratón, cosa que se debe tomar con cuidado porque los ratones no tienen de por sí una vida muy extensa, ni muy entretenida.
La vacuna (vacuna, justamente vacuna: la etimología de la palabra es bastante transparente) produciría anticuerpos contra la parte activa de la enfermedad. Se hizo la vacuna contra porciones de la proteína enferma de tal modo que el animal pudiera formar una barrera inmunológica. La vacuna podría funcionar en humanos pero “hay que esperar, porque siempre primero se hacen los ensayos clínicos, no sé cuántos años se tardará, pero ya se está trabajando en el asunto. Hay una esperanza, no seamos tan negativos, si no, viviríamos todos aterrados porque nos vamos a morir por la soja transgénica, por la vaca loca o por lo que fuera”, concluyó Latorre luego de más de dos horas en el café.