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cine

Una chocolatada  

De próximo estreno, Chocolate, de Jasse Hallström, con Juliette Binoche y Johnny Depp en los roles principales (candidata a tres premios Oscar: mejor película, mejor actriz principal y mejor actriz de reparto) vuelve a poner en foco la mirada sobre esa delicia que trastornó de placer a Europa tras el descubrimiento de América.

Por Moira Soto

“¿Canela?”, le pregunta con aire de conocedora Judi Dench a la chocolatière Juliette Binoche que acaba de echar un polvito oscuro sobre una taza humeante, en una escena del futuro estreno Chocolate.
“Chili pepper”, sonríe pícaramente Binoche que en este film de Jasse Hallström (Las reglas de la vida) se llama Vianne Rocher y es una misteriosa nómada que marcha de país en país, de sitio en sitio, llevando de la mano a su hijita Anouk, las dos con una caperuza roja como la de ustedes ya saben quién. Porque esta peli basada sobre la novela de Joanne Harris –quien luego escribió Blackberry Wine, acerca de los poderes del vino–, intenta, y por momentos lo logra, capturar esa atmósfera encantada de antiguos cuentos infantiles con ilustraciones que invitan a soñar. El diseñador de producción, David Gropman, encontró el decorado propicio en un pueblito francés, Flavigny, que en la ficción pasó a llamarse Lansquenet y a poblarse de personajes detenidos en el tiempo hasta que hacen su entrada, en medio de la tormenta de nieve, Vianne y Anouk. Para completar el clima buscado por el director, el diseñador y el iluminador Roger Pratt se inspiraron en fotos tomadas en los `50 por artistas como Robert Doisneau y Lilly Prat, ya que dentro de su atemporalidad Chocolate evoca la moda de esa época.
Como su título lo informa, Chocolate es una película protagonizada por uno de los manjares favoritos de la humanidad a partir del descubrimiento (para los europeos, claro) de América y su posterior sometimiento a los conquistadores. Precisamente, cuando Vianne le pone chile molido al chocolate para beber, está reproduciendo –conscientemente– el gesto de mayas y aztecas que fortalecían el sabor del chocolate –amargo– con ese condimento.
Según narra Víctor Ego Ducrot en Los sabores de la historia (Norma, de reciente edición), ya desde la época de los toltecas, que ocuparon el territorio mexicano antes que mayas y aztecas, se creía en el origen divino del cacao –cacahuaquahtil–, un regalo de la serpiente emplumada o Quetzalcóatl, el dios fundador de culturas. En su ameno ensayo, Ducrot evoca una antigua y poética leyenda mexicana sobre el origen de este árbol: resulta que Quetz tuvo un día que partir por mar hacia el oriente y dejó a su esposa al cuidado de los tesoros del lugar. Los enemigos del Q. apresaron a la mujer y la torturaron pero ella no reveló su secreto. Antes prefirió verter su sangre sobre la tierra, que al igual que la de nuestra conocida Anahí, hizo nacer una planta. Pero no de flores rojas como el ceibal, sino de cacao, cuyos frutos resultan amargos como sus sufrimientos, fuertes como el valor de la princesa y de color oscuro como la sangre de sus heridas.

Ser golosa
“Mmm, mm, mm, cuando te comés un bocado, no podés dejar de gemir así”, declaró Juliette Binoche el sábado pasado, sobreactuando divertida losplaceres del chocolate en la conferencia de prensa que dio la plana mayor de Chocolate, con motivo de su exhibición en el Festival de Berlín. “Me gustan todos los tipos de chocolate: con leche, negro, líquido... Terminás de comerte uno y ya querés otro. Es una forma de seducción, un tema en el que soy muy flexible”, comentó la oscarizada intérprete de El paciente inglés (1996) y Les enfants de Siècle (1999), una realización de Diane Kurys aún no estrenada localmente, en la que encarna nada menos que a George Sand en su etapa romántica con Alfred de Musset. Esa flexibilidad a la que aludió Binoche no le alcanzó por cierto para aceptar las tentadoras ofertas que recibió de Hollywood después del suceso de El paciente...: le dijo no a Tom Cruise que la quería en Misión Imposible, y también a Steven Spielberg que le propuso Jurassic Park y La lista de Schindler. E incluso, aunque lo admira como escritor, le plantó la negativa a Paul Auster cuando iba a debutar como director con Lulú on the Bridge. Juliette es así: después de quedarse con el Oscar –que las apuestas adjudicaban a Lauren Bacall–, la chica se fue a Londres, a hacer Pirandello en el Almeida Theatre, por muchísima menos guita que los dos palos verdes y pico que le ofrecían en Estados Unidos.
Ocurre que la protagonista de Bleu (1992) considera el teatro su base de estudio y experimentación, a la que regularmente necesita volver: no por casualidad descubrió su deseo de ser actriz siendo adolescente, después de ver una puesta del gran Peter Brook. En esa época, Juliette trabajaba de fille au pair (cuidaba chicos a cambio de casa y comida) en Londres y se iba casi todos los días a la National Gallery y se sentaba frente a un cuadro de Piero della Francesca cuya inefable belleza la hacía llorar.
A los 17, estando de pasada en París, un clarividente director de casting se cruzó con ella y le ofreció trabajar en cine. Juliette frunció su imperfecta naricita y le hizo saber que prefería el teatro. “Pensátelo bien”, le sugirió el tipo, “porque tengo una fila de chicas esperando”. Juliette aceptó e integró el reparto de Liberty Belle (1983), realización de Pascal Kané, a la que siguieron Je vous salue, Marie (1984, de Jean Luc Godard), Rendez-vous (1986), de André Techiné, Mala Sangre (1986) de Léos Carax. Dice Binoche mientras lía sus propios cigarros con tabaco Golden Virginia, que fue durante el rodaje del film de Carax cuando “realmente descubrí la cámara y empecé a amarla. Era una amiga que interpretaba conmigo. Me enamoré del rumor que hace al filmar. Es casi humana: un agujero negro que recibe las emociones, que acepta lo que se le quiere”.
La actriz francesa, hija de un escultor y de una profesora de literatura, que hace tres años volvió a filmar con Techiné (Alice et Martin), fue la cara oficial de Lancôme. Y aunque a ella no le guste proclamarlo, lo cierto es que después de terminar de pagar su nueva casa, el resto de la guita del sustancioso contrato lo destinó a una asociación humanitaria que se ocupa de mejorar las condiciones de vida de los niños camboyanos. Ahora, en sus ratos libres, se le ha dado por pintar, a veces escuchando el cante de Camarón de la Isla.
Esta mujer de 35 que dice que “ser actriz es peligroso para el corazón, el espíritu y el cuerpo”, preserva porfiadamente su intimidad de los zarpazos de la prensa chismosa: “Cuando se roban fotos de mi vida privada, las paso a mi abogado. Ya es suficiente exposición la que ofrezco en mis películas. El problema con este tipo de prensa es que es insaciable. Cuando les das la mano –lo he hecho alguna vez– te cortan el brazo”. Aparte de amores con algunos de sus directores, lo que se sabe, porque lo lleva a los rodajes, es que Juliette –al igual que la Vianne de Chocolate– es madre soltera de un crío, Rafael, de siete años.

Mientras dura, vida y dulzura
Desde luego, Chocolate es una película que exige tomar ciertas precauciones antes de verla. Léase proveerse de tabletas, bombones, caramelos, alfajores cuyo ingrediente principal sea la sustancia que brotó de la sangre de la princesa azteca. De este modo se podrá resistir mejor la exhibición de petit-fours, masitas, tortas, cremas que Vianne prepara y ofrece a los habitantes de Lansquenet, luego de trajinar con esa pasta oscura a la que extiende sobre el frío mármol según indica la tradición artesanal. Y poco a poco, la gente del lugar se va dejando subyugar por esas delicias. Es que, como dice el prospecto de la caja de bombones Godiva, acaso los mejores chocolates del mundo, “usted se va a sentir en un rincón del paraíso si sucumbe a estos bocados tentadores que nos recuerdan cuán dulce puede ser la vida”. Y si no tienen a mano uno de estos bombones celestiales, bien pueden ustedes confeccionar algunas de las exquisiteces que propone Marta Beines en su Gran Libro de Cocina (Sudamericana): la Sacher Torte (masa y baño de chocolate, en el medio jalea de damascos), la Reina de Saba (tachonada de almendras), la Charlotte Russe (sí, la del restaurante, helado con baño caliente de choco). O bien, beberse una buena bebida que se prepara con una barrita por taza, rallada o rota, y disuelta en un poquito de agua o leche, a la que le añade el líquido elegido bien caliente, azúcar y, si se quiere, una o dos yemas por litro, canela y/o vainilla. Como el brebaje no debe hervir, se mantiene en baño María. Y no se sientan culpables: salvo que exista algún problema serio de hígado o colesterol, el chocolate –aparte de complacer al paladar– es energético y antidepresivo, porque contiene hidratos, proteínas, calorías. También, como decía Juliette Binoche en la conferencia de prensa, crea adicción (por causa de la teocromina, de la familia de la cafeína, que tiene efectos estimulantes).
“Con el chocolate hay que cruzar la línea, saborearlo sin complejos”, aseguró Lena Olin, muy cerca de Binoche en la presentación berlinesa, coprotagonista de Chocolate en el personaje de una mujer que se refugia en la chocolatería y aprende rápidamente a hacer delicadezas. En verdad, uno a uno, todos los personajes del film de Hallström se van tiernizando gracias al influjo mágico del chocolate: la ex libertina Armande (Judi Dench, estupenda, para no variar) rechazada por su hija (Carrie-Ann Moss, la de Matrix, una revelación) que tarda más en caer en la tentación, Guillaume (John Wood), el enamorado secreto de Madame Audel (Leslie Caron), el cura Henri (Hugh O’Conor), que finalmente cede a la atracción de las golosinas, sustrayéndose a la autoridad patriarcal puritana del Conde Reymond (Alfred Molina), el último en tirar la chancleta. El que no necesita hacer ningún esfuerzo para rendirse a los encantos de Vianne y sus ricuras es Roux, ese gitano adorable a cargo de Johnny Deep, lo más bonito y sexy que se conozca, en su género y en su generación. Vamos, que si se trata de piropearlo, podemos decir de él que es un budín, un éclair o más precisamente, un palo de Jacob. De chocolate y bañado en.