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El
correo en tiempos del ántrax
Por
Agustín Biasotti
Ya nadie escribe
cartas de amor. Y los amigos que se fueron a otro país no guardan
más estampillas ni sobres en el cajón del escritorio o de
la mesita de luz. Nuestros seres queridos prefieren enterarnos de su suerte
a través de una llamada telefónica, un fax o un igualmente
aséptico e-mail. Las postales, al igual que las tarjetas de Navidad
o Año Nuevo, que progresivamente habrán de perder sus colores
en los escaparates de los comercios y los quioscos de diarios, han sido
condenadas a congelar imágenes del día previo al terror
postal, al miedo al terrorismo biológico.
El ántrax ha sido confirmado hace poco más de una semana
por las máximas autoridades sanitarias del país, ya está
entre nosotros. Sin embargo, ésta, su temida llegada al mundo globalizado,
ha desconcertado a los especialistas, dando por tierra con sus predicciones.
Tan sólo dos años atrás, un comité de expertos
norteamericanos en armas biológicas escribió una revisión
del tema para el periódico de la American Medical Association,
en el que llamaba a prevenir posibles ataques de ántrax... por
aire.
En dicho artículo, titulado Anthrax as a Biological Weapon.
Medical and Public Health Management (JAMA, 12 de mayo de 1999)
advierte sobre que el mayor riesgo para la salud humana seguido
de una intencional dispersión en el aire de esporas de ántrax
ocurre durante el período en que las esporas permanecen en el aire.
La duración de este período y la distancia que viajan antes
de perder capacidad infecciosa y caer al suelo depende de condiciones
meteorológicas y de las propiedades aerobiológicas del aerosol
utilizado para dispersarlas.
Es verdad que los prestigiosos autores de este artículo (seguramente
uno de los más elaborados sobre el tema) hacen referencia a la
posibilidad de que las armas biológicas sean empleadas ya no en
una guerra, sino que sean usadas con fines terroristas: La posibilidad
de un ataque terrorista utilizando armas biológicas sería
especialmente difícil de predecir, detectar o prevenir, por lo
que se encuentra entre los escenarios terroristas más temidos,
escriben; pero en ninguna de sus páginas se menciona siquiera la
posibilidad de que los ataques sean, al menos en un principio, una cuestión
de alcance personal.
Después de todo, ¿existe algo más individual que
el destinatario de una carta? Bueno, es lícito argumentar que las
esporas contenidas en un sobre pueden contaminar a alguien más
que al destinatario, pero aun así la imagen de la muerte que viaja
por correo difiere radicalmente de aquella otra que sí fuera vaticinada
por los expertos, y en la que se ve a un modesto avión dejando
caer un centenar de kilos de esporas de ántrax sobre los techos
de una desprotegida ciudad.
Martín Lema, licenciado en Biotecnología de la Universidad
Nacional de Quilmes, cuenta en su libro Guerra biológica y bioterrorismo
que un informe de la Oficina de Asesoramiento en Tecnología
de los Estados Unidos sostiene que una avioneta equipada con un equipo
de fumigación sobrevolando Washington DC (como la que se estrelló
en la Casa Blanca en 1994) en una noche clara y cargando 100 kilos de
esporas podría despachar una dosis letal a tres millones de personas.
Ha quedado demostrado que no hace falta tanto despliegue para desatar
el pánico y la psicosis a escala mundial con relación a
una afección que, como veremos más adelante, ha sido y es
endémica de estas tierras. Ahora, la pregunta es: ¿la enfermedad
por correo es tan peligrosa como la quepodría precipitarse desde
un avión o incluso asomar su fea cabeza a través de otros
medios masivos de contagio?
Pero responder pensando en ántrax no es lo mismo que hacerlo teniendo
en mente, por ejemplo, la viruela. Cierto es que son numerosos y diversos
los agentes biológicos bacterias, virus, hongos, toxinas
presentes en la naturaleza y en los laboratorios de máxima seguridad
que pueden ser empleados como armas. Y, a esta altura del partido, sería
imprudente ser discreto una vez llegado el momento de confeccionar la
lista de amenazas. Empecemos con el ántrax, que ya es un conocido
de la casa.
Antrax, con sello argentino
Llamemos a las cosas por su nombre: ántrax es una traducción
mal y a las apuradas de anthrax, en inglés; mal porque el español
cuenta ya con una forma de llamar a esta enfermedad que es carbunclo o
carbunco, y a las apuradas porque tan sólo saca una hache y agrega
un acento. Hablar de carbunclo y no de ántrax no es gratuito, pues
esta enfermedad tiene una larga historia en estas pampas en las que mayormente
se ha hablado el español.
Se estima que las primeras vacas pues en realidad ésta es
una zoonosis capaz de afectar secundariamente al ser humano que
llegaron a la Argentina trajeron al carbunclo en sus entrañas.
El académico Juan Carrazoni, en su Historia de ganaderos y de veterinarios
de la República Argentina, sugiere que las características
de ciertas afecciones del ganado bovino consignadas en las memorias del
Cabildo de Buenos Aires coinciden con las del carbunclo, cuya forma humana
fue descripta por primera vez en el país por el doctor Francisco
Muñiz, recién en 1847.
En la Argentina, al igual que en Estados Unidos, la forma más frecuente
que adquiere el carbunclo es la cutánea (pulmonar y digestiva son
las otras). Aquí, el contagio suele producirse cuando el hombre
de campo cuerea (le saca el cuero, literalmente) al animal muerto; en
esta tarea es común que el trabajador lacere sus manos o sus brazos,
abriendo vías de entrada a su organismo para las esporas del carbunclo
que se encuentran en el animal.
Antes de seguir, aclaremos de qué hablamos cuando hablamos de esporas.
Sucede que el protagonista de esta pesadilla, el Bacillus anthracis, (bacteria
identificada en 1881 por Robert Koch, el mismo de la tuberculosis, que
es el bacilo de Koch, precisamente) ante una agresión del medio
ambiente se concentra sobre sí mismo, se deshidrata y adopta la
forma de espora que le permite sobrevivir en estado latente por años,
sin importar las condiciones ambientales, hasta despertar en el interior
de un nuevo huésped.
Volvamos entonces a la Argentina. José Hernández, en sus
Instrucciones al estanciero, condenaba la costumbre de desollar
los animales que llevaba al contagio de esta enfermedad a la que consideraba
una de las más comunes y peligrosas del ganado bovino. Aún
hoy, esta costumbre es la responsable, en parte, de los aproximadamente
dos casos anuales de carbunclo cutáneo que se producen en la provincia
de Buenos Aires. La falta de vacunación del ganado es la otra responsable:
el estudio por parte del Laboratorio Azul, de esa localidad, de los 2018
supuestos casos de carbunclo animal denunciados entre 1977 y 2000 reveló
279 casos positivos.
El ántrax cutáneo, la forma más común,
es usualmente curable afirma el doctor Víctor Rosenthal,
especialista en enfermedades infecciosas y clínica médica,
miembro del grupo redactor de las Normas de Control de Infecciones del
Ministerio de Salud de la Nación. Su nombre, que en griego
significa carbón, se refiere justamente a la típica escara
negra de las áreas de la piel afectadas. Entre los tres y
los cinco días posteriores a la lesión, aparece una pápula
(sobreelevación de la piel que no produce picazón) no dolorosa
que luego se transforma en una ampolla que se seca dando lugar a la característica
escara negra, rodeada por un edema y pequeñas ampollas púrpuras.
Grano malo, le dicen en el campo. Aunque la forma cutánea
tiende a ser autolimitada, el tratamiento con antibióticos suele
ser recomendado para evitar posibles complicaciones, advierte Rosenthal.
En cuanto a la forma digestiva del carbunclo, ésta es la más
infrecuente. Puede ser fatal asegura este especialista.
Los síntomas aparecen entre los dos y los cinco días posteriores
a la ingestión de carne de animales enfermos contaminada con los
gérmenes. Aunque en los Estados Unidos no ha sido reportado
ningún caso de la forma digestiva, en la Argentina se sabe de uno
que ocurrió cuando un peón de campo utilizó el mismo
cuchillo empleado para cuerear un animal para luego cortar el asado.
Las esporas asesinas
Pero no son las formas cutáneas ni las digestivas las que
preocupan a los expertos en terrorismo biológico y las que le quitan
el sueño a la población en general. Es la forma pulmonar
o inhalatoria la más peligrosa, y también la preferida para
ser usada como arma biológica. Si se inhalan (las esporas),
normalmente en uno a seis días (aunque se han observado hasta a
los 43 días de ocurrida la inhalación) se desarrollan síntomas
similares a los de una infección respiratoria ordinaria, seguidos
de fiebre alta, vómito, dolor en las articulaciones, respiración
dificultosa y lesiones internas y externas sangrantes escribe Martín
Lema. La muerte sobreviene repentinamente, por falla cardiorrespiratoria.
Y agrega: La exposición puede ser fatal, con un 90% de mortalidad
si no se aplica tratamiento. Claro que el tratamiento sólo
es efectivo si es administrado en los primeros días posteriores
a la infección. Una vez que aparecen los síntomas
del carbunclo inhalatorio, la precoz administración de antibióticos
es esencial, afirman los autores del artículo Anthrax
as a Biological Weapon.
Una demora de horas en el tratamiento de los pacientes infectados
con carbunclo puede disminuir sustancialmente las posibilidades de sobrevivir
de estos pacientes agregan. Dada la dificultad de obtener
un rápido diagnóstico microbiológico, todas las personas
con fiebre o evidencias de enfermedad sistémica en el área
donde han ocurrido casos de carbunclo deben ser tratados hasta que los
análisis excluyan la enfermedad.
Afortunadamente, las cepas naturales de Bacillus anthracis son sensibles
a la mayoría de las familias de antibióticos, desde las
penicilinas hasta las fluoroquinolonas. Desafortunadamente, existen cepas
genéticamente modificadas de esta bacteria: Han sido publicados
reportes de cepas de B. anthracis que han sido construidas por científicos
rusos para resistir a las tetraciclinas y a las penicilinas. Si bien una
forma de ántrax resistente a las fluoroquinolonas es posible, a
la fecha no han sido publicados trabajos en este sentido.
En la práctica, es esta posibilidad de que las cepas que circulan
por correo sean resistentes a las primeras líneas de antibióticos
las que obligan a recurrir como herramienta terapéutica de elección
a las fluoroquinolonas (más precisamente, a la ciprofluoxacina),
aun a sabiendas de que su uso masivo puede llevar a la aparición
de resistencia bacteriana que tire por la borda en unos pocos años
a esta aún hoy poderosa arma para combatir diversas infecciones
bacterianas.
Otro aspecto del carbunclo por vía inhalatoria que lo postula como
arma biológica de elección (de hecho pertenece a la categoría
A ver recuadro-, que reúne a las más peligrosas) es
el tremendo potencial letal de las esporas y la fabulosa capacidad de
sobrevivir al clima y a las tentativas de descontaminación. En
primer lugar, se sabe que basta tan sólo unnanogramo de esporas
para que la dosis sea letal (un nanogramo es la milésima parte
de la millonésima parte de un gramo).
En segundo lugar, dos experiencias con dichas esporas confirman su capacidad
de supervivencia. La isla de Gruniard, situada frente a las costas
de Escocia, fue utilizada para probar carbunclo sobre ganado por los aliados
durante la Segunda Guerra Mundial cuenta Lema en su libro.
Se pensó que estaba a una distancia segura del mar, pero los experimentos
debieron ser terminados cuando surgió un brote en el ganado de
la costa que enfrenta la ínsula. La persistencia de las esporas
es tal que la isla ha permanecido 50 años en cuarentena,
y no se sabe con certeza si los procesos para descontaminarla han sido
efectivos.
Sin embargo, la experiencia más estudiada fue el incidente que
tuvo lugar en 1979 en Sverdlovsk, una ciudad situada en los Urales rusos,
y que causó 68 muertes. En 1992, el presidente Boris Yeltsin
reconoció que los programas de guerra biológica no habían
terminado aún, y que el incidente en cuestión se había
originado a causa de la explosión de un laboratorio militar cercano,
con la consecuente liberación accidental del patógeno cuyas
esporas fueron transportadas 40 kilómetros por el viento hasta
el poblado.
Lo único que puede decirse a favor de las hoy temidas esporas es
que la enfermedad a que dan lugar no se transmite de persona a persona.
Lo que no es poco decir, especialmente si de lo que vamos a hablar ahora
es de la viruela. Pero este es otro tema y merece por lo tanto un subtítulo.
Viruela, ese infierno tan
temido
¿Por qué es tema la viruela, una enfermedad que, vacunación
mediante, pudo ser erradicada en 1977? Además, ¿no se supone
que tan sólo quedan muestras del virus en los Centros para el Control
y Prevención de las Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos y
en el Instituto de Preparaciones Virales de Moscú, Rusia, tradicionales
oponentes hoy reconciliados frente a un nuevo enemigo? Bueno, sucede que
los temores son justificados tan sólo porque el virus que la causa
ha matado en el mundo a más personas que cualquier otra enfermedad
infecciosa; se estima que aproximadamente 500 millones de personas murieron
en sus manos sólo en el siglo XX.
De ser utilizada como arma biológica, la viruela representa
una seria amenaza para la población civil debido a que presenta
un 30% de mortalidad entre personas no vacunadas, y a la ausencia de un
tratamiento específico. A pesar de que ha sido temida como la más
devastadora de todas las enfermedades infecciosas, su potencial devastador
es hoy todavía mayor que antes. La vacunación rutinaria
en los Estados Unidos cesó hace más de 25 años. La
viruela sería capaz de extenderse rápidamente a través
de todo el país y el mundo, escribió otro panel de
expertos en la revista de la American Medical Association.
Aunque existe una vacuna para la viruela la vaccinia, descubierta
en 1796 por Edward Jenner, quien demostró que la vacunación
con un virus bovino de la misma familia protege contra la enfermedad,
el artículo recién citado, Smallpox as a Biological
Weapon. Medical and Public Health Management (JAMA, 9 de junio de
1999), recuerda que en 1980 la Organización Mundial de la
Salud (OMS) recomendó que cesara la vacunación en todos
los países, luego de que en 1977 se declarara erradicada la viruela.
Un comité de expertos de la OMS recomendó que todos los
laboratorios destruyeran los stocks remanentes de este virus o que los
transfirieran a uno o dos centros de referencia (los dos centros
arriba citados). Si bien todas las naciones aseguraron haber obedecido
estas recomendaciones, existen evidencias de que esto no fue así.
Recientemente, Ken Alibek, un ex líder de la hoy extinta Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas, confesó públicamente
que a comienzos de 1980 el gobierno soviético se embarcó
en un programa para producir el virus de la viruela en grandes cantidades
(¡toneladas!) y adaptarlas para ser usadas en bombas y misiles intercontinentales.
Además, un informe secreto de la inteligencia norteamericana concluía
en 1998 que, además de Rusia, Irak y Corea del Norte probablemente
contaban ya con muestras del virus para ser usadas con fines militares.
El artículo del JAMA agrega, sin dar muchas vueltas, que: La
deliberada reintroducción de la viruela como enfermedad epidémica
sería un crimen internacional de impredecibles proporciones, pero
es ahora considerado como una posibilidad. La liberación del virus
en forma de aerosol lo diseminaría enormemente, dada la considerable
estabilidad de este tipo de virus en los aerosoles y que la dosis infecciosa
es muy pequeña. En un brote que tuvo lugar en Europa entre
los 60 y 70, se estimó que cada caso de viruela daba
lugar a entre 10 y 20 contagios.
Aun ante brotes ínfimos: en 1947, la aparición de un solo
caso de viruela en Nueva York (que más tarde daría lugar
al contagio de otras 12 personas) llevó a la vacunación
masiva de seis millones de personas. Es que ninguna medida de prevención
pareciera ser suficiente para frenar este mal extremadamente contagioso.
Esta enfermedad comienza con una erupción cutánea
explica el doctor Rosenthal. Primero son maculopatías
(manchas sobreelevadas), luego vesículas (ampollas), más
tarde pústulas (granos con pus) y finalmente costras. Este proceso
dura de una a dos semanas. El paciente pude recuperarse o, en el 30% de
los casos, morir.
Fiebre alta y postración son otros síntomas característicos
de la enfermedad. Y es, justamente, durante este difícil trance
que el virus se vuelve más contagioso. Los pacientes contagian
la viruela principalmente a las personas con las que viven y a sus amigos;
grandes brotes en escuelas, por ejemplo, son poco frecuentes explican
los autores del artículo del JAMA.
Visto y considerando los peligros de esta casi perfecta arma biológica,
por qué no recurrir entonces a una nueva ronda mundial de vacunación.
El primer problema es práctico: desde la década del 70
no se fabrica la vacuna contra este mal, y las dosis remanentes son más
bien pocas. En los Estados Unidos, sólo hay una limitada
reserva de vacunas producidas por los laboratorios Wyeth en los 70.
Se estima que este remanente es suficiente para vacunar a entre seis y
siete millones de personas(informes más optimistas dicen que las
dosis alcanzarían para 15 millones). La OMS, por su parte, cuenta
con 500.000 dosis. Según el citado panel de expertos norteamericanos,
no hay reservas suficientes como para hacer frente más que a una
potencial situación de emergencia.
¿Por qué no una nueva vacuna? Sucede que la vacunación
rutinaria con vaccinia no está libre de riesgos: se estima que
produce complicaciones en una de cada 13.000 personas vacunadas, complicaciones
que van desde severas erupciones hasta encefalitis (inflamación
cerebral); una persona vacunada en un millón muere por estas causas.
Pero hoy, además, hay un riesgo extra que los infectólogos
no pueden desconocer: los avances en medicina han permitido la supervivencia
de muchos pacientes con graves enfermedades que antes llevaban indefectiblemente
a la muerte; éstas o a veces sus tratamientos dejan a quienes las
padecen con sus defensas diezmadas. Aquí estamos hablando de la
leucemia, los linfomas, los trasplantes de órganos y el HIV.
Evidentemente, no queda duda alguna de que el mundo de hoy no está
preparado para afrontar una guerra biológica.
Una
historia de (bio)terror
Por A.B.
Hacer de la vida en sus
formas más primitivas un instrumento de muerte no es una
invención del agitado mundo moderno. Ya en el siglo III antes
de nuestra era, los griegos tenían la insalubre costumbre
de arrojar animales muertos en las fuentes de agua de las poblaciones
enemigas, modus operandi que fue imitado tanto por los romanos como
por los persas.
Dicha estrategia, según explica Martín Lema, licenciado
en biotecnología de la Universidad Nacional de Quilmes, en
su libro Guerra Biológica y Bioterrorismo, nace de la creencia
en la existencia de una asociación directa entre mal olor
y enfermedad. Idea retomada en 1495 por los españoles que
tuvieron la asquerosa idea de contaminar vino francés con
sangre de enfermos de lepra.
Casi ciento cincuenta años antes, en 1346, los tártaros
catapultaron cadáveres infectados con peste bubónica
sobre las murallas de la ciudad de Kaffa (algunos historiadores
sospechan que éste fue el origen de la epidemia que luego
arrasó Europa matando 25 millones de personas). Otro tanto
sucedió durante el sitio de Carolstein en 1422, y el de Tallin,
en 1710, escribe Lema.
En 1763, en las colonias inglesas de América del Norte, un
oficial británico que se encontraba a cargo de un fuerte
de frontera se vio ante la falta de recursos suficientes para enfrentar
a los indios que los superaban en número. Alentado por Jeffer
Amherst, el comandante en jefe inglés, decidió darle
a los nativos en gesto de buena voluntad mantas provenientes
de un hospital que habían sido utilizadas por enfermos de
viruela, a la que ya se sabía que los indios eran muy vulnerables.
A todos aquellos a los que esas costumbres les hayan parecido excesivamente
crueles y sádicas abandonen la lectura de este apartado aquí,
pues lo que sigue es peor. En los años 30 los japoneses
concluyeron que, por tener menores recursos naturales y población
comparados con sus rivales continentales de Asia, debían
recurrir a las armas biológicas para compensar la desventaja
-explica Lema en su libro de lectura más que sugerida para
los no iniciados en el tema. Pero lo particular del caso japonés
fue que se llegó al uso de sujetos humanos para investigación.
Unidad 731 fue el nombre de la división del ejército
japonés que en 1931 se instaló en Manchuria, en la
recientemente conquistada China, para hacer uso de los prisioneros
de guerra como conejillos de India en los ensayos del uso de armas
biológicas de diverso calibre. Algunos de los experimentos
llevados a cabo allí incluían inyectar a los sujetos
con bacterias causantes de la peste bubónica producidas en
moscas infectadas,para luego registrar la evolución de la
enfermedad e incluso disecarlos en estado consciente.
Según enumera Lema, los japoneses no dejaron nada sin probar:
fiebre amarilla, tularemia, hepatitis, gangrena gaseosa, tétano,
cólera, disenteria, fiebre escarlata, ántrax, muermo,
encefalitis de las garrapatas, fiebre hemorrágica, difteria,
neumonía, meningitis cerebroespinal, enfermedades venéreas,
peste bubónica, tifus, tuberculosis y otras endémicas
de China y Manchuria. Realizaron pruebas con cianuro, arsénico,
heroína, con veneno de serpientes y de pez erizo." En
el programa murieron más de 10.000 personas.
Los posteriores incidentes con armas biológicas palidecen
ante el extremo desprecio por la vida humana manifestado por los
mentores de la Unidad 731 y el programa japonés de investigación
de armas biológicas del que ésta formaba parte. En
cuanto a los tiempos que corren, todavía es demasiado temprano
como para poder siquiera esbozar la magnitud del terror que emana
hoy de los buzones.
Quizás mañana sea peor.
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Las
tres categorías de las armas biologicas
Por
A.B.
Los numerosos agentes
biológicos que pueden ser empleados como armas biológicas
se dividen en tres categorías. En la categoría A,
cuenta el doctor Víctor Rosenthal, se encuentran aquellos
que son fácilmente diseminados o transmitidos de persona
a persona, causan alta mortalidad, tienen un impacto mayor en la
salud pública y causan pánico en la población
y disrupción social.
¿La lista? Viruela, carbunclo, peste bubónica, botulismo,
tularemia y las afecciones causadas por los filovirus, entre los
que se cuentan el ébola y el virus Junín causante
de la fiebre hemorrágica argentina.
En la categoría B caben los agentes de moderada diseminación
y patogenicidad, y de baja mortalidad. Algunos de estos son: la
brucelosis, la fiebre Q, la salmonella, la escherichia coli, el
cólera y los alfavirus causantes de encefalopatías.
Por último, a la categoría C están relegados
aquellos patógenos emergentes, útiles para diseminación
en masa, fáciles de producir y diseminar, pero que al igual
que los de la categoría A refieren alta morbilidad y mortalidad,
e igualmente alto impacto en la salud pública. El Hantavirus,
la fiebre amarilla y la tuberculosis son algunos de ellos.
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