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Un mundo con sed

Por Juan Pablo Bermúdez

Aunque parezca, el tema no es propio de una trama de ciencia ficción ni de un libro apocalíptico sobre el futuro de la humanidad, sino algo bien real: existe la posibilidad de que en apenas veinticinco años la Tierra sufra una grave escasez de agua. Si bien la predicción –que no es tal en tanto se trata de establecer si esto es posible– suena terrible, no debería sorprenderle demasiado a nadie. Entre calentamiento global, cambios bruscos de los climas, condiciones económicas profundamente desiguales, mala distribución de los recursos naturales, derroches y unos cuantos etcéteras más, los motivos son tantos como cada uno pueda imaginar.
La cuestión empieza a preocupar seriamente a los cinco continentes y en todos ellos –en algunos más y en otros menos– empiezan a estudiar las posibles formas de prever un futuro desastre; desastre que, sin embargo, ya tiene lugar en los sectores más empobrecidos del planeta. Mientras que en algunos lugares el agua es un bien de lujo cuya existencia se comprueba a partir de su ausencia, en otros se derrocha a montones en cosas tan banales e innecesarias como fuentes decorativas o efectos especiales de películas. Y aunque los especialistas no se animan a arriesgar que sí, que definitivamente llegará el día en que la Tierra se quedará sin agua, las conclusiones son las mismas en casi todos los casos: el peligro existe.

Mil millones de sedientos
La Tierra contiene aproximadamente mil cuatrocientos millones de kilómetros cúbicos de agua. “Cifra más que suficiente” se tiende a pensar cuando se conoce, y sería cierto si no fuera que alrededor del 97,4 por ciento de ella es agua de mar (agua salobre) y, en consecuencia, no apta para el consumo humano. Del resto, cerca del 2,6 por ciento está encerrada en casquetes polares y en glaciares, con lo cual el agua disponible para los seres humanos se reduce a apenas el 0,0001 por ciento del total.
Claro que los números no son tan lapidarios. Porque ese mínimo porcentaje equivale a unos nueve mil kilómetros cúbicos al año. Si se divide esta cantidad por el número total de habitantes de la Tierra, puede parecer suficiente para cubrir al menos todas las necesidades fundamentales para la supervivencia, de hecho se estima que hay agua dulce como para abastecer a unos veinte mil millones de habitantes, muchos más de los que hoy tiene el planeta. ¿Entonces?
Aquí aparece uno de los problemas: la mala distribución de los recursos naturales. Según el último informe del Banco Mundial sobre Población y Desarrollo, existen actualmente mil millones de habitantes que no tienen acceso a suministros de agua apta para el consumo, mientras que otros mil setecientos millones no tienen un sistema adecuado (principalmente en lo que hace a la cuestión sanitaria). Obviamente esto tiene que ver con la situación económica del mundo en general, porque esos países –continentes casi enteros en el caso de Africa– que sufren la falta de tuberías y desagües en condiciones son los mismos que sufren otras carencias, tanto alimenticias como laborales y de salud. “Mientras no se solucionen los problemas de base, y el agua es uno de los problemas de base, no se puede pensar en todo lo demás”, dice Marx Stenton, del Departamento de Demografía de la Universidad de Stanford. “La escasez de sistemas aptos es consecuencia de un problema más grande, no es un problema por sí solo oproducto solamente de los cambios climáticos; mientras las potencias no vean esto, hablar de posibles soluciones para el problema de la escasez de agua es casi ridículo”.

Crecimiento desigual
Otro de los motivos tiene que ver con los números. Mientras que la cantidad de agua disponible para el consumo humano se mantiene estable, o con pequeñas variaciones, la cantidad de seres humanos aumenta. En 1990, los países que sufrían escasez de agua crónica eran 20; seis años después ya eran 26 y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) calcula que para 2027 aproximadamente un tercio de la población sufrirá este inconveniente. Y enumera, en el mismo informe (Condiciones para el Agua Potable y el Saneamiento Ambiental), algunas otras causas: el empeoramiento de la calidad de los recursos acuíferos existentes debido a la contaminación y las nuevas necesidades creadas por la vertiginosa expansión industrial y agrícola.
“Las consecuencias de esta escasez se harán sentir sobre todo en las regiones áridas y semiáridas del planeta, pero también se experimentarán en las regiones costeras en rápido crecimiento así como en las megalópolis del mundo en desarrollo. Muchas de estas ciudades ya son incapaces, o lo serán pronto, de proveer agua potable y servicios de saneamiento adecuados a sus ciudadanos”, dice el informe en su presentación.
Los números siempre son útiles para dar cuenta de las dimensiones: Africa, el continente más pobre de la Tierra, dispone en la actualidad de un tercio del agua per cápita de la que disponía en 1960. Los cinco países mediterráneos del continente negro (Argelia, Egipto, Libia, Marruecos y Túnez) y los subsaharianos (Mauritania, Kenia, Burundi, Ruanda, Botswana, Malawi, Sudán y Somalia) ya sufren escasez de agua crónica y la población no para de crecer a pesar de los conflictos étnicos, las guerras y los éxodos que ocurren en muchos de ellos.

Consecuencias
Además, no se debe dejar de lado a la hora de mirar la problemática las consecuencias directas de la falta de agua potable. El informe del PNUMA es por demás elocuente al respecto: “Alrededor del ochenta por ciento de las enfermedades y más de una tercera parte de todas las muertes en los países en desarrollo están relacionadas con el agua. Cada ocho segundos muere un niño por una enfermedad relacionada con el agua. Cada año, más de cinco millones de personas fallecen por dolencias vinculadas a su consumo, a la falta de higiene en el hogar o a defectos en la canalización. Y la diarrea, originada en un treinta por ciento de los casos por el agua, causando una grave deshidratación y malnutrición, mata cada año a casi 3 millones de niños menores de cinco años, lo que representa la cuarta parte de muertes en este grupo de edad”. La Organización Mundial de la Salud (OMS), por su parte, estima que la morbilidad (el número de casos) y la mortalidad (el número de muertes) derivadas de las enfermedades más graves asociadas al agua se podría reducir hasta en un ochenta por ciento si se garantizase la potabilidad y la adecuada canalización.
Sin embargo, contra lo que podría pensarse acerca de las zonas más afectadas por estos “efectos colaterales”, son las zonas urbanas en rápida expansión las que corren más peligro. Precisamente porque es allí donde el crecimiento de la población –el natural y el provocado por las migraciones de quienes huyen de los sectores carenciados en busca de una mejor calidad de vida– y las grandes construcciones limitarán aún más la disponibilidad de agua dulce.

Diferencias conceptuales
Es aquí, entonces, donde aparece una de las cuestiones que más discusiones genera: de qué se habla cuando se habla de escasez. Porque, claro, no es la misma cosa que no haya agua a que haya, pero en condiciones que imposibilitan su uso. Sin embargo, el asunto, para algunos especialistas, es más grave de lo que parece porque las dos hipótesis están relacionadas. “Está claro que hay menos agua en el mundo, o en todo caso hay más habitantes y la misma cantidad de agua, pero justamente la poca que hay no se utiliza bien, se derrocha y, lo que resulta mucho peor, no se la conserva en las condiciones necesarias”, dice Marx Stenton, en su ensayo ¿Hacia un mundo seco?
Pero, además, remarcan la importancia de los cambios climáticos y del recalentamiento global, sencillamente porque son factores ineludibles. “El gran volumen de agua contenida en los mares, en los casquetes de hielo y en los glaciares de la Antártida y de Groenlandia, así como en las profundidades subterráneas, no es accesible para poder utilizarla en la agricultura. El agua dulce destinada al consumo humano y a la agricultura procede básicamente de las precipitaciones que recibe la Tierra. Sin embargo, la cantidad de agua que se precipita desde la atmósfera no puede ser mayor que la que se evapora en la superficie de la tierra y el agua, incluido el mar. El agua se recicla constantemente como consecuencia de la evaporación producida por la energía solar, y las lluvias y el caudal de los ríos dependen del ciclo anual de las estaciones”.
Otra vez los números a escena: las precipitaciones anuales son en promedio de 110.000 kilómetros cúbicos de agua –de los cuales 70.000 se evaporan y vuelven a la atmósfera– y, descontando el agua no utilizable por contaminación, inundaciones y algunos otros etcéteras –la inaccesibilidad es en ciertos casos, como en el de los remotos cursos del Amazonas– quedan a disponibilidad de la especie humana unos 9000 kilómetros cúbicos, a los que se le agregan otros 500 de corrientes reguladas por los embalses existentes. ¿Alcanza? Bien distribuida, hoy sí, pero mañana no se sabe. “Más de la mitad de los recursos hídricos a los que puede accederse fácilmente ya se están utilizando. Teniendo en cuenta las proyecciones relativas a la población y a la demanda de agua, las cifras de los recursos hídricos mundiales indican que la situación empeorará”.

Programas de acción
Un poco porque es una de las reacciones inherentes a la condición humana (reaccionar frente al peligro) y mucho porque es tal vez la única manera de intentar algo cercano a una solución, muchos países en todo el mundo empezaron a programar planes de acción de ahorro del agua. No es un esfuerzo menor en absoluto: actualmente, entre el cuarenta y el sesenta por ciento del agua utilizada por las empresas de servicios públicos se pierde a causa de filtraciones y derrames. En Europa, se calcula que las redes de tubería de las grandes ciudades pierden hasta un ochenta por ciento del agua que transportan a causa del deterioro. La Comisión Económica para Europa de la ONU evalúa estas pérdidas en unos 10.000 millones de dólares anuales. Mientras que España es el país cuya media de agua perdida es la mayor del continente (un 27 por ciento), en América latina, México lleva la delantera: en algunas de sus ciudades, como Aguascalientes o Zacatecas, se pierde el sesenta por ciento.
Justamente México es uno de los países en los que se empezó a trabajar en la concientización de la población. Además de los llamados permanentes a sus habitantes para que eviten el llamado “derroche cotidiano” (canillas abiertas mientras no se usan, lavados excesivos de platos y copas, etc.), existe una serie de medidas destinadas a que cada ciudad ponga en marcha sus propios planes, para lo cual están invirtiendo grandes sumas de dinero. Pero aquí, entonces, aparece el factor cultural como determinante. “Los europeos, a decir verdad, nunca tuvieron demasiados problemas con el baño personal, con lo cual no les resulta grave ahorrar agua en este sentido”, dice maliciosamente el sociólogo holandés Ruud van Hominon, miembro del Departamento de Recursos Naturales de la Universidad de Rotterdam y estudioso de la problemática del agua. “Pero en el caso de los latinoamericanos es una cuestión ardua, porque culturalmente el baño personal es por demás importante. ¿Cómo se hace para cambiar una costumbre tan arraigada que, además, es beneficiosa para la salud? Eso sin mencionar que en algunas ciudades el calor es tan agobiante que el baño significa más que limpieza. El mundo debería revisar cuál es la dirección que se quiere seguir, si cambiar las pautas culturales y convertir al agua en un bien de lujo o generar mecanismos que garanticen de alguna manera la llegada a todos de agua potable”.

Sin soluciones a la vista
Aunque todavía no hay planes concretos, el Banco Mundial calcula en unos 600.000 millones de dólares la inversión necesaria durante esta década para solucionar, en parte, el problema. Sin embargo, puede que esto resulte harto difícil de concretar en tanto en el propio informe la entidad aclara que son los mismos países que lo necesitan los que deberán recaudar el dinero necesario. El capítulo sobre cómo podrían alcanzar semejante logro las naciones de Africa o de Latinoamérica todavía no se escribió.
La desalinización del agua salobre es uno de los lugares comunes en los que se tiende a pensar cuando se habla de soluciones. Sin embargo, aunque es perfectamente viable y de hecho ya se practica en algunos países de Europa, presenta varios problemas: además de muy caro –con lo cual es inaccesible para los continentes más empobrecidos–, exige grandes cantidades de energía. Las mejores plantas de desalinización que funcionan en la actualidad utilizan alrededor de 30 veces la energía mínima necesaria –en teoría– para eliminar la sal del agua. El riesgo extra en este caso puntual es que a partir de esto el agua se termine transformando en un bien accesible para pocos, en tanto su costo aumentaría más del mil por ciento, según distintos estudios.
El problema existe y está instalado. Mientras el planeta hace esfuerzos por sobreponerse a todos los inconvenientes generados por las contaminaciones, los cambios climáticos, el aumento de la población y la falta de recursos para muchos, el agua parece no quedarse afuera de esto y sumarse para ser, por sí sola, un nuevo y peligroso conflicto.