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SOCIEDAD

Atrás, atrás


Según algunos especialistas, la atracción por el trasero femenino es un vestigio primate que es alimentado desde hace años por la industria del entretenimiento. En algunas latitudes, sin embargo, las colas despiertan una adhesión incondicional, mientras en otras hay otras zonas erógenas más en auge. La novedad es que ahora empezaron a ser valoradas también las colas de ellos.

Por Moira Soto

Ni cartel francés ni –menos todavía– supporting rol: actualmente y en estas latitudes australes –bah, en el culo del mundo como dicen algunas/os–, se ha transformado en superstar, protagonista absoluto en el reparto de zonas erógenas (o erotizadas) que posee el cuerpo humano (en especial, para la ocasión, femenino). De poco más de quince años a esta parte, esa región donde la espalda pierde el nombre se ha ido convirtiendo en obsesión cada vez mayor en hombres y mujeres, al punto de superar a los pechos en magnetismo y consideración. Hasta podría decirse que localmente –con mucho más fanatismo que en otros países– se ha desarrollado toda una industria a su alrededor: gimnasios que en su asignatura principal proponen ejercicios para levantarlo y endurecerlo, cirugías que lo remodelan y rellenan, bombachas que se convirtieron en tangas cavadísimas, medias que presumiblemente mejoran y ascienden a los venidos a menos. Desde luego este culto es activado, azuzado, exaltado por los medios y la publicidad, no hace falta que llegue el verano para asistir al desfile de cola less en avisos, ilustrando notas periodísticas y en programas picarescos de TV que tienen continuidad en ciertos derivados del teatro de revistas.
¿Hace falta aclarar –aun suponiendo que no hayan ustedes leído título ni copete– que estamos hablando del culo? Sí, del culo (del latín: culus), así designado castizamente en el lenguaje popular (cola, el vocablo que se supone más fino y suave, significa en realidad: rabo, rabadilla, apéndice), sobre todo cuando se trata de un elogio -proveniente de boca masculina– de las nalgas, posaderas, trasero, asentaderas, ancas, de una mujer.
Apreciado y denostado, “deseado y prohibido” –como lo explicará más adelante el psicoanalista Norberto Inda–, el culo humano suele ser usado con connotaciones negativas en frases hechas que no necesitan traducción, como “tocar el culo”, “lamer el culo”, “sentirse (o estar) como el culo”. Asimismo, para dar idea de máxima cercanía entre dos personas, se dice que “son culo y calzón”. Y ya incursionando en el refranero español, vale citar algunas sentencias de la sabiduría popular que remiten al –así llamado por los franceses, además del clásico cul– derrière: “Quien no castiga culito no castiga culazo” (los padres que no corrigen a sus hijos pequeños tampoco podrán enmendarlos cuando crezcan); “quien mucho se baja el culo enseña” (equivalente a nuestro “se bajó los pantalones”, referido al momento en que la sumisión degenera en servilismo); y para cerrar el párrafo, otro proverbio que alude a la buena crianza tradicional que incluye castigos que se deben practicar cuidando de que el escarmiento no provoque daño: “Al niño y al mulo, en el culo”.

En el principio no era el traste
En su divertido –y a la vez científicamente fundamentado– ensayo Eva al desnudo (Javier Vergara Editor), la antropóloga Elaine Morgan dedica parte de un capítulo (“La símida remodelada”) al surgimiento y desarrollo del culo en los primates, señalando que en la mayoría de los mamíferos la zona posterior cuenta con orificios importantes y vulnerables –ano, uretra, vagina– protegidos por una cola (rabo, ya saben) que los resguarda del frío. Pero cuando los primates empiezan a sentarse, el trasero empieza a cargar con un peso para el cual no estaba diseñado por carecer de nalgas. “Después de aguantar durante un tiempo esta situación, se adornaron con un par de almohadillas protectoras coriáceas una a cada lado de la zona trasera (...), que protegían de la fricción y los orificios (de los primates) no estaban ya en contacto con el aire”. Este sería el momento en que los primates arbóreos descartan el rabo sin más. Según Morgan hay una etapa en que nuestra prehomínida se mete en el agua y desarrolla cambios morfológicos: la capa de grasa subcutánea típica de los mamíferos marinos, parte de la cual va reservándose para un par de hemisferios posteriores, que desarrollan músculos. Respecto del demorfismo sexual posterior (en el tiempo) dice la antropóloga que, si bien las explicaciones suelen ir a parar el casillero “para la atracción sexual”, en un comienzo las razones de mayor desarrollo de las posaderas de la hembra tuvieron otro objetivo: “Las callosidades isquiales, como elemento de protección, eran más necesarias para la sémida”, que no sólo tenía tres orificios para proteger (en vez de uno) sino que además pasaba tiempo sentada con sus bebés en brazos dándoles de mamar. En otros párrafos, Elaine Morgan se refiere al desplazamiento de la vagina (“ahora por fin pulcramente escondida”) y que modificó la posición del acto sexual (“para ella resultó muy cómodo andar con su propio almohadón a cuestas, pero para un macho acostumbrado a montar por detrás, eso complicaba las cosas”) que, millones de años antes de la variedad de posiciones propuestas por el Kamasutra y el Ananga Ranga (entre muchísimos manuales de erotismo), empezó a realizarse frente a frente.
Por su lado, en The Rear View (Souvenir Press, Estados Unidos), un ensayo más reciente, el profesor Jean-Luc Henning confirma que los culos aparecen cuando ciertos primates se ponen de pie y se mantienen en esa posición (de las 193 especies de primates, sólo los humanizados lucen nalgas hemisféricas que se proyectan hacia fuera). Esto de pararse y marchar, según el antropólogo Yves Coppens, se remontaría a unos tres o cuatro millones atrás, época del gran período del australopitecus afarensis, que vivió en Etiopía y Tanzania. Cuando la zona este de Africa se seca, entonces, los primeros humanos se echan a correr a través de la llanura. Sus manos –sobre las que se apoyaban para caminar– se modifican, lo mismo que la forma en que encajaba la cabeza en la espina dorsal, permitiéndose así el desarrollo del cerebro, amén del nacimiento de las nalgas. De modo tal que, según esta teoría, culo y cerebro se fomentaron mutuamente. Pasaron los siglos y los milenios y ya en la Edad de Piedra, las figuras de arcilla de abultadas posaderas demuestran que el interés por el culo femenino no es una novedad de fines del siglo veinte.

La redondez favorita
Burlando a menudo la censura mogigata, numerosos pintores y escultores de diversas épocas le han dado un espacio privilegiado en sus obras al trasero, preferentemente femenino, salvo en el caso de la Antigua Grecia donde, como recuerda Norberto Inda, “se enseñoreó el culo masculino, redondo, tenso, voluptuoso”. De los sinuosos traseros de hombres y mujeres en los templos hindúes, pasando por el arte erótico japonés y llegando a los nalgatorios celulíticos de Rubens, sin descartar –en una síntesisarbitraria– las ondulaciones posteriores de las mujeres de Ingres, Renoir, Matisse, Bonnard, hay que reconocer que las artes plásticas en general han rendido pleitesía a esa zona tan celebrada en la actualidad.
El lavado del trasero cautivó a Jacob Vanloo (Coucher a l’italianne) y a Degas, que prefirió sorprender derrières atractivos en poses naturales, como si hubiese espiado a esas mujeres sin su consentimiento, “libres de cualquier coquetería”, según sus palabras. Bonnard, en cambio, pintó el culo muy amado, suave y discreto de su esposa Marthe (por ejemplo, en el Desnudo frente al espejo, 1933). Mientras que Renoir prefirió las nalgas juveniles, luminosos y rollizas de muchachas mojándose entre ellas en Bañistas (1897).
Una breve historia del culo exige la mención de las variaciones que sufrió el traje de baño, tan ridículamente abrigado durante el siglo pasado (pantalones, túnica con mangas, medias, todo en tonos oscuros para las mujeres) y amplios pegnoirs para salir del agua. Gracias a que la natación es aceptada como deporte femenino, este ropaje empieza a aligerarse: se van acortando los pantalones, las mangas y abriéndose el escote hasta llegar al clásico traje de baño de una pieza, que no tarda en convertirse en dos piezas y dar pie a la invención, en 1946, del bikini, que a su vez se fue achicando, achicando hasta llegar a su mínima expresión (en la pieza de abajo): la tanga.
En el teatro de revistas, las bataclanas recurrieron al cola less muchísimo antes de que la exhibición de traseros femeninos se impusiera en las playas locales (y en esa sucursal de nuestro país que es Punta del Este en verano), para no hablar de Josephine Baker, que apenas con un cinturón de bananas expuso su culo de ébano con alegre desparpajo en el teatro. Cuando aparecieron las pícaras bañistas de Mack Sennett, todavía los trajes de baño eran como minivestidos que dejaban ver brazos y piernas. Años después, Mae West glorificó la curva (“la distancia más corta entre dos puntos”) incluso apelando a rellenos para acentuar la silueta de S. Ya en los cincuenta sobresalieron los traseros de Marilyn Monroe y Brigitte Bardot, ambas estrellas famosas –al igual que Mae West- por su modo de andar.
En nuestro país, triunfaron en la revista culos (y todo el resto, claro) de los que se decía que eran dignos de ser tratados de usted, como los de Nélida Lobato y Nélida Roca. Y en los 80, hubo figuritas que adquirieron notoriedad casi exclusivamente por la redondez de sus cachetes posteriores, generosamente exhibidos por TV (Mónica Gonzaga, Adriana Brodsky). En la actualidad, con los reciclados merced a siliconas y otros rellenos, no se sabe a ciencia cierta si se está viendo un culo verdadero de carne y hueso, o uno casi tan falso como el polizón que se ponían las damas de la Belle Epoque. El que parece genuino es francamente protuberante y les ha reavivado el interés a los norteamericanos por esta parte de la anatomía femenina, es el de Jennifer Lopez (actualmente en cartel, en el film Experta en bodas), asegurado en varios millones.

Una cola no garantiza habilidades
“El culo no es un invento argentino, seguro que no”, asegura el doctor Juan Carlos Kusnetzoff, director del Programa de Sexología Clínica del Hospital de Clínicas (e-mail: juanckARROBAvelocom.com.ar), sin poder evitar una sonrisa. “Probablemente, si nos remontamos mucho, veremos que esa preferencia nos deviene del mundo animal, puesto que los animales usan en muchos casos su trasero como señalizador: por ejemplo, en el campo se puede observar, si hay mal tiempo, que el culo de los animales apunta hacia la zona de la que viene la tormenta... Además, se sabe que en el caso de los cuadrúpedos que se suelen juntar en manadas, las hembras con los cuartos traseros al rojo vivo, sobre todo cuando están calientes, sonuna señal para los machos que así reconocen inequívocamente su objetivo. En consecuencia, creo, sin afirmarlo con total seguridad, que esta atención masculina por el culo de las mujeres –quienes por otra parte se están interesando en el de los varones– debe tener alguna fuerte herencia de tipo biológico. Preferencia que se advierte, por caso, en las antiguas estatuas de Venus y otras diosas con esa zona muy desarrollada. Probablemente, también, la manera de tener relaciones sexuales en las primeras épocas de la humanidad, aun siendo vía vaginal, imitaba a las de los cuadrúpedos, con la mujer de espaldas al hombre. Acaso fue la primera forma de coito que tuvo el ser humano muy primitivo”.
Respecto del fuerte interés local por esa zona erógena, el doctor Kusnetzoff opina que “hay antecedentes que demuestran que dicha atracción tiene larga data, aunque sin duda se ha acrecentado y puesto de manifiesto en los últimos años. Yo, personalmente, respondo a muchísimas consultas por Internet –tanto locales como de habla hispana en general– y diría que de cada siete preguntas, una está relacionada con el sexo anal, precauciones, riesgos, etc. También aparece el mito relativo a la penetración anal como sinónimo de homosexualidad, lo cual es una extensión abusiva de algunas prácticas homosexuales. Por otra parte, la homosexualidad masculina no se define por el mero hecho de que exista penetración anal, sino por las preferencias en el terreno erótico hacia personas del mismo sexo. En cambio, cuando se habla –cada vez con más naturalidad– de sexo oral heterosexual, no se asocia con que los gay lo practican activamente. Y vale recordar que entre alguna gente de la pediatría existe la mitología de que, por ejemplo, si se le pone un supositorio a un chico, se estimula la homosexualidad. Esto desde luego es un error: la homosexualidad es un complejo mucho más abarcativo que, como decía, no se reduce a la penetración anal. Además, si del culo se trata, estamos hablando de una zona erógena tanto en el varón como en la mujer”.
Respecto de la invasión de nalgas femeninas en la publicidad y en los medios en general, observa el sexólogo que “el culo es lo que se puede mostrar, cosa que no sucede con el genital en directo, salvo en las expresiones abiertamente pornográficas. Entonces se exhibe aquello que se acepta públicamente: los cachetes. Lo que se puede ver en diarios, revistas, algunos programas de televisión, la revista clásica con sus vedettes, es evidentemente para disfrute de la mirada de los varones que, para bien o para mal, tendemos a ser reduccionistas, a parcializar. Entonces, toda esa mostración es para la mirada fetichista masculina”.
Para Juan Carlos Kusnetzoff, el cola less, que nunca es less del todo porque está la tirita en que se transforma el triángulo que tapa el pubis, “sigue el mismo patrón de búsqueda, de llamada, sugiere una puerta de entrada no sólo para una posible relación sexual sino también para conseguir otras cosas: ser fotografiada, convocada por la televisión... En muchas oportunidades, es una falsa promesa detrás de la cual hay un mirame y no me toques. Por otra parte, el hecho de tener una cola paradita, durita, reluciente, no garantiza necesariamente que el desempeño en la cama de su dueña sea estupendo y maravilloso. Para nada”.
“Ciertamente, existe un desliz bastante reciente entre nosotros hacia esa zona anatómica. Creo que es una moda y como tal –con toda esa enfatización por parte de los medios– va a pasar y quedará esa preferencia incorporada al repertorio sexual. Es decir, no se va a anular, pero el interés se va a emparejar con el provocado por los pechos, en estos momentos un poquito olvidados, u otras zonas erógenas. En verdad -comenta Kusnetzoff–, “creo que los argentinos en los últimos años han ido explorando más desprejuiciadamente, cambiando sus gustos en la medida en que se les ha abierto la cabeza. Se ha podido conocer, experimentar en parte gracias a la desaparición de la censura. De todos modos, cabe aclarar que sin necesidad de llegar al coito anal completo, se puededisfrutar de una región erógena, tanto para hombres como para mujeres. Hay varones que todavía se inquietan porque les gusta ser acariciados, incluso profundamente, por la mujer al hacer el amor. Y no hay motivo alguno para que eso ocurra, puesto que es como tocar la oreja o cualquier otro sitio placentero, sin incurrir en degeneración como temen algunos. Es un juego más”.

Liderazgo argentino
“El psicoanálisis siempre consideró el culo una zona erógena importante, y al mismo tiempo la más reprimida de la cultura a partir de la educación que se imparte a los niños: lo primero que se les reprime es el juego con la caca, no tanto con el pis. La verdadera suciedad es la que tiene que ver con los excrementos, por supuesto una cosa muy atractiva para los chicos (hasta que tiene que dejar de serlo...)”, señala el licenciado Norberto Inda, psicoanalista, estudioso de cuestiones de género. “Estos días estuve repasando una serie de confesiones de varones reflejadas en algunos libros, como los de Shere Hite y Nancy Friday. Y lo que se repite muchísimo, que es lo que también revela la clínica cotidianamente, es que el culo es un elemento atractivísimo para los varones, casi siempre connotado con poner. Es decir, llegar a hacerle el culo a una mina es habérsela ganado definitivamente, o al menos es un paso importante en ese sentido. Esta apreciación resulta bastante homogénea, semejante, con respecto al uso del culo entre los varones: es muchísimo menos culpabilizante sodomizar a otro varón, como una situación de claro dominio, que a la inversa. Es vox populi que en colegios militares y otros lugares donde hay varones en continuidad, dársela por el culo al tipo es algo así como asentar un territorio. Ahora, respecto de la cola de los varones hay una zona muy interesante: la del placer por autotocamientos, héterotocamientos, el tocamiento por parte de otro hombre o directamente la penetración, siempre como una zona de goce mayor. En este extremo está lo que me parece que sostiene el travestismo como práctica. A buscar a los travestis van hombres que mayoritariamente no son gays, con una vida “normal” de día, y que de noche tienen a estos personajes como máxima aspiración erótica. Acá entran muchas cosas, entre las cuales, la idea de que el travesti es una supermujer...”
Norberto Inda coincide con Juan Carlos Kusnetzoff en que ha aparecido un mayor permiso por parte de las mujeres para elogiar los colas de los varones, cosa que se advierte en los shows del Golden, “que he visto en filmaciones porque allí no asisten hombres. Los strippers exhiben sobre todo el culo, no precisamente los genitales, cuando se bajan el short frente al delirio de las mujeres. De modo que hay como un despertar, por así decirlo, del culo masculino. Tanto por cierta apertura de la cultura gay como por la atracción que ejerce sobre las mujeres, que han aprendido que en ellos es una zona erógena. He notado que las más osadas elogian sin el menor pudor las colas masculinas que les parecen lindas. Digo ¿no será un recupere de cierta actividad hacer del trasero masculino una suerte de objeto? Algo así como: ah, por fin te puedo mirar la cola sin vueltas, porque se me da la gana... En un fenómeno reciente todavía”.
Aunque el sexo anal no es una práctica regular para la mayoría de las mujeres, anota el licenciado Inda, sin embargo son muchas las que aceptan y protagonizan este exhibicionismo, tanto en las playas como en el espectáculo o en la forma de vestir, en el tipo de ropa interior que eligen, en la gimnasia que se concentra en los glúteos, en las operaciones que se hacen para levantar o rellenar la zona. En otras palabras que la mujer argentina suele cumplir al pie de la letra todo lo que tenga que ver con mejoramiento, exhibición, exaltación y provocación. “Pero una cosa es lo que tiene que ver con la mostración que estimula el voyeurismo respecto de esa zona y otra, la práctica. No sé hasta qué punto no resultaninversamente proporcionales. Es decir, cuando se hipertrofia tanto ese lugar como zona de mirada, se vuelve a la vez deseado y prohibido”.